Escena 23, toma 1
Recuerdo aquellos momentos como si fueran parte de un sueño
febril. Irónicamente, al desmoronarse la Ilusión todos quedábamos expuestos,
fijados en el mundo real sin posibilidad de eludirlo. Era la realidad. Y sin
embargo, parecía una alucinación.
Así es como funcionan las cosas. El escenario que la
Organización recrea, con el visto bueno de los Vigilantes, da la impresión de
ser más real que la verdad. Como prueba de ello, las consecuencias de esos
pocos minutos de derrumbamiento fueron devastadoras en la población de la
ciudad. La gente entró en estado de shock.
Hubo crisis de ausencia, ataques de pánico, convulsiones y una epidemia masiva
de desmayos. La mente humana no está preparada para cambios tan bruscos en la
percepción, al menos es lo que sucede con la mayoría.
Cuando el cielo se abrió y vimos las estrellas, yo estaba
aún mareado porque acababa de comerme a un satur. Había absorbido su energía
hasta matarle, y eso es el equivalente a un empacho y una borrachera, más o
menos. La Ilusión se derrumbó y la niebla desapareció, barrida por un soplo de
aire tan ozónico que me hizo daño en los pulmones.
Y en ausencia de la niebla, entre los engendros cundió el
pánico. Los satures que quedaban en pie se arrastraron desesperadamente hacia
las sombras, profiriendo espeluznantes gritos. Los agentes huyeron hacia sus
coches, y de alguna parte vi descolgarse un esclavista y salir huyendo como una
araña atormentada. Luego, algunos de los amigos de Maethel se desplomaron sobre
el suelo casi al unísono. Entre los que quedaron en pie empezaron a presentarse
síntomas de histerismo. Uno empezó a gritar y a hiperventilar. Otros seguían
aturdidos, mirando al cielo y luego alrededor, sin saber dónde estaban ni qué
les ocurría. Y eso que no podían verse. En la realidad tenían un aspecto muy
distinto al que lucían en la Ilusión: demacrados, sucios, con profundas ojeras,
vistiendo harapos y con la piel teñida de un insano color amarillento. Algunos
aún tenían restos de pólipos pegados a la cara o a la espalda. Me sentí mal por
ellos. Pobres cosechas…
—Esto no está pasando —murmuró Darren.
Me giré hacia él. Estaba inmóvil, con la pistola en la mano.
Su camiseta tenía agujeros y quemaduras. Llevaba el pelo sucio y la barba mucho
más crecida y tenía los ojos hundidos y apagados. Maethel también parecía conmocionado.
Su situación era aún peor: el pelo le llegaba hasta casi las rodillas y estaba
escuálido, plagado de pólipos y cubierto de telas de araña. Se le marcaban los
huesos de la cara y los ojos le brillaban con una intensidad demente.
Lot también les estaba mirando. Reaccionó, tirándole de la
manga a su maestro.
—Liam. Liam, hay que hacer algo.
—¿Qué…?
—Hay que hacer algo con esta gente.
El maestro ilusionista volvió en sí y tras reflexionar unos
segundos se giró hacia la awen, que
permanecía en pie en el centro de la plaza, custodiada por los Guardianes.
Levantó la voz para hacerse oír.
—Vamos a ejecutar el nidra.
¿Tenéis algún inconveniente?
La awen fijó sus
resplandecientes ojos en el hombre que le hablaba. Su figura apenas podía
distinguirse tras dos de los Guardianes, que cerraron filas ante ella como si
desearan protegerla de la propia voz de Liam. Finalmente, la muchacha asintió
con la cabeza.
—Adelante. Estamos de acuerdo.
Me volví hacia Lot, confuso y abotargado.
—¿Qué es eso del nidra?
Pero mi amante ya no me escuchaba. Él y Liam se habían
puesto en movimiento casi al unísono, con una coordinación tan perfecta que
parecía ensayada. Se colocaron detrás de Darren y Maethel y les cubrieron los
ojos con la mano, susurrando en sus oídos. No pude escuchar las palabras, pero
sentí vibrar el aire sucio con ellas y vi cómo los ojos de los ilusionistas se
iluminaban de forma antinatural.
—Es un hechizo —me dijo Nun—. Es para devolver a los durmientes
al sueño.
—Pero si la Ilusión ha caído… ¿a qué sueño van a volver?
—A los suyos. La ilusión más poderosa es la que proyecta el
propio subconsciente humano. Sus mentes tienen refugios, lugares comunes.
Pueden protegerse del exterior dentro de sí mismos.
—¿Es una especie de hipnosis, entonces?
—Algo así. Dormirán, pero creerán que han despertado, que
todo lo que han vivido aquí solo ha sido un sueño. Volverán a estar en sus
casas, en su mundo, aunque ya no exista. Y cuando la Ilusión vuelva a alzarse,
si es que eso ocurre, se readaptarán a ella.
—¿Y funciona?
Nun sonrió con cierta amargura.
—Sí, siempre funciona. El ser humano tiene una gran
capacidad para engañarse a sí mismo, sobre todo cuando se trata de enfrentarse
a cosas inconcebibles. Nuestra mente es nuestra arma más poderosa, pero también
es una trampa. Es al mismo tiempo la cadena que nos ata y la llave que nos
libera.
Intenté pensar sobre ello mientras los ilusionistas se
abrían paso a través de la plaza, cerrando los ojos de los hombres y mujeres
allí reunidos y arrastrándoles con gentileza a un sueño plácido. Los durmientes
permanecían de pie y al cabo de un rato comenzaban a andar de regreso a sus
cubiles, pisos medio derruidos en edificios que un día fueron hogares, agujeros
donde guarecerse en una ciudad muerta.
Liam y Lot se movían con calma y exactitud, como si cada
paso estuviera medido, igual que en una coreografía repetidamente practicada.
La plaza lucía un aspecto muy similar al que mostraba en la Ilusión, pero ya no
había limoneros ni raíces desproporcionadas surgiendo del suelo. Las baldosas
estaban desgastadas, con la marca profunda de un uso milenario, y también la
piedra de las casas y de la gran catedral parecía más erosionada, más antigua.
Por lo demás, todo parecía hallarse en perfecto estado. Las siluetas de los dos
ilusionistas no desentonaban en el lugar. De alguna manera, parecían más
cómodos ahí que cualquiera de nosotros. Me di cuenta de que el aspecto de Liam
no había cambiado en absoluto, su imagen en la realidad era idéntica a la que
ofrecía en la ilusión. No había polvo en su ropa ni tenía mal aspecto, ni lucía
el cabello enmarañado. En cuanto a Lot, cuando me fijé en él estaba de
espaldas. En el instante en que se dio la vuelta y nuestros ojos se encontraron
fortuitamente, apenas unos segundos, me sobrecogí. La visión de aquellos dos
orbes de cristal naranja me golpeó con amargura. No estoy seguro de si su
aspecto era verdaderamente tan distinto al que mostraba al otro lado, o es que
por primera vez fui capaz de ver y asumir lo que él en realidad era. En la Ilusión,
Lot siempre me había resultado un tanto artificial. A este lado, la impresión
era aún más intensa.
No eran sólo los ojos, que parecían los de un muñeco muy
bien hecho. Era todo. El aspecto plástico y pulido de la piel, el color negro
demasiado intenso de su pelo, el leve tic
con el que movía el cuello hacia un lado… había algo horrible y vacío en él.
Cuando acabaron de hechizar a los durmientes, ambos se detuvieron un instante y
mantuvieron una breve conversación. Yo no apartaba la vista de él, examinando
todos sus gestos mientras hablaba con Liam: sus expresiones faciales me
resultaban forzadas, mecánicas, y el resplandor de sus ojos, las emociones que
parecían parpadear en ellos de cuando en cuando para luego desaparecer, me puso
enfermo.
Me habían enseñado que los Ilusionistas eran humanos
modificados, pero aquello me parecía aberrante. Lot no parecía un humano
modificado, parecía un humano atrapado en un autómata. O un autómata con algo
de alma humana. Liam, sin embargo… apenas había nada extraño en él, salvo el
brillo de los iris cuando usaba su magia.
—¿Estás bien?
Me volví hacia Nun, asintiendo con la cabeza.
—Sí, claro. Bueno, no. No entiendo qué ha pasado. ¿Y la
niebla?
—No lo sé. Pero no creo que tarde en volver. La Organización
no permitirá que la Ilusión se desmorone, y los Vigilantes tampoco.
—¿Esto no es cosa de los Vigilantes, entonces?
La augur negó con la cabeza. Supe que me ocultaba algo, pero
a decir verdad, en ese momento no quería saber nada más. Las cosas ya eran
bastante complicadas tal cual.
—Los Vigilantes aprobamos la existencia de la Ilusión. Creemos
que es necesaria para evitar que los
habitantes de la ciudad caigan en la desesperación. Muchos de ellos no
soportarían la verdad… así que intentamos prepararles poco a poco y guiarles
hacia el Despertar de manera progresiva cuando ya están listos para ello. Solo
si quieren, claro. Muchos prefieren permanecer en la Ilusión.
—No me digas —comenté con ironía.
¿Quién narices iba a querer despertar a algo como esto? El
Barrio Viejo no estaba mal, pero el resto de la ciudad era un montón de mierda
en progresivo deterioro. Además, las únicas opciones que tenían después de
despertar eran buscar refugio en el Aaru, cosa no siempre posible, o unirse a
la Resistencia. En el Aaru no había nada que hacer, y en cuanto a la
Resistencia, seguramente vivían en las condiciones más duras posibles. Sin
esperanza de cambio, en una guerra constante salpicada de treguas en la que
nadie ganaba nunca. Era una batalla estéril que duraba siglos ya. No, ese
despertar que tanto amaban los Vigilantes no era más que una condena para
muchos. En sus vidas ficticias tenían un objetivo, un propósito, una dirección.
¿Qué objetivo o propósito iba a tener aquí una modelo, un oficinista o una ama
de casa? Sus familias muchas veces ni siquiera existían. Todo cuanto amaban no
estaba, y no es que lo hubieran destruido o se lo hubieran arrebatado…
simplemente nunca había estado ahí. Era una mierda. Una súper mierda, en
realidad.
—Hoy tendremos una larga noche en nuestras oficinas, con
muchas llamadas telefónicas, muchos acuerdos, muchas propuestas… A menos que la
Organización nos culpe de lo ocurrido. Entonces se reavivará la guerra.
Miré a Nun. Parecía muy preocupada.
—¿Has visto algo más? En el futuro.
Ella negó con la cabeza.
—No... pero he oído algo que no puedo explicar.
—¿Qué has oído?
—Una canción.
Alcé las cejas. Iba a añadir algo más, pero Nun me dio la
espalda y se dirigió hacia la catedral. La miré alejarse, sintiéndome triste de
repente. Ella tampoco era distinta aquí, tenía el mismo pelo rosa y el mismo
aire juvenil. Me pregunté si había sido injusto con ella al desconfiar cuando
nos conocimos. Me pregunté por qué era amiga de Lot a pesar de todo.
Entonces observé que la plaza estaba ya vacía. Maethel y
Darren también habían desaparecido y sólo quedaban allí Lot y Liam. Lot estaba
haciendo algo con el bastón, golpeando de vez en cuando las losas con el pie,
como si buscara algo. Liam hablaba por teléfono. Cuando llegué junto a ellos
acababa de cortar la comunicación.
—Me he puesto en contacto con Senaqerib para ver si sabe
algo de todo esto. Al parecer han puesto en marcha un protocolo de urgencia
para restaurar la estabilidad y volver a levantar la Ilusión. Nos necesitan a
todos.
—¿A todos los Ilusionistas?
Liam asintió con la cabeza.
—A todos los buenos, al menos —agregó Lot—. Sería un momento
perfecto para volver y ganarme de nuevo la entrada al paraíso, ¿no te parece,
maestro?
Me volví hacia él con sorpresa.
—No lo creo —replicó Liam, que no se había alterado lo más
mínimo—. Te archivarán de todas maneras. Con suerte quizá se limiten a
reciclarte, pero no pasarán por alto tu disfunción.
—Disfunción —repitió Lot, con media sonrisa—. Me encanta la
terminología de la Organización. Todo parece tan limpio y burocrático…
—¿Sabía ese tal Sen… Sean… como se llame qué es lo que ha
ocurrido? —pregunté—. Hemos oído música y una trompeta… y esa luz blanca… ¿qué
demonios ha pasado?
Liam negó con la cabeza.
—No están seguros. Dice que algo ha afectado directamente
los nodos de energía que alimentan la sede de la Organización y el sistema de
niebla y reactores. Una fuerza espiritual pura se ha desatado, como en una
explosión, y casi los destruye por completo.
—Fuerza espiritual pura —repetí, escéptico.
—Así es.
—¿Lo dices en serio?
El maestro Ilusionista asintió con naturalidad.
—Las fuerzas que dominan este mundo van más allá de las
leyes de la física y la ciencia tal y como tú la conoces. Es cierto que la
niebla es un compuesto químico y que gran parte de las armas de la Organización
son creaciones científicas humanas, pero también existen otras cosas. —Se cruzó
de brazos, regalándome una sonrisa suave—. ¿De dónde crees que proceden las
Pesadillas?
—La Organización nos creó —respondí sin dudar—. Somos sus
hijos.
—¿Y a partir de qué?
Esa pregunta me turbó profundamente. Después de que un
ejército de Vigilantes saliera de la Catedral, de estar a punto de morir
devorado por los satures, de que el cielo se abriera y etcétera etcétera,
aquellas cuestiones existenciales me mareaban.
—No estoy seguro de que sea el momento para esta
conversación.
—Mis disculpas, entonces —rectificó Liam, haciendo una
inclinación de cabeza—. No pretendía incomodarte.
—Así que han atacado a la Organización —interrumpió Lot. Le
miré con disimulo mientras rebuscaba en su chaqueta para sacar un cigarrillo.
Se lo puso en los labios y lo encendió, expulsando el humo por la nariz. Sus
fosas nasales no se dilataron como deberían haberlo hecho. Aparté la vista a
toda prisa—. ¿Y quién ha sido el héroe o el idiota que se ha atrevido a ir tan
lejos? ¿Los Desvelados?
—Aún no lo sabemos, pero ahora mismo y hasta que se
restituya la Ilusión, todo está al descubierto.
—¿Todo? —Lot frunció el ceño. Los ojos de cristal se tiñeron
de grave preocupación—. ¿Estamos expuestos, entonces?
—Totalmente expuestos —asintió Liam—. Si los Vigilantes se
enteran, podrán verlo todo. Nuestras calles, nuestros intercambiadores,
nuestros laberintos, nuestros juegos de espejos, nuestros escondrijos… todo lo
que hemos hecho está ahora al alcance de sus ojos. Habrá que rediseñar la red
al completo.
—Genial. Entonces estaréis muy ocupados. Con un poco de
suerte, la Organización nos dejará en paz y se olvidará de nosotros.
Liam entrecerró los párpados y alzó la barbilla, mirando a
Lot con dureza. Parecía molesto.
—¿Ese es tu plan? ¿Esperar a que se olviden de ti?
—Sí, en líneas generales, sí.
El maestro Ilusionista quedó en silencio, pero en su rostro
se leía con claridad la decepción. Hasta yo me sentí juzgado y rechazado. Lot
se revolvió, incómodo.
—No digas nada —espetó, señalando a Liam.
—No estoy diciendo nada.
—Pues deja de mirarme así. ¿Acaso tienes una idea mejor? No,
olvida que he preguntado eso —se apresuró a añadir—. No quiero saberlo. Es mi
tiempo, y tiene fecha de caducidad, así que lo emplearé en lo que me apetezca.
Pero Liam no iba a olvidarlo.
—Tienes fecha de caducidad, sí. Pero también libertad,
independencia, magia y talento. Podrías hacer grandes cosas con eso. Cosas que
cambiarían el mundo. No tienes nada que perder y mucho que ganar, tanto para ti
como para los demás. Podrías buscar formas de autoabastecerte, sobrevivir y
ayudar a…
—Eres tú el que quiere cambiar el mundo, no yo —interrumpió
Lot, con un tizne de amargura en la voz. Saboreé el rencor en sus palabras, en
la forma en que ambos se miraban. Se adivinaba toda una historia ahí detrás de
sus ojos artificiales, dos de color naranja, dos de color aguamarina—. ¿Por qué
no lo asumes de una vez? Sólo quiero pasar mis últimos días tranquilo, en casa.
En paz.
—¿En qué casa? —intervine.
Lot se volvió hacia mí, como si no entendiera. Me crucé de
brazos también y le miré con censura. Si Liam estaba enfadado con él, seríamos
dos contra uno.
—En la tuya, si me aceptas. Y si no, en la mía, claro.
Oh, claro. Lot tenía siempre respuestas para todo.
—Tenemos que hablar —dije.
Liam nos miró con extrañeza. Tenía el ceño fruncido y no
parecía nada contento con la situación. Tuve la sensación de que estaba
conteniéndose para no decir algo, y a juzgar por su expresión, eran cosas que
no iban a gustarnos. Especialmente a Lot. Finalmente, suspiró y se despidió con
cortesía, pero también con frialdad.
—Adiós —dijo, agarrando el bastón y colocándose el chaleco.
Se daba la vuelta para marcharse cuando Lot le llamó.
—Espera. —Liam se detuvo—. Esa no es manera de despedirse.
Lo correcto es «buenas noches». Además, es lo que dices siempre. Buenos días,
buenas tardes, buenas noches… hasta más ver, o hasta mañana.
Miré de reojo a Lot. Me resultaba admirable esa actitud
suya, el modo en que intentaba esconder el miedo tras su aspecto indiferente y
su palabrería superficial. Nunca le funcionaba, no una vez que le conocías lo
suficiente… pero él seguía haciendo el mismo teatro una y otra vez. Esa persistencia
en lo inútil le hacía, al menos, digno de reconocimiento.
—Buenas noches —dijo Liam, con un tono de voz más plácido,
mirándonos de soslayo—. Iré a veros pronto.
—¿Y si Alex no me deja volver a casa? —preguntó Lot—. ¿Y si
nos vamos a París o algo así?
Liam esbozó media sonrisa.
—Entonces tardaré un poco más en llegar.
. . .
Escena 23, toma 2
Cuando Liam se marchó, Lot y yo desandamos el camino hacia
el exterior de la plaza. Allí estaba aparcado su coche, perfecto, sin una mota
de polvo ni una raya en la pintura, tan fuera de lugar en aquel entorno post
apocalíptico como todo él. Me abrió la puerta como si no hubiera pasado nada.
Yo me detuve, poniendo los brazos en jarras y mirándole con censura.
—¿Qué? —se encogió de hombros—. ¿No podemos hablar dentro?
Seguimos estando en peligro —me recordó—. Dudo que sea buena idea quedarnos
aquí sin más y discutir en medio de la calle.
Entré a regañadientes, abrochándome el cinturón sólo para
evitar que lo hiciera él, como acostumbraba. Puso el vehículo en marcha y
avanzamos a través de las calles. Todo era distinto, deprimente, pero no me
resultaba ajeno. En realidad ya conocía aquellos paisajes siniestros, los
rincones en sombras, las hogueras prendidas en las viejas barricadas que ya
nadie usaba, los montones de basura y desechos, los restos de amianto
descolgados de las paredes rotas y las siluetas consumidas y letárgicas de los
durmientes que deambulaban.
Después de todo lo que había sucedido, de todas las cosas
increíbles que habíamos visto, no sabía cómo empezar la conversación. El
concepto que Lot pudiera tener de Alex, del amor, de pronto me resultaba algo
sin importancia. Estaba tentado de dejarlo pasar, pero tampoco podía eludirlo
como si nada. Mientras yo me devanaba los sesos, meditando la mejor manera de
abordar el tema, él se me adelantó, para mi sorpresa.
—Había salido a buscarte. Nun me iba a ayudar. No debería
haber usado los canales de onda media pero la verdad es que no tenía otra manera.
—Hizo una pausa para abrir el cenicero. La temperatura era agradable dentro del
coche y el olor de la carrocería ya era para mí algo acogedor y familiar. Me
sentía demasiado cómodo, y no quería sentirme cómodo. Miré a Lot. Sus ojos de
cristal giraron en las cuencas. Había algo mecánico en el movimiento, en el
parpadeo. No es que fuera torpe, pero no era del todo natural—. Tenemos que
arreglar las cosas, Athaliah.
—Llámame Alex —espeté—. Por poco que te guste, es quien soy
ahora.
—Eso no es cierto —respondió con tranquilidad—. No eres
Alex, y tampoco eres Athaliah. Devoraste a ese chico al que tanto amas, te
metiste en su cuerpo y le asimilaste. Pero eso no te convierte en él.
—Ya lo sé. Soy algo diferente, algo nuevo. Pero tampoco soy
Athaliah.
—¿Y entonces, qué vamos a hacer? ¿Te bautizamos?
Las ironías de Lot me resultaban refrescantes en algunos
momentos. Ese no era uno de ellos.
—No. Ya te he dicho que me llames Alex.
—Bien, así que tengo que seguir refiriéndome a ti por el
nombre de tu ex —concluyó con cierta acidez.
—No seas infantil, joder —solté, volviéndome hacia él—. ¿De
verdad es eso lo que tanto te molesta? No entiendes nada. Nunca has entendido
nada. Él fue para mí lo mismo que Liam podría ser para ti, si tú no fueras tan
cretino. —Su conducción se volvió más brusca, pisó el acelerador mientras
sorteábamos bidones en llamas y avanzábamos quizá demasiado rápido sobre una
calzada llena de grietas. Vi cómo apretaba los dedos en torno al volante,
tensándose más y más con cada una de mis palabras—. Me hizo cambiar. Me hizo
ser mejor persona, de hecho me hizo ser una persona cuando no lo era. Amarle me
convirtió en algo digno. ¿Cómo pudiste juzgar eso con ligereza, cómo pudiste
decir que un amor así no tiene valor? La forma en que él quería a todos los que
pasaban por su vida… la forma en que Liam te quiere a ti, eso es lo más grande
que existe en la puta mierda de mundo en que vivimos. Y mientras no entiendas
eso, no puedes seguir formando parte de mi vida.
Hubiera esperado un frenazo, una discusión, un reproche. Algo.
Pero Lot no dijo nada. Tenía el ceño fruncido, la expresión furiosa y
contenida. Podía sentir la rabia que vibraba en el interior de su cuerpo de
autómata, pero por alguna razón no parecía dispuesto a dejarla salir. Deseé
estrangularle. Era frustrante. Tras aguardar unos minutos y no obtener
respuesta de sus labios, me recoloqué en el asiento y miré a través del
parabrisas sin ver, sumido en mi propio enfado.
El mundo era una mierda, sí. Y nosotros éramos seres
corrompidos y quebrados que se arrastraban por él. Alex era demasiado bueno
para mí, igual que Liam era demasiado bueno para Lot. Yo no había sido capaz de
alejarme de Alex. Lot parecía haber tenido más éxito… al menos a ratos. Esbocé
una media sonrisa amarga. «Nos merecemos el uno al otro», me dije. «Somos tal
para cual.»
—No es como tú crees.
Le miré de reojo.
—Explícamelo, entonces —le insté con fervor, echándome hacia
él—. Ya sé que odias tomarte las cosas en serio, pero al menos déjame verlo de
alguna manera. Dame una pista, un aliciente… algo, lo que sea. Dame una base
para sacar mis conclusiones.
Negó con la cabeza.
—Nada salió como debería… —La luz turbia de la ciudad
arrancaba destellos ocres en su piel, hacía brillar más sus inquietantes ojos.
Me pareció escuchar con más fuerza el sonido de los engranajes. Su voz se
volvió opaca, indiferente, como siempre que se distanciaba de las cosas—. Me
reprochas que juzgo a Alex sin saber nada, y tienes razón. Pero ahora tú estás
haciendo lo mismo.
—Cuéntamelo —insistí.
Las calles oscuras se abrían a nuestro paso. Escuchábamos el
intenso murmullo de los ventiladores, girando a toda potencia. La niebla se
extendía de nuevo. De las profundidades de una boca de alcantarilla surgió una
rémora, arrastrándose y buscando desesperadamente con sus ojos de insecto, que
refractaron la luz de los faros de nuestro coche.
—Nada salió como debía —repitió—. Cuando firmé con la
Organización las cosas fueron muy mal. Los días pasaban y yo no podía superar
el proceso, así que realizamos un conjuro para que pudiera conectarme y
desconectarme de los restos de mi alma a voluntad. Era la única manera de
superar el dolor.
—¿Qué?
Había visto a los Vigilantes emerger de la Catedral como
ángeles vengadores. Había visto desmoronarse la ilusión, había visto
resplandecer las estrellas. Y sin embargo, aquellas palabras de Lot eran para
mí más asombrosas y terribles que todo lo demás.
—Él me entregó un don para defenderme de algo a lo que no
podía enfrentarme. Y yo lo usé… y tanto que lo usé. Lo usé entonces, y lo usé
después, lo usé cada vez que las cosas se volvían difíciles, cada vez que algo
dolía… y muchas cosas dolían. Al final he acabado por desconectarme de mí mismo
y me he acostumbrado. Así es como paso la mayor parte del tiempo.
—¿Sin sentir nada?
—Sí, claro que siento cosas. Pero no al mismo nivel que tú,
ni mucho menos al mismo nivel que Liam.
Le miré, incrédulo. Lot nunca me había parecido una persona
desapasionada, de hecho era muy apasionado en la cama, y también con su
trabajo… no obstante, otras veces imponía una distancia infranqueable, como en
aquel momento.
—Entonces, ¿cuando algo no te gusta, simplemente le das a un
botón y dejas de sentir molestia o desagrado? ¿Es eso?
—También puedo hacerlo cuando algo me gusta demasiado. La
desconexión emocional es muy útil cuando se trata de ponerse práctico —replicó,
sonriendo a medias.
No me creí esa última frase.
—Tú no has sido muy práctico desde que te conozco.
—Ya.
Lot pisó el freno y dejó pasar a una larga fila de
durmientes, que arrastraban los jirones de su ropa por la carretera, cruzando
un paso de peatones. El semáforo estaba destrozado y no funcionaba. Aun así,
ellos lo miraban mientras avanzaban como zombies hacia el otro lado de la
calle. Tragué saliva al verles y luego miré de nuevo a Lot.
—Continúa. Aún no veo claro adónde quieres llegar con todo
esto.
Lot suspiró y asintió con resignación, poniendo de nuevo el
motor en marcha cuando la procesión de durmientes hubo concluido.
—No puedes comparar a Alex con Liam porque ellos no son
iguales, así como tú y yo tampoco lo somos… y nuestras circunstancias, nuestras
historias, son diferentes. Pero para ser justos, tengo que darte la razón en
ciertas cosas. Por ejemplo, no negaré que soy un cretino. A estas alturas está
muy claro. Ni tampoco que soy un egoísta, un superficial y todas esas cosas que
os gusta llamarme a los dos. —Levanté la ceja, pero me tragué la réplica que
tenía en la punta de la lengua—. También soy un cobarde. Pero es muy difícil
explicar lo que ha ocurrido entre él y yo, por qué las cosas son como son y por
qué necesitaba esa desconexión. Así que en cuanto a eso… si bien tienes parte
de razón, es imposible comparar ambos casos.
—No me estás diciendo nada —le interrumpí, acorralándole—.
Hablas y hablas, pero no haces más que dar evasivas y datos poco claros.
—¿Qué quieres, que te cuente toda la maldita historia? Eso
no viene al caso ahora, además, tampoco me apetece recordarla. La cuestión es…
—Sí, por favor, dime cuál es la jodida cuestión —exclamé,
furioso.
Me desesperaba.
—La cuestión es que creo que sigues enamorado de Alex. Y no
me gusta. Puede que la forma en la que yo te quiero no sea la más generosa, ni
la más valiente, ni la menos tóxica, pero te aseguro que es real, y está aquí,
ahora. Por eso soy infantil y soy celoso, y por eso quiero tenerlo todo de ti.
No quiero que me des un amor universal. Quiero que me des todo lo que eres,
solamente a mí. —Me miró a través del retrovisor—. No soy idiota del todo. Sé
que esto que tengo contigo es lo único que me queda. Lo único que merece la
pena al final de mis días es lo que estoy construyendo contigo, y no voy a
dejar que se venga abajo. Si tengo que morderme la lengua respecto a tu extraño
onanismo contigo mismo y Alex, lo haré. Tengo más experiencia en eso de lo que
crees.
Por un momento me quedé sin palabras. No era lo que me esperaba
de él, y no sabía cómo reaccionar. Una parte de mí estaba furiosa, pero otra
parecía fundirse lentamente en la esperanza y el amor correspondido. Quería
matarle y besarle.
—Pero esto no tiene futuro —dije, odiándome a mí mismo por
tener la voz temblorosa—, tú mismo lo has dicho… no es más que una tabla de
salvación a la deriva…
—Sin duda —replicó él, esbozando media sonrisa cansada—,
pero eso no lo hace menos puro.
—¿Puro? —Mi asombro dio paso a la incredulidad. Parpadeé,
aturdido—. No te entiendo, Lot. En serio. Eres imposible. Te doy por perdido. Y
además… además tienes la desfachatez de mostrarte celoso, como si tú no
tuvieras también a alguien más en tu corazón, aunque nunca hables de ello,
aunque nunca lo confieses.
—En cierto modo es un alivio que alguien se dé cuenta
—replicó con una risa amarga entre dientes.
—Pues claro que me doy cuenta. No estoy ciego, sé lo que
sientes por él y curiosamente no me importa… pero, ¿cómo puedes echarme en cara
que…?
—Sí, ya lo sé. Hay alguien más en mi corazón. Pero a pesar
de todo, sólo tienes que mirar dónde se encuentra para tener las cosas claras.
Entrecerré los ojos, tratando de entender aquellas últimas
palabras. Lot me miró de soslayo y me hizo un gesto con la barbilla. Entonces
miré sobre mi brazo y la vi. La salamandra estaba allí, posada en mi hombro
tranquilamente. Me devolvió la mirada con expresión altiva y sacó la lengua. En
este lado, brillaba con suavidad en intervalos constantes, igual que latidos.
De pronto lo comprendí todo. Bueno, no todo. Pero entendí
muchas cosas. Recordé al pequeño reptil guiándome a través del laberinto de
espejos, lo recordé sobre mi cabeza, en mi espalda, en mi pecho, pegándoseme a
la piel mientras hacíamos el amor. Recordé despertar con él sobre mi mejilla,
mirándome con la misma expresión altiva.
—Siempre va hacia ti —finalizó el ilusionista, con un tono
resignado que no se me pasó por alto—. Haga lo que haga, va hacia ti. No
importa lo que piense, cuánto me convenza a mí mismo. Da igual lo desconectado
que esté. Mi corazón sigue vivo y sabe lo que quiere.
No supe si reír o llorar. Agarré la salamandra con cuidado y
la mantuve entre las manos, dándome la vuelta en el asiento para apoyar la
frente en la ventanilla. Durante los minutos que siguieron no fui capaz de
decir nada, tampoco de pensar con claridad. Las emociones eran demasiado
intensas y contradictorias. Miraba a la lagartija, acariciándola con el pulgar.
El bicho estaba caliente y sentía el pálpito sordo al tocarla. Era increíble.
Era mágico y esperanzador, pero también era terrible. ¿Cómo podía Lot vivir
así? ¿Era un cobarde, o realmente su sufrimiento era tan intenso que no podía
soportarlo? Me dejé mecer por los recuerdos que habíamos creado, los retazos de
los momentos compartidos que alimentaban mi memoria y mi alma casi nueva.
Cuando me di cuenta, estábamos frente a la casa de Alex.
—Hemos llegado.
Asentí sin mirarle. Lot aguardó unos segundos, luego se apeó
del vehículo y me abrió la puerta. El aire era frío y hostil, corrosivo. Me
deshice del cinturón y bajé, luego alcé la mirada hacia él y le tendí la
salamandra. Él me miró inquisitivamente.
—Si quieres seguir a mi lado, tienes que estar entero —dije.
El Ilusionista entrecerró los párpados—. No quiero que vuelvas a desconectarte
de tu alma, Lot. No quiero que lo hagas nunca más. Tú dices que lo quieres todo
de mí, y estoy dispuesto a dártelo. Pero exijo que me correspondas de manera
justa. Y para eso, tienes que ser quien eres por completo. —Lot bajó la mirada
hacia mis manos, donde la salamandra se removía, inquieta—. Pase lo que pase, lo
enfrentaremos juntos. Superaremos cualquier cosa, y si no, nos hundiremos
juntos en la desesperación, pero no más máscaras ni más escondites —insistí.
El Ilusionista asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
—Ya. Pero podría ser mentira, ¿no?
Lot se rió entre dientes.
—No. Ya no.
Agarró la lagartija y se la estampó contra el pecho. Tuve
que apartar la vista. Por un momento, un fuerte resplandor naranja se desplegó
como una nebulosa… y después comenzó a cambiar, destellando con colores
inimaginables hasta convertirse en una luz blanca y efervescente.
Cuando el brillo se disipó, Lot cayó de rodillas, aturdido y
jadeante. Dos gruesas gotas de líquido oscuro se escurrieron desde sus ojos de
cristal hasta el suelo quebrado. Me incliné para sostenerle. Su cabello
perfecto se desordenó, le sentí respirar profundamente, como si se ahogara.
Mientras le acompañaba escaleras arriba igual que a un
herido de muerte, fui más consciente que nunca de su fragilidad. Durante mucho
tiempo, Lot había levantado un elaborado sistema de defensa para sobrevivir a
la Organización, al paso del tiempo, a la falta de un propósito, a las
ilusiones rotas, al rechazo, al amor no correspondido, al arrepentimiento…
Durante mucho tiempo había vivido a salvo tras esos muros. Ahora yo le había
obligado a echarlos abajo, todos y cada uno de ellos.
Durante un instante, cuando la niebla color ocre volvió a
cerrarse sobre nosotros y a engullir toda esperanza, me pregunté si no estaba
cometiendo un error.
—¿Te duele? —pregunté, un poco asustado.
No podía verle la cara, sólo las sombras que proyectaba su
cabello al precipitarse sobre su rostro. Se contrajo y soltó una risa seca.
—Podría ser peor.
Entonces, como si sus palabras hubieran sido una invocación,
el teléfono de Lot comenzó a sonar. Lo busqué en su chaqueta y descolgué, sin
pensarlo demasiado. La voz de Liam me habló desde el otro lado y, de nuevo, el
suelo desapareció bajo mis pies.
—No ha habido acuerdos. La tregua ha caído. Va a haber
guerra.
Durante dos, tres segundos, el silencio se quedó suspendido
en el tiempo como un pañuelo lanzado al aire justo antes de caer.
—Preparaos.
Liam cortó la comunicación. El pañuelo cayó. El tiempo se
reanudó y en alguna parte de la ciudad, a la vez que el suelo vibraba con la
fuerza de todos los reactores de la Organización, comenzaron a sonar las
sirenas.
. . .
Uoooo! *-*
ResponderEliminarDIOS!! Esto está buenísimo chicas!
ResponderEliminarLot y Alex... Lot y Alex... me encanta como han hecho para que ambos se entiendan y se acepten de esa forma..
¡Espero pronto la nueva actualización!