jueves, 1 de marzo de 2012

Fuego y Acero XXXVIII: Ioren


38.- Ioren

- Ni siquiera les había puesto nombre.

El susurro del Rojo se arrastró en la oscuridad como un secreto roto. Afuera, de nuevo estaba nevando. La noche había caído sobre Thalie casi repentinamente, tras un día de luces y colores especialmente brillantes que había elevado el ánimo de todos. Ahora, el frío volvía a morder los huesos y a hacer crujir la madera. Pero no hacía frío en la habitación. No debajo de las mantas y las pieles, con el fuego que bailaba en la chimenea y pintaba las paredes y los contornos de sus cuerpos con colores anaranjados, rojizos y ocres. Allí nunca hacía frío. El olor del mar se mezclaba con el perfume de los iris, en una amalgama dulce y salada, espesa, que flotaba en el ambiente y casi podía saborearse al respirar.

Driadan estaba despierto, aún húmedo y brillante de sudor, con la expresión de un cachorro en la sobremesa y los músculos distendidos, agotados tras la explosiva pasión que habían compartido. Tenía la cabeza apoyada entre el hombro y el pecho de su amante y se había ladeado para mirarle cuando le escuchó hablar; el brazo sobre su torso, la pierna sobre sus piernas, la mirada fija en los rasgos angulosos y firmes del hombre del mar.

- Quería a mis hijos.

El príncipe se sintió despejado de inmediato. Con una extraña sensación de solemnidad, deslizó la yema de los dedos sobre el pecho de Ioren, dibujando los músculos en una caricia distraída y tranquila, escuchando. No era tan estúpido como para no darse cuenta de que le estaba abriendo una parte de su corazón que quizá ni siquiera se había abierto a sí mismo. Guardó silencio y le escuchó, con la mirada fija en él y sintiéndose emocionado y nervioso, igual que la primera vez que entró a la Sala del Pegaso.

A Ioren no se le había quebrado la voz, aunque en ella había una profunda tristeza, lejana y resignada. La misma que veía en sus ojos. El Rojo no le miró, sino que siguió hablando en voz queda.

- Siempre recuerdo al primero – continuó, dejando que un hondo suspiro le temblara entre los labios. Aunque no tenía la voz ahogada, cada palabra parecía costarle mucho esfuerzo. – Tenía el cabello rojo. Era mi primogénito. Y quería a ese niño, igual que quise a todos los demás. Eran sangre de mi sangre.

Driadan tragó saliva. Él nunca había pensado en la paternidad. Siempre había sido el hijo, consciente de que algún día tendría que dar también él un heredero a Nirala, pero veía aquello como algo lejano e impreciso. "Sangre de mi sangre", pensó, intentando hacerse a la idea de lo que se sentía al coger entre las manos un bebé que era hijo de la semilla propia, que tuviera su mismo cabello y sus mismos ojos.

- Tenía que tomar una decisión. Podía ser el padre de esos hijos y abandonar la silla. Convertirme en un paria, en un proscrito que había roto las normas. Habría venido aquí, a esta misma granja, y viviría con Kraakha y mi familia de niños sin futuro.

>> Podía, por otra parte, ser el padre de esos hijos sin abandonar la silla. Tomar otra esposa, tener otros hijos y dejar que se mataran entre ellos por la sucesión cuando crecieran.

>>Y podía hacer lo que hice. Negarme a asumir ninguna consecuencia e imponer mi voluntad y mi supremacía. A todo y a todos. Y lo hice, al más alto precio. Porque uno nunca olvida, príncipe. Me llevé a mi hijo en brazos para ponerle nombre, le besé las mejillas y lo arrojé al acantilado. Ese día, yo solo destruí mi propia alma. La rompí en pedazos y me los clavé en las venas para no olvidar. Aunque no podría haberlo hecho de ninguna manera.

Driadan tragó saliva. Le escocía la garganta. ¿Cómo podía Ioren vivir con eso? Si no le diera importancia, podría entenderlo. Si no significara nada para él, era natural que hubiera seguido adelante con su vida como si tal cosa, pero no era así.

Ioren permaneció en silencio un rato, mirando al techo.

- A veces imagino cómo serían si estuvieran vivos. Supongo que podría escucharles reír. Enseñarles las cosas que te he enseñado a ti. - volvió los ojos hacia él, ladeando la cabeza - Que hay que saber ser un hombre. Cantarles canciones para dormir si lloraban, cuando algo no va bien. Templarles para ser fuertes. Para que nunca se hagan lo que me hice yo, ni lo que hice a otros.

El príncipe tomó aire y asintió. Estaba conmovido y angustiado por el hombre del mar. Repentinamente, escurrió un brazo bajo su cuello y le estrechó hacia sí, hundiendo los dedos en la cabellera roja y tratando de abarcarle con los brazos. Las palabras surgieron entre sus labios, atropelladas y trémulas, bañadas por el incipiente llanto que intentaba contener.

- Tendrás otros hijos, cuando vuelvas a ser rey – murmuró a duras penas, sorbiendo la nariz – Serás buen padre con ellos. Les pondrás nombre y serán tus herederos, les escucharás reír y podrás enseñarles a ser hombres o mujeres. Podrás enseñarles a mantener la espada limpia aun cuando no está sucia, a mantenerse calmados hasta en la ira, a ser conscientes de cuanto les rodea. Y les cantarás canciones para dormir, y serás su luz cuando todo se venga abajo.

Ioren se revolvió en su abrazo y le buscó con la mirada, secándole las lágrimas con los dedos rudos y ásperos.

- ¿Por qué lloras? – le preguntó, confuso – No llores.

Driadan meneó la cabeza.

- Lloro por ti y por tus hijos. – explicó, con voz estrangulada – Son tus lágrimas, las que no has derramado… y también las mías, las que no puedo evitar. Quiero consolarte, pero no sé como hacerlo. Tú les querías, y yo te quiero a ti… pero no puedo consolarte.

Le sorprendió la tristeza de Ioren, la digna claridad en sus ojos azules mientras le pasaba una mano callosa por el rostro. ¿Por qué le conmovía tanto? Era como si su actitud, esa regia tranquilidad que podía prender en virulento ardor entre las sábanas o en la batalla, le tocaran alguna parte de su alma que nunca había sabido que existiera hasta entonces.

- No quiero consuelo, y no me lo merezco – dijo el Rojo finalmente – pero de ti, lo acepto. No puedo rechazar nada que tú me des. Ni tu amor, ni tu compasión, ni tu odio, ni tu acero.

El príncipe se estremeció violentamente. Clavó los dedos en sus brazos y se pegó a él.

- Mi acero. – susurró, angustiado- No quiero pensar en eso. No quiero pensar en eso. Ni en eso ni en lo demás. Cada día que pasa me acerca más a un futuro terrible, que parece acecharme como un lobo hambriento. No quiero pensar.

Ioren asintió y le empujó suavemente hacia el colchón, cerniéndose sobre él entre el murmullo de las mantas y las pieles. Sus labios, duros y calientes, le abrieron la boca y le besó, lamiéndole la lengua y mordiéndole al final. Driadan exhaló el aire de los pulmones en un estertor, como si hubiera estado conteniéndolo demasiado tiempo. Aliviado, respondió a su beso de manera impaciente, y cuando se separaron, los ojos azules brillaban con las ascuas reavivadas del deseo, que se habían abierto paso a codazos a través de la nostalgia y la pena. El príncipe tenía los dedos en los brazos del Rojo, y bajo las yemas de la izquierda, notó la cicatriz de su sello, el que había grabado a fuego en la piel de un esclavo, hacía siglos, o eso le parecía.

Su voz rompió con el resuello ahogado de la desesperación, y sus dedos se cerraron en sus brazos hasta clavarle las uñas.

- Volvería a hacerlo. –  dijo, y mientras hablaba, Ioren le atravesó con la mirada azul – A pesar de todo, volvería a marcarte. Si volviera atrás, volvería a hacerlo, volvería a hacerte mío para ser tuyo.

- Volvería a odiarte por ello – respondió el Rojo, tras largos segundos en los que solo le había mirado fijamente. No había condena en sus palabras, solo una fascinación desnuda y ardiente – La primera vez que te vi, supe que eras mi perdición. Y aun así, he luchado todo lo que he podido.

Volvió a estrellarse contra sus labios, imparable como la marea. Driadan enredó las piernas en su cintura y se bebió su aliento en el nuevo beso que le arrolló por dentro. Cuando se separaron Ioren siguió hablando, con las llamas de la hoguera brillando en sus ojos de fuego azul y los dientes apretados, acariciándole con las manos callosas y rasposas, mientras el príncipe respiraba agitadamente.

- La sangre de mis hombres manchaba el suelo. – pronunció, en una confesión atropellada, áspera - Y tus ojos estaban ahí, gritándome. Y yo los rehuía, porque ya te conocía. Te había visto en las visiones de Kraakha. Y en ellas, tus ojos ardían y tú estabas en mis brazos.

Driadan ahogó un gemido y le agarró del pelo. Ambos respiraban precipitadamente, en sus pupilas había llamas hipnóticas, rojo y azul. Parecían dos hechiceros subyugándose mutuamente, presa de un encantamiento reflejado que les había sumergido a cada uno en la mirada del otro, incapaces de liberarse.

- ¿Me viste en su magia? – balbuceó el príncipe, a duras penas. Las manos de Ioren no le dejaban concentrarse en nada, marcando y moldeando su cintura, su pecho - ¿Nos viste así, como ahora?

Ioren asintió con la cabeza, respirando entre los dientes apretados. Parecía que estuviera ahogándose, y Driadan sabía qué era lo que le asfixiaba. Lo veía en sus ojos, algo que quería abrirse paso desde muy hondo. Sabía que era peligroso, pero intentó tirar de ello, tragando saliva para anestesiarse contra el dolor que iba a despertar en ambos.

- No sé si voy a soportarlo – susurró a duras penas – Marcharme. No sé si…

La mano de Ioren se cerró sobre su boca y los ojos azules relampaguearon. Le notó tensarse y rechinar los dientes, se le aceleró la respiración y al fondo de las sombras de la melena encrespada, su mirada se enturbió.

- Lo soportarás – escupió Ioren, con una dureza tan herida que Driadan se arrepintió de haberlo mencionado y se echó a temblar – Y yo también. Lo soportaremos. Los dos. Maldito seas, lo soportarás y yo te dejaré ir, muchacho. Así es como tiene que ser, y no puede ser de otro modo. Ni siquiera lo pienses.

Tomó aire cuando Ioren apartó la mano de su boca.

- ¿Pero por qué? – insistió - ¿No hay ningún modo?

- Sabes que no.

Driadan tragó saliva y asintió, mirándole a los ojos. Sabía que no, los había contemplado todos, los había buscado todos, y aunque algunas ideas parecían buenas al principio, terminaba por darse cuenta de que todo acabaría en desastre. ¿Qué iba a hacer? ¿Renunciar al trono de su padre para vivir como un siervo del thane de cara a los demás? Todo aquello que Ioren le estaba enseñando sería entonces en vano, y no podría ser Driadan… sólo sería una sombra que se alimentaba únicamente de amor, del mismo amor, hasta que se viciara y llegara el hastío, la culpa y la angustia. ¿Y si Ioren renunciaba también, qué iban a hacer los dos? Dos hombres. Quizá podrían convertirse en mercenarios, o abrirse camino en la vida de alguna manera, pero ¿Cómo iba él a perdonarse el haber arrancado de su trono a alguien como Ioren el Rojo? Aunque ese trono fuera una silla de madera, su amante era el hombre más admirable que nunca había conocido, con hijos muertos o sin ellos. Incluso a la altura de su padre, quizá hasta por encima. ¿Cómo iba él a apartar a un hombre así, a toda su posible estirpe, del lugar que le pertenecía por derecho y por mérito? Por muy fuertes que fueran sus sentimientos, no lo eran todo. "Pero lo serán durante el tiempo que me quede a su lado. Durante estos días, lo serán. Nunca los recuperaré, nunca volverán, estos días nunca volverán".

- Estos días nunca volverán – pronunció, con la voz trémula y un sollozo anudándose en su garganta.

Ioren le rozó la nariz con la suya, sus dientes le acariciaron los labios y deslizó las manos bajo sus muslos.

- No. Y no pienso derrocharlos.

Driadan le abrazó y se contuvo para no gritar al sentir la brusca invasión en sus entrañas. Tragó saliva y se hundió entre las colchas, dejándose llevar, agarrado a su espalda con tanta fuerza que las uñas se le mancharon de sangre.

- Mírame – resolló, cuando Ioren empezó a moverse más rápido y sintió acumularse la tensión en su vientre y entre las piernas – Mírame.

Los ojos azules cayeron sobre él. Nunca le había negado una mirada. Y mientras le miraba, Ioren el Rojo habló, en un susurro ahogado de terciopelo caliente.

- Te quiero.

Las palabras le rompieron el corazón. Le atravesaron como una lanza de fuego y le hicieron perder el ritmo de la respiración. Las lágrimas se escurrieron de nuevo por sus mejillas cuando se apretó contra él, estrechándole con brazos y piernas, rendido a sus impulsos desbocados, escondiendo el rostro en su cabello.

- Dilo otra vez…

- Te quiero.

Lo había hecho. Con la respiración jadeante, en el susurro íntimo en el que se confiesan los amantes, se lo había dicho. Ioren le amaba, y ahora no sólo lo sabía Driadan. Él mismo también. Cerró los ojos y deseó morir, por todos los motivos que tenía para ello.

Cuando volvió a abrirlos, ahogando los gemidos mientras Ioren se movía encima de él, entrando y saliendo de su cuerpo, abrazándole y cubriéndole de besos y caricias, sólo existía por y para él. Por eso no vio que la puerta estaba entreabierta, y que tras ella, una figura oscura les observaba con los ojos verdes y relucientes. La mirada ajena refulgió y luego se apagó, cerrando la puerta con suavidad y sin hacer ningún ruido.

. . .

© Hendelie

3 comentarios:

  1. oh , por favor que capítulo mas... mas... mas.. HERMOSO .
    Me ha tocado el alma ,la manera en la que Driadan llora por los niños que ya no están y por los que vendrán . La ternura , el amor,la amistad,la bondad , el cariño , la tristeza ,TANTA ,TANTA TRISTEZA y la angustia .

    Hendeline , describes los sentimientos de una manera tan dulce y real que se me encogió el corazón por Ioren.
    Hermoso , simplemente hermoso .

    Gracias.

    Judith

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  2. *-* Concuerdo con Judith fue hermoso pero a la vez triste porqué los dos tienen asumido que lo de ellos es imposible =( *noooooo*

    Me alegra estas escenas Driadan/Ioren pero creo que no durarán mucho. Me pregunto que le estará pasando a cisne, tengo curiosidad, ¿se mostrará? :O

    Hasta el próximo caaap!

    byee

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  3. Me encanta esta historia tanta pasion y fuego me la he leido en estos dias... como ha madurado Driadan.. ya queda muy poco de esa ira que lo poseia.... e Ioren ha admitido sus sentimientos por fin que lindo me encanto este capitulo y me da tanta pena tanto que sufren estos dos....
    Bellisimo el capitulo.. un abrazo

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