Escena
28, toma 1
Los minutos que pasamos a solas en
aquella plaza fueron demasiado largos. Me quité la camiseta y la rompí para
intentar vendarle las heridas a Lot. Su pierna seguía perdiendo líquido y
parecía incapaz de hablar sin jadear o sin que su rostro se transfigurase en
una mueca de dolor. Creí que era la jodida herida, pero no, debía ser otra
cosa, porque seguramente él ni siquiera sentía la pierna.
A mi alrededor se sucedían fogonazos y
destellos. Los awen cantaban y ahora
su melodía se había vuelto distinta, más rotunda y poderosa. Era un grito de
batalla. Los guardianes pasaban a mi lado a la carrera, sus espadas
destellaban. Los disparos eran cada vez más potentes. Finalmente, sonó un
trueno y todo pareció detenerse, al menos por el momento.
Yo no había visto nada, sólo a Lot
apagarse poco a poco. En algún momento, más por instinto que por verdadero
conocimiento de lo que hacía, me enchufé a él con los aguijones y empecé a
traspasarle energía. Eso se me daba bien, era mi función original. A partir de
ese momento empezó a recuperarse. Parpadeaba para mantenerse despierto y a
veces murmuraba frases que yo no entendía. Eran frases absurdas e inconexas: se
quejaba de los premiados en la ceremonia de los Oscar de aquel año, del precio
de los discos de vinilo y del auge de las tiendas prêt-à-porter en detrimento de las sastrerías. Parecía un abuelo
quejica. Al final, hasta me hizo sonreír.
—Eres un gruñón.
Le acaricié el pelo, presa de cierta
somnolencia. La transfusión me estaba dejando agotado y sin energías para mí
mismo.
—¿Sí? Bueno, ¿qué quieres que haga? Estoy
intentando mantenerme despierto, y la mejor forma de mantenerme despierto
cuando tengo sueño es follando o enfadándome.
—Si tienes sueño tal vez deberías dormir
—propuse.
Lot me lanzó una de sus miradas de
ultra-asco.
—¿Tú estás loco? ¿Es que no te han
enseñado nada las películas de acción?
—¿Qué pasa ahora? —protesté.
—Siempre que a alguien le pegan un tiro,
sus compinches le dicen que no se duerma, que se mantenga despierto. Si te
duermes, te mueres.
—Es el puñetero cine, Lot. No es la vida
real. No te vas a morir por dormirte, demonios.
—Ah, eso no puedes saberlo. ¿Acaso eres
médico?
—¿Y tú? ¿Eres médico? —espeté. Lot frunció el ceño y cerró la boca
a regañadientes. Los ojos le brillaban, no parecía un moribundo. Si no fuera
por aquel desconchón tan horrible en el esmalte… —. Pues cállate y guarda tus
energías, o al final sí que acabaremos los dos fiambres.
Él iba a protestar de nuevo cuando unos
pasos rápidos se aproximaron a nosotros: eran unas deportivas de color rosa,
susurrando sobre las baldosas desgastadas. Ahí estaba Nun de regreso. Traía
entre las manos dos tubos de cristal resplandecientes, como barras de uranio. Y
al principio pensé que era algo así, pero en vez del brillo fluorescente de la
radiación, tenían un resplandor pálido e irisado dentro.
—¿Qué tal estáis, chicos? Liam ya me ha
contado —resumió, acuclillándose junto a nosotros—. Ten, idiota.
Le tendió los dos tubos de vidrio a Lot,
que los agarró con nerviosismo. Destapó el primero con los dientes y una nube
de color dorado pálido brotó de su interior, como vapor espeso y denso,
derramándose despacio. Los ojos de Lot resplandecieron con un poderoso fulgor
anaranjado y el humo fluyó hacia él, filtrándose por su boca y sus fosas
nasales como si fuera una bocanada de uno de sus cigarros con aroma a chocolate.
Luego exhaló un suspiro de alivio y placer y se dejó caer en el abrigo que le
hacía de almohada, como si de pronto estuviera muy, muy relajado.
Miré a Nun. Sabía lo que era eso, pero la
interrogación en mi mirada tenía muchas más implicaciones.
Ella sonrió a medias.
—Nosotros también utilizamos el nefesch, pero no lo producimos del mismo
modo que lo hace la Organización. No le arrancamos el alma a nadie ni la
metemos en un generador. Esta energía espiritual se produce de forma natural a
partir de las emociones de los seres humanos. Los ensalmadores la recolectan
cuando se libera en el ambiente.
Parpadeé, intentando entender eso.
—Vale…
Ella rió, aunque yo no le veía la gracia.
¿Qué coño le pasaba a todo el mundo, cómo mantenían el sentido del humor en
estas situaciones?
—Es como la diferencia entre la
producción industrial y la ecológica. ¿Oíste hablar de eso en la ilusión? Ya
sabes, granjas de gallinas donde todos los pobres animalitos estaban encerrados
y eran obligados a poner huevos constantemente. Luego había otros lugares donde
las gallinitas vivían en corrales —siguió explicando, con ojos brillantes y una
voz un poco cursi, como si hubiera retrocedido a los diez años— y eran libres,
y estaban súper felices. Comían maíz y sus dueños las querían. Allí ponían
huevos también, pero muchos menos, claro. Aunque de mayor calidad.
—¿Me estás diciendo que este nefesch es como un huevo de gallina
ecológica?
—Algo así.
—¿Y en serio es tan bueno? —inquirí con
cierta glotonería.
Lot respondió por ella, mirándome con
ojos embriagados.
—Por Dios, y tanto que lo es…
Luego entornó los párpados y se guardó el
otro frasco en el bolsillo interior de su malograda chaqueta.
—Liam me ha llamado —interrumpió Nun—. Me
ha dicho que tenemos que moverle a la parte de atrás. Ya tiene todo lo
necesario.
Lot y yo nos miramos, luego la miramos a
ella. Fui yo quien hizo la pregunta.
—¿Todo lo necesario para qué?
Nun se lamió los labios y luego los
mordisqueó.
—Para arreglar esto. Venga, vamos.
Supe que nos estaba ocultando algo, pero
no dije nada. Entre los dos, ayudamos a Lot a incorporarse. Él llevaba el
bastón agarrado en una mano, con la otra se sostenía en mí. Rodeamos la
catedral y llegamos a la parte de atrás, donde Liam nos aguardaba con un
Chrysler de color negro con las puertas de atrás abiertas. Había colocado
sábanas y toallas sobre los asientos, de modo que cuando dejamos ahí al
maltrecho ilusionista la tapicería no sufrió ningún desperfecto. Me sorprendía
la capacidad que tenía el Maestro Ilusionista para controlar hasta el menor
detalle, pero al mismo tiempo me irritaba. Me daba la impresión de que era
demasiado cerebral. Además, ahí estaba, serio y pálido pero sin dedicar
siquiera una mirada a Lot. Nos ayudó a colocarle en los asientos de atrás y
hasta le abrochó el cinturón de seguridad. Sus gestos hacia él eran cuidadosos
y atentos pero esquivaba su mirada y no le dirigió la palabra.
—¿Dónde vamos? —pregunté.
—A casa —respondió él, ya de espaldas.
Se sentó en el asiento del conductor y yo
corrí para subir al del copiloto. Nun nos dijo adiós con la mano, asegurándonos
que tendría el móvil conectado y que ya se había encargado de que tuviéramos
libre el camino. Yo me despedí de ella, sinceramente agradecido, y luego Liam
arrancó. Abandonó la zona por uno de los túneles, que pertenecían al área
peatonal y a través del cual, presuntamente, no podían circular los coches.
Pero allí ya no había leyes ni control. Cuando salimos al otro lado, no
estábamos al otro lado exactamente sino al oeste del barrio viejo.
El silencio en el interior del vehículo
era tenso y tan espeso que casi parecía un jodido muro. Liam conducía con la
vista fija al frente. Su semblante era por completo inexpresivo. En cuanto a
Lot, miraba por la ventanilla con cara de fastidio.
—No entiendo a Nun —confesé en voz alta.
Lo estaba pensando precisamente en ese momento y me pareció una buena forma de
romper el hielo—. ¿Por qué nos ayuda? ¿Aún piensa que voy a prestarme
voluntario para esos estúpidos experimentos de los Vigilantes?
Transcurrieron varios segundos sin que
nadie dijera nada. Empecé a pensar en otro tema de conversación, pero entonces
Lot respondió.
—No creo que sea por eso. No creo que los
Vigilantes tengan idea de que ella nos está ayudando.
—¿No? Pero tienen que saberlo, de lo
contrario no le habrían dado el nefesch.
—No creo que se lo hayan dado, Alexander.
Miré a Liam, algo confuso.
—Lo ha robado.
Abrí los ojos como platos y miré a uno y
a otro.
—¿Le ha robado a los Vigilantes para
nosotros? Joder, pues sí que es una buena amiga.
—Sí que lo es.
La respuesta de Lot me extrañó. A Liam
también. Ambos le miramos a través del retrovisor y él nos devolvió la mirada,
encogiéndose de hombros con indiferencia mientras se encendía un cigarro.
—¿Qué coño pasa?
No dijimos nada más hasta llegar a
nuestro destino.
. . .
Escena
28, toma 2
Por alguna razón, yo había dado por
sentado que cuando Liam dijo «a casa» nos dirigíamos a mi casa. Pero no fue
así. Íbamos a casa de Lot. El Maestro Ilusionista detuvo el vehículo frente a
la puerta y la abrió con su propia llave, desconectando la alarma al entrar. La
casa estaba vacía y fresca. Olía a jazmín y cedro, seguramente a causa de algún
ambientador natural. Ayudamos a salir a Lot y le dejamos sobre el sofá del
salón.
—La tapicería… —se quejó él.
—Shhh, no te preocupes por eso ahora.
Por primera vez, Liam hablaba con Elliot.
Les miré, con un nudo en la garganta. El maestro le estaba peinando con los
dedos, arrodillado delante del sofá. Me alejé unos pasos y me asaltó la súbita
necesidad de apartar la vista. Me sentía como una especie de intruso. Pero
entonces, Lot empezó a murmurar a media voz. No escuché la primera parte, pero
luego se quejó y negó con firmeza.
—No. —Volví a mirar. La mano de Lot
estaba aferrada a la muñeca de Liam, que tenía los dedos sobre sus ojos—. No,
no, no, maldito se…
Y ya no dijo nada más. Liam suspiró y se
apartó, dejando a mi amante inconsciente sobre el sofá. Yo iba a protestar
cuando los ojos severos y decididos del Maestro Ilusionista se volvieron hacia
mí y me clavaron al suelo.
—¿Tienes fe, Alex?
—Sí —respondí sin dudar.
—Bien. Así me gusta. —Al instante, Liam
volvió a arrodillarse delante de Lot y empezó a desnudarle. Le quitó la
chaqueta y la camisa, tirándolas al suelo sin ningún cuidado. Luego le rompió
el pantalón, rasgando las costuras a tirones con las manos desnudas. Su forma
de actuar me sorprendió, estaba llena de urgencia y toda esa atención por los detalles que había
demostrado antes parecía haberse esfumado—. Escúchame bien: la situación es
grave.
Me había acercado poco a poco, intentando
que no me temblaran las manos. Cuando Liam dijo aquello, me sentí aún peor.
Cuando uno escucha a alguien como él decir que la situación es grave es porque
lo es.
—¿Se va a morir? —pregunté con un hilo de
voz.
—No, saldrá de esta. Puedo solucionar
parte del problema, pero necesito ayuda para lo demás.
—Dime qué tengo que hacer.
No me atrevía a acercarme más, aunque
deseaba acuclillarme a su lado y limpiarle la cara, pero me limitaba a estar
ahí de pie, inmóvil, retorciéndome las manos ensangrentadas. Me sentía enfermo.
Me sentía débil. Pero sobre todo, me sentía culpable. Lo que había pasado no
era responsabilidad mía, maldición, fue Lot quien se metió en medio sin avisar,
sin preparar a nadie, sin pensar… fue él quien se lanzó delante de Mara. Sin
embargo, yo le había empujado en cierto modo. Todos le habíamos empujado a
involucrarse en la guerra, y cosas como aquellas eran las que ocurrían en las
guerras: la gente resulta herida, la gente muere.
Y además, había algo más que me afectaba
profundamente. Algo que tenía que ver con mi pasado.
Yo no sabía cuidar de las personas. No
había sabido cuidar de Alex, que se había muerto entre mis brazos mientras yo
lloraba de desesperación intentando retenerle en este mundo. Bueno, en cierto
modo tuve éxito, si uno lo piensa bien. Pero esa no es la cuestión. La cuestión
es que no supe cuidar de él y le maté por ser lo que soy. Tampoco había sabido
cuidar de Lot. Había tardado demasiado en comprender su fragilidad y también lo
complejo de su forma de amar y de sentir. Le había obligado a volver a unirse
consigo mismo, a ser uno con la salamandra. Era eso y no otra cosa lo que le
llevaba a aceptar decisiones que de otro modo nunca tomaría, como regresar a
por Liam o arrojarse delante de Mara de forma visceral y totalmente absurda.
¿Y si aquello era un error? ¿Le había
condenado? Al fin y al cabo, fue el propio Liam quien le ayudó a crear ese
cisma dentro de sí mismo en aras de su supervivencia.
—¿Me estás escuchando, Alex?
Parpadeé y me encontré con los ojos
aguamarina observándome, insistentes.
—Lo… lo siento, disculpa, yo… —me solté
las manos y las dejé caer a mis costados. Además de todo eso, ahora era el
ayudante más inútil del mundo. Genial.
Liam no resopló ni se desesperó. Volvió a
repetírmelo todo. Agua hirviendo, tijeras, agujas de coser, frascos de cristal,
una jeringuilla limpia. Una sierra. Una jodida llave inglesa. Asentí mecánicamente
y me puse a buscarlo todo por la casa.
Fue una noche larga, y una mañana más
larga aún. En toda mi vida, nunca me había visto en una situación como aquella,
y mientras hacía de asistente para Liam y el tiempo transcurría, pesado y
lento, cada vez me iban impresionando menos las cosas que veía. Liam había
pasado las primeras horas limpiando la sangre y los fluidos del ilusionista. Le
hizo un torniquete en la pierna con el cinturón y revisó el resto de su
anatomía. Lot estaba ahí, inerte, con los ojos cerrados y totalmente inmóvil,
como un maniquí. Costaba un poco doblarle las articulaciones. Me pregunté si
estaba sintiendo algo, pero no me atreví a formularlo en voz alta.
Después de haber limpiado y desinfectado,
Liam empezó a hacer cosas terribles. Estaba remangado hasta los codos, y aun
así, se ensució de sangre y de ese extraño líquido oscuro por todas partes.
Despeinado y sudoroso, apartaba pliegues de carne de su muslo, o de lo que
quedaba de él, y metía pequeños instrumentos para ajustar cosas que sonaban
como tuercas, o algo así. De vez en cuando, se dirigía a mí con voz dulce para
encargarme que trajera más agua, por favor, o que le enjugara la frente. En
ocasiones me di cuenta de que me enviaba a la cocina a por trapos o servilletas
sólo para darme un respiro y que me alejara de la carnicería por un rato. Aun
así, aguanté estoicamente. Durante toda la operación, mantuve un par de
aguijones enganchados a Lot. Me estaba quedando seco, pero me daba igual.
Notaba parpadear su energía y temía que dejara de brillar en algún momento.
—Lo estás haciendo muy bien —me decía
Liam—. Eres muy valiente. Eso es.
—¿Dónde has aprendido todo esto? —me
atreví a preguntar en algún momento.
El Maestro Ilusionista parecía saber
exactamente lo que tenía que hacer. Su respuesta me dejó estupefacto.
—Algunas cosas, en la guerra, hace muchos
años, antes de que existiera la Organización. El resto no las he aprendido…
pero creo que es lo lógico ahora mismo.
—¿Estamos improvisando?
Liam tardó en responder. Luego encogió un
hombro, sin dejar lo que estaba haciendo.
—Cuando sabes cómo funciona una cosa, no
es tan difícil arreglarla.
—Lot no es una cosa —espeté.
—No quería decir eso —repuso él con voz
conciliadora—. Dame la sierra.
Le aproximé el instrumento. Era una
sierra de carpintería que había encontrado en un trastero semioculto tras la
puerta de la cocina. La casa de Lot estaba llena de cosas que yo no había
podido ver ni curiosear en la primera visita, pero ahora, poco a poco, había ido
descubriendo algunos recovecos interesantes. Si no hubiéramos estado en medio
de una operación, o algo así, habría disfrutado de lo lindo husmeando en cada
rincón.
Sin embargo, todos esos pensamientos se
congelaron en mi mente cuando vi a Liam empuñar el trasto e inclinarse sobre
Lot.
El ruido del metal cortando el hueso me
transportó de una jodida patada en el culo a la irrealidad. Porque aquello,
simplemente, no podía estar pasando.
Lot despertó de golpe, sus ojos muy
abiertos, el rostro lívido y aturdido. Soltó un grito desgarrador.
La sangre salpicaba por todas partes.
Empecé a ver doble y me mareé.
—¡Sujétale! —me gritó Liam.
Sujétalesujétalesujétale… su grito volvió a mí, amplificado en ecos sordos. El aire se
volvió espeso y algodonoso a mi alrededor. Cuando me quise dar cuenta, estaba
obedeciendo.
—Por favor, no grites. Pronto pasará.
Todo irá bien, Lot, tranquilo, ¡tranquilo!
Le dije esas cosas y muchas otras, pero
no sirvió de nada. Su rostro desencajado y desfigurado a causa del terror
estaba grabado en mis retinas. Jamás le había visto así y nunca volví a ver
nada parecido. Lágrimas oscuras le corrían por el rostro. Miraba alrededor,
como buscando una escapatoria, pero no tenía fuerzas ni coordinación para ir a
ninguna parte. Finalmente, Liam llegó al nervio o a lo que fuera que Lot tenía
en su lugar y este se desmayó. Rompí a llorar, y así me quedé, sollozando en
silencio hasta que Liam, cirujano a la fuerza, hubo terminado con su labor.
—Ya está.
Eran las siete y media de la mañana. Yo
tenía el rostro enterrado en el sofá y a Lot cogido de la mano. Podía sentir su
pulso y su calor. Estaba vivo, aunque inconsciente. Sus dedos se aferraban a mí.
—Le has cortado la pierna… —susurré, aún
incrédulo.
—No tenía solución. Había que quitársela.
—Le has mutilado…
—Le pondremos otra.
—No le has dicho nada. No le dijiste lo
que ocurría, ni a mí tampoco.
—Es lo mejor para él. Sólo he hecho lo
que había que hacer.
—¿Cómo puedes ser así? —Mi voz era
mecánica, átona. Estaba superado por todo, no sólo por lo que acababa de
suceder, sino por todo lo que estaba ocurriendo en el mundo, en mi vida—. Tomas
decisiones sin contar con nadie. Manejas y manipulas a tu antojo y te guardas
cualquier opinión y sentimiento para ti. Ni siquiera le diste ánimos mientras
veníamos en el coche. Ni le miraste a los ojos. No le has dado las gracias
siquiera después de lo que ha hecho para salvarte. ¿Cómo puedes acusar a Lot de
hacer lo mismo que tú haces? —Sorbí la nariz. Estaba llorando—. Yo te admiraba.
Aún te admiro… pero sois iguales. Los dos sois iguales.
Liam no respondió. Yo había esperado
alguna reacción, pero en eso también eran iguales, pensaba yo. El Maestro
Ilusionista se había ido para esconderse de mis palabras, de sus propios
sentimientos y de su culpabilidad. O eso creía.
Pero me equivocaba.
A los pocos minutos, él regresó. Sus
manos me apartaron de Lot y le solté a regañadientes. Me ayudó a sentarme en el
sofá, junto a mi amante dormido. Liam estaba tranquilo y sereno, seguía
arremangado pero se había lavado las manos, que aún estaban húmedas. Y había
traído una cazuela con agua tibia para lavarme a mí.
Eso fue lo que hizo, mojando una toalla
para limpiarme los restos de sangre y lágrimas del rostro.
—Tienes razón en parte, pero no del todo
—me explicó. No parecía afectado por mis acusaciones—. Claro que le estoy
agradecido. Por supuesto que soy consciente de lo que ambos habéis hecho por
mí. Pero no era el momento. No todos tenemos los mismos ritmos, Alexander, no
todos hacemos las cosas del mismo modo. Ahora que estamos a salvo, puedo
relajarme, pero antes no podía hacerlo. Y mis emociones existen, están aquí
dentro —dijo, llevándome la mano a su pecho— y son más intensas de lo que
puedes imaginar. Pero cuando hay una situación de peligro, lo primero es
resolverla. Los agradecimientos tienen que esperar. Las disculpas, también. Y
desde luego, las emociones son lo último que debe adquirir protagonismo en esas
circunstancias..
Iba a protestar, pero esta vez él no me
dejó.
—Cada cual hace las cosas a su manera,
Alexander. A veces, nuestra forma de proceder puede herir los sentimientos de
los demás, es cierto. Pero forma parte de la manera de ser de cada cual, y
comprender y perdonar eso es una muestra de amor, al igual que lo es el
intentar no hacer daño a otros con nuestra manera de comportarnos. Yo he
respetado siempre esos principios en mi trato con vosotros. Así que os pido que
lo respetéis en mí.
Me sentí aturdido. De pronto no me creía
con derecho a hacerle reproches, aunque pensaba que mis acusaciones de antes
seguían siendo lógicas. Entonces pensé en la de cosas que nosotros habíamos
hecho sin contar con él. En cómo le habíamos puesto en peligro, en cómo
habíamos huido de él y de su protección, en cómo habíamos ignorado
flagrantemente todos sus consejos.
Apreté los labios y le miré mientras
terminaba de cuidarme.
—Te sentaría bien un baño —dije al cabo
de un rato, tratando de mostrarme conciliador.
Liam sonrió a medias.
—Supongo que sí.
—¿Tienes… hambre, o… algo? —pregunté
vagamente.
Mi ineptitud para cuidar a las personas
me avergonzaba.
—No, estoy bien. No te preocupes. Sólo
estoy un poco… impresentable. —Hizo una pausa, se pasó la mano por el pelo y
miró alrededor, pensando quién sabe qué—. De momento no hay nada más que podamos
hacer, de modo que seguiré tu consejo y tomaré un baño. Si necesitas algo,
avísame.
Le aseguré que así sería y le seguí con
la mirada mientras recogía las cosas con movimientos muy lentos, como si se le
hubieran acabado las energías. Al fin, suspiré y me relajé, con la cabeza
apoyada en el respaldo.
—Dios mío, estáis locos los dos —murmuré,
acariciando los cabellos de Lot—. Totalmente locos. Pero lo has hecho bien. Has
sido muy valiente.
Me incliné y le besé la frente, justo
sobre el desconchón requemado. Se escuchaban unos roncos silbidos metálicos
cada vez que respiraba, como si estuviera aún estropeado. Temí que la
intervención de Liam no hubiera sido suficiente.
—Tú también te habrías llevado a Ariane
—le dije en un susurro, recordando la película que habíamos visto aquella
lejana tarde, antes de que todo se convirtiera en un caos. «No, todo era un
caos ya entonces. Solo que nosotros estábamos escondidos, como si nada nos
pudiera tocar»—. No habrías sido un cobarde como Joe Bradley y la princesa Anna
en Vacaciones en Roma… esa tampoco es
tu escala de valores. Eres muy valiente, solo que muchas veces se te olvida.
Vamos a curarte —añadí, escurriendo una de las toallas para humedecerle la
frente con agua fresca—. Ya verás como todo sale bien.
—No son cobardes.
Fue apenas un susurro. Con un
estremecimiento de absurda felicidad, me incliné hacia él.
—¡Lot!
—No son cobardes, es que es una situación
diferente… —Hablaba muy bajito, débil y adormilado. Le interrumpí con mis
besos, eufórico—. En serio, deberías verla otra vez desde otra… perspectiva.
—Vale, la volveremos a ver —exclamé,
cubriéndole de besos y de lágrimas. Estaba tan feliz de escucharle que todo me
daba igual. Si me hubiera pedido que me vistiera como una zorra y bailara pole dance lo habría hecho—. Y me la explicarás
hasta que la entienda…
Reía y lloraba al mismo tiempo, agotado y
aliviado. De pronto, Lot se contrajo sobre sí mismo y palideció, cerró los ojos
y empezó a respirar con dificultad.
—Dios… —murmuró—. Creo que…
Yo me había quedado quieto, asustado.
Empecé a buscar alrededor. ¿Algo le estaba molestando? ¿Qué le ocurría?
—Creo que me muero… —jadeó.
Se me cayó el corazón a los pies.
—No… no, no, no. ¡Liam! —Grité. Volví la
cabeza hacia el lugar donde el salón se abría en un arco y se veía la
escalera—. ¡Liam! —Volví a mirarle a él—. ¡Aguanta!
Lot me agarró de la mano, respiraba de
forma rápida y superficial. Mis lágrimas empezaron a gotear abundantemente
sobre su frente y su cabello.
—No llores, amor mío —me dijo—. No quiero
que…
Su voz se interrumpió, crispó el rostro
en un gesto de dolor.
—No, por favor. Por favor…
Le acogí entre mis brazos, temblando.
Todo daba vueltas. El mundo parecía desmoronarse. Pensaba que estaba preparado,
pero aquello…
—Dime tu nombre… dímelo… dime que me
quieres…
Le miré a los ojos, arrasado por el
llanto.
—Mi nombre es Athaliah —confesé por
segunda vez, en esta ocasión con un talante muy distinto al de la primera—.
Maldita sea, soy Athaliah y no soy más que un jodido chupasangres, pero te
quiero… Dios, no sabes cómo te quiero. No te vayas. No te vayas, por favor… por
favor…
Entonces Lot cerró los ojos. Exhaló un
suspiro que temí que fuera el último.
Y después, sonrió.
—En fin, flaquito, si me lo pides así…
Su voz sonaba totalmente normal. Abrió
los ojos y me agarró del pelo para besarme, un beso brusco, apasionado y lleno
de energía. Al principio me sorprendí, pero después le aparté con fastidio.
¿Sería posible? Estuve a punto de montar en cólera, pero el alivio de saber que
no había sido más que una pantomima era más fuerte que mi indignación. Y
además, ya le conocía lo suficiente. Por lo visto, finalmente me había
acostumbrado a sus mierdas.
—Mira que eres cabrón —le reproché aun
así, molesto.
Luego volví a besarle. Sus labios estaban
calientes y sabían un poco a gasolina y a alcohol. Los abrió y metió su lengua
en mi boca, rodeándome con los brazos y atrayéndome hacia sí. Sus gestos eran
apasionados, auténticos. Casi eufóricos. Me contagió con ellos y cuando quise
darme cuenta estábamos dándonos el lote en el sofá.
—Cuidado… —jadeó, apartándome un poco—,
ten cuidado con mi pierna… me vas a aplastar…
—No la tienes —respondí rápidamente,
besándole otra vez ansiosamente
Tenía una necesidad física de él. Cuando
estaba entre sus brazos, todo se hacía real: yo era yo, era Athaliah y era Alex,
y era más fuerte que nunca. Quería seguir besándole, apartar las sábanas con
las que Liam le había dejado protegido, subirme sobre él y hacerle el amor como
si no hubiera un mañana. Porque en realidad, nunca sabíamos si habría un mañana
o no.
Pero Lot volvió a apartarme al poco,
mirándome con expresión cautelosa.
—¿Qué has dicho?
—¿Qué he dicho de qué?
—¿Qué es lo que no tengo?
Me mordí el labio. Suspiré profundamente
y me senté en el sofá con cara de circunstancias. Bueno, tendría que
explicárselo antes o después. Podría esperar a que Liam regresara… aunque al
parecer se había dormido en la bañera, porque no había oído mis gritos.
—Alex, dime qué coño pasa.
—Verás, es sobre tu pierna izquierda… Mara
te la destrozó. Así que tuvimos que amputarla.
Abrió los ojos desmesuradamente. Luego
frunció el ceño. Levantó la ceja.
—¿Qué?
—Liam dijo que era lo único que podíamos
hacer… yo no quería… bueno, no lo sabía. Él simplemente lo hizo, y cuando me
quise dar cuenta ya estaba con la sierra y…
Suspiró profundamente y se llevó una mano
al rostro. Pensé que estaba desolado o furioso, pero pronto le vi agitar los
hombros. Se estaba riendo. Se estaba partiendo de risa, en realidad. Volvió a
apartar la mano y a mirarme, luego bajó la mirada hacia la sábana.
—Claro… por eso sólo me asoma un pie.
Movió los dedos del pie derecho y volvió
a soltar una larga carcajada, echándose hacia atrás en el sofá.
Yo no sabía muy bien qué hacer.
—Liam dijo que… que te pondríamos otra.
¿Eso es posible?
—Y yo qué coño sé —repuso él, dejando de
reírse poco a poco. Su sonrisa dio paso a un rictus de desdén, de frío enfado.
Esto ya era más normal en él—. Soy ilusionista, no soy un puto médico.
«Qué casualidad, lo mismo que le pregunté
en la plaza. Y lo mismo que le pregunté a Liam, ¿no? Maldita sea. ¿Y si se
queda cojo?», pensé.
—Lo arreglaremos…
—¿Que lo arreglaremos? —Levantó la sábana y se miró el
muñón, luego me enfrentó, furioso—. Joder, ¿por qué me la habéis quitado? ¿En qué coño estabais pensando? Ahora soy un lisiado. ¿He sobrevivido a
un Verdugo para quedarme defectuoso el resto de mis escasos días?
—La llevabas colgando, tío —me defendí yo—. Estaba
destrozada. No podías tener eso así… además, Liam sabe hacer salamandras con
corazones, ¿no? Algo podrá hacer, seguro. Encontraremos repuestos o… o algo.
—Repuestos. —Me miró con desprecio absoluto. Yo no
me sentía molesto. Lot volvía a ser él mismo, y eso me agradaba. Al fin y al
cabo me había enamorado de Lot siendo él un cretino insoportable. Era la
persona a la que amaba, con toda su jodida imperfección y todos esos defectos
que tanto asco me daban. No negaré que deseaba que mejorase un poco, claro.
Pero le quería tal como era. Era un capullo, pero se merecía ser amado—.
¿Repuestos? —Siguió gritando, desahogando su frustración—. ¡Era MI pierna,
maldita sea!
—Joder, no te lo tomes así. Piensa en lo que pasó.
Quiero decir… la has perdido por un acto heroico. ¿Es que no vale la pena?
Sí, lo sé. Minutos antes, yo odiaba a Lot por
haberse hecho el héroe y haberse puesto en peligro de esa manera. Pero ahora,
cuando todo parecía haber salido bien, más o menos… pues ¿qué queréis que os
diga? Estaba orgulloso de él. Y si pensáis que soy contradictorio, decidme que
vosotros no os habéis contradicho en vuestras vidas. Pues eso. Si los seres
humanos fuerais coherentes, el mundo no se habría ido a la mierda.
—Recapacita, anda —insistía yo—. ¿No crees que es
un precio bajo por lo que has hecho?
—Sí, vale, he sido el héroe del día. Pero no me
gusta dejar de tener mi pierna. Lleva conmigo toda la vida, le tengo cariño.
Tengo derecho a cabrearme cinco minutos por perderla, ¿no? ¿O qué pasa?
—Bien, como quieras.
Me crucé de brazos y le dejé disfrutar
tranquilamente de su enfado. Refunfuñó un rato y al poco empezó a mirar bajo la
sábana, examinando el trabajo de su maestro.
—¿Qué habéis hecho con ella? No la habréis tirado…
—No —mentí. En realidad no tenía ni idea. Durante
ese rato, solo había estado pendiente de Lot y de no desmayarme—. Está
guardada.
—Bien, porque quiero enterrarla. —Le miré,
incrédulo. A lo mejor el muy cretino había perdido la cabeza del todo con
aquello. Pero no. Estaba bromeando, a su manera—. Le daremos sepultura bajo una
lápida en la que ponga: «Aquí yace la pierna izquierda de Elliot Salamander. La
derecha y el resto de su cuerpo no la olvidan».
—Sí, claro. Y contrataremos a unos tipos para que
disparen salvas al aire.
—Y un coro que cante el Auld Lang Syne.
Sonreí a medias y volví a dejarme caer hacia atrás
a su lado, apoyándome en el respaldo del sofá. Él se había erguido a medias y
se estaba peinando con los dedos. Agradecí que no pidiera un espejo. Aún tenía
el desconchón y se le iba un poco un ojo.
—Si quieres podemos ponerte la pierna de Ariel.
¿Cuánto medía?
—No, de Ariel no. Sus piernas son horribles y
enclenques.
—¿Cómo lo sabes?
Él se encogió de hombros y yo preferí no preguntar.
—Mejor una de las piernas de Solomon, entonces.
Miré el reloj. Eran casi las ocho y arriba se oían
de nuevo los grifos de la ducha. Al parecer, Liam seguía vivo y despierto.
Supuse que no tardaría en bajar. Tras preguntarle a Lot si necesitaba algo y
recibiendo sólo respuestas absurdas —una mamada, una pata de palo, un corcel de
batalla—, me limité a prepararle un Martini del mueble bar y pensar en dos
cosas dispares: por un lado, cómo narices mantenía Lot una casa tan lujosa y
con todas las comodidades en este lado de la realidad y por otro, si realmente
podríamos arreglarle la pierna.
—¿No hay mecánicos en la Organización? Para
arreglar a gente como nosotros, quiero decir.
Lot estaba agitando el Martini. Asintió a medias.
—Están los Corruptores, pero dudo que vengan hasta
aquí a atenderme. He perdido el derecho a la Seguridad Social, flaquito. De
todos modos, normalmente los ilusionistas no perdemos trozos. No somos unidades
de combate.
—Pero alguna vez habrá pasado, ¿no? —insistí yo.
—Creo que a las unidades defectuosas las envían al
reciclaje.
Hice una mueca. Joder con el reciclaje.
—En algún sitio tendrán… repuestos, o algo. Bueno,
ya pensaremos en algo.
—¿Me falta algo más? —preguntó él, súbitamente
preocupado.
Yo le miré de reojo y negué con la cabeza.
—No, estás bien, creo. Voy a avisar a Liam de que
ya estás despierto —añadí rápidamente, poniéndome en pie. No estaba seguro de
haberle dicho la verdad, y quería que el Maestro Ilusionista estuviera cerca
para dar las explicaciones. Ya estaba harto de comerme yo todos los marrones—.
Estaba muy preocupado, y creo que no he sido muy justo con él antes.
El ilusionista asintió, mientras su mirada se
volvía algo pensativa. Me escrutó con curiosidad.
—¿Has discutido con Liam?
—No —dije, con una media sonrisa—. Qué va. Sólo…
—negué con la cabeza— es igual. —Me levanté y me dirigí a toda prisa hacia la
escalera, dando voces—: ¡Liam! ¡Lot está despierto y gruñendo!
. . .
Escena
28, toma 3
Cuando Liam bajó al fin, recién duchado y
despejado, deslumbrante como todo un caballero, yo fui a la cocina y preparé
algunas cosas en una bandeja. Lot tenía queso de marca, aceitunas, conservas y
caviar iraní. Todos esos productos debían salir de alguna parte, y algo me
decía que Nun no era la única que robaba a sus jefes. Seguramente Lot había
saqueado todo eso de los refugios de los jefazos de la Organización. ¿De dónde
coño sacaban esas cosas? Observé la lata de caviar mientras preparaba unos
platos con comida para los tres. Para tener caviar hacía falta un pez gigante,
¿no? El puñetero pez ese que ponía los huevos que luego se cogían y se metían
en el bote. ¿Dónde podrían esconder un pez los jefazos de la Organización?
Cuando me dirigía hacia el salón, vi que Liam
estaba de cuclillas junto a Lot, que había vuelto a tumbarse. Me pregunté si
había empeorado. La escena me parecía íntima, así que esperé un poco, medio
escondido detrás del arco de acceso a la sala de estar. Desde allí, vi a Liam
agarrarle la mano, tocarle la cara y hablarle en voz baja, con apasionada
vehemencia, mientras le miraba con preocupación. Lot respondió también entre
susurros. De pronto, Liam le soltó y se levantó, indignado. Intercambiaron un
par de palabras ásperas y el Maestro Ilusionista se dio media vuelta, enfadadísimo.
Casi se chocó conmigo en la puerta. Nos miramos, confusos. A su espalda, Lot
gritó:
—¡Pero no te pongas así! ¡Solo era una broma!
Alcé la ceja.
—Se ha fingido moribundo —resumió Liam, con total
aplomo y gesto de dignidad ofendida.
—Ah, ya. A mí también me lo ha hecho —le confesé
con una sonrisa comprensiva.
—Voy a prepararme un whisky, si me permites.
Lo necesito.
—Claro, tranqui.
Dejé a Liam en la cocina, bebiendo a
solas para digerir la bromita de los cojones. A él le había sentado bastante
peor que a mí. Entré al salón y me senté en el suelo, dejando la bandeja en la
mesita de café.
—Mira que eres cabrón, Lot.
Sin darme cuenta, me puse a comer sin
esperar a nadie más. Estaba hambriento, aunque la comida no me saciaría. Lot
cogió una patata frita.
—Él no tiene sentido del humor.
—Es que eso que haces no tiene ni puta
gracia —dije con tranquilidad. En esos momentos me costaba guardarle rencor.
—Bueno, ¿y vosotros qué? Tengo que estar
moribundo para que me abráis vuestro corazón. Eso no es justo.
—Pero qué jeta tienes. Eso es una trampa
y está muy feo. No se le hace a la gente a la que se quiere. —Lot hizo una
mueca, como imitando mi forma de hablar con cierta burla—. Y no te rías.
—Qué pesados sois.
Se reacomodó en el sofá y siguió bebiendo
Martini mientras yo comía. De vez en cuando, intercambiábamos una mirada de
complicidad. Él sonreía con malicia y me hacía sonreír también a mí. Hacía
mucho tiempo que no le veía tan enérgico, tan… brillante. Había perdido una
pierna, pero en cierto modo, acababa de nacer.
—Pareces sentirte muy bien.
—Estoy mejor que nunca, a pesar de todo
—confesó, cogiendo otra patata—. Dime la verdad, ¿te he asustado mucho con lo
del espejo?
Me encogí de hombros.
—Un poco. Pero sé por qué lo hiciste.
Aunque odio que hagáis esas movidas sin avisar… pero lo entiendo, yo habría
hecho lo mismo por ti. Y estoy seguro de que Liam también, si hubiera sido al
revés.
Lot frunció un poco el ceño, como si le
hubiera molestado mi mención a su maestro.
—Sí, seguro. Solo que cuando él hace
estas cosas siempre regresa impoluto, sacudiéndose la melena y diciendo algo
heroico. Yo me arrastro como un perro y se me cae una pierna.
Me reí entre dientes, metiéndome otra
rebanada de pan tostado con caviar entre pecho y espalda.
—No creo que a él le hubiera ido mucho
mejor, si te sirve de consuelo.
—Me sirve. —Dejó el Martini en la mesa y
se encendió un cigarrito tras buscar intensamente en su chaqueta durante unos
minutos—. Oye, ¿quieres hacerme un favor? —Le miré, interrogante—. Sube arriba,
llena mi estupendo jacuzzi y métete
ahí hasta que hayas hervido toda la mierda que llevas encima. Luego coge una
camisa de mi armario y vístete en condiciones. Eres demasiado mono para ir por
ahí tan sucio, joder.
Obedecí sin rechistar, pero antes de irme
le di unos cuantos morreos, solo para que se acordara de mí durante mi
ausencia.
Estuve en remojo más de media hora,
pensando en todo lo ocurrido y en el futuro que se nos presentaba a partir de ese
momento. Nos habíamos metido de lleno en el conflicto, ya no había más billetes
de vuelta, más huidas ni caminos de regreso. Ahora teníamos que seguir hasta el
final. No sabía si Lot estaba preparado, tampoco sabía si yo lo estaba, pero de
alguna manera, estaba convencido de que era lo correcto. «Tantas vueltas
escapando de la realidad… y al final no queda más remedio que enfrentarla», me
dije. Sí, durante mucho tiempo había intentado evadirme de una realidad que
odiaba. Ya fuera fingiendo tener una vida normal con Alex, o después, con la
amnesia… Incluso tras conocer a Lot nos refugiábamos en el piso de Alex y nos
escudábamos con mentiras y con cintas de vídeo para no tener que mirarnos a los
ojos, para no tener que enfrentar cara a cara la realidad. Ahora ya no nos
quedaban máscaras… pero no era tan malo como parecía. Ahora al menos, podíamos
hacer algo al respecto. Y eso era un alivio.
Además, no estábamos solos. Liam nos
guiaría. A su lado, estaba seguro de que podríamos hacer grandes cosas. Si Lot
solucionaba sus problemas con él —y estaba seguro de que los solucionarían, ya
me encargaría yo— alcanzaría todo su potencial. Podíamos dar un vuelco a la
situación, quién sabe… o al menos, tomar parte. Nuestra parte, por pequeña que
fuera… pero nuestra.
«Sí, eso haremos. Primero le pondremos una
pierna nueva a Lot y después nos posicionaremos junto a Liam y le ayudaremos
con sus planes. Seguro que podemos aportar algo».
Con esta idea en mente, salí de la
bañera, ya aseado y limpio, y me sequé con una de las mullidas toallas que Lot
tenía en su lujoso cuarto de baño. Me miré al espejo: seguía teniendo ojeras,
pero lucía mucho mejor aspecto. Me impresionó percibir cierto cambio en mi
fisonomía… o mejor dicho, en la de Alex. En el fondo de los ojos seguía el
resplandor violáceo, pero además de eso, en la expresión de mi mirada había
algo que reconocí enseguida como propio. Era mi insolencia. Me sonreí, algo
vanidoso, y también en la sonrisa me encontré a mí mismo. No quería perder a
Alex, no quería dejar de ser él… y nunca lo haría. Pero Athaliah estaba
encontrando poco a poco su lugar en este nuevo ser completo.
Cuando entré a la habitación de Lot para
buscar algo de ropa, me sentí un poco como un intruso. Me vestí con un pantalón
gris de kashmir que nunca le había
visto puesto a Lot y una camisa de cuello cerrado. Tenían pinta de ser las
clásicas prendas que se usan para hacer yoga o tai chi, aunque no creía que Lot
practicara ninguna de esas movidas. Mientras me ataba los botones pensaba en
Alex, en mí mismo y también en Elliot y Liam. Decidí darles un poco de tiempo a
solas. Tendrían cosas de las que hablar. En realidad, debían aclarar muchos
asuntos y mi presencia —ahora lo comprendía— les servía muy bien de excusa a
ambos para no enfrentarse a sus propios problemas, así que me entretuve un rato
regresando al cuarto de baño. Estaba todo muy bien organizado. Había dos
lavabos y dos pastillas de jabón, dos cepillos de dientes, dos clases de
lociones de afeitado y dos peines distintos, lo cual llamó mi atención.
Mientras hacía tiempo me hice la manicura, me afeité y me puse cremas de la
increíble colección de cosméticos que había dentro de un armarito. Luego me
probé colonias y me pinté los ojos. Por último, me limpié el rímel y bajé al
salón con cautela.
Desde el arco de entrada les podía ver.
Estaban sentados uno frente al otro y el Maestro Ilusionista mojaba un pincel
en un estuche, aplicándoselo después a Lot en la frente. Él estaba inmóvil y
con cara de fastidio, sujetándose el pelo hacia atrás. Ambos parecían
relajados. La escena era tan cotidiana que estuve a punto de echarme a reír.
—No te muevas —decía Liam con su tono de
voz característico, tan sosegado y apacible—. Ya casi está.
—No me estoy moviendo.
—Acabas de hacerlo. —Lot resopló, pero el
otro siguió con lo suyo sin inmutarse—. Cuando hablas, mueves los músculos
faciales.
—Pues como todo el mundo.
—Exacto. Así que procura no hacerlo.
—¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Que no
me mueva o que no hable?
—Ninguna de las dos cosas.
Me di la vuelta y me senté en el suelo,
procurando no hacer ruido. Ellos se comportaban el uno con el otro de una forma
en la que yo nunca me había comportado con Alex. Su relación era muy distinta a
la nuestra. Nosotros éramos dulces, afectuosos… sobre todo él. Nos hablábamos
con cercanía y claridad. Entre Lot y Liam, en cambio, las cosas eran mucho más
complicadas. Todo parecía estar en clave, e imponían una distancia de seguridad
que me hacía pensar en todo el daño que sin duda se habían infligido el uno al
otro.
—No debiste hacerlo —dijo Liam,
aprovechando el ya largo silencio de Lot.
—Estabas delante de un verdugo armado y
no tenías mucho aspecto de ir a dispararle. ¿Qué debería haber hecho, según tú?
—No era un verdugo cualquiera. Era Mara.
Al menos no se estaban gritando. Estaban
hablándose en un buen tono, tranquilo y sin veneno. Suspiré y ladeé la cabeza
contra la pared. Recordé lo que había dicho Liam sobre el tiempo y los ritmos,
y pensé en el tiempo que hacía que se conocían. Me pregunté cómo sería para mí
el tiempo si tuviera doscientos años, pero no saqué ninguna conclusión
interesante.
—No la culpo por odiarme. Siento que haya
acabado así —confesó Lot. Luego, tras una pausa, añadió—: Mara ha muerto, Liam.
—Hubo un largo silencio. Supuse que el Maestro Ilusionista estaba digiriendo la
noticia—. Yo no la ataqué, pero al final la encontró un Guardián.
—Lo imaginaba. Era difícil de evitar, me
temo. Habría ocurrido tarde o temprano.
No percibí afectación alguna en la voz de
Liam. Pero ahora sabía que eso no quería decir nada.
—Y sin embargo, tú ibas a tratar de
convencerla. Incluso hoy. ¿Por qué? —Una nueva pausa y después una pregunta
casi exasperada—: ¿Es que nunca te rindes?
Hubo otro silencio en el que me imaginé
perfectamente a Liam, pensativo, reflexionando profundamente acerca de ello. Y
al final, contestó:
—No.
Me asomé con cautela. El Maestro estaba
cerrando el estuche y dejaba el pincel dentro de un vaso con agua. Le dio a Lot
un espejo de mano; este lo cogió y se miró detenidamente.
—Debo irme ya, Elliot.
Mi amante dejó de mirarse y volvió el
rostro hacia Liam, indignado.
—¿Irte? ¿Adónde? —El otro intentó
responder, pero él no le dejó—. No puedes venir aquí, cortarme la pierna y
luego largarte, coño. ¿Dónde están tus modales? Eso no es nada caballeroso.
Además, necesito que alguien me atienda, soy un lisiado convaleciente. ¿Quién
me va a hacer los cócteles? Alex todavía está aprendiendo, sus Bloody Marys saben como si alguien
hubiera metido el pie de un atleta dentro de un cubo de agua de fregar.
—Elliot…
Liam trataba de defenderse, pero Lot
estaba poniéndose cada vez más nervioso. Se inclinaba hacia él, increpándole
con cierto dramatismo.
—No puedes dejarme así, después de lo que
he hecho por ti. Te he salvado tu cochina vida. ¿Es que hay que entregarte un
informe por escrito para que te enteres de las cosas? Nos estábamos largando y
dimos la vuelta, ¿entiendes? Dimos la vuelta por ti, egoísta de los cojones. ¿Y
ahora dices que te vas?
—Elliot…
Liam trató de sujetarle por los brazos
para calmarle, pero él se deshizo de sus manos con un gesto y le empujó,
señalándole con un dedo acusador.
—No. No vas a abandonarme otra vez. Si me
abandonas otra vez, te juro que será la última.
Tuve que taparme la boca con una mano a
causa de la sorpresa. Liam también se había quedado petrificado, con los labios
entreabiertos y el gesto estupefacto. El tic-tac del reloj de pared marcaba el
transcurrir del tiempo en medio de un silencio tenso, hasta que, finalmente, el
Maestro Ilusionista reaccionó, negando con la cabeza y pasándose una mano por
el pelo.
—Escúchame, por favor, y no te precipites
en tus conclusiones. Sólo voy a recoger un par de cosas y a reunirme con un
contacto. Necesitamos información —explicó con tono suave y conciliador—. Y tú
necesitas una pierna nueva y algo más de nefesch.
Alexander también, o no resistirá veinticuatro horas más.
Aquello me sobresaltó. ¿Tanto tiempo
había pasado? Yo me sentía bien, algo mareado y débil, pero el hambre constante
que siempre me azuzaba parecía haberse mitigado, como si todo lo sucedido
hubiera conseguido hacer que me olvidara hasta de mi propia naturaleza.
—Bien. De acuerdo —aceptó Lot, ya más
calmado.
—Cuando regrese, solucionaremos tu
problema y… si lo deseas, hablaremos sobre todo cuanto haya que hablar.
—¿Sobre qué hay que hablar?
El Maestro Ilusionista dudó un instante,
luego se puso en pie y se estiró el chaleco. Hasta en mangas de camisa tenía un
aspecto impoluto. Me di cuenta de que se había cambiado de traje, y él era algo
más alto y corpulento que Lot, de modo que aún debía haber ropa suya en esta
casa. Recordé los dos cepillos de dientes y las distintas lociones de afeitar.
También recordé que el Maestro Ilusionista había abierto la puerta con su
propia llave. Levanté las cejas, atando cabos.
—Bueno, supongo que de algo habrá que
hablar si habéis regresado por mí —comentó Liam, carraspeando con incomodidad—.
Deberíais aclararme si habéis cambiado de opinión y qué pensáis hacer en lo
sucesivo. —Hubo una pausa algo tensa. Después, añadió con voz severa—: Y
considero, en especial después de este diálogo, que también deberíamos resolver
tú y yo ciertos asuntos que aún hay entre nosotros.
—«Ciertos asuntos». Ya —soltó Lot,
cargado de ironía—. Bien, de acuerdo.
—Bien. Nos vemos en unas horas, entonces.
—Que así sea, caballero.
El tono de Lot era burlón, pero Liam
hablaba totalmente en serio. Se dio la vuelta y salió. Escuché el picaporte al
girar y el ruido del cerrojo al abrirse. Luego, el sonido de la puerta al
encajar y cerrarse por completo. A continuación, el motor del coche ronroneó
con suavidad y se alejó por las calles empedradas.
—Ya puedes salir —dijo Lot. Me mordí el
labio con culpabilidad y abandoné mi escondite, yendo hacia él con el rostro
compungido. Como espía no tenía precio. Él estaba comiendo patatas fritas
tranquilamente, no parecía enfadado por mi acto de espionaje, pero sí algo
molesto, supuse que con Liam. Sus siguientes palabras lo confirmaron—: ¿Qué te
parece? Me dejó con una nota, diciendo que yo era un superficial y un egoísta,
y va y me suelta que a lo mejor, «a lo mejor» —remarcó— tenemos que resolver
ciertos asuntos. Tiene cojones.
Sonreí a medias.
—Yo también creo que deberíais
resolverlos. Pero definitivamente.
Me miró de soslayo con rencor.
—Traidor, no te pongas de su parte.
—No me pongo de su parte, pero no podéis
seguir así eternamente. —Esta vez fui yo quien no le dejó defenderse—. Mira, no
soy una persona celosa y nuestra relación nunca ha sido normal en ese aspecto.
Yo tengo a Alex, y siempre le amaré de un modo en que no puedo amarte a ti.
—Sabía que eso le jodía a Lot sobremanera, pero era la verdad y nos habíamos
comprometido a no tener más mentiras entre nosotros—. Tú tienes a Liam y sé que
te ocurre lo mismo.
—No es lo mismo —protestó él con gesto
avinagrado.
—Y una mierda que no. —Ahora lo veía con
tanta claridad que hasta se me escapó una risa, para mayor indignación de mi
mutilado amante—. Solo hay un cuerpo de diferencia. Pero tú sigues teniendo a
ese hombre clavado hasta el tuétano, y desde luego, él te lleva a ti en su
corazón, de eso estoy seguro.
—¿Y por qué lo estás? —me espetó con todo
su desdén—. ¿Es que no te has enterado? Se largó. Me dejó con una cochina nota.
¿Eso no quiere decir nada para ti? Se preocupa, de acuerdo, y nunca ha dejado
de sentir afecto por mí, es evidente. Pero rompimos, él rompió, y no hay nada
que cambie eso.
Me encogí de hombros.
—Piensa lo que quieras. Pero se te ha
escapado un detalle.
—¿Qué detalle?
—Que no te devolvió las llaves. —Levantó
una ceja y me miró como si yo fuera estúpido. Le respondí con una sonrisa de
suficiencia—. Es la persona más atenta a los detalles que he conocido jamás.
¿Crees que se olvidaría de dejar las llaves al marcharse? Porque yo lo dudo.
—Dime de una vez adónde quieres llegar.
—Se las llevó adrede. —Lot frunció el
ceño y me miró con suspicacia—. No te devolvió las llaves porque quería estar
seguro de que podría volver, Lot. Nunca se fue, en realidad. No para siempre.
¿Por qué iba a hacerlo, después de todo? Él nunca se rinde.
Lot parpadeó varias veces, como si
aquella revelación le hubiera cogido por sorpresa. Luego paladeó un sorbo de
Martini, apartando la mirada y fijándola en la chimenea, al otro lado del
salón. Yo suspiré y apoyé la cabeza en su hombro, enlazando mis dedos con los
suyos. Dejó la copa y me rodeó con el otro brazo, atrayéndome hacia sí con un
gesto tan tierno que me sentí algo turbado.
—Eso no cambia nada entre tú y yo —me
dijo a media voz—. Pase lo que pase, tú eres parte de mi vida ahora. Te quiero,
quiero estar contigo… y voy a estar contigo.
—Lo sé —respondí.
Y ambos decíamos la verdad.
©Hendelie y Neith