domingo, 3 de junio de 2012

Flores de Asfalto: El Despertar — XXVII


23 de Abril — David


El lugar se llamaba Namaste. Era uno de esos locales de luces bajas y amarillentas, paredes estucadas y estampas antiguas en blanco y negro cuidadosamente enmarcadas adornando los muros. Pretencioso y presuntamente bohemio. Algunos universitarios ocupaban las mesas, con sus gafas modernas de colores y las sudaderas y los zapatos de moda. También había treintañeros con aspecto de intelectuales y parejas algo más mayores, pasando los cuarenta, que conversaban con aparente profundidad. David hubiera apostado a que se trataba de citas a ciegas nacidas en el seno de alguna web que te garantizaba encontrar a tu media naranja por un módico precio. Siguió al profesor entre las filas de mesitas en dirección al fondo del local, erguido y sintiéndose bastante superior a todas aquellas personas.

Ocuparon una de las mesas vacías del final. El profesor dejó el abrigo en el respaldo de la silla y el portafolios en el suelo. La camiseta negra no hacía difícil adivinar los músculos del torso, su silueta se dibujaba bajo la tela oscura, que se tensaba en el pecho cuando Gabriel se movía de determinada manera. David apartó la mirada y se despojó de su cazadora. Él llevaba una camiseta de rayas negras y rojas con las mangas demasiado largas y encima una sudadera sin mangas con una capucha grande y peluda. Dobló la pierna en el asiento de la silla y apoyó la mejilla en la mano, soplándose el flequillo y mirando alrededor. Estaba nervioso, le hormigueaba el estómago. Intentó no mirar demasiado al profe mientras éste hablaba con el camarero; dejó que pidiera por él, mordisqueándose la uña del pulgar y fingiendo indiferencia.

Cuando Gabriel le propuso tomar algo, al principio lo había rechazado. Sabía que iba a sentirse así. Nervioso, inseguro, un poco angustiado. También sabía que no iba a poder evitar que se le hiciera un nudo por dentro con su cercanía, con el suave perfume a sándalo que le llegaba desde su posición, con el resplandor de las luces en su pelo y su mirada azul e intensa. Aceptó porque se sintió necesitado. No sabía bien de dónde procedía esa sensación: quizá lo había leído en la expresión corporal del profesor o en la forma en la que él habló sobre Ariadna. “Muerta. Está muerta. Muerta y enterrada”. Había sido como una bofetada verbal o una advertencia. Pero estaba seguro de que debajo de eso había dolor.

“Si Ariadna ha muerto, se ha quedado solo por completo. A menos que haya vuelto con Sara.”

—¿Dónde estás viviendo?

La voz de Gabriel le sacó de sus pensamientos. El camarero se había marchado. La música sonaba de fondo, soft rock. A David le recordaba al tipo de música que ponían en esos programas de radio que uno podía escuchar a partir de las dos de la mañana. Sacó un cigarrillo. Recordó que no tenía mechero, así que lo mantuvo entre los dedos.

—Estoy con Ruth. Nos hemos mudado al piso viejo de sus padres.

Gabriel asintió con la cabeza. Llevaba la barba de tres días un poco más crecida de lo que David recordaba y había algo en sus manos que le llamaba la atención, pero no sabía qué.

—Es bastante majo—prosiguió—. Hay una lámpara naranja y las tuberías hacen un ruido de ultratumba cuando tragan, es algo entre kistch y siniestro. O algo así. Mola.

—¿Está lejos?

—No, no mucho. A cinco estaciones.—No quería darle demasiados datos.—Me pilla más lejos del curro que de la facultad, la verdad.

—¿Vas a ir y volver con alguien, o piensas usar el transporte público?

David se sorprendió ante esa pregunta. Era un poco extraña. “A lo mejor pregunta para ofrecerse”, creyó comprender. “Me llevaría a la facultad en moto. Me recogería por las mañanas, con el abrigo largo y el pelo recién lavado, oliendo a limón”. El nudo del estómago se le apretó más.

—No lo he pensado aún. Aunque seguramente me traiga Oscar—añadió, casi improvisando. Le miró, esperando alguna reacción. “Soy una mala persona. Muy mala persona”.—Y quizá me recoja también.

Gabriel alzó una ceja casi imperceptiblemente y apartó la mirada mientras se incorporaba a medias. Se hurgó en el bolsillo de los vaqueros y le tendió un mechero. Era uno de esos encendedores de gasolina con el exterior forrado de piel y una tapa metálica. Lo había visto alguna vez en casa del profesor. Junto a la televisión.

—¿Es tu novio?

David hizo girar la rueda. Una llama amarilla se elevó dos centímetros. Acercó el extremo del cigarro y aspiró, soltando una voluta gris por la nariz. “Soy un hijo de puta”.

—Sí. Bueno, nos estamos conociendo.

“Y un cabrón.”

Gabriel asintió, pero no dijo nada. Su mirada seguía siendo opaca. Era imposible saber en qué estaba pensando. En ese momento llegó el camarero y puso una taza grande y redonda delante de David; estaba coronada por una montaña de nata y virutas de chocolate, de modo que no podía ver lo que había debajo. Al profesor le sirvieron un vaso transparente con espresso doble y una cerveza belga.

—No te privas de nada, ¿no?—dijo David, mirando la cerveza.

Gabriel se encogió de hombros.

—No soy el único hombre en el mundo al que le gusta tomarse un café con una rubia.

David sonrió con picardía. Era extraño escucharle bromear sobre mujeres. Sara era morena de piel y de cabello, y por lo que conocía al profesor, aquel hombre no sentía una especial inclinación hacia las mujeres. Ni hacia los hombres. Nunca le había visto quedarse mirando el trasero de una chica o seguir con la vista a un tipo sexy, ni hojear revistas, ni esbozar ninguna expresión ansiosa cuando en la televisión aparecían escenas de sexo. “Seguro que le gustan más las cervezas que las mujeres. Y que los hombres. Puede que hasta le gusten más las cervezas que yo, pero no le gustarán más que Roma o Los Soprano[1]”.

—Te he visto más a menudo en compañía de negras que de rubias—comentó el chico, aludiendo a la cantidad de latas de Guinness que solían llenar la nevera del profesor—. Además, pensaba que ibas a tomarte el café conmigo.

—Las negras prefiero tomarlas en casa y a solas.—El profesor cogió el vaso de café y se lo bebió de un solo trago. Luego colocó dos dedos sobre los sobres de azúcar que no había usado y los arrastró sobre el mármol de la mesa hacia él. —Y a ti también.

David apretó los dientes sin darse cuenta y sintió que se le subía el calor a las mejillas. No eran bromas apropiadas en esta situación, se dijo. “Si es que es una broma”. El profesor lo había soltado como si tal cosa, su semblante seguía siendo el mismo y no parecía tener intención de seducirle. Pero David era muy consciente de que parte del atractivo de Gabriel era esa aparente indiferencia y su cabeza se había llenado rápidamente de imágenes y anhelos que despertaban de un letargo. Los había mantenido ocultos y apaciguados durante mucho tiempo, bajo una alfombra de paciencia y resignación. Ahora, con la presencia de Gabriel y sus comentarios directos, se removían y asomaban la cabeza con rebeldía.

Lamentablemente, también el rencor se desperezó. Recordó por qué se había ido. Las cosas que se dijeron en el pasillo. Se le agrió la mirada.

—Me temo que ya no te quedan papeletas para jugar por ese bote.—Cogió los sobres de azúcar y los abrió con ademanes bruscos. Mientras le miraba a los ojos, tomó uno con cada mano y los volcó dentro de su taza humeante.—Tú mismo las rompiste. Aunque supongo que no es algo grave para alguien como tú, tan estupendo. Seguro que ya has rehecho tu vida y has vuelto a encajarla en el corsé con el que te estrangulas.

Se llevó una cucharada de nata a la boca. Seguía inclinado sobre la mesa, con una postura insolente y la mejilla apoyada en el puño.

Gabriel no reaccionó a sus palabras como él esperaba. En realidad no reaccionó de ninguna manera. Ni siquiera se le agitó el brillo en los ojos, ni tensó la mandíbula. Solo se le quedó mirando y después alejó la vista por encima de su hombro, como si estuviera pensando en sus cosas.

—Eres muy joven.—La voz del profesor era muy serena y se hizo oír al cabo de varios segundos.—Muy joven y muy emocional.

El chico meneó la cucharilla con furia y luego la lamió.

—¿Es tu forma de decirme que no entiendo nada y tu sí?

Gabriel negó con la cabeza.

—No. No, en absoluto. Entiendes muchas cosas mejor que yo.

—¿Entonces a qué viene eso?

—Es lo que me digo a mi mismo cuando te comportas como un gilipollas.

David, que iba a beber, detuvo la taza a medio camino. Un calor violento y furioso se le extendió desde el pecho hasta las puntas de los dedos. Entrecerró los ojos, volvió a inclinar el recipiente y dio un largo trago al café suizo. Estaba muy dulce pero le sabía amargo. Hizo un esfuerzo, respirando pausadamente y contando hasta diez para apaciguar la rabia que le había producido ese comentario. “Lo cierto es que no le falta razón. Soy yo quien le ha atacado ahora. Él sólo ha hecho una broma, si es que es una broma. Y si no lo es, ha dicho en serio que me desea, que aún me desea”, se repitió. “Y he venido con él porque sé que está jodido, lo de Ariadna debe haber sido terrible, y está solo, sé que no tiene a nadie, lo sé. Ahora me necesita y le he atacado. No tenía que haberle dicho eso. No tenía que haberlo hecho”.

Consiguió dejar pasar aquel amago de tormenta. Gabriel seguía mirando sobre su hombro y él dejó la taza en el platillo.

—Lo siento—admitió, con cierto esfuerzo—. Me ha molestado eso de “en casa y a solas”.—Bajó la mirada, buscando las palabras. —Es decir, me echaste de tu casa… o me fui, no estoy muy seguro, después de que insinuaras cosas sobre mi que no me gustaron. Que ahora sueltes eso no me mola.

Gabriel parpadeó un par de veces, confundido. Luego asintió y bajó la mirada.

—No quería decir eso. Supongo que no se me da bien escoger las palabras. Solo quería decir que te echo de menos.

David dejó la taza en el plato con parsimonia. Una especie de ardor de estómago se le subió a la garganta y empezó a empujarle tras los ojos, muy distinto a la oleada de rabia que había vivido poco antes. Forzó una media sonrisa, disimulando sus emociones.

—Pues la próxima vez, di las cosas así y no me hagas pensar mal.

—Lo intentaré.—Gabriel también sonrió, aunque era un gesto amargo, algo cansado. Dio un trago largo de cerveza y se lamió el labio superior para apartar la espuma. Después le miró a los ojos. —¿Estás bien con Ruth?—Su expresión seguía siendo serena, resignada. —¿Estás bien con todo?

El chico apretó los labios y bajó la mirada al mármol de la mesa. “Esto no tendría que ser así. Es él quien está hecho polvo”, pensó por un momento. Quería hablar sobre Ariadna. Preguntarle cómo había sido y qué tal estaba él, pero lo cierto es que no tenía ni idea de cómo empezar ni qué decir.

—Si. Más o menos. No te he engañado, va mejor de lo que esperaba.

—¿Ese novio tuyo te trata bien?

—No es mi novio. —Torció un poco el gesto. —Te he engañado. Quería ver si te molestaba, pero ya me he dado cuenta de que no, así que no tiene mucho sentido mantener la mentira. —Gabriel se le quedó mirando otra vez pero no dijo nada durante unos segundos. Luego dio otro sorbo de cerveza. David continuó. —También te engañé hace un mes, cuando discutimos.

Cuando intentaba recordar la pelea, se le emborronaba la memoria. Sabía que él había dicho cosas terribles. Cosas que creía acertadas, pero terribles. Sabía que Gabriel le había hecho mucho daño también, con cosas que no había dicho. Con su actitud, con su todo. “Me has jodido, tío”. No quería recordar eso.

—¿A qué te refieres?

Gabriel estaba mirando sobre su hombro de nuevo.

—No me he acostado con nadie más desde que estoy contigo. Desde que estuve.—Se corrigió.—Desde que estuve contigo, eso. Ni siquiera he besado a nadie más.

Gabriel frunció un poco el ceño, durante una fracción de segundo. Luego suspiró y asintió con la cabeza.

—Debería haberlo sabido siempre.

—Sí. La verdad es que sí—admitió David.

—Ya. —Esbozó una sonrisa torcida.—Bueno, tenías razón en muchas cosas esa noche. En todas, seguramente. Pero no creo que sea el momento de hablar de eso.

Las reacciones del profesor eran sosegadas. Le daba la impresión de estar adormecido, o agotado. No sabía si aquello era bueno o malo, pero ayudaba a que la conversación no se tensase y no hubiera roces.

David negó con la cabeza, mostrándose de acuerdo.

—Mejor dejarlo para otro café, otro día. Dentro de cien años.

—¿Voy a tener que esperar cien años para que quieras volver a tomar algo conmigo?

El chico se rió entre dientes.

—Quizá.

—Ese novio tuyo está volviéndote demasiado consentido—replicó Gabriel.

—No es mi novio. Y no más de lo que me volviste tú.

—Tampoco te mimaba tanto.—El profesor frunció el ceño.

—Sí lo hacías—le contravino el chico—. Estaba terriblemente mimado.

—Algo harías para merecértelo, entonces.

—Ser insoportable.

Fue Gabriel quien rió ahora.

—Eso se te da bien.

Los ojos azules se iluminaron un poco más, y David sintió otra oleada de calor por dentro. De nuevo tuvo esa sensación de pertenencia, de estar justo donde debía estar, de haber encontrado su lugar en el mundo. Y entonces empezó a sonar la canción.

Eran las nueve y las luces del bar cambiaron a otras menos suaves, dando al local más ambiente de pub nocturno que de cafetería. La música adquirió un poco más de volumen. David estuvo tentado de dejar de creer en las casualidades. Conocía bien aquellas estrofas, era una de sus canciones favoritas. Una vez la había bailado en el sofá blanco, intentando seducir al profesor, hacerle ver que era absurdo buscar explicaciones o resistirse a lo que sentían, porque estaban hechos el uno para el otro. Él estaba convencido. Lo sabía a ciencia cierta, era una verdad que tenía grabada en el alma.

Gabriel captó el sonido de la música y tensó un poco la mandíbula. Luego frunció levemente el ceño.


Gonna take my time

I have all the time in the world

To make you mine

It is written in the stars above


—¿Tan insoportable soy?—David habló en voz baja. De pronto sentía una sed que no iba a apagarle el brebaje dulce que tenía delante. Tenía los ojos fijos en Gabriel.

El profesor tardó en responder, pero no apartó la vista. La llama bailaba dentro, muy tenue, recién amanecida,una llama que él conocía bien: el resplandor azul pálido que se despertaba en el interior de sus ojos cuando las emociones le prendían por dentro. “Este sí eres tu, ahora vuelvo a verte.”

—Eres absolutamente insufrible.

Por el tono de su voz, mas bien parecía que estuviera diciéndole lo sexy que era, o las ganas que tenía de llevárselo a la cama. David cerró los labios, que se le habían entreabierto.


The gods decree

you’ll be right there by my side

right next to me

you can run, but you cannot hide


—¿Quieres follar?

Ni siquiera se avergonzó de decirlo tan abiertamente. De repente, le resultaba estúpido y obvio estar allí, flirteando a esas alturas. Y David le había añorado tanto, le necesitaba tanto que no estaba dispuesto a prolongarlo más.

—¿Contigo?—preguntó Gabriel. David asintió con la cabeza, y la respuesta del profesor no se hizo esperar, en el mismo tono tranquilo, sin escandalizarse.—Siempre.

Era el destino. Era inevitable. Se levantaron a la vez y caminaron a buen paso, con los ojos fijos en la puerta del cuarto de baño.


. . .


23 de Abril — David


“No he venido para esto”, acertó a pensar.

Tenía los ojos cerrados, la espalda apoyada en la pared del estrecho cubículo, los brazos alrededor de su cuello y un pie apoyado en la tapa del inodoro blanco. El profesor le estrechaba contra su cuerpo en un abrazo férreo y pasional. Su boca estaba sobre la suya y le besaba como si el mundo fuera a acabarse, con labios duros y calientes, enredándole la lengua con desesperación y resollando contra su mejilla. El perfume de su cabello, el olor de su ropa y de su cuerpo le envolvían.

“No he venido para esto”.

Gabriel había entrado en el servicio con una indiferencia absoluta, pero una vez dentro, le agarró del brazo con suavidad y le guió al interior del excusado, cerrando el pestillo con un movimiento tan natural que parecía que lo hubiera estado calculando desde el principio. Después se habían estrellado el uno contra el otro. Había visto el resplandor agónico en sus ojos, una llamarada intensa, y después el fuego lo consumió todo.

—Ven—exigió en un susurro, bajo su boca hambrienta.


Don’t say you’re happy

out there without me

I know you can’t be

‘Cause it’s no good


La música llegaba mitigada allí dentro, apenas de fondo. De todos modos le zumbaban los oídos y no podía escucharla con claridad. Los resuellos apagados tampoco ayudaban. Le agarró del pelo, mirando su rostro. El profesor se había desatado el cinturón, cuya hebilla tintineaba contra el botón de los pantalones. Tenía la cremallera a medio bajar y entre los dientes metálicos podía ver la tela oscura y tensa de su ropa interior.


I'll be fine

I'll be waiting patiently

Till you see the signs

And come running to my open arms


Pegó las manos a la pared. Gabriel le había soltado para abrirle el pantalón, pero no había dejado de besarle. Fue extrañamente delicado con sus vaqueros viejos a pesar de la urgencia de sus movimientos; los desabrochó y tiró de la tela hacia abajo. David sintió el frescor del aire en la parte superior de los muslos y gimió calladamente, saboreando la saliva.

Sabía a cerveza, a café, a cosas amargas e intensas, potentes. Las manos de Gabriel volvieron a estrujarle con fuerza. Él intentó quitarse los pantalones mientras forcejeaban para devorarse el uno al otro. Él le raspaba con la barba. Le arañaba con los dientes. Sus manos le parecían enormes, le tocaban por todas partes, deslizándose bajo su ropa, devolviéndole a la vida con su calor. Algo dolía en alguna parte, dentro. Era un dolor seco, como el de la garganta abrasada o el estómago encogido. “Es el anhelo”, comprendió, en un destello de lucidez. Se pisó el bajo de los vaqueros y consiguió despojarse a medias de ellos y de su ropa interior. Luego metió una mano entre las piernas del profesor, aferrando su sexo.

Gabriel gimió, deteniendo el beso un momento cuando se le desacompasó la respiración. David disfrutó de su peso entre los dedos durante unos segundos y después le liberó con un tirón suave. Estaba duro y caliente. Le llegó su perfume, almizclado y hormonal, con un toque de jabón. Empezó a acariciarle, pero no pudo hacerlo por mucho tiempo. El profesor dejó escapar un suspiro y le levantó del suelo con un movimiento firme y seguro, apoyándole bien en la pared.


When will you realize

Or do we have to wait 'till our worlds collide

Open up your eyes

 you can't turn back the tide


—Ven.—Le soltó y se aferró a sus hombros.

Le miró a los ojos cuando él le penetró. Lo hizo con cuidado, pero David no quería que tuviera cuidado. Le quería dentro, le quería moviéndose en su interior con frenesí. Fue a su encuentro con un contoneo salvaje. Gabriel se tensó y apoyó la frente en la pared.

—Dios… —Su voz era éxtasis y delicia.

“Sí que he venido para esto”, comprendió entonces, al sentirle abrirse paso y llenarle por completo. Le estaba consolando. Se estaba consolando a sí mismo. Y era exactamente para lo que había venido. Le agarró con fuerza y cerró las piernas a su alrededor.

—Yo también te echo de menos—confesó en un murmullo ahogado.

Gabriel no respondió. Empezó a moverse, sujetándole, envolviéndole con los brazos.

David dejó de pensar.

Fue rápido e intenso. Se entregaron con urgencia, entre besos asfixiantes y caricias torpes y descontroladas. Se tiraron del pelo y se mordieron la boca, se miraron a los ojos, empañados y turbios, rebosantes de hambre y posesividad. Dijeron sus nombres mientras se fundían a golpes contra la pared de pladur. El clímax cayó sobre ellos, salvaje como una avalancha. Se arañaron, se mordieron al intentar contener los gemidos, y después se quedaron abrazados durante más tiempo del que había durado el intercambio.

Para él, era como elevarse muy alto, muy lejos, muy fuera de este mundo. El regreso era extraño y frío, pero tenía sus brazos alrededor y eso le confortaba.

—¿Te vas a arrepentir?

—No me arrepiento. —El profesor le besó la frente.—De esto no.

David estaba húmedo de sudor, mareado y vulnerable. La voz del profesor era hipnótica y tentadora. Sabía que había una disculpa implícita en esas palabras. Frotó la mejilla contra su cuello y luego le apartó con suavidad.

—Quiero irme de aquí.

El profesor se le quedó mirando. Le rozó el rostro con los dedos, pero el chico se apartó. Empezaba a encontrarse enfermo. Odiaba los cuartos de baño. Durante el encuentro, mientras la pasión le cegaba le había dado igual, pero ahora se sentía sucio y extraño. Viejos fantasmas comenzaban a murmurar desde el fondo de su memoria y los destellos de otros momentos compartidos con otros hombres, en otros cuartos de baño, se agitaron en su memoria anestesiada.

 Gabriel fue cuidadoso y protector. Le arregló la ropa y le peinó con los dedos, sin importarle que él rechazara su tacto de cuando en cuando. Salió el primero para pagar las consumiciones y esperarle fuera. Ya habían entrado juntos, pero tampoco había necesidad de ser tan evidentes.

Cuando se quedó solo, David se acercó a los lavabos y se miró al espejo. Abrió los grifos y se frotó las manos con agua y jabón, intentando comprender de donde procedían el miedo y la angustia que le trepaban por el pecho como arañas. “Incertidumbre”, concluyó. Se mordió el labio.


. . .


23 de Abril — Gabriel


—No hemos terminado de hablar.

El profesor se dio la vuelta al escuchar su voz. Estaba aguardándole en la calle, contemplando el extraño cielo nublado. Las luces de la ciudad resplandecían como estrellas color ámbar. Se encontró con el rostro pálido y serio de David y tuvo un mal presentimiento.

Lo que había ocurrido en el cuarto de baño le había limpiado de gran parte de la pesadumbre y el desespero que llevaba arrastrando durante los últimos cuarenta días. Ahora empezó a temer que hubiera sido peor el remedio que la enfermedad.

—¿Va todo bien?

David dudó. Los ojos verdes se desviaron, luego regresaron, trémulos.

—No del todo. Esto no tenía que haber pasado.

Gabriel frunció el ceño. “Debe estar bromeando”.

—Lo has propuesto tú—le recordó serenamente—. No era mi intención cuando te ofrecí venir conmigo a tomar algo.

—Ya lo sé—espetó David. Parecía molesto, a la defensiva, punzante como un erizo. Gabriel hizo un esfuerzo y trató de averiguar qué le había hecho reaccionar así, mientras el chico hablaba. —De todos modos, es igual. No tenía que haber pasado. Lo cierto es que hacía mucho que no follaba y se me ha nublado la cabeza.

—No frivolices—le cortó—. Y no te asustes.

Era eso. Claro. Se sentía vulnerable y tenía miedo. Lo supo al momento de decirlo. David se puso más blanco aún y su mirada volvió a quebrarse con ese velo húmedo y emocional que tan bien conocía el profesor.

—Será mejor que me vaya a casa.

La voz del chico sonó débil. Gabriel no iba a dejar que se marchara así. Ahora no. Otra vez no.

—Escúchame antes, por favor. —David se detuvo. Había dado solo dos pasos. Se dio la vuelta y le miró, con ese gesto valiente y orgulloso con el que se enfrentaba a las cosas que no quería enfrentarse. “Ahora yo soy una de esas cosas”, pensó el profesor con desazón. —Hace un mes, nos hicimos daño. Nos golpeamos en sitios demasiado delicados como para olvidarlo, y no quiero que lo olvidemos. —Hizo una pausa. Quería escoger bien las palabras. No quería volver a cagarla por no decir las cosas correctamente. —No quiero que lo olvidemos, quiero que podamos perdonarnos alguna vez. Cuando estemos preparados.

—Vale. No tengo nada contra eso—dijo David, asintiendo con la cabeza. Su voz seguía siendo débil. Demasiado débil. —Me parece bien.

—¿Qué es lo que ocurre?

Quería acercarse y abrazarle. Quería besarle las puntas de los dedos. Pero le había echado de su casa y él le había sentenciado. “No te mereces otra cosa”.

—¿Que qué ocurre? —El chico se llevó la mano a la frente, exasperado. —Yo quería saber lo de Ariadna y darte un poco de apoyo. Hemos terminado follando en el cuarto de baño. ¿En qué parte del proceso me he vuelto gilipollas?

—¿Por qué es tan horrible?

—Porque nosotros ya no…—Los ojos verdes le acribillaron, buscando una comprensión que él no sabía como darle. Era como tener entre los brazos un cachorrillo hambriento y no saber qué clase de animal es ni qué es lo que come. Gabriel hizo un esfuerzo. Uno mayor aún. “Dios, ayúdame a entender a este chico”. —Nosotros ya no somos nada. No somos amigos, no somos amantes, no somos nada. Ni siquiera sé si lo hemos sido alguna vez. ¿Cuánto tiempo estuve en tu casa, un mes? Es imposible que en un mes mi vida cambiara tanto, pero lo hizo. Y ahora ya no soy el mismo.

—Eso es bueno, ¿no?

—Sí… sí, es bueno. Pero no puedo volver a engancharme a ti. Quiero hacer mi propia vida y estar orgulloso de ella. —La última frase le brotó como una revelación, con un tono de voz diferente. Hasta el semblante le cambió. Luego lo levantó hacia él y dejó la mirada verde, inquieta, fija en sus ojos. Poco a poco, el resplandor nervioso fue sosegándose y se convirtió en un brillo sereno y decidido. —Te estoy muy agradecido —continuó. —Si no fuera por ti, no sé como habría terminado. Te debo la vida, esta nueva vida. Pero eso no cambia las cosas que nos separan, tú no confías en mí y es algo contra lo que no puedo luchar. Yo sé muy bien cuáles son mis sentimientos, y sé por qué he hecho lo que he hecho contigo ahí dentro. Pero no sé por qué lo has hecho tú.

Gabriel frunció el ceño. Había escuchado hasta la última palabra, aunque su discurso le parecía caótico, como cientos de pájaros volando sin rumbo, intentando decir algo que se le escapaba. Para David tampoco parecía sencillo, a juzgar por su gesto de frustración. Pero había algo que sí había entendido, y no sabía si le enfadaba o le amargaba.

—Vaya—dijo simplemente—. Parece que tú tampoco confías mucho en mi.

El chico le atravesó con la mirada.

—Será contagioso.

—No te pongas estúpido conmigo—replicó el profesor, sin inmutarse—.Y llama a Ruth. Dile que no vas a dormir en casa.

David se quedó atónito. El chaval de las narices. Quizá todo esto se arreglaría explicándole que le necesitaba de verdad, que le quería a su lado y que no había nadie más en su vida, pero David le había sentenciado. “No te mereces otra cosa”, había dicho. Y tenía razón.

—¿Disculpa?

Se volvió hacia él y le señaló con el dedo.

—Puede que ya no seamos amantes. Puede que nunca lo hayamos sido. Pero no voy a permitir que te vayas de aquí pensando que te he perdido el respeto o que tú te lo has perdido a ti mismo sólo porque hemos follado en un cuarto de baño. —Los ojos verdes resplandecieron con algo parecido al miedo, pero Gabriel no se detuvo. —No eres un chapero y no volverás a serlo jamás. No te he tratado como tal. Y si no somos amantes, ni amigos, ni nada en absoluto, al menos me vas a dejar demostrarte de qué va la cosa contigo. Y luego, si es lo que quieres, podemos despedirnos en condiciones de nuestra eternamente negada e indefinida relación. Sin broncas. Sin hacernos daño. A ver si así podemos seguir con nuestras vidas con menos fracasos a la espalda.

David se quedó inmóvil. Parecía conmocionado por las palabras de Gabriel, con una ceja arqueada y expresión de asombro. Cuando le vio sacar el móvil del bolsillo de la cazadora, se atrevió a alejarse de él para ir a buscar la moto. Estaba aparcada junto al edificio de la Universidad, de modo que no le llevó demasiado tiempo regresar. Se detuvo pegado a la acera, con el motor ronroneando con suavidad y la visera del casco levantada.

—Sube—le dijo a David.

Él guardó el móvil de nuevo y le miró con escepticismo.

—Esto no va a arreglar nada—declaró. Pero se subió tras él y le agarró por la cintura.

—Te equivocas. Lo va a arreglar todo.



. . .

© Hendelie







[1] Hace referencia a dos populares series americanas de televisión emitidas por la cadena HBO.



10 comentarios:

  1. .....................como describir lo que siento.................me da angustia las palabras que se han dicho, las razones que David tiene para no depender de Gabriel son mas que razonables y poderosas.......pero si antes David necesito de GAbriel, ahora es Gabriel el que necesita a David..........que emocion!!!! talvez se tomen las cosas con un poco mas de sensatez, pero no concibo que se separen...........estoy tan emocionada !!!!!.
    gracias!!!!

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  2. Gracias a ti, corazón. Por cierto, tu comentario es el número 200 ;D

    ¡Felicidades!

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  3. "—Te equivocas. Lo va a arreglar todo "

    Llevo MESES esperando por esta frase !!!!! QUE GANAS TENIA . Espero que puedan arreglarlo , que se dejen ya de inseguridades y miedos y se amen el uno al otro como se merecen ser amados .

    Gracias por el capi, la historia que cada capitulo me toca una fribra de mi corazón

    Un abrazo

    Judith

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  4. Cuando terminé el capítulo dije "Dios, que rabia, es súper corto", entonces cerré el ordenador y me fui corriendo porque llegaba tarde, y eso debió de ser un aviso, pero no hice caso. Así que cuando ahora he entrado para dejar un mensaje y he visto lo largo que es... bueno, sólo puedo decir que las buenas cosas siempre parecen demasiado cortas.

    Me ha gustado especialmente el ritmo del capítulo. Ha sido muy lento, como cuando estás nervioso pero sientes el corazón latir demasiado despacio. Te pasan mil pensamientos entre latido y latido.

    Ahora espero con muchas ganas la actualización... porque también hay que tener mala leche para dejarlo ahí, con esa frase sentenciosa.

    Muchas gracias por publicar esto ^^

    PD. ¿Volverán a aparecer los monstruos que ambos han visto?

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  5. YYYYYYWHAGH! Hola chicas, gracias por comentar, soles.

    Ate, no es mala leche, es que si seguía ya me iban a salir veinte páginas, y entonces corto lo que se dice corto no te iba a parecer, jajajajaja! Mejor dejarlo ahí con todo el suspense >:3

    Respecto a los "monstruos" sí, van a volver a aparecer, y de qué manera. Toda la parte final de la historia es casi por entero de acción trepidante y con lo sobrenatural explotando por todas partes y dejando a los personajes patidifusos.

    Pero aún queda alguna entrada que otra para eso y no os pienso avisar.

    ¡BUAJAJAJA! *se marcha volando en su escoba*

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  6. jdjdjdnsfvhihhdsbvfdvubfuibvudbvubgvudbvuhsivhiuvhuibhvudufbvudvuifhduduuushshbcksbdsbvjcbiviuvbiudwbvsbvuhsdigvdugd!!!!!jdjdjjd.

    Traducción: Oh dios mío me encanta este capítulo!!!! Joder. XDDDDDDDDDDDD Uf es que fua sin palabras *-* ñeeeee Estoy impaciente para saber la charla que tendrán uououou por cierto ¿David va sin casco? :S multaaaaaa xDDD jiji

    Espero el prox caaap

    byee

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  7. Va sin casco porque es un rebelde, jajajaja. A ver si les para algún policía sexy y les cachea <3 __ <3

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  8. Lo he leído 3 veces, y en dos palabras me encanta. Me fascina damn it!. Gracias!

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  9. ¡Gracias a ti, Nessa! Un abrazo grande.

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  10. jo! gracias!!!! ustedes chicas me dan buena suerte, comentario 200 .... : D
    y bueno, aprovecho para nuevamente hechar otras florecillas, espero con ansia el nuevo capitulo, y que la accion que mencionas unan a este par, no me interesa si el mundo se acaba con tal que esten juntos estos dos....ehhh....algo exagerado pero bueno....un abrazoooooooo inmenso....

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