miércoles, 21 de septiembre de 2011

Resaca

El despertar es pesado, lento, extraño. Me lo trae la luz del amanecer, con una suave sensación de desagrado y hastío, la palpitación dolorosa de la resaca en las sienes y un sabor metálico en el paladar. No abro los ojos todavía. Se está demasiado bien aquí, sea donde sea. Las mantas son un abrazo denso encima de mi, y debajo, un cuerpo suave desprende un tenue calor que fluye de una piel a otra. El olor que me envuelve es familiar, acogedor, casi invita a volver a dormir y tengo el rostro enterrado en una mata de cabellos sedosos que tienen el tacto de los pétalos de alguna flor tierna recién abierta. Si la cabeza no me doliera como si un ejército la hubiera pisoteado con sus botas de clavos...

Me muevo levemente hacia un lado para no despertar a la chica que duerme, aplastada bajo mi peso, y poder rodearla con un brazo. Su cercanía es agradable, un tanto anestésica, y aún no quiero abrir los ojos. Quizá vuelva a entregarme al sueño perezoso.

No, no quiero abrir los ojos. Pero al escuchar el leve gruñido del cuerpo desnudo bajo mi cuerpo desnudo al separarme un ápice para liberarle de mi asfixia, el efecto de esa voz que reconozco es como hundirse en las aguas heladas del ártico.

Oh, Dios mío.

No puede ser. Mis párpados se despegan como un resorte, casi me atraganto al respirar, mientras mi acompañante se mueve para acercarse a mí, encogiéndose en un ovillo y pegando la espalda a mi pecho. Cabellos negros como la brea… ese aroma residual.

No me atrevo ni a moverme. Tengo el corazón en un puño, un peso gélido en el esternón. Parece que la sangre se me haya detenido en las venas, y hasta el dolor de cabeza se ha esfumado por un instante ante la terrible revelación. ¿Qué demonios he hecho? ¿Qué pasó ayer?

No me atrevo a levantar las mantas para cerciorarme, sé perfectamente quién está conmigo en el lecho esponjoso, sé a quien pertenece la cintura sobre la que mi brazo reposa, estrechándole con cierta posesividad. La boca me sabe a sangre. Huele a sangre ligeramente, ¿verdad?, bajo el perfume embriagador y espeso de la intimidad y la carne. Tranquilo. Haz memoria. Piensa. La resaca es violenta, pero puedo encontrar los recuerdos si los busco, estoy seguro. Esto tiene que tener alguna maldita explicación.

Una imagen se va formando en mi memoria, escenas difusas, mal cortadas y distorsionadas. Jarras de alcohol que vienen y van, el suave embotamiento de la bebida y la risa resonando en los oídos. Él, mi amigo, tambaleante y risueño, con los ojos vidriosos y una sonrisa estúpida, carraspea y se arrodilla delante de la silla. Carcajadas, el bar de copas tiene luces azules y rojas girando alrededor, la música retumba en mis oídos.

- ¿Te quieres casar conmigo?
- Si, quiero.

Y la risa. Era una broma estúpida. Bromas de borrachos.

Pasos inseguros, errabundos, sosteniéndonos el uno sobre el otro. Una habitación cerrada, cuatro personas sobre la cama, el cansancio y la ebria ligereza de la embriaguez. Una chica desaparece. La otra también. Y nos quedamos solos, los dos.

Pestañeo, tratando de asumir los hechos bajo la caricia violenta y real de la mañana. Y los nuevos recuerdos aparecen, más claros, que me golpean con el temblor conocido de la culpabilidad, que contengo a duras penas.

Recuerdo explorar un tacto extraño, nuevo. No importaba nada. Un beso suave y lento que me abría paso entre los labios de sabor a ginebra y algo más, quizá alentándome. Una caricia. Y el despertar de la violencia enajenada, con los dedos cerrándose sobre las muñecas, los dientes horadando la piel tierna. Recuerdo su resistencia, casi con angustia, y aprieto la mandíbula con un estremecimiento en mi pecho. ¿Gritó? No, no gritó. Mordía el colchón y aguantaba los gemidos de dolor, mientras forcejeaba para escapar. Dios mío, ¿qué le he hecho a mi amigo?

La confusión es una piedra que rueda con estruendo en mi mente, mientras me pregunto por qué no me detuvo, por qué ha permitido esto, por qué no me atacó, por qué sigue acercándose ahora a mí, en el sopor inconsciente de su sueño, que le priva de enfrentarse a la realidad como lo estoy haciendo yo.

Mordí su carne. Le golpeé, y le aplasté contra el colchón. Desaté la frustración, el miedo, la ira sin sentido sobre él. Una advertencia que no tenía lugar, una tormenta que no sabía dónde morir. Invadí su cuerpo con el salvajismo de las fieras, subyugado, dominado por un instinto incomprensible que me ha despedazado por dentro. Lo que he hecho no tiene perdón.

¿Qué clase de hijo de puta soy? Dios ... ¿es culpa suya, por provocarme y burlarse constantemente de mi durante los últimos días? No, no lo es... no lo sé. Hace ya tiempo que no deja de molestarme con lo mismo, metiendo el dedo en la llaga. No me gustan los hombres, maldita sea.

¿O sí? No, no me gustan.

Le miro en la penumbra, esforzándome por ser sincero conmigo mismo. Me gusta su nariz, de acuerdo. Curvada hacia arriba después del puente, fina y un poco respingona. Y es guapo, no puede negarse. Pero es mi amigo, y es normal sentir ganas de estar con él, de protegerle cuando le atacan sus tontas depresiones sin sentido, de compartir las bromas y las noches en los bares… eso no significa que él me guste.

¿Esto culpa mía?

Sí… no, no lo sé.

Yo no quería. Mierda, yo no quería. No sé que ha pasado. No sé qué pasó, ni por qué sigo aquí, permitiendo que busque el abrazo de mi presencia cada vez que me remuevo para alejarme, haciendo esos ruiditos, como un gato perezoso. Se acurruca contra mi pecho, y maldita sea, debería sentir repulsión y alejarme. Pero no la siento. Y me quedo abrazándole, tibio y templado.

Veo los restos de una herida abierta en su hombro, una dentellada que aún rezuma algo de sangre bajo la superficie pegajosa de la temprana cicatrización. La sangre seca ha atrapado algunos de mis cabellos al moverme, que se tienden como un puente brillante hacia su carne. Yo no quería.

No volverá a pasar, me repito, sin moverme, mientras confío en que no recuerde nada al despertar. No volverá a pasar. Le acaricio el cabello instintivamente mientras duerme, como si esto pudiera paliar algo del dolor que le he causado, de la humillación a la que le he sometido, sin las agallas necesarias para hacerlo en otro momento que no sea ahora, ahora que él duerme, ahora que no puede darse cuenta.

Trago saliva, que se desliza amarga hasta mi estómago y, atenazado por el pánico y la incomprensión, me quedo ahí hasta que pueda escapar, huir y fingir que nada ha sucedido. No hablar de ello quizá lo borre de la realidad. Ignorarlo, tal vez haga que el engaño se convierta en verdad. Si no hay consecuencias después de esto, entonces nunca las habrá, porque no va a volver a pasar.

No va a volver a pasar. Y sin embargo, podría volver a dormirme en este abrazo cálido… no, pero no. No va a volver a pasar.

Sólo ha sido una tontería de borrachos, una noche loca, un desliz. Sólo un desliz.

. . .

© Hendelie

2 comentarios:

  1. que vuelva a pasar.... una y mil veces... pero algo más consentido
    aunque en cierto punto, parece que si lo fue
    estuvo muy lindo :)
    gracias por compartirlo

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