martes, 22 de noviembre de 2011

Flores de Asfalto: El Despertar - IV

Barreras


16 Enero – Gabriel

El sábado por la mañana, Gabriel estaba sentado delante de la mesa del salón corrigiendo exámenes cuando el muchacho salió de su habitación, arrastrando los pies.

–Buenos días.

–Está por ver.

Con esa respuesta afónica y seca, Cain se metió en la cocina y empezó a quejarse de algo. Gabriel no le estaba prestando atención, era un hombre metódico y ordenado que siempre terminaba con lo que estaba haciendo antes de concentrarse en otra cosa, ignorando todo lo demás. Continuó corrigiendo el examen que tenía entre las manos: en él, uno de sus alumnos había añadido a la Revolución Industrial la invención del barco volador a vapor, y se encontraba sumergido en la lectura de aquella historia fantástica con la que el estudiante pretendía eludir el suspenso. La verdad es que se lo estaba pensando. Quizá debería aprobarle sólo por ser tan creativo.

–¿Estás sordo o qué? - una taza verde aterrizó sobre uno de los exámenes, dejando una huella circular de líquido oscuro sobre el papel. Cain apartó la silla y se sentó. – Te estoy hablando.

- Si, ahora me estás hablando – contestó Gabriel. Sentía el enfado latiéndole en las sienes al ver como la mancha de café se extendía sobre el examen. Sin embargo, su voz sonaba contenida – Antes hablabas, sin más.

Cain resopló.

- Te estoy diciendo que dónde está el azúcar - Estaba despeinado, con una huella oscura de maquillaje emborronado bajo los ojos verdes, y vestido con una camiseta llena de agujeros y unos vaqueros – No la encuentro por ninguna parte.

- No hay – dijo Gabriel, alzando la mirada y volviendo a bajarla hacia el texto. – No la uso.

- ¿Cómo que no la usas? Debes ser la única persona en el mundo que no tiene azúcar en su casa.

- A lo mejor. Siempre puedes ir a comprarla.

Durante un rato, pudo terminar de leer en silencio. Una vez se hubo decidido, escribió una cifra en la esquina superior derecha de la hoja y una anotación debajo: "Por esta vez te salvas".

- ¿Por qué te dedicas a esto? – preguntó Cain, observándole.

- Me gusta enseñar.

El siguiente trabajo no iba a tener tanta suerte. Nada más echar un vistazo al folio distinguió una letra irregular y difícil de entender, además de fallos ortográficos aterradores. Cogió el rotulador y empezó a sentenciar.

- Me acuerdo de haber ido a alguna clase tuya.

- Ya. Yo también recuerdo haberte visto por allí alguna vez – respondió, tachando despiadadamente - ¿Por qué dejaste los estudios?

- No los dejé. Nunca estuve matriculado; sólo fui de oyente a tu asignatura unas cuantas veces.

- ¿Y eso? ¿Te interesa la historia?

- No, pero reconozco que tú la hacías interesante.

- ¿Entonces a qué demonios te colaste en clase de historia universal?

- Un colega que estudia allí siempre nos hablaba del profe de historia y de lo bueno que estaba, así que fuimos a comprobar si era verdad. - Gabriel le atravesó con la mirada, repentinamente alerta. ¿Pero qué estaba diciendo el niñato? Cain seguía sentado con su café y los ojos emborronados de negro, le sonreía con aire malicioso. – Si te soy sincero, ahí en la tarima y hablando sobre tu asignatura, estabas bastante sexy. Pero de cerca pierdes mucho.

- Me alegra que pienses así – respondió sin más, volviendo su atención al trabajo.

Le costó concentrarse por un momento breve, pero en seguida impuso la autodisciplina y dejó de pensar en las palabras de aquel chaval descarado.

- No te enfades, profe. Ya te he dicho que hacías interesantes todos esos rollos sobre conquistas romanas y persas. De hecho, el chico que venía conmigo a tus clases acabó matriculándose.

- Bueno, eso es un enorme consuelo – replicó Gabriel, levantando la ceja.

Sabía que sus alumnas disfrutaban mucho con su presencia. Esas cosas pasan, hay quien lo llama la erótica del poder, y en su caso, tener buena planta no ayudaba a evitar los enamoramientos de pasillo. Lo que no se le había ocurrido pensar es que también los chavales pudieran mirarle de ese modo. No es algo que uno se plantee.

- Si…debe ser algo de lo que se sienta orgulloso un profe, ¿no?

Algo en el tono de voz de Cain le hizo mirarle de reojo. La sonrisa burlona había desaparecido, sustituida por un gesto amargo. Había una herida abierta en su mirada. Al percibir su atención, el chico se dio un trago de café y enmascaró sus emociones.

- Esto está asqueroso sin azúcar – añadió, apartando la silla. – Voy a hacerte un favor y a reponer tu despensa. No sé como puedes vivir así. Ni siquiera tienes panecillos.

Cain se dirigió a la cocina, sin parar de hablar, y Gabriel se quedó solo y perplejo en el salón, preguntándose quién era aquel chaval y qué era lo que pasaba con él. ¿De qué se escondía? ¿Qué le hacía tanto daño? ¿Y por qué tenía aquel impulso tan violento de protegerle? "Me voy a meter en un lío", se recordó a sí mismo, anclándose a la silla. "Me prometí ser distante, no puedo volver a caer en lo mismo". Apretó los puños y los dientes, y mientras todavía se amonestaba a sí mismo, se levantó con la resignación de un soldado.

No tenía remedio. En el fondo, siempre lo había sabido.


. . .


16 de Enero – Cain


Ni azúcar, ni leche, ni verduras. El contenido de los muebles de cocina de su nuevo hogar era un verdadero drama. ¿Cuánto tiempo hacía que no elaboraba aquel tío una lista de la compra? "Seguro que no menos que yo. Bueno, traeré lo que me apetezca". Clavó la mirada en una lata de melocotón en almíbar, respirando hondo y hablando en voz alta para exorcizar los recuerdos.

Las cosas podrían haber sido tan distintas para él… y sin embargo, ahora no tenía sentido pensar en ello. Estaba donde estaba por decisión propia, ¿no?. Bueno, quizá al principio no, pero ahora sí, ¿verdad? "Ahora sí. Hago lo que quiero hacer y me gusta. Me gusta", se repitió. Se había recompuesto del todo cuando escuchó la voz de Gabriel desde la puerta.

- Oye, ¿Cuándo vas a traer tus cosas?

- Ya las he traído – respondió, volviéndose a medias – es decir, que no tengo nada que traer. ¿Me das un papel y un boli, profe?

Gabriel volvió al momento con un sobre abierto y un bolígrafo.

- ¿Cómo que no tienes nada que traer? ¿Ropa, libros? ¿Nada?

Cain negó con la cabeza, escribiendo productos en el papel y tratando de no ponerse nervioso. Servilletas, zumo, manzanas. Preguntas personales.

- ¿Dónde vivías antes?

Anotó vodka en la lista, tensando la espalda, a la defensiva. Preguntas personales. No quería reaccionar así, pero no podía evitarlo. Eran temas que le ponían alerta, como un animal que se sintiera amenazado.

- ¿Y tú por qué no tienes fotos de familia en tu casa? – respondió con sequedad. – Si te preocupa que sea un asesino o algo así, te informo de que tú tienes más posibilidades de serlo. Das el perfil. Soltero, mayor de treinta, vive solo y secuestra jovencitos en la calle.

- ¿Pero qué tonterías estás diciendo? ¿Que secuestro jovencitos?

- ¿Y tú de qué me acusas exactamente?

- No te estoy acusando de nada, niñato insolente. Sólo te he hecho una mierda de pregunta.

Cain apretó el papel entre los dedos, mirando al profesor con rabia contenida. Tenía razón, él sabía que la tenía. Se obligó a calmarse, mirándole a los ojos. Gabriel había fruncido el ceño y sus pupilas brillaban con una luz interior, reavivadas. Supuso que le había enfadado, porque hasta entonces sólo había visto en él una calma a toda prueba. Ahora, en cambio, su postura era rígida y su expresión se había endurecido.

Por no hablar de los tacos, claro. Niñato, mierda. Palabras malsonantes. Nada propias de un profe. Se aflojó un tanto.

- Vale, vale. Pero respóndeme tú también.

- No tengo fotos de familia porque no tengo familia – replicó Gabriel.

Lo dijo con frialdad y sin dudar ni un ápice. Y Cain supo que era verdad, y que el profe seguía molesto. ¿Era por la insinuación de los jovencitos?

- No he vivido en un lugar fijo – respondió él ahora, desviando la mirada – he estado en casas de amigos y en pensiones. Por eso no suelo llevar ropa. Osea, ni ropa ni nada. Uso las cosas y luego las tiro o se las doy a alguien. Así no voy siempre cargado.

Gabriel se le quedó mirando con el mismo gesto. Y Cain supo que no le creía.

- Es verdad – insistió, tragando saliva. Tenía la impresión de que iba a echarse a temblar en cualquier momento. Para camuflarlo, se mostró rudo y desafiante. – Mira, tengo dinero y me lo puedo permitir, ¿vale?, y a veces cojo ropa de mis amigos. Es el tipo de vida que he elegido, no tienes ningún derecho a juzgarme. Y no me importa lo que pienses de ello.

El profesor sólo le miraba, en silencio. Su gesto se había suavizado y ahora parecía más cercano a la preocupación que al enfado. Cain se angustió más. Aquello sólo lo empeoraría. Ya bastante mal se sentía, y ahora además tenía que volver a ver esa mirada, exactamente igual a la que había visto hacía unos días, mientras volvía en sí después de flirtear con la sobredosis. "Ni se te ocurra dormirte", le había dicho. Lo recordaba muy bien. Estaba preocupado entonces y lo estaba ahora, lo veía claramente, y su corazón le gritaba que se dejara de tonterías y que hablara, que se lo contase todo a aquel desconocido que, sin embargo, no le resultaba tan desconocido.

- ¿De dónde sacas el dinero? – dijo entonces Gabriel.

La pregunta fue un jarro de agua fría. A pesar de haber sido pronunciada en un tono suave, a Cain le dolió como una lanzada en el costado.

- No quiero hablar de eso.

Aguardó, durante unos segundos. Tenía la impresión de estar delante de su padre, delante de un juez, esperando una sentencia. Los ojos azules, clavados en él, parecían atravesarle y mirarle por dentro. Tuvo la impresión de que no importaba callar, él le estaba desnudando el alma con esa mirada y lo estaba viendo todo. Todos sus pecados, su vergüenza, su orgullo y su sacrificio.

- Vale – Gabriel asintió con la cabeza y desvió la mirada hacia los armarios abiertos, suspirando y cruzándose de brazos – Lo cierto es que esto está un poco vacío.

Cain sintió como si una enorme losa de granito desapareciera de sus hombros. No había condena, no iba a insistir. No había sermones ni lástima. Aliviado, se apoyó en la encimera.

- No sé como puedes vivir sin azúcar. De verdad.

Gabriel le miró de reojo y de repente se echó a reír. Entre dientes, con un sonido suave y aterciopelado, de vibración grave y cálida. Cain sonrió.

. . .


© Hendelie

1 comentario:

  1. Yo también me estoy preguntando de donde sacará Cain en dinero . Espero que no esté metido en nada ilegal ...
    Me gustan estos dos aunque creo que de momento no pegan ni con pegamento...

    Gracias por al capitulo .

    Judith

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