domingo, 10 de agosto de 2014

Flores de Asfalto: La Salamandra — Escena 23

Escena 23, toma 1

Recuerdo aquellos momentos como si fueran parte de un sueño febril. Irónicamente, al desmoronarse la Ilusión todos quedábamos expuestos, fijados en el mundo real sin posibilidad de eludirlo. Era la realidad. Y sin embargo, parecía una alucinación.

Así es como funcionan las cosas. El escenario que la Organización recrea, con el visto bueno de los Vigilantes, da la impresión de ser más real que la verdad. Como prueba de ello, las consecuencias de esos pocos minutos de derrumbamiento fueron devastadoras en la población de la ciudad. La gente entró en estado de shock. Hubo crisis de ausencia, ataques de pánico, convulsiones y una epidemia masiva de desmayos. La mente humana no está preparada para cambios tan bruscos en la percepción, al menos es lo que sucede con la mayoría.

Cuando el cielo se abrió y vimos las estrellas, yo estaba aún mareado porque acababa de comerme a un satur. Había absorbido su energía hasta matarle, y eso es el equivalente a un empacho y una borrachera, más o menos. La Ilusión se derrumbó y la niebla desapareció, barrida por un soplo de aire tan ozónico que me hizo daño en los pulmones.

Y en ausencia de la niebla, entre los engendros cundió el pánico. Los satures que quedaban en pie se arrastraron desesperadamente hacia las sombras, profiriendo espeluznantes gritos. Los agentes huyeron hacia sus coches, y de alguna parte vi descolgarse un esclavista y salir huyendo como una araña atormentada. Luego, algunos de los amigos de Maethel se desplomaron sobre el suelo casi al unísono. Entre los que quedaron en pie empezaron a presentarse síntomas de histerismo. Uno empezó a gritar y a hiperventilar. Otros seguían aturdidos, mirando al cielo y luego alrededor, sin saber dónde estaban ni qué les ocurría. Y eso que no podían verse. En la realidad tenían un aspecto muy distinto al que lucían en la Ilusión: demacrados, sucios, con profundas ojeras, vistiendo harapos y con la piel teñida de un insano color amarillento. Algunos aún tenían restos de pólipos pegados a la cara o a la espalda. Me sentí mal por ellos. Pobres cosechas…

—Esto no está pasando —murmuró Darren.

Me giré hacia él. Estaba inmóvil, con la pistola en la mano. Su camiseta tenía agujeros y quemaduras. Llevaba el pelo sucio y la barba mucho más crecida y tenía los ojos hundidos y apagados. Maethel también parecía conmocionado. Su situación era aún peor: el pelo le llegaba hasta casi las rodillas y estaba escuálido, plagado de pólipos y cubierto de telas de araña. Se le marcaban los huesos de la cara y los ojos le brillaban con una intensidad demente.

Lot también les estaba mirando. Reaccionó, tirándole de la manga a su maestro.

—Liam. Liam, hay que hacer algo.

—¿Qué…?

—Hay que hacer algo con esta gente.

El maestro ilusionista volvió en sí y tras reflexionar unos segundos se giró hacia la awen, que permanecía en pie en el centro de la plaza, custodiada por los Guardianes. Levantó la voz para hacerse oír.

—Vamos a ejecutar el nidra. ¿Tenéis algún inconveniente?

La awen fijó sus resplandecientes ojos en el hombre que le hablaba. Su figura apenas podía distinguirse tras dos de los Guardianes, que cerraron filas ante ella como si desearan protegerla de la propia voz de Liam. Finalmente, la muchacha asintió con la cabeza.

—Adelante. Estamos de acuerdo.

Me volví hacia Lot, confuso y abotargado.

—¿Qué es eso del nidra?

Pero mi amante ya no me escuchaba. Él y Liam se habían puesto en movimiento casi al unísono, con una coordinación tan perfecta que parecía ensayada. Se colocaron detrás de Darren y Maethel y les cubrieron los ojos con la mano, susurrando en sus oídos. No pude escuchar las palabras, pero sentí vibrar el aire sucio con ellas y vi cómo los ojos de los ilusionistas se iluminaban de forma antinatural.

—Es un hechizo —me dijo Nun—. Es para devolver a los durmientes al sueño.

—Pero si la Ilusión ha caído… ¿a qué sueño van a volver?

—A los suyos. La ilusión más poderosa es la que proyecta el propio subconsciente humano. Sus mentes tienen refugios, lugares comunes. Pueden protegerse del exterior dentro de sí mismos.

—¿Es una especie de hipnosis, entonces?

—Algo así. Dormirán, pero creerán que han despertado, que todo lo que han vivido aquí solo ha sido un sueño. Volverán a estar en sus casas, en su mundo, aunque ya no exista. Y cuando la Ilusión vuelva a alzarse, si es que eso ocurre, se readaptarán a ella.

—¿Y funciona?

Nun sonrió con cierta amargura.

—Sí, siempre funciona. El ser humano tiene una gran capacidad para engañarse a sí mismo, sobre todo cuando se trata de enfrentarse a cosas inconcebibles. Nuestra mente es nuestra arma más poderosa, pero también es una trampa. Es al mismo tiempo la cadena que nos ata y la llave que nos libera.

Intenté pensar sobre ello mientras los ilusionistas se abrían paso a través de la plaza, cerrando los ojos de los hombres y mujeres allí reunidos y arrastrándoles con gentileza a un sueño plácido. Los durmientes permanecían de pie y al cabo de un rato comenzaban a andar de regreso a sus cubiles, pisos medio derruidos en edificios que un día fueron hogares, agujeros donde guarecerse en una ciudad muerta.

Liam y Lot se movían con calma y exactitud, como si cada paso estuviera medido, igual que en una coreografía repetidamente practicada. La plaza lucía un aspecto muy similar al que mostraba en la Ilusión, pero ya no había limoneros ni raíces desproporcionadas surgiendo del suelo. Las baldosas estaban desgastadas, con la marca profunda de un uso milenario, y también la piedra de las casas y de la gran catedral parecía más erosionada, más antigua. Por lo demás, todo parecía hallarse en perfecto estado. Las siluetas de los dos ilusionistas no desentonaban en el lugar. De alguna manera, parecían más cómodos ahí que cualquiera de nosotros. Me di cuenta de que el aspecto de Liam no había cambiado en absoluto, su imagen en la realidad era idéntica a la que ofrecía en la ilusión. No había polvo en su ropa ni tenía mal aspecto, ni lucía el cabello enmarañado. En cuanto a Lot, cuando me fijé en él estaba de espaldas. En el instante en que se dio la vuelta y nuestros ojos se encontraron fortuitamente, apenas unos segundos, me sobrecogí. La visión de aquellos dos orbes de cristal naranja me golpeó con amargura. No estoy seguro de si su aspecto era verdaderamente tan distinto al que mostraba al otro lado, o es que por primera vez fui capaz de ver y asumir lo que él en realidad era. En la Ilusión, Lot siempre me había resultado un tanto artificial. A este lado, la impresión era aún más intensa.

No eran sólo los ojos, que parecían los de un muñeco muy bien hecho. Era todo. El aspecto plástico y pulido de la piel, el color negro demasiado intenso de su pelo, el leve tic con el que movía el cuello hacia un lado… había algo horrible y vacío en él. Cuando acabaron de hechizar a los durmientes, ambos se detuvieron un instante y mantuvieron una breve conversación. Yo no apartaba la vista de él, examinando todos sus gestos mientras hablaba con Liam: sus expresiones faciales me resultaban forzadas, mecánicas, y el resplandor de sus ojos, las emociones que parecían parpadear en ellos de cuando en cuando para luego desaparecer, me puso enfermo.

Me habían enseñado que los Ilusionistas eran humanos modificados, pero aquello me parecía aberrante. Lot no parecía un humano modificado, parecía un humano atrapado en un autómata. O un autómata con algo de alma humana. Liam, sin embargo… apenas había nada extraño en él, salvo el brillo de los iris cuando usaba su magia.

—¿Estás bien?

Me volví hacia Nun, asintiendo con la cabeza.

—Sí, claro. Bueno, no. No entiendo qué ha pasado. ¿Y la niebla?

—No lo sé. Pero no creo que tarde en volver. La Organización no permitirá que la Ilusión se desmorone, y los Vigilantes tampoco.

—¿Esto no es cosa de los Vigilantes, entonces?

La augur negó con la cabeza. Supe que me ocultaba algo, pero a decir verdad, en ese momento no quería saber nada más. Las cosas ya eran bastante complicadas tal cual.

—Los Vigilantes aprobamos la existencia de la Ilusión. Creemos que es necesaria  para evitar que los habitantes de la ciudad caigan en la desesperación. Muchos de ellos no soportarían la verdad… así que intentamos prepararles poco a poco y guiarles hacia el Despertar de manera progresiva cuando ya están listos para ello. Solo si quieren, claro. Muchos prefieren permanecer en la Ilusión.

—No me digas —comenté con ironía.

¿Quién narices iba a querer despertar a algo como esto? El Barrio Viejo no estaba mal, pero el resto de la ciudad era un montón de mierda en progresivo deterioro. Además, las únicas opciones que tenían después de despertar eran buscar refugio en el Aaru, cosa no siempre posible, o unirse a la Resistencia. En el Aaru no había nada que hacer, y en cuanto a la Resistencia, seguramente vivían en las condiciones más duras posibles. Sin esperanza de cambio, en una guerra constante salpicada de treguas en la que nadie ganaba nunca. Era una batalla estéril que duraba siglos ya. No, ese despertar que tanto amaban los Vigilantes no era más que una condena para muchos. En sus vidas ficticias tenían un objetivo, un propósito, una dirección. ¿Qué objetivo o propósito iba a tener aquí una modelo, un oficinista o una ama de casa? Sus familias muchas veces ni siquiera existían. Todo cuanto amaban no estaba, y no es que lo hubieran destruido o se lo hubieran arrebatado… simplemente nunca había estado ahí. Era una mierda. Una súper mierda, en realidad.

—Hoy tendremos una larga noche en nuestras oficinas, con muchas llamadas telefónicas, muchos acuerdos, muchas propuestas… A menos que la Organización nos culpe de lo ocurrido. Entonces se reavivará la guerra.

Miré a Nun. Parecía muy preocupada.

—¿Has visto algo más? En el futuro.

Ella negó con la cabeza.

—No... pero he oído algo que no puedo explicar.

—¿Qué has oído?

—Una canción.

Alcé las cejas. Iba a añadir algo más, pero Nun me dio la espalda y se dirigió hacia la catedral. La miré alejarse, sintiéndome triste de repente. Ella tampoco era distinta aquí, tenía el mismo pelo rosa y el mismo aire juvenil. Me pregunté si había sido injusto con ella al desconfiar cuando nos conocimos. Me pregunté por qué era amiga de Lot a pesar de todo.

Entonces observé que la plaza estaba ya vacía. Maethel y Darren también habían desaparecido y sólo quedaban allí Lot y Liam. Lot estaba haciendo algo con el bastón, golpeando de vez en cuando las losas con el pie, como si buscara algo. Liam hablaba por teléfono. Cuando llegué junto a ellos acababa de cortar la comunicación.

—Me he puesto en contacto con Senaqerib para ver si sabe algo de todo esto. Al parecer han puesto en marcha un protocolo de urgencia para restaurar la estabilidad y volver a levantar la Ilusión. Nos necesitan a todos.

—¿A todos los Ilusionistas?

Liam asintió con la cabeza.

—A todos los buenos, al menos —agregó Lot—. Sería un momento perfecto para volver y ganarme de nuevo la entrada al paraíso, ¿no te parece, maestro?

Me volví hacia él con sorpresa.

—No lo creo —replicó Liam, que no se había alterado lo más mínimo—. Te archivarán de todas maneras. Con suerte quizá se limiten a reciclarte, pero no pasarán por alto tu disfunción.

—Disfunción —repitió Lot, con media sonrisa—. Me encanta la terminología de la Organización. Todo parece tan limpio y burocrático…

—¿Sabía ese tal Sen… Sean… como se llame qué es lo que ha ocurrido? —pregunté—. Hemos oído música y una trompeta… y esa luz blanca… ¿qué demonios ha pasado?

Liam negó con la cabeza.

—No están seguros. Dice que algo ha afectado directamente los nodos de energía que alimentan la sede de la Organización y el sistema de niebla y reactores. Una fuerza espiritual pura se ha desatado, como en una explosión, y casi los destruye por completo.

—Fuerza espiritual pura —repetí, escéptico.

—Así es.

—¿Lo dices en serio?

El maestro Ilusionista asintió con naturalidad.

—Las fuerzas que dominan este mundo van más allá de las leyes de la física y la ciencia tal y como tú la conoces. Es cierto que la niebla es un compuesto químico y que gran parte de las armas de la Organización son creaciones científicas humanas, pero también existen otras cosas. —Se cruzó de brazos, regalándome una sonrisa suave—. ¿De dónde crees que proceden las Pesadillas?

—La Organización nos creó —respondí sin dudar—. Somos sus hijos.

—¿Y a partir de qué?

Esa pregunta me turbó profundamente. Después de que un ejército de Vigilantes saliera de la Catedral, de estar a punto de morir devorado por los satures, de que el cielo se abriera y etcétera etcétera, aquellas cuestiones existenciales me mareaban.

—No estoy seguro de que sea el momento para esta conversación.

—Mis disculpas, entonces —rectificó Liam, haciendo una inclinación de cabeza—. No pretendía incomodarte.

—Así que han atacado a la Organización —interrumpió Lot. Le miré con disimulo mientras rebuscaba en su chaqueta para sacar un cigarrillo. Se lo puso en los labios y lo encendió, expulsando el humo por la nariz. Sus fosas nasales no se dilataron como deberían haberlo hecho. Aparté la vista a toda prisa—. ¿Y quién ha sido el héroe o el idiota que se ha atrevido a ir tan lejos? ¿Los Desvelados?

—Aún no lo sabemos, pero ahora mismo y hasta que se restituya la Ilusión, todo está al descubierto.

—¿Todo? —Lot frunció el ceño. Los ojos de cristal se tiñeron de grave preocupación—. ¿Estamos expuestos, entonces?

—Totalmente expuestos —asintió Liam—. Si los Vigilantes se enteran, podrán verlo todo. Nuestras calles, nuestros intercambiadores, nuestros laberintos, nuestros juegos de espejos, nuestros escondrijos… todo lo que hemos hecho está ahora al alcance de sus ojos. Habrá que rediseñar la red al completo.

—Genial. Entonces estaréis muy ocupados. Con un poco de suerte, la Organización nos dejará en paz y se olvidará de nosotros.

Liam entrecerró los párpados y alzó la barbilla, mirando a Lot con dureza. Parecía molesto.

—¿Ese es tu plan? ¿Esperar a que se olviden de ti?

—Sí, en líneas generales, sí.

El maestro Ilusionista quedó en silencio, pero en su rostro se leía con claridad la decepción. Hasta yo me sentí juzgado y rechazado. Lot se revolvió, incómodo.

—No digas nada —espetó, señalando a Liam.

—No estoy diciendo nada.

—Pues deja de mirarme así. ¿Acaso tienes una idea mejor? No, olvida que he preguntado eso —se apresuró a añadir—. No quiero saberlo. Es mi tiempo, y tiene fecha de caducidad, así que lo emplearé en lo que me apetezca.

Pero Liam no iba a olvidarlo.

—Tienes fecha de caducidad, sí. Pero también libertad, independencia, magia y talento. Podrías hacer grandes cosas con eso. Cosas que cambiarían el mundo. No tienes nada que perder y mucho que ganar, tanto para ti como para los demás. Podrías buscar formas de autoabastecerte, sobrevivir y ayudar a…

—Eres tú el que quiere cambiar el mundo, no yo —interrumpió Lot, con un tizne de amargura en la voz. Saboreé el rencor en sus palabras, en la forma en que ambos se miraban. Se adivinaba toda una historia ahí detrás de sus ojos artificiales, dos de color naranja, dos de color aguamarina—. ¿Por qué no lo asumes de una vez? Sólo quiero pasar mis últimos días tranquilo, en casa. En paz.

—¿En qué casa? —intervine.

Lot se volvió hacia mí, como si no entendiera. Me crucé de brazos también y le miré con censura. Si Liam estaba enfadado con él, seríamos dos contra uno.

—En la tuya, si me aceptas. Y si no, en la mía, claro.

Oh, claro. Lot tenía siempre respuestas para todo.

—Tenemos que hablar —dije.

Liam nos miró con extrañeza. Tenía el ceño fruncido y no parecía nada contento con la situación. Tuve la sensación de que estaba conteniéndose para no decir algo, y a juzgar por su expresión, eran cosas que no iban a gustarnos. Especialmente a Lot. Finalmente, suspiró y se despidió con cortesía, pero también con frialdad.

—Adiós —dijo, agarrando el bastón y colocándose el chaleco.

Se daba la vuelta para marcharse cuando Lot le llamó.

—Espera. —Liam se detuvo—. Esa no es manera de despedirse. Lo correcto es «buenas noches». Además, es lo que dices siempre. Buenos días, buenas tardes, buenas noches… hasta más ver, o hasta mañana.

Miré de reojo a Lot. Me resultaba admirable esa actitud suya, el modo en que intentaba esconder el miedo tras su aspecto indiferente y su palabrería superficial. Nunca le funcionaba, no una vez que le conocías lo suficiente… pero él seguía haciendo el mismo teatro una y otra vez. Esa persistencia en lo inútil le hacía, al menos, digno de reconocimiento.

—Buenas noches —dijo Liam, con un tono de voz más plácido, mirándonos de soslayo—. Iré a veros pronto.

—¿Y si Alex no me deja volver a casa? —preguntó Lot—. ¿Y si nos vamos a París o algo así?

Liam esbozó media sonrisa.

—Entonces tardaré un poco más en llegar.

. . .


Escena 23, toma 2

Cuando Liam se marchó, Lot y yo desandamos el camino hacia el exterior de la plaza. Allí estaba aparcado su coche, perfecto, sin una mota de polvo ni una raya en la pintura, tan fuera de lugar en aquel entorno post apocalíptico como todo él. Me abrió la puerta como si no hubiera pasado nada. Yo me detuve, poniendo los brazos en jarras y mirándole con censura.

—¿Qué? —se encogió de hombros—. ¿No podemos hablar dentro? Seguimos estando en peligro —me recordó—. Dudo que sea buena idea quedarnos aquí sin más y discutir en medio de la calle.

Entré a regañadientes, abrochándome el cinturón sólo para evitar que lo hiciera él, como acostumbraba. Puso el vehículo en marcha y avanzamos a través de las calles. Todo era distinto, deprimente, pero no me resultaba ajeno. En realidad ya conocía aquellos paisajes siniestros, los rincones en sombras, las hogueras prendidas en las viejas barricadas que ya nadie usaba, los montones de basura y desechos, los restos de amianto descolgados de las paredes rotas y las siluetas consumidas y letárgicas de los durmientes que deambulaban.

Después de todo lo que había sucedido, de todas las cosas increíbles que habíamos visto, no sabía cómo empezar la conversación. El concepto que Lot pudiera tener de Alex, del amor, de pronto me resultaba algo sin importancia. Estaba tentado de dejarlo pasar, pero tampoco podía eludirlo como si nada. Mientras yo me devanaba los sesos, meditando la mejor manera de abordar el tema, él se me adelantó, para mi sorpresa.

—Había salido a buscarte. Nun me iba a ayudar. No debería haber usado los canales de onda media pero la verdad es que no tenía otra manera. —Hizo una pausa para abrir el cenicero. La temperatura era agradable dentro del coche y el olor de la carrocería ya era para mí algo acogedor y familiar. Me sentía demasiado cómodo, y no quería sentirme cómodo. Miré a Lot. Sus ojos de cristal giraron en las cuencas. Había algo mecánico en el movimiento, en el parpadeo. No es que fuera torpe, pero no era del todo natural—. Tenemos que arreglar las cosas, Athaliah.

—Llámame Alex —espeté—. Por poco que te guste, es quien soy ahora.

—Eso no es cierto —respondió con tranquilidad—. No eres Alex, y tampoco eres Athaliah. Devoraste a ese chico al que tanto amas, te metiste en su cuerpo y le asimilaste. Pero eso no te convierte en él.

—Ya lo sé. Soy algo diferente, algo nuevo. Pero tampoco soy Athaliah.

—¿Y entonces, qué vamos a hacer? ¿Te bautizamos?

Las ironías de Lot me resultaban refrescantes en algunos momentos. Ese no era uno de ellos.

—No. Ya te he dicho que me llames Alex.

—Bien, así que tengo que seguir refiriéndome a ti por el nombre de tu ex —concluyó con cierta acidez.

—No seas infantil, joder —solté, volviéndome hacia él—. ¿De verdad es eso lo que tanto te molesta? No entiendes nada. Nunca has entendido nada. Él fue para mí lo mismo que Liam podría ser para ti, si tú no fueras tan cretino. —Su conducción se volvió más brusca, pisó el acelerador mientras sorteábamos bidones en llamas y avanzábamos quizá demasiado rápido sobre una calzada llena de grietas. Vi cómo apretaba los dedos en torno al volante, tensándose más y más con cada una de mis palabras—. Me hizo cambiar. Me hizo ser mejor persona, de hecho me hizo ser una persona cuando no lo era. Amarle me convirtió en algo digno. ¿Cómo pudiste juzgar eso con ligereza, cómo pudiste decir que un amor así no tiene valor? La forma en que él quería a todos los que pasaban por su vida… la forma en que Liam te quiere a ti, eso es lo más grande que existe en la puta mierda de mundo en que vivimos. Y mientras no entiendas eso, no puedes seguir formando parte de mi vida.

Hubiera esperado un frenazo, una discusión, un reproche. Algo. Pero Lot no dijo nada. Tenía el ceño fruncido, la expresión furiosa y contenida. Podía sentir la rabia que vibraba en el interior de su cuerpo de autómata, pero por alguna razón no parecía dispuesto a dejarla salir. Deseé estrangularle. Era frustrante. Tras aguardar unos minutos y no obtener respuesta de sus labios, me recoloqué en el asiento y miré a través del parabrisas sin ver, sumido en mi propio enfado.

El mundo era una mierda, sí. Y nosotros éramos seres corrompidos y quebrados que se arrastraban por él. Alex era demasiado bueno para mí, igual que Liam era demasiado bueno para Lot. Yo no había sido capaz de alejarme de Alex. Lot parecía haber tenido más éxito… al menos a ratos. Esbocé una media sonrisa amarga. «Nos merecemos el uno al otro», me dije. «Somos tal para cual.»

—No es como tú crees.

Le miré de reojo.

—Explícamelo, entonces —le insté con fervor, echándome hacia él—. Ya sé que odias tomarte las cosas en serio, pero al menos déjame verlo de alguna manera. Dame una pista, un aliciente… algo, lo que sea. Dame una base para sacar mis conclusiones.

Negó con la cabeza.

—Nada salió como debería… —La luz turbia de la ciudad arrancaba destellos ocres en su piel, hacía brillar más sus inquietantes ojos. Me pareció escuchar con más fuerza el sonido de los engranajes. Su voz se volvió opaca, indiferente, como siempre que se distanciaba de las cosas—. Me reprochas que juzgo a Alex sin saber nada, y tienes razón. Pero ahora tú estás haciendo lo mismo.

—Cuéntamelo —insistí.

Las calles oscuras se abrían a nuestro paso. Escuchábamos el intenso murmullo de los ventiladores, girando a toda potencia. La niebla se extendía de nuevo. De las profundidades de una boca de alcantarilla surgió una rémora, arrastrándose y buscando desesperadamente con sus ojos de insecto, que refractaron la luz de los faros de nuestro coche.

—Nada salió como debía —repitió—. Cuando firmé con la Organización las cosas fueron muy mal. Los días pasaban y yo no podía superar el proceso, así que realizamos un conjuro para que pudiera conectarme y desconectarme de los restos de mi alma a voluntad. Era la única manera de superar el dolor.

—¿Qué?

Había visto a los Vigilantes emerger de la Catedral como ángeles vengadores. Había visto desmoronarse la ilusión, había visto resplandecer las estrellas. Y sin embargo, aquellas palabras de Lot eran para mí más asombrosas y terribles que todo lo demás.

—Él me entregó un don para defenderme de algo a lo que no podía enfrentarme. Y yo lo usé… y tanto que lo usé. Lo usé entonces, y lo usé después, lo usé cada vez que las cosas se volvían difíciles, cada vez que algo dolía… y muchas cosas dolían. Al final he acabado por desconectarme de mí mismo y me he acostumbrado. Así es como paso la mayor parte del tiempo.

—¿Sin sentir nada?

—Sí, claro que siento cosas. Pero no al mismo nivel que tú, ni mucho menos al mismo nivel que Liam.

Le miré, incrédulo. Lot nunca me había parecido una persona desapasionada, de hecho era muy apasionado en la cama, y también con su trabajo… no obstante, otras veces imponía una distancia infranqueable, como en aquel momento.

—Entonces, ¿cuando algo no te gusta, simplemente le das a un botón y dejas de sentir molestia o desagrado? ¿Es eso?

—También puedo hacerlo cuando algo me gusta demasiado. La desconexión emocional es muy útil cuando se trata de ponerse práctico —replicó, sonriendo a medias.

No me creí esa última frase.

—Tú no has sido muy práctico desde que te conozco.

—Ya.

Lot pisó el freno y dejó pasar a una larga fila de durmientes, que arrastraban los jirones de su ropa por la carretera, cruzando un paso de peatones. El semáforo estaba destrozado y no funcionaba. Aun así, ellos lo miraban mientras avanzaban como zombies hacia el otro lado de la calle. Tragué saliva al verles y luego miré de nuevo a Lot.

—Continúa. Aún no veo claro adónde quieres llegar con todo esto.

Lot suspiró y asintió con resignación, poniendo de nuevo el motor en marcha cuando la procesión de durmientes hubo concluido.

—No puedes comparar a Alex con Liam porque ellos no son iguales, así como tú y yo tampoco lo somos… y nuestras circunstancias, nuestras historias, son diferentes. Pero para ser justos, tengo que darte la razón en ciertas cosas. Por ejemplo, no negaré que soy un cretino. A estas alturas está muy claro. Ni tampoco que soy un egoísta, un superficial y todas esas cosas que os gusta llamarme a los dos. —Levanté la ceja, pero me tragué la réplica que tenía en la punta de la lengua—. También soy un cobarde. Pero es muy difícil explicar lo que ha ocurrido entre él y yo, por qué las cosas son como son y por qué necesitaba esa desconexión. Así que en cuanto a eso… si bien tienes parte de razón, es imposible comparar ambos casos.

—No me estás diciendo nada —le interrumpí, acorralándole—. Hablas y hablas, pero no haces más que dar evasivas y datos poco claros.

—¿Qué quieres, que te cuente toda la maldita historia? Eso no viene al caso ahora, además, tampoco me apetece recordarla. La cuestión es…

—Sí, por favor, dime cuál es la jodida cuestión —exclamé, furioso.

Me desesperaba.

—La cuestión es que creo que sigues enamorado de Alex. Y no me gusta. Puede que la forma en la que yo te quiero no sea la más generosa, ni la más valiente, ni la menos tóxica, pero te aseguro que es real, y está aquí, ahora. Por eso soy infantil y soy celoso, y por eso quiero tenerlo todo de ti. No quiero que me des un amor universal. Quiero que me des todo lo que eres, solamente a mí. —Me miró a través del retrovisor—. No soy idiota del todo. Sé que esto que tengo contigo es lo único que me queda. Lo único que merece la pena al final de mis días es lo que estoy construyendo contigo, y no voy a dejar que se venga abajo. Si tengo que morderme la lengua respecto a tu extraño onanismo contigo mismo y Alex, lo haré. Tengo más experiencia en eso de lo que crees.

Por un momento me quedé sin palabras. No era lo que me esperaba de él, y no sabía cómo reaccionar. Una parte de mí estaba furiosa, pero otra parecía fundirse lentamente en la esperanza y el amor correspondido. Quería matarle y besarle.

—Pero esto no tiene futuro —dije, odiándome a mí mismo por tener la voz temblorosa—, tú mismo lo has dicho… no es más que una tabla de salvación a la deriva…

—Sin duda —replicó él, esbozando media sonrisa cansada—, pero eso no lo hace menos puro.

—¿Puro? —Mi asombro dio paso a la incredulidad. Parpadeé, aturdido—. No te entiendo, Lot. En serio. Eres imposible. Te doy por perdido. Y además… además tienes la desfachatez de mostrarte celoso, como si tú no tuvieras también a alguien más en tu corazón, aunque nunca hables de ello, aunque nunca lo confieses.

—En cierto modo es un alivio que alguien se dé cuenta —replicó con una risa amarga entre dientes.

—Pues claro que me doy cuenta. No estoy ciego, sé lo que sientes por él y curiosamente no me importa… pero, ¿cómo puedes echarme en cara que…?

—Sí, ya lo sé. Hay alguien más en mi corazón. Pero a pesar de todo, sólo tienes que mirar dónde se encuentra para tener las cosas claras.

Entrecerré los ojos, tratando de entender aquellas últimas palabras. Lot me miró de soslayo y me hizo un gesto con la barbilla. Entonces miré sobre mi brazo y la vi. La salamandra estaba allí, posada en mi hombro tranquilamente. Me devolvió la mirada con expresión altiva y sacó la lengua. En este lado, brillaba con suavidad en intervalos constantes, igual que latidos.

De pronto lo comprendí todo. Bueno, no todo. Pero entendí muchas cosas. Recordé al pequeño reptil guiándome a través del laberinto de espejos, lo recordé sobre mi cabeza, en mi espalda, en mi pecho, pegándoseme a la piel mientras hacíamos el amor. Recordé despertar con él sobre mi mejilla, mirándome con la misma expresión altiva.

—Siempre va hacia ti —finalizó el ilusionista, con un tono resignado que no se me pasó por alto—. Haga lo que haga, va hacia ti. No importa lo que piense, cuánto me convenza a mí mismo. Da igual lo desconectado que esté. Mi corazón sigue vivo y sabe lo que quiere.

No supe si reír o llorar. Agarré la salamandra con cuidado y la mantuve entre las manos, dándome la vuelta en el asiento para apoyar la frente en la ventanilla. Durante los minutos que siguieron no fui capaz de decir nada, tampoco de pensar con claridad. Las emociones eran demasiado intensas y contradictorias. Miraba a la lagartija, acariciándola con el pulgar. El bicho estaba caliente y sentía el pálpito sordo al tocarla. Era increíble. Era mágico y esperanzador, pero también era terrible. ¿Cómo podía Lot vivir así? ¿Era un cobarde, o realmente su sufrimiento era tan intenso que no podía soportarlo? Me dejé mecer por los recuerdos que habíamos creado, los retazos de los momentos compartidos que alimentaban mi memoria y mi alma casi nueva.

Cuando me di cuenta, estábamos frente a la casa de Alex.

—Hemos llegado.

Asentí sin mirarle. Lot aguardó unos segundos, luego se apeó del vehículo y me abrió la puerta. El aire era frío y hostil, corrosivo. Me deshice del cinturón y bajé, luego alcé la mirada hacia él y le tendí la salamandra. Él me miró inquisitivamente.

—Si quieres seguir a mi lado, tienes que estar entero —dije. El Ilusionista entrecerró los párpados—. No quiero que vuelvas a desconectarte de tu alma, Lot. No quiero que lo hagas nunca más. Tú dices que lo quieres todo de mí, y estoy dispuesto a dártelo. Pero exijo que me correspondas de manera justa. Y para eso, tienes que ser quien eres por completo. —Lot bajó la mirada hacia mis manos, donde la salamandra se removía, inquieta—. Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos. Superaremos cualquier cosa, y si no, nos hundiremos juntos en la desesperación, pero no más máscaras ni más escondites —insistí.

El Ilusionista asintió con la cabeza.

—De acuerdo.

—Ya. Pero podría ser mentira, ¿no?

Lot se rió entre dientes.

—No. Ya no.

Agarró la lagartija y se la estampó contra el pecho. Tuve que apartar la vista. Por un momento, un fuerte resplandor naranja se desplegó como una nebulosa… y después comenzó a cambiar, destellando con colores inimaginables hasta convertirse en una luz blanca y efervescente.

Cuando el brillo se disipó, Lot cayó de rodillas, aturdido y jadeante. Dos gruesas gotas de líquido oscuro se escurrieron desde sus ojos de cristal hasta el suelo quebrado. Me incliné para sostenerle. Su cabello perfecto se desordenó, le sentí respirar profundamente, como si se ahogara.

Mientras le acompañaba escaleras arriba igual que a un herido de muerte, fui más consciente que nunca de su fragilidad. Durante mucho tiempo, Lot había levantado un elaborado sistema de defensa para sobrevivir a la Organización, al paso del tiempo, a la falta de un propósito, a las ilusiones rotas, al rechazo, al amor no correspondido, al arrepentimiento… Durante mucho tiempo había vivido a salvo tras esos muros. Ahora yo le había obligado a echarlos abajo, todos y cada uno de ellos.

Durante un instante, cuando la niebla color ocre volvió a cerrarse sobre nosotros y a engullir toda esperanza, me pregunté si no estaba cometiendo un error.

—¿Te duele? —pregunté, un poco asustado.

No podía verle la cara, sólo las sombras que proyectaba su cabello al precipitarse sobre su rostro. Se contrajo y soltó una risa seca.

—Podría ser peor.

Entonces, como si sus palabras hubieran sido una invocación, el teléfono de Lot comenzó a sonar. Lo busqué en su chaqueta y descolgué, sin pensarlo demasiado. La voz de Liam me habló desde el otro lado y, de nuevo, el suelo desapareció bajo mis pies.

—No ha habido acuerdos. La tregua ha caído. Va a haber guerra.

Durante dos, tres segundos, el silencio se quedó suspendido en el tiempo como un pañuelo lanzado al aire justo antes de caer.

—Preparaos.

Liam cortó la comunicación. El pañuelo cayó. El tiempo se reanudó y en alguna parte de la ciudad, a la vez que el suelo vibraba con la fuerza de todos los reactores de la Organización, comenzaron a sonar las sirenas.

. . .

©Hendelie & Neith






3 comentarios:

  1. DIOS!! Esto está buenísimo chicas!
    Lot y Alex... Lot y Alex... me encanta como han hecho para que ambos se entiendan y se acepten de esa forma..

    ¡Espero pronto la nueva actualización!

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  2. M-I-E-R-D-A ahora si que se va a poner jodido D:

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