martes, 27 de noviembre de 2012

Flores de Asfalto: El Despertar — XXXV




David



En alguna parte, detrás de aquella niebla insistente, tenía que estar la luna. Caminaba por las calles junto al profesor, con su brazo pesado y musculoso sobre los hombros y el cuerpo ligeramente apoyado en su costado, sin dejar de alzar la vista al cielo cada tanto, buscándola sin éxito. Pero no había ni rastro. Ni siquiera un jirón de resplandor blanquecino tras la profunda neblina. Había algo hipnótico en la forma en que la niebla rojiza se rizaba, en las sinuosas formas del vapor que envolvía el firmamento. Antes, ese humo insano le había parecido amenazador. Ahora no. La presencia del profesor hacía que todo cambiara, disipaba los temores y le permitía ver atisbos de belleza en lo más horrible. En casi todo lo horrible.

Caminaban con pasos ligeros en medio de aquel pandemonium, atravesando el infierno de metal y cristal, asfalto y acero, como si estuvieran paseando por la playa. Con la misma despreocupación aparente, con el mismo ánimo liviano.

Después de las horas que había compartido con Gabriel en su casa se sentía renovado, ingrávido. No sabía cuanto tiempo había pasado desde entonces, desde que llegaron al apartamento. El parquet crujía bajo sus pies y en toda la casa, sólo la habitación que él había ocupado antes (y que seguía exactamente igual que la dejó) parecía estar vacunada contra la decadencia, el envejecimiento y la suciedad. Allí, en ese reducto de sábanas limpias y paredes protectoras se habían entregado el uno al otro varias veces, saboreando cada beso como si fuera el primero, tocándose y deleitándose en cada caricia, mostrándose sin recato, aceptándose sin condiciones. En algún momento, la pasión se había agotado y se habían limitado a permanecer juntos en esa solemne intimidad que a veces se da entre dos amantes y que convierte las camas en santuarios. Allí, bajo el edredón, en ese reducido mundo horizontal, se habían mirado a los ojos abiertamente, se habían tocado el rostro como los ciegos, reconociéndose, buscando en el otro los vestigios de una memoria perdida. Para David era una sensación de bautismo. Se sentía limpio y asombrado, como si estuviera de pie sobre la superficie del agua, en el centro de un lago, rodeado de maravilla. Siempre había sido consciente de esa conexión profunda con Gabriel, esa sensación de familiaridad, de predestinación. No la había entendido ni le había preocupado comprenderla, tal vez por eso no había sido difícil para él aceptar la realidad en lo que a ellos concernía. Lo que le resultaba extraño era que Gabriel hubiera sido capaz de hacerlo. Pero de alguna manera lo había hecho, y había consagrado aquel vínculo una y otra vez aquella noche, con actos y palabras.

Habían conversado en susurros, envueltos por el perfume místico del sexo, diciéndose cosas que avergonzarían a un hombre adulto y adorándose con poética torpeza. Después, David le había hablado sobre Eric y Oscar, sobre la puerta y sobre la Resistencia, sobre el señor Carter y sobre el chico de los ojos plateados. Gabriel le contó cómo había encontrado a los que seguramente serían sus compañeros en la calle, y cómo ellos le habían llevado al centro comercial donde se había entrevistado con Solomon y también sobre el mismo chico de ojos plateados.

—No es la primera vez que le veo —había dicho entonces, como si cayera en la cuenta en ese momento.

David, extrañado, iba a hacer una pregunta cuando, como si las palabras del profesor hubieran llevado inscrito un sortilegio, vino a su memoria algo que había estado enterrado en ella hasta ahora.

—Yo tampoco —murmuró—. ¿Cómo no lo he recordado antes?

—¿Qué quieres decir?

—Le vi en el parque. El día de los enamorados. Era el mismo chico, y se me quedó mirando… —el recuerdo pareció quebrarse entonces en su memoria, emborronarse con chirridos de estática, distorsionarse. El parque estaba lleno de árboles muertos y el muchacho caminaba de la mano con una de aquellas bestias de voz profunda, maliciosa, y dientes infinitos. «He oído hablar de las Lupercalias. ¿Es esa fiesta en la que los romanos se buscaban novias por sorteo para divertirse todo el año?»—Dios, no puede ser.

David se tapó los ojos y se los frotó. El profesor se inclinó sobre él, despeinado y preocupado.

—¿Ocurre algo?

—No sé. Se me mezclan las imágenes. Es como si mi mente recordara cosas que no he visto, cosas de este lado… como si...

—Sé lo que quieres decir. No te preocupes, creo que es normal.

—¿Quién demonios es ese chico?

—No lo sé. Estaba en… creo que fue quien me habló el día que murieron los gemelos. —Lo dijo casi a regañadientes, como si no quisiera admitirlo. David encontraba aquello muy revelador y creía que podía dar pie a más cuestiones, pero la expresión grave de Gabriel le disuadió. —Lucero y los demás dijeron que era un augur, que podía cambiar el futuro. Quizá Solomon pueda decirnos más. Parece tener muchas respuestas, probablemente también las tenga sobre él… y sobre lo que podemos esperar nosotros.

—Sí. Tenemos que pensar en lo que vamos a hacer ahora.

—Entre otras cosas.

David asintió. Tenían mucho en que pensar, sí, pero se quedaron abrazados durante largo rato después, y cuando la inmovilidad y el descanso empezó a pesarles se levantaron, se vistieron y salieron a la calle, rumbo al centro comercial abandonado donde Gabriel se había entrevistado con Solomon horas o días atrás.

Caminaban enlazados, en silencio, cerca el uno del otro. A veces, David se separaba un poco para deambular de forma más independiente, pero aún entonces le parecía estar rozándole desde lejos. Gabriel llevaba en el bolsillo el tazón, que no había dejado de colocar siempre a la vista hasta el punto de que fue mudo testigo de sus abrazos desde la mesita de noche. Ahora, relajado y seguro, David se apercibía de detalles nuevos en la ciudad. De vez en cuando escuchaba a lo lejos una moto o un coche, aunque no había visto ninguno circulando por las calles. Distinguía el brillo del fuego en barricadas lejanas, o le parecía oír un correteo veloz en el subsuelo. Recordó el largo paseo por los túneles del metro y miró los accesos con inquietud: parecían bocas negras, hambrientas.

También se dio cuenta de algo que, por cotidiano, era sorprendente en aquel entorno: las luces funcionaban. Las farolas chisporroteaban, pero desprendían su luz naranja, e incluso algunos semáforos aún permanecían activos, regulando un tráfico inexistente. «Y el metro», se dijo, «el metro está… ¿Cómo es posible?»

—La central eléctrica sigue en marcha —dijo, deteniéndose un momento. Gabriel le miró inquisitivamente—. La central sigue funcionando. Y hay agua corriente.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé. Bueno, sí. Que alguien tendrá el control de esos lugares. O los bichos esos o los buenos, no lo sé.

Gabriel se rió entre dientes.

—Sí, o los bichos o los buenos. Luego le preguntaremos a Solomon.

—¿Por qué estás tan seguro de que él lo sabrá? —preguntó.

El profesor se encogió de hombros.

—Me dijo que tenía casi todas las respuestas. Y tampoco sé a quién más podemos preguntarle.

David frunció el ceño, pensativo, y se estrechó contra su costado. «Tal vez el señor Carter lo sepa. ¿Seguirán con él mis amigos?» Gabriel le ciñó con el brazo más apretadamente y se olvidó de Carter y de Ruth. Era reconfortante estar así, sentir su calor. El profesor parecía desprender más calidez de la normal en este lado, como si tuviera fiebre sin estar enfermo. A David le gustaba.

—¿Crees que sabrá cosas sobre nosotros?

Gabriel negó con la cabeza reflexivamente.

—Lo dudo. Me parece que los únicos que sabemos cosas sobre nosotros, somos nosotros.

—¿Y por qué no podemos recordarlas?

—Tal vez lleva tiempo. O quizá tiene que ser así —el profesor alzó las cejas—. En todas las culturas y religiones en las que la reencarnación se considera real o posible, ésta va acompañada de la pérdida de los recuerdos de la otra vida.

—¿Ah si?

—Sí. Se pierden. O simplemente, se quedan ahí encapsulados, no se sabe, pero no se tiene acceso a ellos.

David se quedó mirándole de reojo, pensando en todo eso. La reencarnación. Nunca se lo había planteado. ¿Cómo habría sido él en otra vida? Se imaginó a sí mismo durante la Revolución Francesa, tal cual era pero vestido con levita y escarpines. Arqueó una ceja, poco convencido con el efecto. Además, él ni siquiera vivía en Francia. «O a lo mejor sí. Quién sabe donde está esta ciudad, ni siquiera sabemos su nombre. ¿Seremos todos franceses?» Empezó a divagar sobre nacionalidades y pronto volvió a pensar en la reencarnación, justo cuando llegaban a un amplio aparcamiento con las líneas desdibujadas, basura por todas partes y un gran charco rojo en el centro.

—¿Cómo crees que es?

—¿A qué te refieres?

Gabriel le llevó dando un rodeo para evitar el charco, al amparo de las paredes de los edificios.

—A lo de reencarnarte en otra persona —explicó David—. Me refiero al proceso.

—No lo sé.

—Ya, ya sé que no lo sabes —insistió con fastidio—. Te pregunto cómo crees que es.

—Ah —el profesor frunció el ceño y perdió la mirada al fondo de la calle, concentrado—. Pues, veamos. Según los sij, el alma tiene que transmigrar de un cuerpo físico a otro y, a través de buenas acciones realizadas a lo largo de las vidas vividas, se persigue la purificación que culmina en una unión total con la divinidad. El hinduismo más puro, con el concepto del samsara…

—No te pongas profesor, por favor. Quiero saber qué crees tú. 


Gabriel le miró de reojo, algo molesto. Luego negó con la cabeza. 


—No lo sé, David. —Era maravillosa su capacidad para mantener una voz serena y aterciopelada incluso cuando alguien le incordiaba—. No tengo una opinión formada. Ni siquiera estoy seguro de que sea verdad eso de que nos hemos reencarnado. 


—¿Cómo? ¿No lo crees? 


David entrecerró los ojos. 

—No lo sé. Bueno, alguna vez lo he pensado pero no sé si creía en ello realmente.

Gabriel estaba empezando a poner esa expresión hermética que le convertía el rostro en una máscara inexpresiva. David le conocía lo suficiente como para saber lo que ese síntoma revelaba: el profesor ya estaba poniendo en práctica uno de sus deportes favoritos, negarse las cosas a sí mismo.

—¿Y la conexión que tenemos?

—Las personas conectan. Y somos guardián y awen, supongo que eso también influye. Pero de ahí a creer a pie juntillas que he tenido otras vidas, pues sinceramente, no puedo.

—Pero sí que puedes creer que somos guardián y awen.

—Sí.

David le encaró con exasperación.

—Así que cuesta menos aceptar que somos guardián y awen que asumir una posible reencarnación. ¿Te das cuenta de lo contradictorio que es tu razonamiento?

—Sí, pero no me preocupa. —David le lanzó una mirada de dignidad ofendida. Gabriel se reía a media voz, mirándole de soslayo. Volvió a rodearle con el brazo y le atrajo hacia sí. —Vamos, no le des vueltas.

—Eres absurdo.

Gabriel le besó los cabellos como toda respuesta, y a él le bastó.

Aún tardaron una media hora en llegar al centro comercial. Allí, el destartalado exterior y la letra U escarlata, desprendida, colgando de cables rotos y chisporroteantes, les aguardaban. La construcción parecía observarles, las ventanas negras de vidrios rotos asemejaban ojos profundos y negros. Entraron en el edificio y caminaron con seguridad en una oscuridad que no les parecía más que penumbra, y sin embargo, estaba negro como la boca del lobo. David se dio cuenta de que algo raro ocurría cuando comenzó a captar matices de verde en las siluetas en sombras de los objetos. Miró a Gabriel y vio que las llamas blancas de sus ojos parecían haberse avivado y los iris reflejaban su resplandor en un tono azul hielo.

—¿Ves bien en la oscuridad? —preguntó inocentemente.

Gabriel asintió.

—En realidad… veo perfectamente.

—Yo también. ¿Crees que será cosa de esto de ser raros?

El profesor soltó una risa suave y grave.

—Supongo. Cuando vine por primera vez, ellos llevaban linternas —explicó Gabriel, refiriéndose a Lucero y sus compañeros—. Parece que en realidad a mi no me hacían falta.

Gabriel guió a David a través del edificio vacío hasta el despacho de Solomon. No había rastro de Lucero, Valium ni los demás y el gran centro comercial parecía totalmente dejado de la mano de Dios. Esta vez, cuando llegó al fondo del pasillo, Gabriel llamó a la puerta. Se escucharon pasos, suelas de zapato contra la moqueta y luego el chasquido del picaporte al abrirse. David alzó las cejas cuando un par de ojos grandes y asustados se clavaron en él.

—Hola —saludó, levantando la palma de la mano.

El chico que había abierto era un muchacho muy joven, de pelo rubio y lacio. Le respondió con un murmullo incomprensible, tímido, y soltó el picaporte, apresurándose a volver al interior del despacho. David hizo una mueca, mientras Gabriel se adelantaba para franquearle el paso y luego cerraba tras ellos.

—Bienvenidos. No os esperaba tan pronto.

—¿Cuándo nos esperaba? —replicó Gabriel, educado pero un poco tajante.

El hombre del traje sonrió, pero no respondió.

La peculiar oficina no tenía, en realidad, nada de peculiar. David sintió un ligero interés por el cuadro que colgaba en la pared, en el que se veía un océano azul y un bosque que se abría hacia la playa. Los muebles eran blancos y aburridos y todo tenía un aspecto aséptico, vacío, desalmado. La cristalera que mostraba al otro lado la ciudad era lo más interesante de la habitación, junto con sus ocupantes. El chico era raro, pero le transmitía una sensación curiosa, como si fuera un cachorrito de gato o algo así. En cuanto al hombre que se encontraba de pie tras el escritorio, cuando sus ojos se encontraron con los suyos se sobresaltó. El desconocido debió notarlo, porque volvió a sonreír.

—No te inquietes, joven amigo. Has visto cosas peores que yo ahí afuera, si no me equivoco.

Gabriel le dedicó una mirada tranquilizadora, colocando la mano en el respaldo de uno de los sillones de piel y haciéndole un gesto para que se sentara. David dudó un momento y luego tomó asiento.

—No lo sé —respondió, varios segundos más tarde—. No sé como es usted. Aunque si se refiere a que los bichos de la calle son mas feos, le doy la razón.

El hombre del traje aceptó el argumento, asintiendo con cortesía.

—Buena apreciación. ¿En qué puedo ayudaros hoy?

—Hemos venido buscando respuestas —dijo David, adelantándose al profesor e imitando inconscientemente el tono solemne de Solomon.

—Entonces supongo que ya tienes preparadas tus preguntas, joven awen.

El hombre sonrió de nuevo y David frunció un poco el ceño, mirando de reojo a Gabriel, que se había sentado a su lado en el otro sillón. El profesor le hizo una señal con la cabeza y se encogió ligeramente de hombros, tras lo cual el chico tomó la palabra.

—Pues… a ver, Gabriel me ha contado lo que usted le dijo. Que hubo una guerra, que vinieron los demonios y las pesadillas y que ahora ellos intentan, bueno, intentan no, están alimentándose de la gente y les roban el… alma, o algo así.

—Podría ser un resumen, sí.

—Vale. Y nosotros somos guardián y awen. ¿Somos Vigilantes, entonces?

Solomon se frotó la barbilla con los dedos, reflexivo.

—Sois lo que sois. Podéis escoger si queréis pertenecer a los Vigilantes o no, pero en cualquier caso, vuestros instintos y capacidades seguirán siendo las mismas. Buscaréis estar juntos, el guardián se sentirá impelido a protegerte y tendrá premoniciones cuando te encuentres en peligro. Y tú serás la fuente de inspiración y el alimento.

David parpadeó y se echó un poco hacia atrás, repentinamente tenso.

—¿Perdone?

Solomon caminó hacia el fondo de la sala para cerrar las persianas de las cristaleras. Las láminas de plástico blanco se plegaron, ocultando tras de sí la escabrosa visión de la ciudad.

—Es lo que hacen los awen. Inspirar a quienes les rodean, alimentar la fuerza, la esperanza, los sueños, la determinación. —David frunció el ceño más profundamente, su mueca se volvió indignada, pero el hombre prosiguió como si nada. —¿Sabe a poco? ¿Esperabas algo más épico, más espectacular? Que mi somera descripción no te lleve a confusión, los awen sois algunas de las criaturas más importantes de todo este entramado de supervivencia y lucha en el que nos encontramos.

—Pues no es lo que parece. Parece algo… pasivo, frágil. La maldita víctima perfecta.

Solomon se rió a media voz, volviéndose para mirarle directamente con aquellos ojos dorados y sin pupila.

—En absoluto. Puede que los awen no podáis convertir una taza en una espada de alma, pero podéis hacer que mil ejércitos estén dispuestos a morir y matar por vosotros. Ninguno estaríamos hoy aquí de no ser por los awen.

David alzó las cejas, algo más tranquilo, mucho más curioso.

—¿Qué quiere decir eso?

—Las grandes acciones del hombre nacen en la semilla de una idea, de un deseo, de una pasión. La inspiración se ha definido antiguamente como el aliento de los dioses, que al ser aspirado proporciona al ser humano los pensamientos de los dioses, le pone en contacto con la divinidad de forma directa. Plena. Completa.

»Piensa en ese aliento divino, ese soplo de brisa sobrenatural y elevado como una corriente que siempre está ahí pero hacia la cual los hombres no son capaces de encararse. Eso hace un awen, joven amigo. Encarar a los hombres hacia las corrientes divinas, inspirarles con su presencia sin tener que hacer nada más para conseguirlo que existir.

David pestañeó lentamente. Luego miró a Gabriel, que tenía las manos sobre los brazos de su sillón y observaba a Solomon con el ceño fruncido, recapacitando.

—No sé si lo entiendo del todo.

—Las personas que están cerca de un awen, aspiran a más. El poder de la ilusión sobre ellos se debilita poco a poco, la influencia del awen les hace desear ser mejores, desear algo más que lo que su vida les ofrece… y ese es el primer paso hacia el despertar. Seguro que tú, como awen inconsciente, ya has inclinado a muchos hacia el despertar sin saberlo. Ahora que eres consciente, puedes hacer más, muchísimo más.

—¿Cuáles son las cosas que puedo hacer, concretamente?

—Bueno, yo no puedo enseñarte las habilidades de los awen, para eso tendrías que reunirte con los demás vigilantes y consultar a los que son como tú. Pero los awen poseen una energía espiritual especialmente reverberante de la que se benefician aquellos con quienes tienen un vínculo o que cuentan con su favor. Les empodera. En determinadas situaciones, pueden canalizar esa energía hacia ellos y potenciarles. Es lo que se conoce como “exaltación”.

—¿Qué?

David meneó la cabeza, intentando comprender algo.

—Es cierto —dijo entonces Gabriel. David volvió la mirada hacia él—. Lo que dice es verdad. Cuando maté al primer… a la primera pesadilla, al salir de mi piso la primera vez, me sentía fuerte y rápido. Pero cuando lo he hecho teniéndote cerca, era como si…

—¿Fueras invencible? —completó Solomon.

Gabriel asintió. David apretó los dedos contra los brazos del sillón, mordiéndose el labio. Invencible. De pronto, una sensación amarga se le pegó al paladar y miró al hombre de los ojos dorados.

—¿Es por eso? Lo que me ocurrió antes de…¿Eran pesadillas? ¿Me buscaban porque querían que les inspirase la exaltación y ser invencibles?

Ahora todas las atenciones se centraron en él. Gabriel le puso la mano sobre la suya en un gesto tan franco y espontáneo que David hubiera apostado cualquier cosa a que no se había dado cuenta de lo que hacía. Sin embargo, Solomon no parecía darle importancia. Le observaba con curiosidad.

—No conozco tu historia, joven awen. ¿Quiénes te han buscado?

—He tenido una vida complicada. —Se enderezó en la silla y buscó las palabras adecuadas—. Pasé los primeros años de vida en un orfanato y después me acogió una anciana hasta que encontrasen a alguien que quisiera adoptarme. De no haber nadie, me quedaría con ella. La adopción no llegó a formalizarse, unos agentes de los servicios sociales, o eso decían ser, la asesinaron y me llevaron al extrarradio. —Hizo una pausa y se lamió los labios. Su mente pasaba sobre los detalles escabrosos con aleteos veloces, aunque sólo con evocarlos,  esos recuerdos ya le hacían palidecer y le cerraban un frío nudo en el estómago. —Estuve varios años de un sitio a otro. Eran pisos de yonkis… de gente extraña y… siempre había alguien que parecía controlar la situación, y yo tenía que quedarme con él. Luego acabé en la casa de un ejecutivo de finanzas, es donde más tiempo estuve. Hasta que me escapé.

Suspiró y cerró la boca. No quería hablar más. Solomon tenía un brazo cruzado sobre el pecho y el codo apoyado en éste, sosteniéndose el mentón con la mano. Gabriel había crispado la mano sobre la suya y le estrechaba los dedos en una promesa silenciosa de venganza y seguridad. David lo agradecía. Mencionar aquellas historias era como abrirse en canal y dejar que le viviseccionaran.

—Lamento mucho que te hayas visto en esa situación, joven awen. —Solomon negó con la cabeza. —Es espantoso. No obstante, hay casos similares. Es lo que sucede cuando un awen no tiene guardián… o su guardián no ha despertado, como es el caso.

—No diga eso —saltó David— no es justo que les responsabilicen siempre de todo, si tan importantes somos los awen, ustedes deberían tener algún… algo, hacer algo entre todos para que no sucedieran estas mierdas.

—No le estoy responsabilizando. Disculpadme si me he expresado mal. Lo que quiero decir es que estas cosas pasan. No siempre podemos intervenir a tiempo, muchas veces ni siquiera sabemos dónde está el sujeto o que existe dicho sujeto.

—¿Entonces? ¿Son pesadillas?

—Sí, probablemente. Ocurre a veces, como os decía. Las pesadillas buscan a los awen y cuando consiguen hacerse con uno lo ponen en manos de los jefes de sección, o de los esclavistas. Así, estos pueden beneficiarse de su poder.

—¿Esclavistas? Espere, esos son los que tienen patas de araña, ¿no?

Solomon asintió.

—Los esclavistas operan mediante manipulación. Encandilan a sus víctimas en la ilusión mientras, en este lado, las atrapan dentro de sus telas y las arrastran consigo allá donde van, alimentándose de su afecto. Cuanto más poderosa es su víctima, mayor poder obtienen ellos de esa adoración.

—¿Se nutren de eso?

—Así es. Los esclavistas se alimentan y empoderan a base de la admiración de sus víctimas. Persiguen, atrapan y someten a sus objetos de deseo y se vuelven necesarios para ellos. Tener poder sobre otros les fortalece. Cuantas más personas hay bajo el influjo de su tela de araña, más poderosos se vuelven.

—¿Y los perros? ¿Cómo se llaman?

—Satures. Son caníbales. Comen carne humana. La cadena alimenticia de la Organización es algo que tendréis que aprender si vais a vivir en este lado.

—Aún no hemos decidido eso —replicó Gabriel, tajante. Luego se suavizó—. Aun así, háblenos de esa cadena alimenticia. Cuanto más sepamos, mejor.

Solomon se encogió de hombros, apoyándose en su escritorio.

—La Organización tiene unas jerarquías sólidas, tipo jauría. Es una institución piramidal con una cadena de mando inalterable en la que cada criatura tiene superiores directos y subordinados directos. —Solomon unió los dedos de ambas manos a la altura del pecho y formó un triángulo con ellos. —En la cúspide de la pirámide se encuentra el líder o los líderes de la Organización, de quienes sabemos poco, por no decir nada. Luego hay directores, subdirectores y jefes de zona. Cada jefe de zona tiene bajo su supervisión directa a todas las criaturas de su sector. Además, aunque no formen entre sí una cadena de mando, entre especies también hay una cierta jerarquía. Por ejemplo, las rémoras son los menos valorados, mientras que los esclavistas son más respetados y a los satures se les considera poco menos que carne de cañón. Los ilusionistas… bien, en realidad los ilusionistas van a su aire, responden a sus propios líderes, y los verdugos…

—Creo que me estoy perdiendo —anunció el profesor con toda tranquilidad.

David resopló y se aplastó en el sillón, escurriéndose un poco hacia abajo.

—Yo ya me he perdido.

Satures, esclavistas, ilusionistas, directores y subdirectores. Intentó recordar todos los títulos pero empezó a darle vueltas la cabeza.

—Ah… disculpadme —dijo Solomon, llevándose los dedos al puente de la nariz y negando con la cabeza, con una sonrisa—. A veces me dejo llevar. Quizá sería mejor pasar a otro tema.

—De acuerdo. ¿Cuál es la situación actual en esta guerra?

—Ahora mismo la guerra se mantiene en una tregua frágil. Muy frágil, como habréis podido comprobar. Y la Resistencia se ha negado a acatarla.

—No me extraña —dijo David—. ¿Y qué opciones tenemos?

Solomon le miró, con un brillo divertido en sus extraños ojos. Luego juntó las manos sobre el escritorio y entrelazó los dedos, adoptando una postura que a David le hizo pensar en un hombre de negocios a punto de hacer una oferta.

—Todas.

David hizo girar los ojos hacia el techo, removiéndose en el sillón con aire desabrido.

—Vale. Ya me imagino que en este ambiente tan de película de ciencia ficción, debe pareceros a todos de lo más genial hablar en enigmas y hacer declaraciones como esta, que no dicen nada y pretenden decirlo todo. Pero es que yo iba a estudiar una carrera, ¿sabes, tío? —replicó, molesto y beligerante—. Mi vida estaba cambiando, cambiaba a mejor, y ahora es como si todo eso no valiera nada. Así que no pongas cara de interesante y digas: “todas”, con voz de Carl Sagan, porque no era una jodida pregunta filosófica.

Solomon frunció el ceño y desvió la mirada hacia Gabriel. El profesor se encogió de hombros.

—Estoy de acuerdo con él, punto por punto —suscribió—. ¿Qué opciones tenemos?

El heraldo se rió entre dientes, bajando la mirada y después se echó hacia atrás en su asiento.

—En realidad, sí que es una pregunta filosófica. No obstante, intentaré ser más concreto.

—Se agradece —exclamó David.

—Vuestras opciones son varias. Podéis quedaros en este lado, uniros a los Vigilantes o a la Resistencia y tomar partido en la guerra.

»Podéis, por otra parte, quedaros aquí de forma independiente y no comprometeros con nadie. No obstante, permanecer en la ciudad despierto y sin afiliación es muy arriesgado. Seríais un blanco fácil para las pesadillas.

»Y también podéis volver al otro lado, a la ilusión, y seguir con vuestras vidas ficticias. Irás a una universidad en ruinas a estudiar una carrera inexistente. Obtendrás un diploma invisible y podrás unirte a un mercado laboral falso e irreal. Seguramente seáis bastante felices, pero aun si os limpiamos la memoria con la inyección de un suero, seguiréis sintiendo el anhelo.

—¿El anhelo? —David entornó los párpados, curioso.

—El ser humano es frágil, carnal, lleno de temores. Limitado por la estrecha razón, prefiere vivir en la ilusión, en una mentira que puede o cree que puede controlar. Pero el alma es divina, y todas las almas anhelan la verdad, por terrible que esta sea. Todas desean elevarse y alcanzar una existencia plena, real. Todas anhelan la oportunidad de hallar su lugar en esta realidad espantosa, de encontrar la belleza que pueda quedar en ella… y preservarla.

El chico miró a Gabriel. El profesor mantenía la vista fija en el hombre de los ojos dorados, parecía sumergido en una profunda reflexión. Para el chico aquella elección no tenía mucha importancia, le daba igual estar en una parte o en otra mientras estuvieran juntos. Pero a su guardián, el trago se le estaba haciendo difícil. De pronto se olvidó de todo y se volcó hacia él, toda su atención, todo su ser. No estaba muy seguro de cómo se sentía Gabriel, de cuáles eran las cadenas que le entorpecían, pero aun así, le apretó la mano y le habló con seguridad.

—Haremos lo que decidas. A mi no me importa, mientras estés conmigo.

Gabriel volvió la mirada hacia él. Las llamas blancas de las pupilas vibraban, enviaban ondulaciones de luz fluorescente a sus iris. Luego el profesor negó con la cabeza.

—Aunque volviéramos… aunque pudiéramos olvidar, eso no cambiaría nada. Las cosas seguirían siendo como son, con nosotros o sin nosotros. Y siempre hay tiempo para regresar, supongo.

—Lamentablemente, sí —añadió Solomon.

David asintió con la cabeza y luego miró al hombre de los ojos dorados. Cuando habló, su voz le sonó extrañamente segura y firme y le pareció que la habitación se volvía menos desangelada. Hasta el chico sentado en el sofá se irguió un poco y le contempló.

—Nos quedaremos aquí. Nosotros pertenecemos a este mundo, aunque no lo conozcamos muy bien. Pero lo haremos, con tiempo. ¿Dónde están los demás Vigilantes?

Solomon tardó un poco en contestar. Se había quedado mirándole y de pronto no parecía tan grande ni tan solemne, algo se había quebrado en él, como si también fuera impresionable y humano. Hizo un gesto vacilante hacia las ventanas.

David se puso en pie y tiró de la mano de Gabriel, que le siguió. Sus pasos susurraban sobre la moqueta. Solomon se detuvo junto a la cristalera e hizo girar la barra de la persiana hasta que las láminas se abrieron, después la levantó para despejar las vistas. A sus pies, la enorme mole de la ciudad se extendía como un tapiz de azoteas, tejados, terrazas y columnas semiderruidas, las aspas de los ventiladores giraban y los cadáveres de los edificios se recortaban como huesos de dragones en una explanada. A lo lejos, en el extremo oeste de la ciudad, pasado el amplio parque de árboles muertos y negros, una cúpula brillante protegía un grupo de edificios blancos, altos, de estructuras armónicas y espaciosas. Como una diminuta ciudad dentro de la gran ciudad, el Barrio Oeste parecía aislado, seguro, limpio, a salvo. Y hacia allí apuntaba el dedo de Solomon.

David sintió un profundo alivio y levantó la vista, dirigiéndola hacia Gabriel. Pero el profesor no estaba mirando el Barrio Oeste, le estaba mirando a él. El awen se estremeció con una súbita emoción que parecía nacer en un lugar profundo, uno donde antes sólo podía sentir dolor, hasta que encontró a su guardián. Apartó el rostro, azorado, y volvió a mirar los edificios blancos. Solomon estaba hablando, pero no le escuchaba. Puso la mano sobre el vidrio y cerró los ojos. Su mente se había llenado de recuerdos. San Miguel le secaba con una toalla mientras la inconsciencia tiraba de él desesperadamente, manteniéndole despierto con su mirada, con sus manos y su presencia. El profesor en el salón de su casa destrozada, sentado en aquel sofá hecho pedazos, con nada en las manos, mirando fijamente el aire ante sí. Una criatura monstruosa huyendo. La voz suave y tibia de Gabriel hablándole desde detrás de una verja, la estatua del ángel, el Barrio Viejo. Un nudo se le cerró en la garganta y se sintió flotar, suspendido en el aire.

—Dios santo.

El susurro de Gabriel le hizo abrir los ojos. Le miró, sin comprender del todo el porqué de su expresión de asombro. Después, al notar que no tenía que alzar la cabeza para hacerlo, apretó la mano contra el cristal y contuvo la respiración en los pulmones, desencajando la expresión él también.

—Ah, lo había olvidado —dijo Solomon con naturalidad—. Los awen pueden levitar.



. . .



©Hendelie 


3 comentarios:

  1. ah........que paso.......me perdi....como asi?.....PORQUE NOS DEJAN ACA?!!snifff....bua!!. noooo. no puede ser, sigo bajando el cursor y npo hay mas......nooo...( lloro, pataleo, y grito ) esto es inhumano dejarnos en este punto... me niego...
    david levita, debe parecer un angel con lo bello que es, asi inspira al que sea, con razon gabriel lo adora, aunque levitar me parecio que fue inspirado por el mismo gabriel. definitivamente se complementan.
    y chicas me han dejado en una de las peores partes ( o mejores en este caso?) en finn..no morire en la espera. bye!!

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  2. Ainssss que mala gente sois, se me ha acabado rapidisimo, como lo habéis dejado alli!!??
    Me gustaría tanto tanto ser capaz de aguantarme las ganas y leer solo cuando tuvierais la historia acabada, se que falta poco, pero no soy capaz de contenerme ni un poco. Por cierto,tengo una duda, por lo que se esto son varias historias no? relacionadas entre si, no? entonces, cuando empecéis la otra, veremos a David y Grabiel? de forma secundaria quizás,pero los veremos? o como va esto.

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  3. ¡Juajajaja! Soy un ser cruel.

    No, en serio, hubiera querido hacer el capítulo más largo, pero estamos en la recta final de la preparación de Fuego y Acero para editar en papel y voy asfixiada de tiempo. Me alegro mucho de que os haya gustado.

    Me temo que no podré actualizar hasta dentro de tres semanas, intentaré hacerlo antes pero no puedo asegurar nada >__< , entre los arreglos del ebook, el libro en papel y otros asuntos de la vida, estos días antes de las Navidades son una locura.

    @Lupillar, muy fino tu comentario, como siempre. ¡A ti no se te puede esconder nada!

    @Anónimo, en cuanto a tu pregunta, a David y Gabriel SI se les ve de vez en cuando en las otras dos historias, pero sólo son pequeños "cameos", su historia principal acaba al final de El Despertar.

    Un abrazo a todos, muchas gracias por leer y comentar :D

    Hendelie

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