miércoles, 21 de septiembre de 2011

Flores de Asfalto: La Salamandra - Introducción



30 de Diciembre de 1890 - Minneconjou



Está saliendo el sol al fin. Se refleja sobre la nieve, haciéndola brillar allá por el este. Ayer todo eso era un campo de batalla. Hoy todavía están quemando a los muertos. Ayer también nevó, mientras los fusiles escupían fuego y los cuerpos caían a tierra. La nieve se manchó de rojo. Al final todo el suelo estaba rosa. Parecía un enorme algodón de azúcar.

Han muerto indios y han muerto blancos. Una tragedia.

Hoy todo ha terminado. Están encendiendo las piras, nada puede hacerse por los que ya se han ido y, desde luego, no hay manera de evitar la desgracia que ha tenido lugar. Por fin se acabó, eso es lo importante. Y Liam quiere irse a casa.

No le gusta este lugar. Demasiado al norte, demasiado salvaje. Aunque… no, no es justo decir eso. Sí le gusta. En realidad lo que detesta es su presencia aquí, la suya, la del ejército. Íntimamente opina que nunca deberían haber venido, pero eso, como tantas otras cosas, se lo guarda para sí.

Liam tiene treinta y tantos años y los ojos verdes como la tierra de sus orígenes. Tiene una mata de cabello castaño y rizado que no se corta salvo lo estrictamente necesario, lo justo para no parecer un salvaje. Es guapo y elegante. Liam se limpia los botones del uniforme todos los días. Mantiene el amarillo bien brillante y el azul sin una mota de polvo, sin un rastro de pelusa. Siempre lleva las botas impecables. Conoce el himno a la perfección. Podría cantar Garryowen en cuatro idiomas e interpretarla en seis instrumentos, es capaz de acertar a una lata a una distancia más que aceptable y es un jinete excepcional. Sureño, patriota y cumplidor de órdenes. Liam es un soldado estricto y rígido, es un hombre severo y serio. Liam podría ser el soldado perfecto si le gustara la guerra. Pero ha luchado ya unas cuantas, y si está aquí es sólo por una casualidad del destino.

Por suerte para el chico.

El chico está sentado enfrente suya, sobre uno de esos tocones mal cortados. Está mojando un trozo de pan duro en el chocolate caliente. Lo hunde dentro de la taza de metal con dos dedos largos y finos. El pelo le cae sobre el rostro, y detrás de esa cortina de cabellos oscuros, los ojos color ámbar del muchacho le observan con una expresión curiosa. Curiosa pero también burlona. Liam finge no darse cuenta, mientras se saca brillo a la abotonadura por décima vez.

El chico lleva el uniforme reglamentario. Liam se pregunta si lo ha robado o, simplemente, mintió al unirse al regimiento. Liam reconoce a un mentiroso cuando lo tiene delante. Él es un mentiroso fuera de serie, y en cuanto ha visto a ese chaval, ha sabido de inmediato que tampoco se queda atrás.

Se pregunta si es mejor mentiroso que él.

Pero sobre todo se pregunta qué le resulta tan gracioso, porque no deja de sonreírle con ese gesto travieso cada vez que sus ojos se encuentran.

- ¿Estás mejor? – pregunta al fin.

El chico se lame los restos de cacao de los labios y se aparta el pelo de la cara. El movimiento de sus dedos es elegante, como un revoloteo.

- Sí, gracias.

Luego le mira directamente con esos ojos de color extraño.

Es la primera vez que se hablan.

El día anterior, Liam lo sacó a rastras del campo de batalla. Le descubrió de pie, con el arma en la mano, en medio del caos. Tenía la mirada perdida. Parecía que se hubiera vuelto loco, pero él sabía que en realidad, sólo estaba asustado. Por eso disparaba a todo el que se acercase, amigo o enemigo. Liam se acercó por detrás, le quitó el rifle y prácticamente se lo llevó a rastras al campamento. El chico pataleaba y gritaba como un animal salvaje. Una vez entraron a las tiendas, rompió a llorar y tuvo una crisis de ansiedad.

No fue el único.

Lo que se había visto en aquel combate, en aquella batalla que no debía haber tenido lugar, fue algo que ningunos ojos querrían ver. Una masacre absoluta. Liam tenía la sensación de que el nombre de aquel lugar, Wounded Knee, no se olvidaría fácilmente. Desde luego los indios no lo olvidarían. Pero ellos tampoco.

- ¿Cuántos años tienes? – pregunta Liam, otra vez.

El chico sonríe con aire misterioso y arquea ambas cejas. El uniforme le sienta bien, a pesar de que no es muy alto y está bastante delgado.

- Veintiuno.

Liam reprime la risa. Esa respuesta, con esa expresión socarrona en el rostro sólo le confirma que está mintiendo como un bellaco.

- ¿De verdad se lo tragaron los reclutadores?

El muy sinvergüenza se sacude el polvo de la pechera y se hace el inocente, sobreactuando.

- Pero si estoy diciendo la verdad, señor.

- Apuesto mis guantes a que no pasas de los dieciséis.

El muchacho inclina la cabeza hacia abajo, con una risita, y le mira entre los cabellos, que de nuevo le caen sobre el rostro. Marea otro trozo de pan dentro del chocolate.

- ¿Usted cree? Acepto la apuesta.

Liam entrecierra los ojos. Lleva muchos años sobre este mundo y nunca le han mirado así. Le hace sentirse desafiado. ¿El chico le está provocando? Sospecha que sí. Una provocación ambigua, que le ha hecho sentir un punto de calor en la nuca que le desciende por la espalda. Como si alguien la recorriera con su aliento.

Aparta esos pensamientos de su cabeza y se centra en la curiosidad. Sí, la curiosidad. Liam no es la clase de persona que se queda con preguntas en el tintero: ha aprendido que la mayoría de la gente tiende a morir antes que él, así que no suele perder el tiempo ni la energía en fingimientos inútiles. Y si tiene curiosidad, hace preguntas. Que es lo que hace ahora.

- ¿Te has escapado de casa?

- Soy un espíritu libre – responde el muchacho, masticando. Mantiene la sonrisa, perpetua, ahora delineada con el color brillante y oscuro del chocolate. Le acerca el picatoste amablemente - ¿Usted no desayuna, señor?

- Ya lo he hecho.

- Oh.

Se encoge de hombros y da otro mordisco.

Liam suspira y se cruza de brazos, intrigado. El chico no parece traumatizado por lo sucedido el día anterior. Quizá lo ha olvidado. Se da cuenta de que no mira a nadie a pesar de que hay bastante movimiento en el campamento. Cuando una camilla con un herido pasa junto a ellos, inundando su trocito de paraíso nevado con los alaridos de dolor y el aroma intenso y metálico de la sangre, el chico se limita a actuar como si eso no existiera. “No importa que no lo parezca”, se recuerda Liam. Él sabe muy bien que las cosas, rara vez son lo que parecen. Y este individuo que tiene delante no deja de ser un chico joven que probablemente está enfrentándose al miedo, la soledad y el dolor con sus armas. Sean las que sean. En su caso, al parecer, su rifle se llama frivolidad.

Se da cuenta de que los ojos color ámbar están observando las iniciales bordadas en su uniforme. Alarga la mano y se decide a presentarse.

- Soldado Liam McKenzie. Para servirte.

El chico mira la mano y carraspea, dejando la taza y el pan sobre el taburete destartalado que les sirve de mesa. Se sacude las migas y le estrecha la mano con un apretón decidido.

- Elliot Salamander. Y no me he escapado – añade, levantando la barbilla con rebeldía.

Liam reprime la sonrisa. Acaba de decidir que este chico le gusta. Quizá sea por el nombre. No, no solo por eso. Le gusta sin más. Es guapo. Pero tampoco es solo eso.

- Como tú digas. De todos modos, deberías marcharte en cuanto puedas. Este no es sitio para alguien como tú.

Liam se da cuenta de que ha dado en el clavo al observar el relampagueo furioso en la mirada del muchacho, aunque su expresión facial no cambia.

- ¿Alguien como yo? ¿Qué quiere decir con eso, señor?

- Que si estás buscando aventuras, vayas a jugar a las cartas o te labres una carrera como estafador. Va más con tu estilo. Pero la guerra no te combina bien con esas manos de dedos ágiles.

Está lanzando disparos por mero instinto, pero ha dado en el clavo. El chico se ha quedado de piedra. Después se echa a reír, con una risa suave y disimulada, mirando a ambos lados. Como si temiera que alguien le descubriera divirtiéndose allí. Es algo bastante amoral, divertirse en el escenario de una matanza.

Liam también lo sabe. Pero ya ha sufrido un poco por las víctimas, su moral ya ha estado a la altura de las circunstancias.

- ¿Es usted adivino, señor McKenzie? – pregunta el chico. Ahora también hay curiosidad en sus ojos.

- Si me preguntas eso es porque he acertado en todo.

- También puede que se lo pregunte para recomendarle que cambie de profesión.

- Soy soldado – Liam sonríe, siguiéndole el juego de las apariencias.

- Y yo – Elliot sonríe.

- La cuestión es si quieres seguir siéndolo mañana.

Elliot deja de sonreír. Levanta la mirada hacia el cielo y se rasca la barbilla, cruzando las piernas. Y se lo piensa.

Liam le observa entretanto. Por supuesto que este chico no tiene nada que hacer en el ejército, maldita sea. No porque no fuera a ser útil, no porque no fuera a estar a la altura… es que sería un terrible desperdicio. Sólo hay que fijarse un poco en él para verle el potencial: la manera de moverse, la manera de hablar, ese ingenio oculto que brilla en sus ojos de ámbar… el joven tiene clase. No el tipo de clase que se mama desde la cuna, no. Es evidente que este elemento es un pícaro, alguna clase de pillo que ya está acercándose a la edad en la que los pillos cuyas trastadas todo el mundo ríe pasan a convertirse en delincuentes. Seguramente se haya dedicado al robo o sea un timador asociado que trabaja para alguien más mayor. No, el chico tiene otra cosa, algo innato, una elegancia natural, un aura estilosa y refinada de la que seguramente no es consciente.

- ¿Y usted, señor McKenzie? – Elliot ladea la cabeza, el cabello se descuelga sobre sus hombros cuando se inclina hacia delante. Los ojos del joven parecen atravesarle, brillantes y curiosos - ¿Lo seguirá siendo mañana?

Liam le sostiene la mirada. Hay algo de complicidad en ella. No entiende bien qué es pero existe entre los dos una suerte de reconocimiento mutuo, como el de dos animales de la misma especie al encontrarse. Es extraño, porque Liam no ha sentido ese reconocimiento hacia ningún otro ser humano desde que él mismo cambió.

Observa al chico. Es joven, y muy atractivo. Le gusta la expresión de su mirada, ambiciosa y magnetizada. Atrae y se ve atraída con facilidad. La detiene en los copos de nieve sueltos de vez en cuando, como si fueran algo fascinante. La detiene en él. La detiene en sus ojos, en sus labios.

Y Liam se da cuenta de que el chico, definitivamente, está flirteando.

- No – responde, inclinándose hacia delante también – Mañana ya no lo seré.

- ¿Y qué será?

Liam entrecierra los ojos y medita unos segundos. Ambos han bajado la voz. Finalmente se decide y alarga los dedos hacia el rostro de Elliot, que no se aparta, sino que esboza una sonrisa suave y traviesa. Liam le roza el cabello y le tiende una diminuta mariposa de cristal, azul, que parece salir de la nada.

No se sorprende tanto como hubiera esperado. Sin embargo, algo cambia en su expresión. Cierra la mano sobre la mariposa de cristal y cuando la abre, ya no hay nada.

Liam arquea las cejas. Cuando le mira a los ojos, el chico abre la otra mano y le devuelve la mariposa.

Sus dedos se tocan.

Es Liam el que rompe el contacto. Se guarda la mariposa en el bolsillo.

- ¿Ilusionista? – pregunta, aun sabiendo la respuesta.

- Estoy aprendiendo – admite Elliot - ¿Usted ya es maestro?

- Lo soy – asiente Liam. – Hace bastante tiempo.

Aún no ha reaccionado. No es sólo la sorpresa al descubrir que el joven de los ojos extraños es prestidigitador. Es ese magnetismo que le está atrapando lentamente, a medida que la fascinación de Elliot va en aumento. Nunca le han mirado así. El chico le contempla como si fuera un misterio insondable, una caja repleta de secretos. Como si quisiera descubrirlos todos.

Y Liam está empezando a sentir una tentación demasiado fuerte. El chico le está seduciendo, es evidente… pero lo cierto es que él se deja provocar. Y está seguro, segurísimo de que si le tendiera la mano y le…

Mira alrededor y se recompone de inmediato.

Demonios. Lo que está pensando no está bien. Sólo es un chiquillo. Seguro que no tiene ni los dieciséis. Ha apostado sus guantes, y no los habría apostado si no estuviera seguro.

Presa de unas repentinas ganas de escapar, se pone de pie y se sacude el polvo invisible de los pantalones. Se despide con naturalidad.

- Bien, chico. Me ha gustado conocerte. Ya que mañana ninguno seremos soldados, espero que volvamos a encontrarnos en el futuro. En mejores circunstancias.

El joven Elliot Salamander le sigue mirando como hechizado, y al final, esboza una sonrisa.

- Yo también lo espero, señor McKenzie.

- Te deseo todo lo mejor. Quedo a tu disposición.

Mientras camina hacia su tienda, está sintiendo esos ojos brillantes fijos en su espalda. Se mete la mano en el bolsillo y busca la mariposa de cristal. No la encuentra. Y la sola idea de volver atrás y comprobar si la tiene el chico es peligrosa.

Liam está cansado. Realmente, quiere irse a casa. No le gusta su presencia en este lugar. Vinieron a llevarse las armas de los indios y lo que van a llevarse en realidad es un puñado de malos recuerdos. Eso los que todavía pueden salir de aquí.

Sabe que en el fondo tiene mucha suerte. Hoy hará el petate, se montará en el caballo, entregará al Coronel su carta de renuncia y se marchará a coger el tren en la población más cercana.

Quiere volver a Nueva York cuanto antes. En Nueva York, la nieve sólo se mancha de sangre en algunas calles concretas.

.  .  .


Ciudad de Nueva York, tres años después


A pesar de todo lo que dicen sobre el Ear Inn, Liam nunca ha visto aquí ningún fantasma. Marineros, muchos. Pero fantasmas ninguno. Se está bebiendo la pinta, sentado en una de las mesas del fondo, junto a la escalera que sube a las habitaciones.

Liam no bebe mucho, pero sí lo suficiente como para seguir considerándose a sí mismo irlandés. No se perdonaría perder sus raíces. No se perdonaría perderse a sí mismo.

El propietario le ha pagado ya por su actuación de esta noche. No ha sido nada demasiado espectacular: desapariciones, una buena narración y mariposas de cristal. Ahora empieza a aburrirse de ver a la gente ir y venir, charlar a voces y tragar alcohol como si no existiera un mañana. Se marchará en cuanto termine la pinta.

Acaba de decidirlo.

O al menos, lo había decidido.

Hasta que le ha visto por el rabillo del ojo: una sonrisa divertida y una mirada burlona que le escruta desde lo alto de la escalera. Entrecierra los párpados: conoce esos ojos, los ha visto antes. Son del color de la cerveza turbia, del whisky añejo.

Un par de murciélagos surcan el aire, trazan un arco y caen sobre su mesa. Liam se echa un poco hacia atrás. Los mira. No son murciélagos, son dos guantes negros de lana.

- Tenía usted razón – dice una voz desde el rellano. –  Sólo tenía quince.

A Liam le da un vuelco el corazón cuando reconoce al propietario de esa voz, de esos mitones roídos. Se ríe entre dientes, guardándose los guantes de lana en el abrigo. Vuelve un poco el rostro hacia arriba para hablarle.

- Un trato es un trato, así que me los quedo. Espero que no se te estropeen esos dedos de prestidigitador. Hace mucho frío en esta ciudad, sobre todo en febrero.

Los escalones chirrían cuando el chico baja un par de ellos y sale de las sombras para mirarle. Está más alto que entonces, un poco más corpulento. Se le ha esculpido el rostro, endureciendo muy levemente sus rasgos y anunciando su entrada en el mundo adulto, pero a pesar de esos sutiles cambios, aún mantiene un aspecto descaradamente juvenil. Y no parece que su carácter haya cambiado. Está apoyado en la barandilla de la escalera, observándole con descaro y una sonrisa pícara. Sigue llevando el pelo largo.

Liam también. Él no ha cambiado nada, ni lo hará.

Elliot Salamander le muestra sus manos y mueve los dedos.

- De momento están bien… pero si me convierto en un artrítico inútil será culpa suya, señor McKenzie.

- Podré vivir con ello. ¿Has visto el espectáculo?

Elliot se encoge de hombros.

- Me ha gustado. Pero tengo la sensación de que se reprime y sólo nos da las migas de su talento. Es usted una persona malvada y cruel que tortura a su público.

Liam se ríe entre dientes otra vez.

- ¿Y por qué piensas eso?

Elliot se mete la mano en el bolsillo y deja la mariposa de cristal sobre la barandilla. Liam frunce el ceño y luego levanta una ceja, mirando el pequeño juguete y luego a él.

- Aún no he sido capaz de hacerla volar.

- ¿Quieres aprender?

El joven hace un gesto casi desdeñoso.

- ¿A usted qué le parece?

A Liam, en realidad, le parecen muchas cosas. Le parece que el brillo en los ojos de Elliot sigue siendo igual de fascinante y fascinado al mirarle, le parece que esa manera de ladear la cabeza y observarle, de sonreír y hacer un mohín disimulado, de tocarse el pelo y empujar la mariposa hacia el abismo con un dedo son provocaciones.

Provocaciones descaradas dirigidas hacia él.

Las mismas provocaciones de hace tres años. Solo que ahora ya no tiene quince. Tiene dieciocho.

Liam lo reconoce con resignación: ha hecho la cuenta en el preciso momento en que él ha tirado los guantes sobre su mesa.

- Me parece que eres un joven muy comprometedor.

Elliot vuelve a reírse entre dientes. La mariposa de cristal cae. Liam extiende la mano y la coge al vuelo, haciéndola elevarse y revolotear sólo un momento para después guardársela en el bolsillo.

- ¿Le he puesto en un compromiso, señor McKenzie? ¿Cuándo? No lo recuerdo.

- Aún no lo has hecho, Edgar. Pero tengo la sensación de que lo estás intentando.

Liam reprime la sonrisa.

- ¿Ah si? Pues yo tengo la sensación de que acaba usted de confundir mi nombre a propósito para ver mi reacción y hacerse el interesante.

Liam no puede aguantarse más y termina por sonreír abiertamente. Tiene que reconocer que el jovencito se lo está trabajando, y desde luego no es lo mismo dejarse seducir por un chiquillo de quince que por un casi chiquillo de dieciocho. La moralidad y la legalidad son muy estrictas con las edades, y para Liam ambas cosas, moralidad y legalidad, siguen siendo importantes. Se le escapa una risa suave y se levanta de la silla, dejando la pinta a medias y las monedas precisas para pagarla.

- ¿Ya se marcha? – pregunta el chico, desde su atalaya.

Liam levanta el rostro y finge pensárselo.

- ¿Tengo algún motivo para quedarme?

Quiere que le convenza, y aunque es posible, más que posible, que Elliot sepa perfectamente a qué juega, le sigue el hilo con naturalidad, con el brillito en los ojos y su expresión presumida.

- Dicen que hay un fantasma aquí arriba. De un marinero. ¿No quiere subir y ayudarme a buscarlo?

Al muy truhán se le escapa una risita y le centellean los ojos anaranjados. Ni siquiera se ha tomado la molestia de buscar una excusa mejor. Ahí arriba, asomado a la barandilla, parece alguna clase de duende malicioso, uno de esos diablillos menores invocado por algún cabalista despistado.

Liam recoge el bastón y sube los escalones uno a uno. Observa cómo se crispan los dedos de Elliot en la barandilla, luego los cierra con fuerza y los aparta. Le está observando casi con avidez, siguiendo cada uno de sus pasos, y aunque la expresión de su rostro no cambia, Liam se está dando perfecta cuenta de la potencia de su deseo. En lugar de envanecerle, ese descubrimiento le despierta ternura. Supone que el joven le desea porque es guapo, porque le salvó la vida en Wounded Knee y porque admira sus capacidades como ilusionista y prestidigitador. Eso quiere creer.

- Se llama Mickey – dice, al llegar a la altura de Elliot.

El joven tiene que levantar la cabeza para mirarle. Liam es mucho más alto que él, aunque no tanto como hace tres años.

- ¿Quién?

- El fantasma.

Salvan juntos los dos últimos escalones que conducen al pasillo de las habitaciones. Liam le ha cedido el paso. Elliot va delante, mirando por encima de su hombro de vez en cuando, como si quisiera cerciorarse de que sigue ahí.

- ¿Qué clase de animal es el de la empuñadura? En tu bastón.

Elliot le tutea por primera vez, y esa es la clase de cosas que a Liam no le pasan desapercibidas. Pero tampoco le molesta. Al fin y al cabo, están en el preámbulo de tener sexo. No cree que sea apropiado un trato demasiado formal en determinadas situaciones, podría romper la emoción del momento.

- Es una quimera. Qué observador.

- Es cierto, lo soy.

Han pasado delante de siete puertas. Al llegar a la octava, Elliot saca una llave y la introduce en la cerradura. La gira y la puerta chirría. La figura del joven se funde en las sombras del aposento.

Liam entra en la habitación y cierra a su espalda. Espera a que Elliot encienda las velas, una detrás de otra. Es un cuarto de pensión, no tiene cuadros ni adornos, ni ventanas. Sólo una cama de aspecto envejecido y un arcón, una mesa y una silla de madera.

Se ha quedado en la puerta, mirando al joven. Él sopla la cerilla y la tira al suelo, dándose la vuelta para encararle. Levanta la barbilla y sonríe.

- Quiero aprender a hacer volar mariposas de cristal – dice Elliot Salamander, en un susurro. – Quiero aprender todo lo que puedas enseñarme.

- No tienes que acostarte conmigo para eso – replica Liam.

Ha sonado un poco tajante. Pero tiene una explicación.

A Liam le gusta el chico, claro que le gusta. Y claro que quiere yacer con él; el muy bribón lleva intentando embaucarle un buen rato y él no es de piedra todavía. Ni lo es, ni quiere serlo. Nunca le habían seducido así y  es agradable. Es más, es de agradecer. Elliot le está haciendo sentirse hermoso, apreciado y deseado, está despertando su ego y una suerte de euforia soterrada. Le está haciendo sentir, y con eso es suficiente. Pero si lo está haciendo como una especie de pago a cambio de su instrucción, entonces no quiere saber nada.

Ajeno a su hilo de pensamiento, el joven de los ojos extraños se echa a reír otra vez.

- Eres demasiado serio – le reprocha, quitándose la chaqueta y dejándola en el respaldo de la silla – Quiero que me enseñes todo lo que sabes. Y quiero acostarme contigo. Pero ambas cosas no están relacionadas.

- Gracias por aclararlo – replica Liam, levantando una ceja.

Es un alivio despejar esa duda. Cuando la barrera ha caído, se acerca a él en pocas zancadas y le rodea la cintura con un brazo. Le pasa una mano por la mejilla, llenándose los dedos con el tacto de su piel. Elliot le lanza los brazos al cuello y se pone de puntillas para buscar sus labios, tirando de su cuello hacia abajo.

El primer beso es como morder una fruta henchida y jugosa, que estalla en su boca con un sabor ácido. Cítricos y frutas tropicales. Es un largo instante de respiraciones sincronizadas, lenguas explorándose con arrebatado descaro y calor compartido. Se acoplan en una armonía que a Liam le resulta casi emocionante, y cuando siente los dedos de su joven compañero tirando de su ropa con ademanes gentiles, le imita. Le desabrocha la chaqueta, abre los botones de su camisa. Le roza la piel caliente del pecho.

Pronto, el suelo de madera se cubre con las prendas arrancadas de uno y otro, cada vez con más urgencia, a medida que los besos se vuelven más apasionados y sus manos ya no saben dónde tocarse. Los dedos se hunden en el cabello, se deslizan sobre los hombros, buscan paso a través de las abotonaduras.

Liam tiene la respiración acelerada y la sangre se le ha subido a las mejillas. Hasta para eso es irlandés. Elliot le está sorprendiendo con su entrega apasionada, con los gemidos entrecortados que se le escapan entre los besos y con la repentina calidez que ha cubierto sus ojos extraños.

Cuando le guía sutilmente hacia el colchón, Elliot está peleándose para sacarse los zapatos sin desatarlos, con la camisa abierta y los tirantes colgando del pantalón. El cabello largo le cubre la mitad del rostro, las hebras se le pegan a los labios húmedos cuando se separan para respirar. Tiene los dedos enredados en la mata de cabello castaño de Liam, y tira de él hacia sí cuando se hunde en la cama.

- Me gusta como hueles – le dice, - me gusta tu sabor, y el tacto de tus manos. Debiste llevarme a tu cama hace tres años, cuando los dos éramos soldados. Debiste hacerlo entonces. Me has hecho esperar mucho.

Liam no responde. Le mira, con los ojos verdes muy abiertos. Elliot le parece más hermoso aún ahora, después de haber dicho esas palabras, aquí tendido sobre las sábanas amarillentas. La luz de las velas convierte sus iris en dos amatistas líquidas, en pozos de oro fundido y piedras preciosas.

Luego vuelve a besarle, con el corazón retumbando en su pecho. Le ha despertado una emoción pura, que nace en los restos de su alma como una flor y que se quedará ahí, pase lo que pase después.

No es consciente del momento en que ambos quedan desnudos, pero cuando sucede, sus manos se convierten en pinceles que se deslizan una y otra vez sobre él. Le gusta el roce de su cuerpo, la calidez de su piel. Elliot tiene la piel muy suave y no tiene vello, apenas una pelusilla oscura en las piernas y entre los muslos. Su cuerpo es juvenil, pero masculino. Tiene los músculos marcados y es fuerte, aunque no tanto como él.

Le gusta su olor, como a resina. Y su lengua inquieta dentro de su boca, sus manos que le tiran del pelo y a veces le arañan, y su sonrisa que despierta a veces mientras se devoran. Cuando le toca entre las piernas, él da un respingo y se tensa, sólo un momento. Luego se relaja.

Luchando contra su propia hambre, mantiene los labios ocupados en su pecho y una mano cerrada sobre su sexo, moviéndola con caricias hábiles y medidas. El joven prestidigitador se está retorciendo bajo ellas; sus gemidos han roto el silencio un par de veces.

- Nunca has estado con un hombre – afirma Liam en voz baja, cuando se aparta un momento para besarle en los labios.

Elliot abre los ojos. Niega con la cabeza.

- ¿Es un problema? – replica, precipitadamente – si lo es, fingiré que sí.

- No es ningún problema. Y nada de simulaciones – responde Liam, hablando con un tono suave – Relájate. No haremos nada que no quieras.

No le importa lo bien que sepa fingir. No le importa que pretenda ser descarado y atrevido cuando le seduce: si es la primera vez que está con un hombre, estará un poco asustado, o al menos inseguro. Eso cree él. Así que va con cuidado. Se prepara a conciencia y se encarga de prepararle también, regalándole sus mejores caricias.

Cuando le toma entre los labios, con los dedos impregnados de saliva hundiéndose en su entrada, Elliot ya está fuera de sí. La respiración se le ha roto en gemidos entrecortados, en jadeos descosidos que apenas puede aguantar en la garganta. Se arquea y se estremece, se muerde los labios, araña las sábanas, las golpea, tira de ellas. Su rostro tan pronto es una máscara sufrida como un poema a la lascivia. Al final parece rendirse, dejando caer la cabeza hacia un lado y clavándole los dedos en los hombros, dejando que los gemidos quebrados, dolientes, se encadenen sobre su lengua.

Su sexo sabe a vainilla. Liam empieza a tener problemas para controlar su propia excitación. Sabía que este chico le gustaba. Sabía que le gustaría estar con él. No se imaginaba cuánto. Liam ha tenido muchos amantes. Hombres y mujeres por igual. Han sido raras las ocasiones en las que se ha encontrado una entrega tan espontánea, tan apasionada, tan auténtica. Liam es un mentiroso. Mentir es su trabajo, su vocación y su arte, al fin y al cabo es ilusionista. Sabe reconocer a otro mentiroso cuando lo ve. Y desde luego sabe reconocer a otro mentiroso cuando intenta fingir. Por eso puede jurar ante Dios que Elliot no está fingiendo. No solo porque esté sonrojado, con los labios hinchados, despeinado, cubierto de sudor y con una erección imposible de disimular. Es evidente que no está fingiendo su excitación, pero hay más detrás de todo eso, hay algo que es auténtico y verdadero en la manera en la que le retuerce los rizos y le araña los hombros.

Hay una necesidad que Liam no puede identificar aún, pero que trasciende lo físico. Le llama poderosamente. Y él desea responder, más que nada en este mundo.

- Ven – es un susurro apagado – Ven.

- No tenemos por qué llegar hasta el final – le dice Liam, reptando sobre su cuerpo, acariciándole los labios. – Es la primera vez, no tienes por qué…

Le cuesta respirar. Está matándose con tanta contención. Elliot ha resultado ser peor que la dinamita pura.

- Quiero llegar hasta el final – insiste el joven, casi con desesperación.

No puede negarse.

La irrupción es complicada y dolorosa. Liam intenta hacerlo bien. Va despacio, sujetándole, mirándole a los ojos y cubriéndole de besos para intentar relajarle. Elliot se le agarra, le mira, respira en su boca. En ese momento - Liam lo sabe - no hay nada más para él en el mundo. Se le aferra y aguanta el dolor. Se le saltan las lágrimas, pero él mismo se aprieta contra sus caderas, buscando mayor profundidad.

Cuando está dentro, necesita cerrar los ojos y contar hasta diez. Ambos están bañados en sudor. Liam cree que va a reventar. Respira profundamente y se mantiene quieto hasta que puede empezar a moverse. Y entonces abre los párpados, porque no quiere perderse nada. Se encuentra con los ojos color ámbar de su amante, también abiertos de par en par. Mirándole con la misma fascinación. Reflejando el hechizo de su propio hechizo. Encandilándose el uno al otro.

Se mueven al unísono por primera vez. Ondulan y se impulsan con suavidad, yendo al encuentro del otro, al principio muy despacio. Y en el tercer encuentro, Elliot entrecierra los ojos, echando la cabeza hacia atrás, suspira, se relaja, y vuelve a llenar el aire con la leve sinfonía de su garganta: jadeos apagados, gemidos contenidos.

Durante el resto de la noche, Liam se deshace, se funde poco a poco en esa aleación recién descubierta que ambos componen. Se deja llevar, se entrega y recibe lo que le es entregado. Se baña en su sudor y en su saliva, le degusta hasta aprenderse de memoria su sabor. Le devora hasta dejarle la marca de sus dientes.

Al amanecer, las velas se han apagado. Las sábanas están empapadas. Aún está lamiendo su espalda, recuperándose del último clímax salvaje, intentando llevar el aire a sus pulmones. Mareado, agotado, y satisfecho.

Ha sido la noche más intensa que recuerda. Y ha tenido muchas noches. Muy intensas.

Cuando rueda sobre el colchón para no aplastarle, tratando de recuperar el aliento, Elliot se arquea y se estira, con el gruñido de una pantera perezosa. Le mira de reojo y le sonríe traviesamente.

Liam levanta la ceja, rascándose el pecho, mirándole también. Está volviendo a excitarse. Condenado chaval.

- Quiero preguntarte algo.

Lo dice al cabo de un rato, cuando Elliot ha apoyado la cabeza en su brazo y camina con dos dedos sobre su torso desnudo. La respuesta le llega en forma de gruñido interrogante.

- ¿Qué quieres exactamente de mí? – dice al fin.

Elliot suspira. Su voz suena un poco ronca, adormilada.

- Quiero que me enseñes lo que sabes… algo así como maestro y aprendiz. Quiero acostarme contigo más veces… - sonríe de nuevo – y eso es todo. Por ahora. ¿Por qué lo preguntas?

Liam niega con la cabeza, entrecerrando los ojos. Ahora se siente bastante más tranquilo. Era la respuesta perfecta. Solo espera que sea verdad.

- No me gustaría dar lugar a confusiones – responde. - Mucha gente busca cosas diferentes. Alguien que le quiera.

Elliot se ríe entre dientes con esa risa suave, de felino aletargado.

- Algunos, sí. La mayoría solo busca alguien a quien querer y que no se vaya con otro. Ninguno es mi caso. Mis necesidades de amor están plenamente cubiertas.

Liam se ríe también, por lo bajo. En realidad, no le importaría en absoluto que Elliot llegara a amarle algún día. Dada su situación, es lo mejor que podría pasarle.

- Bien, si vas a ser mi aprendiz, tienes que comprometerte solemnemente a hacer lo que yo te diga. Y no hacer lo que te diga que no hagas.

Elliot levanta una mano al aire para prestar juramento.

- Lo intentaré con todas mis fuerzas.

- Con eso me basta – replica Liam. – Empezaremos hoy mismo. Iremos a cortarte el pelo.

Elliot se echa a reír, abrazándole con un gesto no meditado. Liam siente que el corazón le da un vuelco otra vez.

- Vale… pero déjame dormir un poco antes, o me pondré de mal humor. Y no quieres conocerme de mal humor, te lo aseguro.

Le deja dormir, claro. No puede negarse.

Y mientras Elliot duerme sobre su brazo, con los ojos ámbar, extraños e inquietantes, ocultos bajo las pestañas y el cabello oscuro y revuelto, Liam se pregunta si está siendo egoísta. Se pregunta si no se está aprovechando. Si no ha sido él, en realidad, el que ha enredado al joven Elliot Salamander en un doble juego de seducción y espejos contrapuestos porque, simplemente, está cansado de estar solo.

Se ha comprometido a enseñarle todo lo que sabe. Eso implica que Elliot también reciba el don, que él también cambie… que alcance la inmortalidad y que pierda una parte de su alma, de su humanidad.

Pero Liam no puede hacer eso. No, no lo hará. Dejará que sea él mismo quien elija. Y hasta que llegue ese momento, pasado ese momento, nada podrá impedir que disfrute con la compañía deslumbrante de su nuevo aprendiz.

- Aprendiz – repite, en voz baja. – Suena bien.

Luego cierra los ojos y se deja llevar por el sueño, arropado por el calor de los brazos de su amante.

.  .  .

© Hendelie

10 comentarios:

  1. Me encantó! De verdad que amé la historia, bueno la introducción! Pero luego leí la historia en la colección homoerótica sobre estos dos y me enamoré mas de los personajes, pero luego leí de que se trata la historia y ahora estoy muy confundida.
    Si entendí bien la historia va a continuar pero hasta dentro de unos meses de lo cual no me quejo, pero si quisiera saber, los protagonistas son ellos dos o Elliot y 'Alex'?? tal vez eso ni tenga sentido, pero como dije, estoy confundida.
    Bueno mi punto es saber si Liam seguirá saliendo, me he enamorado de él, me haría muy feliz saber que saldra en la historia.
    Ahmm, gran historia, otra vez haciendome amar a los personajes! :DD espero que nos leamos pronto y si alguien respondiera a mi pregunta sería genial!

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  2. ¡Hola! Gracias por comentar ^^. Tanto esta introducción como la historia que hay incluida en los relatos de la colección homoerótica están narradas desde el personaje de Lot, que será uno de los protagonistas de La Salamandra, que es la segunda entrega de Flores de Asfalto, que comienza con la historia de Cain y Gabriel. En esta segunda entrega la acción se centra en Lot y Alex, como se indicó en la descripción, pero Liam tiene su parte en la historia :D y una parte importante, desde luego. Si quieres ir haciendo boca e introduciéndote en el ambiente de Flores de Asfalto te recomiendo que leas El Despertar, aun está por terminar pero cuando se concluya esa historia se empezará con La Salamandra y tendrás una idea completa de toda la historia.

    Muchas gracias por tu interés y espero que disfrutes mucho con estas historias!!!

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  3. Gracias por el comentario :3 me encanta que os gusten los personajes

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  4. Me quedo super contenta de saber que Liam estará ahí!! y sí, ya me estoy leyendo la de El despertar, me encanta también!! Cain y Gabriel *-* pero bueno eso es literalmente otra historia o tal vez no?
    Muchas gracias por la respuesta, nos leemos pronto :D

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  5. Las historias están conectadas :D, no pierdas el hilo y estate atenta. Es posible que te gusten más personajes de los que has conocido jijiji.

    Muchas gracias por el interés y por los comentarios, maja.

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  6. Confieso que yo estoy enamorada de Liam, pero no sabría elegir entre él y Lot. :O!!!

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  7. He seguido Flores de Asfalto: El despertar, me parece excelente está continuación, yo he seguido ésta serie desde Amor Yaoi y creo qué ahora seguiré desde aquí y sin dudar qué creo qué también voy a comenzar a leer el blog más seguido, es la primera vez qué entro y me parece genial

    Felicidades (: ya tienen un lector más

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  8. La verdad que hacía tiempo que venía siguiéndole la pista a Flores de Asfalto, después de haber leído Fuego y Acero, pero por una cosa u otra no la empezaba nunca...

    Pero ha sido empezar y Boom!, me ha enganchado. Liam y Elliot, la química entre los dos, lo que se deja entrever de cada uno, la verdad es que hacía tiempo que no me encontraba con dos personajes tan interesantes.

    Todavía no he leído FdA: El despertar y me daría pena tener que dejar esta para empezar con la otra y reengancharme después. ¿Se pueden leer una independientemente de la otra? es decir, ¿puedo hacer trampa y leer esta antes? ;)

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    Respuestas
    1. ¡Hola Rut!

      Lo ideal es leerlas en orden, aunque ni los hechos ni los personajes que se narran en esta son los mismos, sí que están conectados y cronológicamente se solapan y La Salamandra avanza más en el tiempo. Creo que para comprenderlas mejor, lo mejor es leeras en orden, y además, La Salamandra aun no está terminada, por lo que llegará un punto en el que tendrás que esperar las actualizaciones. Si te has enganchado, puedes leerte hasta donde tenemos y luego leer el Despertar, seguro que te ayuda a entender más el contexto de la ciudad y el trasfondo :3

      ¡Muchas gracias por seguirnos y por comentar!

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    2. ¡Ah! Si cuando comentas ves que no sale el comentario automáticamente, es porque tenemos la moderación activada así que no se publica hasta que no lo leemos, no es que se pierdan o no funcionen :D

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