jueves, 27 de septiembre de 2012

¡Avance para los lectores!

¡Hola chic@s!

Este mes que ya termina se nos ha presentado intenso y duro...um... como un buen... ejm, ya sabéis.

Lamentablemente, a estas alturas de mes aún no hemos podido terminar ninguna de las mil cosas que nos habíamos propuesto, ¡BIEEEN! aunque en parte creo que ha sido por culpa de una mala distribución del trabajo. Ahora la cosa va un poco mejor ^_^U

En fin, os informamos de que:

—El nuevo capítulo de Flores de Asfalto está casi terminado. No os anuncio fecha fija de publicación, pero sí que os puedo decir que el día límite es el LUNES 1 de OCTUBRE. Así que entre hoy y el Lunes avisaremos de la actualización. Os garantizo que va a ser un capítulo bastante largo en el que se explican muchas cosas sobre el trasfondo de la historia. Podremos ver a David, Ruth, Berenice y a otros personajes que no voy a nombrar... y como mínimo, UN BESO. ¡UuuUUuuuh!¿Quienes creéis que serán los afortunados o afortunadas? ¿Ruth y Berenice? ¿Samuel y un perro callejero?

—La corrección de Fuego y Acero me está volviendo loca. Tengo que arreglar muchos problemas de estructuración, cambiar guiones de diálogo y demás, y además no puedo resistirme a cambiar palabras aquí y allá. Aun así, va avanzando. Ya tengo algunas escenas extra rescatadas por ahí, pero aún le queda trabajo.

—En cuanto al ebook que prometimos como premio a los lectores que ganaron nuestro concurso, os dejamos aquí unos avances para todos.

La historia se titula «Dos noches y un día». Es una historia corta —con "corta" quiero decir que no tiene 500 páginas, como «Fuego y Acero» T_T —, y muy guarra, que trata sobre una apuesta que tiene lugar en un burdel parisino durante finales del siglo XIX. Los protagonistas son Alain D'averc, poeta afincado en París, todo clase y decadencia, y Neill Clancy, un irlandés pelirrojo con muy mala leche... pero para amansar vuestra curiosidad, os regalamos unas cuantas páginas del mismo, jijiji.

El ebook será enviado como premio a nuestras amigas BEA y MARIÉN, dos de las ganadoras del concurso de bandas sonoras, que escogieron como premio historia inédita ^_^  Lo recibiréis en distintos formatos para que podáis leerlo donde queráis.

Además, el ebook será puesto a la venta en papel y para descarga, por si los demás queréis tenerlo también.  Os contaremos más cuando esté acabado.

¡Disfrutad de momento con estos fragmentos, esperamos que os gusten!


Hendelie y Neith




. . .



[Fragmento 1: Introducción]



Si algo no terminaba de gustarle a  Alain d’Averc de aquella habitación eran las ventanas. No es que las cortinas no estuvieran a la moda. Tampoco el estilo arquitectónico le desagradaba, simplemente estaban mal colocadas para su gusto. ¿A quién demonios se le había ocurrido poner dos ventanas juntas en un patético rincón de la alcoba? Era asimétrico y además no tenía sentido ninguno. Sopesó las posibilidades. Puede que el arquitecto estuviera borracho mientras diseñaba el edificio… aunque bien pensado era más probable que aquel cuarto hubiera sido antaño dos dependencias adyacentes. “Claro. Las ventanas debían ser de un pequeño cuarto para juegos o algo similar. Tiraron la pared para hacer más grande este cuarto”. Intentó mirar hacia arriba para comprobar si quedaba la marca de un tabique derribado en el techo, pero en cuanto elevó el rostro un ápice, recibió un fuerte pellizco que le obligó a volver la vista hacia abajo otra vez.

—¿Qué haces?—le espetó una voz.

Alzó las cejas al encontrarse con la mirada irritada del irlandés. Éste se hallaba arrodillado ante él, de frente y desnudo. Sujetaba con ambas manos su sexo, erguido, de piel tensa y enrojecida, brillante de saliva, y respiraba con algo de dificultad a causa de la aplicación que estaba poniendo en su trabajo. Trabajo que había interrumpido para increparle.

—Mirando al techo —respondió Alain con sencillez. 

Al parecer no era lo que el joven esperaba, porque le soltó repentinamente, se puso en pie hecho una furia y escupió sobre sus pies descalzos. Alain se quedó perplejo. 

—¿Me acabas de escupir?

—Lárgate de aquí antes de que tengas que lamentar algo más que eso.

Neill se alejó a zancadas, dándole la espalda. Estaban a oscuras en el interior de la lujosa habitación: alfombras de seda, papel de pared a la última, candelabros apagados en los rincones, pipas de agua, cojines de brocado, cuadros, tapices, flores frescas, libros en los estantes y una enorme cama con dosel. La luz de los faroles entraba desde el exterior y arrancaba destellos color rojo sangre al cabello del irlandés, una mata rebelde y ensortijada que casi rozaba sus fornidos hombros.

Alain no perdió la compostura. Se cruzó de brazos, aún con los pantalones bajados y la camisa desabrochada mientras veía a su amante ocasional arrancar el batín del perchero y ponérselo a tirones.

—He pagado por un servicio completo contigo. Si me echas ahora reclamaré el dinero de vuelta y haré partícipe a Monsieur Lefebvre de tu comportamiento.

—Has pagado por un servicio completo, pero no incluye la humillación. —Neill agitaba el dedo hacia él mientras le hablaba, sin alzar la voz pero en un tono furioso, con aquel fuerte acento extranjero. —Si vas a ponerte a mirar al techo o a hacerte el interesante, te largas con Germain o con ese idiota de la capa. A ellos les van esas cosas.

—No te estoy humillando, mon dieu. Sólo estaba… ah, qué delicado eres, mick[1].

Tampoco se inmutó ante el almohadazo que recibió en plena cara. Con una leve risa, se miró la entrepierna. La erección estaba empezando a decaer.

—No me llames mick.

—¿Paddy[2]? Vamos, paddy

El terco pelirrojo se cerró la bata, atando el cinturón con un fuerte nudo.

Fuck you.

—A eso he venido.

Alain le agarró del brazo y él se lo sacudió, mirándole con rabia. Ah, esos ojos azules. Forcejearon durante un rato. También le gustaba su forma de enfrentarle; aquellos no eran como los forcejeos fingidos de otros jóvenes de pago que intentaban dar la impresión de no querer lo que en realidad estaban deseando. Neill le empujaba de verdad. La rabia destellaba en su mirada cuando se sacudía sus manos de encima o le tiraba del pelo, como en ese momento.

—Largo de aquí, bastard —volvió a increparle.

Alain se quitó su presa de los cabellos y le aferró de las muñecas, llevándole una mano a la espalda y retorciéndosela con una hábil llave que dejó al pelirrojo de espaldas a él. No era nada sencillo meter en cintura al maldito irlandés.

—Si salgo por esa puerta juro que te arruinaré la vida.

—¡Pues hazlo!

Esta vez, Neill sí que alzó la voz. Alain apretó los dientes. Ah, cómo le encendía. Se obligó a callar. Se obligó a callar durante largos segundos de silencio. Después le dio la vuelta y le arrancó el batín a tirones. Sólo encontró resistencia al principio, cuando cubrió su boca con la suya e intentó meter la lengua entre sus labios, firmemente cerrados. Pero en algún momento, Los brazos de Neill también le rodearon con ardor, un abrazo masculino, fiero, y como un soldado que quiere morir matando fue él quien le arrolló con un beso apasionado.

Cuando cayeron sobre la cama, peleando por tomar posiciones en aquel particular enfrentamiento, el prometedor poeta Alain d’Averc ya no pensaba en las ventanas ni en ninguna otra cosa.

Una vez por semana acudía a aquél establecimiento para, durante unas horas, olvidarse absolutamente de todo. Y si por algo se caracterizaba el joven literato era por la gran facilidad que tenía para invertir montones de dinero en eso: en olvidar durante la noche todos los rigores y sufrimientos de sus días.

No iba a permitir que tal dispendio fuera en vano.




[1] Nombre peyorativo que se usaba para nombrar a los inmigrantes irlandeses católicos o a sus descendientes durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Sólo entre amigos y compatriotas el término podía utilizarse de manera humorística o jocosa.

[2] Al igual que “mick”, la palabra “paddy” era utilizada comúnmente para referirse a ciudadanos inmigrantes o desdencientes de irlandeses. Los dos términos siguen en uso hoy en día.
. . .


[Fragmento 2]


[...]

Fuck you. No sé por qué vienes conmigo y no me importa lo más mínimo –escupió Neill, volviendo a apartar el rostro y hundiendo la mirada azul en el suelo, con los dientes apretados de rabia y frustración. —Te dije que te fueras. Pero no te irás sin hacerlo, ¿no? Pues venga, acabemos de una vez y lárgat…
           
Alain le cerró la boca con un beso apasionado. Estaba harto de escucharle, no quería oír cómo terminaba la frase y no soportaba verle tan angustiado. Neill siempre estaba enfadado o angustiado menos cuando estaban en la cama, teniendo sexo. Entonces también el parecía olvidarse de todo, y aunque Alain nunca había tomado muy en cuenta los sentimientos y expresiones de los chicos de aquella casa, con Neill era diferente. Él era distinto a todos los demás. Él era auténtico.

El irlandés respondió al beso con la misma terquedad de siempre, cerrando la boca y mordiéndole los labios después. Le empujó por los hombros con tanta brusquedad que habría conseguido apartarle si Alain no hubiera soltado el cigarro para rodearle el cuello con el brazo. Le atrajo hacia sí mientras él empujaba y cuando Neill abrió la boca al fin, escurrió la lengua en su interior. Sabía agridulce, a cerveza y a jalea, pero también a sal y a miel. Sus labios eran suaves y su aliento estaba muy caliente. Se diluyó en su saliva, acariciando con la lengua las remotas oquedades de aquella boca tibia y acogedora y cuando se enredó en su lengua lo hizo despacio, invitador. Neill dejó de empujarle entonces. Cerró los dedos en su camisa, respirando afanosamente, y gimió con frustración antes de responder al beso con gestos más rudos e impetuosos que los del poeta. Alain hundió las manos en su cabello y el irlandés hizo otro tanto, tirando hacia sí. El beso se volvió más profundo, más intenso y sus respiraciones se desacompasaron. Alain mordió los jugosos labios y ladeó el rostro para ahondar más en su boca. Neill se ajustó a sus movimientos y cuando las manos del poeta le bajaron los tirantes del pantalón, él le desabotonó la camisa con gestos apremiantes.

—Así que quieres que termine de una vez y que me largue –resolló Alain, cuando sus labios se separaron fortuitamente para despojarse de las camisas, sacarse los zapatos y desatarse los pantalones. – Entonces no te haré esperar.

—No haces más que hablar—replicó Neill, arrojando su camisa al suelo, con el pecho hinchándose y deshinchándose a causa del dificultoso aliento.

—Y tú no haces más que quejarte.

Alain se quitó los pantalones a toda velocidad y saltó sobre él, encaramándose a sus rodillas y arrancándole un beso de los labios con un hambre irrefrenable. Neill le agarró de los hombros y respondió con la misma disposición. Se devoraban como si estuvieran luchando, tratando de imponerse el uno al otro, hasta que los dedos de Alain se deslizaron sobre el pecho de Neill y le pellizcaron con fuerza. Le escuchó gemir y sintió como sus gestos se volvían más torpes y blandos a medida que sus dedos retorcían el rosado botón, que iba adquiriendo un tono rojizo oscuro y se erizaba, contrastando con la piel del irlandés, clara pero ligeramente bronceada como la de los marineros. 

Disfrutó de su boca un poco más y después deslizó los labios bajo la curva de la mandíbula, regando de besos el cuello tenso y ascendiendo hasta la oreja, donde tiró del lóbulo con los dientes.

—¿Ya no tienes nada que objetar?—le provocó, abriendo las manos sobre su esternón y empujándole con suavidad sobre la cama.

Shut up– escupió el irlandés.

Su cuerpo parecía una estatua moldeada en barro a la luz de las lámparas y los candelabros, una escultura de músculos marcados y pelo ensortijado. Aquel hombre podía haber sido minero o luchador, a juzgar por la envergadura de sus hombros, la ancha espalda y sus fuertes y amplios pectorales. Alain tenía un cuerpo trabajado, pero en su caso se lo debía al ejercicio físico y a la hípica, las proporciones de Neill recordaban a algo más primitivo, a las entrañas de la tierra, al viento y a la sal del mar.

“Tan vivo, tan carnal…voy a hacer que desees que no acabe nunca”, pensó, embriagado de pasión.

Se inclinó sobre él, recorriendo aquella espectacular anatomía con los dedos y con los labios, atento a cada una de sus reacciones. Los tendones y los músculos ondulaban al tensarse y destensarse, el sonido de su respiración entrecortada era una delicia. Deslizó la lengua por sus hombros, mordiendo la carne, y después descendió hasta las clavículas. Los pezones duros se levantaban entre sus dedos cuando los pellizcaba y los retorcía, arrancando gemidos ahogados de los labios de Neill, que tenía los dedos cerrados en su pelo. Cuando sustituyó sus manos por sus labios, lamiendo las erguidas puntas de su pecho, el irlandés se encogió y gruñó, apretando los dientes y echando la cabeza hacia atrás. Una de sus manos se desprendió de su pelo y se escurrió por su cuerpo. Alain dio un respingo al sentir cómo los dedos se cerraban en su sexo.

—Mierda, deja de hacer eso –jadeó Neill—. Se supone que… I am the whore.

—Me encanta cuando hablas en tu idioma —resolló Alain. El pelirrojo había comenzado a mover los dedos con un ritmo vivo y algo rudo que al principio le resultaba casi molesto, pero también le excitaba enormemente.

—Ese no es … mi idioma…

Alain volvió a meterle la lengua en la boca y durante un largo rato solo hubo jadeos, gemidos apagados, caricias íntimas y el sudor que despertaba, la ondulación de los cuerpos que se precipitaban en busca de las manos, el roce de las manos que acudían al encuentro de los cuerpos. El sonido húmedo y percutido de los besos al romperse y reanudarse. Descendió a lo largo de su cuerpo, hundió la lengua en su ombligo, retozó sobre su vientre, plano y surcado por las líneas de fuerza de los músculos y cerró los labios alrededor de su sexo. El irlandés se arqueó y cerró los ojos, tirándole del pelo.

—Dijiste que no me harías esperar –se quejó, jadeando.

Alain succionó más profundamente, por toda respuesta. El gemido desvaído de Neill resonó en la habitación. Le acogió en su boca y le liberó, una y otra vez, empapándole de saliva, hasta que estuvo duro y dispuesto, casi al límite. Después volvió a reptar sobre su cuerpo, desandando el camino y cubriéndole de besos y suaves mordiscos. Cuando llegó de nuevo a sus labios hundió los dedos en su cabello y le besó concienzudamente, estrechando las caderas contra las suyas y empujando su erección contra la de su amante. Al separar de nuevo el rostro, le miró a los ojos.

—Tendrás que disculparme, pero no estoy dispuesto a tomar de un solo bocado lo que merece noches y días de adoración.

Neill resopló y compuso una mueca de hastío.

Enough of that shit… no te hagas el francés conmigo… con todos esos halagos empalagosos y superficiales… no hace falta, demonios. Ya te lo he dicho.

Alain notó una oleada amarga extendérsele por dentro, pero fue una sensación leve que quedó oculta bajo el deseo palpitante que le anegaba.

—Como quieras.

Le separó las rodillas y se hundió en su interior. 


. . .




[Fragmento 3]



[...]



—Eres increíble—susurró el poeta, sin poder contener el tono embriagado de sus palabras.

Deslizó una mano entre ambos para atrapar su virilidad entre los dedos: estaba duro y caliente, la sangre bombeaba con fuerza debajo de la piel. Comenzó a acariciarle provocativamente, sin prisas, mientras se enterraba en él con abandono. El cabello oscuro se le descolgaba junto al rostro de su amante, orlándole como un cortinaje, y sobre la almohada, los mechones rojizos y retorcidos parecían enredarse con su propio pelo. Era hermoso. Todo en él lo era. Quizá era eso lo que tanto le gustaba de Neill, la autenticidad, la naturalidad de su belleza. Le contempló, subyugado, mientras la pasión les arrebataba. Le contempló cuando el clímax comenzó a acecharle y tuvo que agarrarse a él con más fuerza, le vio apartar la mirada azul, quizá avergonzado al saberse fuera de control. Le contempló cuando la primera sacudida le hizo arquear la espalda y echar la cabeza hacia atrás; la melena ensortijada se abrió como un sol sobre los almohadones y sus labios se separaron, exhalando un gemido profundo y sonoro, vibrante, henchido de sensualidad. Le siguieron muchos más. Los músculos del irlandés se crisparon, su cuerpo comenzó a estrellarse contra el suyo cuando le recibía. Hubiera deseado seguir mirándole, verle elevarse hasta las estrellas y caer después, pero él mismo tuvo que cerrar los ojos cuando su propio orgasmo le privó de la razón.

Se agitaron sobre las sábanas durante algunos minutos, gimiendo con el tono grave y liberador de la masculinidad. El aroma alcalino, almizclado y hormonal lo inundó todo, cubriendo la habitación con un perfume espeso. Finalmente, el irlandés se relajó, volviendo la cabeza hacia un lado y estremeciéndose sólo de vez en cuando con algún que otro espasmo. Alain se dejó caer sobre su cuerpo, apoyando parte del peso en los codos y recuperó lentamente el aliento, respirando sobre su piel.

—Eres increíble—repitió, a media voz.

Neill suspiró con resignación.


—Shut up, please.

El poeta se movió con cuidado para salir de su interior y se tumbó a su lado, boca abajo, dejándose acunar por ese estado de embriaguez que caía sobre los cuerpos y las almas después del sexo. Neill se quedó junto a él, con una mano sobre el pecho y el rostro vuelto hacia el otro lado. “Ojalá me estuviera mirando”, pensó Alain.

Nunca había sido capaz de comprender la extraña química que actuaba entre los dos. Hacía poco más de un mes desde la primera vez que habían estado juntos. Cuando LaFontaine había mostrado a Alain aquella casa, él, que apenas tenía experiencia con los hombres, se había decantado en un principio por los muchachos más femeninos y con aspecto andrógino, como L’Angelique, o los pícaros como Sweet Pie, un chico americano que conocía suficientes trucos como para mantenerle entretenido durante semanas. Y así fue. Si acabó yendo a parar a la alcoba de Neill fue por que, en una de esas noches imprevisibles de champagne y caviar, decidió pasar por el prostíbulo a divertirse un rato antes de que amaneciera. Sus dos favoritos estaban ocupados, así que decidió probar algo diferente. Lefevbre le indicó que había llegado un chico nuevo. «Procede de un burdel de la parte baja de la ciudad, monsieur», le advirtió. «Aún no está acostumbrado a esto y tiene mucho que aprender. No creo que sea de su estilo». Ante la insistencia de Alain, el patrón no tuvo más remedio que advertirle que Neill era peligroso y que, además, esa noche estaba totalmente bebido. Alain consideró esto una estimulante novedad. Se puso tan pesado que Lefevbre le permitió disponer de él.

Aquel primer encuentro fue brusco y desafortunado. Efectivamente, Neill estaba totalmente borracho y malhumorado. Al verle entrar, le insultó y le pegó un puñetazo muy poco acertado por la falta de control, que fue a estrellarse contra la puerta. Luego, Alain le ordenó que se la chupara de inmediato, con lo que la puerta recibió otro golpe. Finalmente, tras intercambiar improperios, decidieron de mutuo acuerdo ponerse manos a la obra y terminar con aquel espectáculo absurdo, pero ambos estaban demasiado bebidos y ambos fueron inútiles totalmente. Se quedaron dormidos, a medio desvestir, con el sexo colgando fuera de los pantalones y roncando como el par de borrachos que eran. A la mañana siguiente, al despertar, Neill se sentía humillado y empezó a comportarse como el diablo en persona. Insultó la virilidad de Alain y le echó la culpa de todo. Alain le devolvió la ofensa, argumentando que él lo único que tenía que haber hecho era ofrecerse y dejarse penetrar, y que ni siquiera de eso fue capaz. Neill le llamó cerdo francés pervertido y Alain se burló de su ropa, su pronunciación y su origen. Y así sentaron las bases de su relación. Pocos minutos después, los dos estaban revolcándose en la cama y Neill le insultaba mientras jadeaba y le pedía más.

[...]


—¿Qué te ha estado molestando, Neill?—preguntó, en un murmullo casi tímido.

El irlandés no respondió. Al cabo de unos segundos, se levantó y se dirigió a un biombo que había en un rincón. Detrás había una jofaina y varias toallas; Alain escuchó el chapoteo del agua.

—No es nada. ¿Has pagado dos servicios completos?

—Sí.

—Pues no pienso volver a hacerlo hasta dentro de unas horas. Tengo sueño.

—Claro. Como quieras.

Alain se cubrió con la ropa de cama, levantando una ceja. Se suponía que él era el cliente y que Neill estaba a su servicio. Se preguntó si era así de exigente y rudo con todos sus clientes. “No deben durarle mucho si es así”, se dijo.



. . .


©Hendelie


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