lunes, 16 de enero de 2012

Fuego y Acero XXXIII: Bajo la luna



33.- Bajo la luna


Cuando al fin emprendieron el camino hacia la granja, Ioren tenía el infierno dentro. Ni el murmullo del mar a su espalda podía apaciguarle. La luna llena le parecía un ojo inquietante que le observaba con malicia, las sombras del acantilado, nidos oscuros desde los cuales acechaban los espíritus furiosos. Agradeció que Driadan diera un par de traspiés y se mostrase un poco mareado. Le proporcionó la excusa perfecta para rodearle con el brazo y mantener el contacto con él. Era lo único que podía tranquilizarle en aquel momento, por irónico y terrible que fuera.

Le miró de soslayo. Los ojos rojos destellaron y se apartaron cuando los sorprendió fijos en él, como si le hubiera pescado haciendo algo prohibido. El perfil del joven príncipe era una media luna blanca en la oscuridad azulada de la noche, y aunque se pintaba el cansancio en su semblante, no parecía tener ninguna clase de miedo o angustia. Sólo estaba agotado. Ioren le felicitó por su entereza para sí, pero no le dijo nada al respecto. Estaba demasiado preocupado por asuntos más graves. Dos en concreto: Uno, cómo había sido capaz de contarle a Driadan lo que jamás había contado a nadie, y cómo era él capaz de seguir así a su lado tras saber las cosas que había hecho. Y dos, ¿por qué las visiones no coincidían?

Al principio había pensado que Kraakha le había engañado a él cuando leyó sus runas en Nirala, antes de la batalla. No estaba seguro de si eso era posible, pero Ioren lo había visto a través de sus ojos, con espantosa claridad. Había visto el rostro de aquel muchacho, los ojos rojos como la sangre, su terrible y pictórica belleza. Había visto escenas sueltas que no recordaba y que nunca había logrado recordar, y por último, el momento final en una batalla, cerca del mar. Mirarse cara a cara y el dolor terrible, la muerte que llega, los ojos rojos antes de que todo desapareciera en la negrura.

Pero Driadan había visto otra cosa. Algo muy diferente. Mazmorras y cadenas, algo que Ioren estaba seguro de no haber contemplado en su futuro. ¿Por qué las visiones eran distintas? No lo sabía. No podía entenderlo. Y aunque no estaba seguro de si la siadh podía mentir en algo así, aquella era la única conclusión a la que podía llegar por aquel momento.

- ¿Cuándo pasará el mareo?

Ioren reprimió una sonrisa al escuchar aquella pregunta en un tono casi infantil.

- Es por los inciensos – respondió con suavidad, pegándole más a su cuerpo. Cuanto más se empeñaba Driadan en caminar por sí mismo y demostrar que se encontraba bien, más apoyo le brindaba Ioren. Le gustaba que se esforzara así. – Será mejor que no entremos en la casa. Te vendría bien pasar la noche al aire libre.

- No, estaré bien. – replicó el joven - Además, sólo faltaba eso. Ya has sido bastante imprudente. Se supone que hay que ser discretos y que soy un siervo. Tu rescate épico no ha sido nada apropiado, y me temo que tampoco lo sería que los dos pasáramos la noche fuera de la granja.

Odiaba admitirlo, pero tenía razón. Hizo una mueca de disgusto y suspiró con incomodidad. El no había pretendido llamar la atención sobre ambos, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Había salido a acompañar a Ornel Dunstrag hasta su caballo y, al regresar, Jhandi le había manifestado su preocupación por que Nirala se hubiera metido en algún lío. Empezaron a buscarle y no aparecía por ninguna parte. Cuando abrió la puerta de la habitación de Kraakha y encontró a la mujer arrodillada y vio la expresión del chico…

- ¿Estás bien?

Ioren parpadeó y soltó los dedos. Había vuelto a crisparlos en el brazo de Driadan. Frunció el ceño y asintió.

- Pues claro.

No había pensado en nada más. No había sido capaz de discurrir con claridad. Vio su rostro desencajado, la lágrima que brillaba en la mejilla, la terrible palidez, el miedo ancestral en su mirada carmesí. No había pensado en nada más. Le había agarrado en volandas y había dejado atrás la voz insidiosa de la siadh, caminando a largas zancadas hacia la playa, donde tenía la esperanza de que Lusk le escuchara y ayudase a traer de vuelta al muchacho, al que suponía perdido en una nube de visiones, ausente de la realidad. Todos le habían visto, la urgencia y la preocupación con la que se dirigió hacia el exterior, maldiciendo por lo bajo.

En vez de dejar reposar al joven y actuar con calma y prudencia, había perdido los nervios al sentir amenazado a Driadan.

¿Desde cuándo era así?

Volvió a mirarle de reojo. Otra vez, el chico apartó la vista apresuradamente. "Maldita sea, esto es muy raro. Es demasiado raro."

- Dijiste que te lo tienes merecido

Ioren asintió, contento de que el chico hablara. Sus pensamientos estaban empezando a girar vertiginosamente en torno al mismo punto y sabía que eso acababa enloqueciéndole para nada. Puso toda la atención en sus palabras, mientras ascendían el último tramo del acantilado.

- Todos creemos en los presagios de las siadh aquí en Thalie. Son mujeres sagradas. Los dioses les cuentan el destino de los hombres. Yo desafié a los dioses, y me tengo merecido que jueguen con mi destino.

- ¿Por qué es tan severa la tradición respecto a eso? A las mujeres prohibidas. Quiero decir que habrá alguna clase de motivo por el que no se pueda estar con ellas, ¿no?

Ioren entrecerró los ojos, negando con la cabeza.

- Yo no lo conozco muy bien – admitió – Pero las tradiciones deben ser respetadas en una comunidad. Es una ley para la supervivencia del grupo. Ayudan a que haya orden, a que no se produzcan crímenes, a que los seres humanos sean menos como animales.

- Sí, pero ¿de dónde nacen? ¿Quién las inventa, y por qué? – insistió Driadan – En Shalama la tradición mandaba que todos los coperos teníamos que lavarnos las manos tres veces con agua de jazmín. Al principio lo hacía porque era la tradición, sin más. Luego me di cuenta de que tenía sentido, porque el agua de jazmín provocaba que no sudaran las manos por mucho calor que hiciera, y así no se escurrían las botellas ni las copas de nuestros dedos.

- Nunca me he preguntado quién inventa las tradiciones – replicó Ioren – sólo sé que existen por algo. Y que es mejor respetarlas.

Sus últimas palabras sonaron algo secas, y Driadan asintió, guardando silencio. Al menos por un rato. Ya estaban a poca distancia de la granja, caminando por las rocas planas que despuntaban entre los arbustos, cerca del brezal, cuando volvió a hablar.

- Y si los Dioses te han dado la espalda, ¿por qué te hacen caso cuando los llamas?

Ioren sonrió a medias. De modo que no se le había escapado ese detalle. El condenado muchacho no era ningún idiota, pero eso Ioren lo había sabido siempre. Siempre había vislumbrado todo lo que ahora Driadan estaba dejando ver de sí mismo, aunque tenía que reconocer que nunca había previsto el devastador efecto que eso estaba teniendo en él mismo.

- No tengo la respuesta a eso – admitió, deteniéndose por un momento. La luna gigantesca les observaba con descaro, y reflexionó en voz alta al respecto, con la mirada fija en una mata de hierba seca – No lo sé, pero no siempre lo hacen. Rúnya es el Señor del Fuego, y me ayudó en aquella cueva, en los bosques de tu tierra. Lusk, el Señor del Mar, me ha ayudado hoy. Muchas otras veces les he invocado y me han dado la espalda. Todas las otras veces, en realidad, desde que les ofendí por vez primera. Sólo en estas dos ocasiones han vuelto a mirarme con agrado.

Miró al frente, esquivando con habilidad las posibles respuestas que se le venían a la mente. Sabía que no era casualidad que en ambas ocasiones hubiera sentido que el muchacho estaba en peligro, y que en ambas ocasiones la Magia Antigua hubiera actuado. Sabía que había alguna relación con Driadan, o con lo que Driadan era para él, pero aún no estaba preparado para analizar eso, con todas sus implicaciones. Volvió a dejar la mano en la cintura del príncipe y a empujarle con suavidad para seguir avanzando.

- Supongo que aún tengo que aprender mucho sobre tu tierra.

- Puede serte útil – asintió Ioren – pero intenta evitar a Kraakha en lo sucesivo. Su magia es poderosa y tú provienes de una estirpe alejada de los Dioses, que ya ha olvidado esas cosas. En vuestra sangre hay menos tolerancia a la hechicería. Es sorprendente que hayas resistido las visiones.

- Soy de la estirpe de Horwing – replicó el joven, alzando la barbilla y atravesándole con una mirada orgullosa – La de mis ancestros es la sangre más antigua de Nirala, y también la más pura.

- Quizá eso explica que no hayas sido fulminado por la magia de la siadh. Aun así, haz lo que te digo.

- Si supiera que iba a practicar una de vuestras brujerías conmigo no la hubiera seguido, tenlo por seguro.

Ioren se armó de paciencia, percibiendo el tono ligeramente ofendido del príncipe, que había apretado el paso. A pesar de que su carácter se había serenado considerablemente en los últimos tiempos, Driadan seguía siendo tan susceptible como un gato palaciego. Pero Ioren también tenía su orgullo.

- ¿Vuestras? No llames brujería a la Magia Antigua – dijo severamente, aunque sin alzar el tono – Lo que yo hago no es brujería. Es la manifestación del vínculo entre los Dioses y los hombres, la más antigua forma de devoción, que se extiende a lo largo de las eras desde antes de que ambos estuvieran separados por el tiempo y la distancia, cuando Ellos caminaban sobre la tierra y nos enseñaban sus secretos. Cuando tu primer ancestro era un niño, los de mi sangre hablaban con los Dioses, y así se ha perpetuado a lo largo de mi familia, desde el primero de mi nombre hasta el último. Así que no hables tan a la ligera.

Driadan le estaba mirando. El brillo de sus ojos se había apaciguado, pero cuando el hombre del mar hubo terminado de hablar, apartó la vista y fingió indiferencia.

- Lo que sea.

- A veces actúas como un sabio y otras como un tonto – suspiró Ioren, resignado.

- Hago lo que puedo, pero Qilem dice que estoy en la edad – respondió Driadan con mucha naturalidad.

Aun así, el príncipe no se había apartado de su brazo. Aun así, el Rojo no le había soltado el talle. Siguieron andando, el uno junto al otro, a través de la agreste planicie, dejando atrás el barranco y la playa, y con la luna gigantesca contemplándoles sin parpadear. La nevada apenas había cuajado. Había sido fría en exceso, formada por copos crujientes, de hielo puro, que habían cristalizado en placas y ahora empezaban a derretirse. Y cuando estaban ya delante de la puerta, bajo el dintel goteante, el joven príncipe soltó su flecha, paralizando a Ioren en el umbral por unos segundos.

- ¿La amabas?

Contempló la puerta. A veces, cuando se trataba de esta clase de asuntos, Ioren tenía la sensación de tener una rata encerrada en las entrañas. Una rata ciega y dormida. Cuando alguien mencionaba palabras como la que acababa de pronunciar Driadan, era como si prendieran fuego a la cola de la rata y ésta comenzara a retorcerse, mordiendo, arañando, pugnando por abrirse paso a través de su carne. Pero estaba muy al fondo, hundida profundamente, no encontraba la salida y torturaba su alma en su alocada y caníbal desesperación.

Ni siquiera era capaz de decir que sí. Era como si su voz no respondiera. Pero responder era revivirlo todo, y no quería revivirlo más. Prefería las cosas como estaban, por terribles que fueran: el señor cruel y caprichoso que había tomado a la siadh por la fuerza, que había matado a sus propios hijos con frialdad. Se preguntó por qué Driadan le cuestionaba sobre aquello. ¿Acaso algo en el relato que le había revelado hacía pensar que pudiera haber sentido afecto por la Lectora de Runas? Se había esforzado en aparecer como un monstruo, también delante de ella, delante de sí mismo, mejor eso que lo otro. Mejor que lo otro.

- ¿Por qué me preguntas eso? – dijo al fin, forzando una sonrisa torcida y tiñéndola de crueldad. Luego miró al chico, escupiendo cada palabra con gran esfuerzo – La forcé. La hice mía sin su consentimiento.

- ¿Y qué? – replicó el muchacho. La escarcha le goteaba en el pelo. Se le habían dibujado sombras profundas bajo los ojos, que conservaban la mirada vívida a pesar del agotamiento, y las ondas oscuras del cabello caracoleaban sobre la capa de piel húmeda – Las personas a veces hacen barbaridades por amor. Pero no me has contestado.

Ioren sintió el nudo cerrarse en torno a su garganta y dio un paso hacia atrás, apartando la mano de la puerta y la otra de él. Le miró fijamente a los ojos. "Dioses, yo que no he temido la espada ni la tormenta, que ni siquiera os he temido a vosotros. ¿Qué me está pasando?". La rata en llamas corría, corría, gritaba y mordía. Su cabeza se llenó de pensamientos confusos, algunos absurdos, que no podía controlar ni moderar: la anticipación de un momento que sabía doloroso, una separación inevitable en la que no quería pensar, el presentimiento de lo que se retorcía al fondo de su corazón, la angustia, la certeza de que la tortura sería infinita, el dolor inconsolable.

Tenía que parar aquello, como fuera. Con la mirada clavada en los ojos carmesíes, habló, haciendo acopio de toda su presencia de ánimo y en un tono sereno y grave.

- No te confundas, principito. Durante mucho tiempo he sido lo que has visto, lo que ella te ha mostrado. Y no he cambiado tanto. Lo que le hice a ella no fue por amor: quería tener lo que estaba prohibido. Sólo eso. La forcé porque no se plegó a mis deseos.

Driadan bajó la cabeza. Pareció dudar un momento antes de volver a mirarle y preguntar de nuevo. Estaba más pálido que antes.

- ¿Y por qué me lo hiciste a mí?

Maldito fuera.

- Esa pregunta es absurda. Ya lo sabes. Me provocaste. Te lo estabas buscando.

Driadan asintió, y Ioren contuvo el deseo de poner distancia de por medio y huir de él, maldito fuera por siempre. Le confundía. Le hacía sentir que el suelo no tenía consistencia alguna, y no podía permitirse esa debilidad. Pero, de alguna manera, anhelaba tanto poder permitírselo... poder permitirse ser débil, rendirse a la impotencia ante aquellos sentimientos, ser frágil y perder toda cautela. Sí, tenía el deseo de salir corriendo y escapar de sus cuestionamientos traicioneros, pero al mismo tiempo, el de agarrarle entre los brazos, hundir el rostro en sus cabellos y decir todo lo que no iba a decir nunca.

- Una vez me dijiste que el amor siempre decepciona – insistió el chico, con sorprendente calma - ¿Cómo puedes saber eso y afirmar no haberlo sentido nunca? ¿Cómo lo sabes entonces?

Ioren se quedó helado en el sitio. Negó con la cabeza, abrió la puerta y le empujó dentro. No iba a responder a nada más. Ya era suficiente. Todo aquel maldito día había sido suficiente, más que suficiente, demasiado.

Habían apagado todas las luces del interior. Era cerca de media noche y sólo se escuchaban los ronquidos procedentes de la sala común y el crujido de las tablas bajo sus pasos. Caminaron en silencio por el pasillo, Driadan delante, Ioren detrás. El joven príncipe dejaba un rastro de perfume a iris a su paso. Aquel olor jamás le había abandonado, ni entre la más horrible suciedad del barco de los esclavos, ni cuando le habían ungido de otros aromas en Shalama, ni cuando la sal del mar le embadurnaba. Era su seña de identidad, algo que le era tan propio que Ioren podría reconocerlo en cualquier parte. Que se intensificaba cuando le tenía entre sus brazos, cubierto de sudor, gimiendo, con la saliva escurriéndose entre sus labios y los ojos rojos empañados de deseo. Que se pegaba a la propia piel del guerrero, se convertía en parte de sí mismo. Podía oler a Driadan en él.

Y no sabía qué demonios hacía pensando en eso. ¿Por qué estaba pensando en eso? No debía pensar en eso.

Driadan se detuvo ante la arcada de la sala común. Su aspecto se volvió aún más abatido.

- Supongo que me quedo aquí – susurró. Luego se volvió hacia el hombre del mar, esperando una confirmación, recuperando cierto aire orgulloso, como si pretendiera esconder lo poco que le agradaba la idea, lo mucho que necesitaba ser consolado y arropado aquella noche y todas las noches.

Ioren apretó los dientes y le agarró de la barbilla, repentinamente irritado.

- Sabes perfectamente que no – respondió – te dije que no iba a renunciar a algunas cosas.

- Pero dijiste que hay que ser discreto y que…

- Y no lo he cumplido en absoluto, no aquí dentro – replicó Ioren, cada vez más tenso – por todos los demonios, muchacho, ¿es que disfrutas escuchando una y otra vez cómo me contradigo por culpa tuya?

Driadan esbozó una sonrisa cansada. Se puso de puntillas y le enredó los brazos ligeros en la nuca, pegando la mejilla a su pecho. 

- Sí.

Lo susurró, junto a su corazón. Ioren suspiró y le cogió en brazos para llevarle a su habitación. Él también necesitaba su presencia cercana. A pesar de la zozobra y las contradicciones, del baile desquiciado de las emociones en su corazón, de las carreras terribles de las ratas mordiéndole por dentro a causa de dolores pasados y de antiguas heridas que jamás se curarían, el joven príncipe era su consuelo. Era todo lo que tenía. Lo había dicho una vez, y era verdad.

A pesar de todo, mientras le llevaba hasta su alcoba y le tendía en el lecho, mientras le rodeaba con los brazos y el cuerpo adolescente del joven príncipe se amoldaba perezosamente al suyo, buscando su espacio, encajar en aquella anatomía, mientras el calor fluía entre los dos en ese abrazo casi familiar como un bálsamo apacible, acunándoles hasta el sueño, mientras aspiraba el dulce aroma de flores exóticas en su pelo húmedo, era consciente de nuevo con certeza.

Driadan era todo lo que tenía. Todo lo que aún podía salvar de sí mismo, podía salvarlo gracias a Driadan. Quizá por eso los Dioses le respondían cuando los llamaba para el joven príncipe. Y seguramente, por eso tenía tanto miedo.

. . .

©Hendelie




2 comentarios:

  1. Hombre por fin un poco de cariño por parte de Ioren !!! y el hombre ,aunque es mas bruto que un arado ,al fin parece que se ha dado cuenta de lo mucho que quiere y necesita a Driadan .

    Hendelie la historia lo tiene todo amor , dolor fuerza ,lucha y sobretodo personas que no saben lo que realmente necesitan .

    El personaje de Driadan me tiene enamorada pero el de Ioren es simplemente MAGNIFICO.

    Muchisimas gracias por compartir con nosotros esta historia.

    Un abrazote

    Judith

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  2. En mi opinión Ioren es un cobarde, por el simple motivo que cree que los sentimientos te hacen débil.

    Ahora, al saber la historia (parte de ella) con la Lectora de Runas la posibilidad que esta se haya tomado una pequeña venganza en contra de Ioren no me parece demasiado absurda, aunque eso también supongo que iría en contra de sus leyes.

    Creo que el futuro de los dos cambia siempre, porqué según como hagas algunas acciones puedes modificar tu futuro o no. Es como la pregunta de... ¿Qué pasaría si ...?

    *-* Me gustaron mucho estos capítulos.


    Hasta los próximos! =) byee

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