martes, 22 de noviembre de 2011

Fuego y Acero XI: Shalama


11.- Shalama

Luarah se sentía afortunada. Envuelta en los vaporosos velos, agarró el brazo de su padre y esbozó una sonrisa cálida mientras les llevaban en el palanquín. Afuera estallaban los aromas de la primavera, las especias y los perfumes del mercado. El aire fragante y las voces de los compradores y los mercaderes resonaban entre el sonido de trompas de metal, el desfilar de la guardia de acá para allá y los cacareos de las gallinas, los mugidos de las vacas. Y Luarah se sentía afortunada, en su litera con cojines brocados, mientras las cortinillas se agitaban y los portadores les llevaban mas allá del cordón de seda protegido por los soldados, cerca de la escalinata donde subastaban a los esclavos.

Los siervos descorrieron los visillos, y Luarah dejó que el chambelán la ayudara a descender, depositando las suaves sandalias sobre las losas de granito con extrema delicadeza. Su padre la siguió y volvió a tomarla del brazo, con una sonrisa en el oriundo rostro.

- Tu primera decisión, mi estrella - dijo él con un brillo orgulloso en los ojos. - Tú escogerás a los nuevos brazos para nuestro servicio.

- Lo haré bien, mi señor. - sonrió ella con convicción.

- Nunca habéis venido antes - dijo el chambelán, agitando sus vestiduras amarillas y guiándoles educadamente hacia la fila donde los señores se agrupaban prestos a pujar. - os explicaré el procedimiento. Conforme van exponiendo a los esclavos, debéis superar la puja hasta que...

Luarah escuchó las instrucciones mientras deslizaba sus ojos negros por el lugar. Los turbantes coloridos y los ricos ropajes de los nobles y comerciantes brillaban bajo el sol del mediodía, que resplandecía en el límpido firmamento azul. Levantaban de cuando en cuando la mano para lanzar una cifra al subastador, que permanecía de pie en lo alto de las gradas, mostrando su mercancía y hablando de sus excelencias. Tras él, una fila de hombres y mujeres con las manos y los pies amarrados aguardaba su turno, con una expresión indescifrable en los rostros, tan diferentes como distinto era el mundo. Más allá de estos, en algunas estrechas jaulas de metal, permanecían encerrados aquellos individuos de probada peligrosidad, que serían comprados para las luchas de gladiadores o por los representantes de compañías militares.

- Ved ahora esta joven - clamaba el tratante, de largo bigote negro y con el rostro maquillado de afeites. Sus ropas escarlatas se agitaban en la brisa estival, al tiempo que hacía gestos hacia la figura de una muchachita rubia que permanecía en pie, con gesto asustado - Sabe cocinar y lavar, es experta en el servicio y sumamente complaciente. Y fijaos en sus cabellos, con el exotismo del norte y la claridad del oro más pulido.

- ¿Qué necesitamos, padre? - murmuró Luarah, retirándose los velos y observando las filas de esclavos.

- Seis braceros para el molino y dos con buena pinta para coperos.

- Bien

La muchacha fue vendida y la apartaron de la grada. Un par más salieron a la palestra, bajo la atenta mirada de los asistentes. Una mujer de edad madura y un niño, madre e hijo. Ambos protagonizaron un espectáculo lamentable de lágrimas y forcejeos cuando hubieron de separarse para acudir con sus respectivos dueños. Afortunadamente, les separaron a latigazos, aunque Luriah torció el gesto y miró de reojo a su padre. Éste mantenía el semblante grave. El niño había sido comprado por Preditor Delesante. No envidiaba el destino de aquel chico; todo el mundo sabía acerca de los gustos demasiado extremos de Sha Preditor, extremos incluso para los disipados hábitos de Shalama.

Valoró con ojo crítico al resto de la formación mientras seguían exhibiendo el ganado humano, buscando entre la hilera de esclavos los más apropiados para las labores que su padre requería. Un par de aquellas chicas agradables y jóvenes irían bien para servir las bebidas, pero sólo le satisfacían dos de los varones para mover la rueda del molino de agua. El resto no parecían demasiado vigorosos.

- Admirad... admirad, ciudadanos honorables la delicia para los sentidos que ahora os ofrezco. Contemplad qué rostro de aristocrática finura, observad el equívoco aspecto de este muchacho traído desde las tierras de Nirala, la tersura de la piel...

- Otra vez - murmuró algo asqueada, volviendo la vista hacia la nueva exhibición.

Sobre el particular escenario, dos esclavistas empujaban a un joven que se aferraba desde el exterior a los barrotes de una de las prisiones con vehemencia. El chico debía tener más o menos su edad, y se debatía como una anguila escurridiza, volviendo de vez en cuando una mirada teñida de odio hacia la concurrencia. Dentro de la celda, un enorme hombre de cabellos rojos parecía hablar con él. No azotaron al chico en esta ocasión, se limitaron a arrastrarle y sostenerle en vilo, sujetándole de los brazos, mientras se resistía en vano y escupía a sus captores.

- Si, como veis necesita ser educado, desde luego... - dijo el tratante, con una sonrisa de circunstancias - pero este lejano bien procede de las tierras altas, y como sabéis son famosos por su orgullo y su fuerte carácter. Sin embargo, ¿no merece la pena aun así? Mirad que miembros gráciles y la exquisita tonalidad de sus cabellos, la piel pálida como alabastro y esos ojos rojos. Una delicia de Nirala, queridos clientes.

El chambelán se inclinó para susurrar a Luarah con un gesto discreto.

- Observad, señora. Hacen hincapié en su hermosura. Esto sucede cuando el esclavo no tiene dotes para ninguna clase de trabajo. Desvían la atención a otras cosas, para garantizarse compradores que estén más interesados en utilizar a sus siervos en ... otra clase de actividades.

Luarah asintió brevemente, observando al joven. Agitaba la oscura melena mientras espetaba en susurros lo que parecían maldiciones cortantes hacia los hombres que le mantenían aferrado y pataleaba al aire. Estaba cubierto con una túnica blanca hasta los tobillos, limpia. Y había algo en su porte y su semblante que le dieron la inequívoca impresión de que aquel chico no había sido campesino ni el hijo de algún infortunado comerciante. Se comportaba con la furia y la insolencia de aquellos a quienes arrebatan una alta dignidad. Quizá un noble.

- La puja comienza en cien monedas, damas y caballeros. Cien monedas. ¿Quién ofrece ciento diez? ¿He oído ciento veinte?

- Ciento veinte.

- Sha Preditor Delesante ofrece ciento veinte. ¿Ciento treinta?

Luarah volvió la mirada hacia la jaula. El hombre que había dentro mantenía los dedos crispados sobre los barrotes, inmóvil, pero con una tensión inherente en su postura que hacía pensar en una fiera a punto de saltar. No apartaba los ojos del chico.

- Vamos, ciento treinta. Él lo vale. Fijaos en los dedos largos, mirad su boca - el tratante se acercó y levantó la barbilla del joven, que se retorció con un gruñido para morderle - Una fierecilla por domar, ¿no es verdad?

- Ciento treinta.

Luarah arqueó la ceja. Su padre sonrió con un destello fugaz en la mirada.

- Creí que escogía yo - susurró, sin perder la compostura.

- Y escogerás. Seis braceros y dos coperos.

- ¿Y este, para qué lo quieres?

- Puede ser divertido. Además, mejor con nosotros que con Delesante.

La muchacha reprimió un suspiro. Prefería no saber más. Su madre había muerto hacía años, el Sha Nuredil tenia derecho a divertirse como más le complaciera y no era asunto suyo en absoluto. Y sí, mejor con ellos que con Delesante.

- Ciento cuarenta.

- Ciento cincuenta.

- ¡Ciento cincuenta! Vamos allá, no os reprimáis, mis señores. ¿Quien ofrece doscientos? El primero que ofrezca doscientos se lo llevará.

La jaula del hombre pelirrojo se agitó. Se había abalanzado hacia adelante, casi hasta volcarla. Un grupo de guardias se acercó con los látigos, mientras él gritaba algo en un idioma que a Luarah le era desconocido. Pudo ver el destello de su mirada incluso desde abajo, la expresión congestionada y la manera en que golpeaba los barrotes, escupiendo frases ininteligibles en esa lengua dura y brusca. El chico se giró hacia él, respondiendo en el dialecto de las tierras altas, con un tono desesperado.

- ¡Doscientos! - gritó ella.

- ¡Por doscientas monedas de oro, nuestro comprador...compradora, Sharin Luarah Nuredil!

Luarah ocultó una sonrisa ante la fría mirada que le dirigió Preditor. Que se fuera al infierno. Hizo un gesto al chambelán, quien reclamó a tres sirvientes más para recoger al chico. Éste no cejaba en su infructuoso afán de zafarse de su situación, y continuamente volvía la mirada hacia la prisión del pelirrojo. La muchacha se lamió los labios. ¿Qué era lo que pasaba con aquellos dos?

- Hay quien no sabe cuándo rendirse, ¿eh? - comentó jocosamente uno de los señores a su lado. - Dicen que las gentes de Nirala no lo saben nunca. Os deseo suerte.

- Gracias, no la necesitamos - replicó ella, alzando la barbilla.

Miró de nuevo la jaula del pelirrojo. La curiosidad era demasiado intensa, pero sabía lo que se esperaba de ella, así que se dirigió a su padre.

- Querías dos coperos y seis braceros para el molino, ¿verdad?

- Exactamente.

- Ese chico de las tierras altas, Nirala, puede servirte de copero, si es que aprende. Tomaré uno más, también un chico para que no haya problemas.

- Bien pensado, hija mía - asintió él. - ¿Y los braceros? ¿Has visto alguno que merezca la pena?

- Esos dos... y... ¿Por cuántos crees que trabajará el de la jaula?

El Sha Nuredil observó a su hija con una chispa de orgullo en sus ojos verdes y se acarició la perilla.

- Esos hombres no son adecuados para las labores. Los venden para la lucha.

- Creo que trabajará perfectamente y no causará el menor descontento, mientras tengamos a Nirala con nosotros. Y nos servirá para controlar a los demás.

Luarah sonrió ampliamente esta vez, mientras su padre asentía, mirándoles a ambos y le ponía la mano en el hombro. Lo sabía, estaba orgulloso de ella. Había sabido ver un buen negocio al tenerlo delante, y lo que era más importante, había sido capaz de valorar a las personas a un golpe de vista. Aquello, en las cortes de Shalama era más que necesario, imprescindible para mantener la posición. Esa tarde, regresaron siete personas al Palacete de los Nuredil: El chico Nirala, que parecía haberse relajado considerablemente cuando sacaron al Rojo de su prisión y le llevaron encadenado junto a él, los dos vigorosos braceros y otro muchacho con aspecto de bailarín avispado a quien había bautizado como Cisne. Dos coperos, tres braceros, setecientas monedas de oro gastadas y todos tranquilos.

Un buen negocio. Mano suave con los esclavos recién adquiridos, sonrisas y perfumes. Así funcionaban las cosas en Shalama, lamiendo en el momento justo y exhibiendo una sonrisa antes de apuñalar. Luarah era joven, pero había mamado diplomacia y saber hacer. Por eso no exhibió ningún temor cuando dio la bienvenida a sus esclavos a su nuevo hogar, sin importarle si la entendían o no debido al idioma. Sonrió y les miró con simpatía. Y aquello bastó para que no hubiera el menor altercado durante el primer día.

. . .

© Hendelie


1 comentario:

  1. uff menos mal , parece que al menos no les van a separar !!!
    Luarah me gusta , los ha mantenido unidos .

    A ver para que los utilizan...

    Judith

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