domingo, 13 de noviembre de 2011

Fuego y Acero IX: Llamas


9.- Llamas

La mañana le sorprendió con el sabor dulzón pegado al paladar y el aroma del perfume exótico que impregnaba los cabellos del príncipe anegando su olfato. Iris, las flores preferidas por la realeza. Antaño, en su tierra, había escuchado hablar a los chamanes sobre las propiedades oníricas de esa planta extraña y lejana, el embrujo que hacía caer sobre los débiles y la manera en que podía su efluvio abrir las puertas de la mente a la locura o la sabiduría. Sospechaba que los nobles de Nirala no tenían la menor idea de esto, y simplemente la utilizaban en sus aceites porque era una flor rara y muy cara.

Somnoliento, Ioren se frotó la nariz tratando de arrancarse el empalagoso olor y rodó hacia un lado para incorporarse y buscar su ropa, sin hacerse preguntas. Tenía cosas más importantes en las que pensar. En el exterior de la cueva, una suave llovizna hacía cantar las hojas verdes, y sus oídos entrenados no captaban nada sospechoso más allá de los rumores del bosque. Si les estaban buscando, no había llegado nadie. Se ajustó la túnica y se calzó las botas, apagando las brasas con la suela sin demasiados miramientos. Sobre el suelo aún había algunas bayas rojizas trazando extraños dibujos. Algunas se habían aplastado. Frunció el ceño al atarse los pantalones. Un resto de sangre seca le salpicaba el vientre, bajo el ombligo.

- ... eh, levanta.

Acercó la mano al cuerpo desnudo y encogido que dormitaba en el suelo. Estaba helado. Le zarandeó por el hombro.

- Chaval, arriba.

La maraña de cabellos oscuros estaba extendida sobre el piso rocoso como una anémona ondulante. El muchacho estaba de lado, hecho un ovillo de piel blanca y formas suaves, casi abrazándose las rodillas. Volvió a moverle, pero no hubo reacción. Gruñó con suavidad, contrariado. No podían perder más tiempo, era importante partir cuanto antes y alcanzar el puerto. Estaba seguro de que con el sello real de Driadan podrían tomar cualquier barco que se les antojara y emprender rumbo al Norte, de regreso a casa. No imaginaba un gran recibimiento después de lo sucedido en la costa, pero añoraba su hogar y a su gente. Y además... había cosas que debían ser hechas y designios que esperaban ser cumplidos. Tiró del brazo del chico para voltearle, dispuesto a darle un par de bofetadas para arrancarle del sueño pesado. Sin embargo, cambió de opinión al ver la enfermiza palidez del rostro, el sudor frío que le cubría y la sangre que le manchaba la parte interior de los muslos y se deslizó hacia la piedra cuando le movió, como una serpiente roja y oscura.

- ... por todos los... - escupió, soltando una maldición.

Ioren no era curandero. No necesitaba serlo para darse cuenta de que algo iba muy mal con el príncipe. Le levantó los párpados y le tomó la temperatura. Estaba congelado, y temblaba en suaves espasmos de cuando en cuando. Suspirando, le manejó con cierto cuidado para colocarle boca abajo y echar un vistazo al lugar donde parecía estar herido, abriéndole los muslos. Tragó saliva. La zona estaba cubierta de sangre, seca y también nueva. Estaba seguro de que si le presionaba el bajo vientre, volvería a manar. Debía tener una herida interna, lo cual no le extrañaba.

Quizá se había infectado. Quizá le había destrozado por dentro. Quizá se había herido aún mas al caminar. Quizá ya estaba enfermo la noche anterior. Recordaba que estaba muy caliente. ¿Habría tenido fiebre? Se maldijo a sí mismo y a él, mirando al joven con odio contenido y pasándose la mano por la cara, en cuclillas cerca de su cuerpo. "Debería dejarle aquí, y al infierno. Pero, ¿cómo voy a volver a casa sin un barco? Aunque renunciara a los designios del destino, tengo que regresar, y le necesito para eso".

- ¿Me oyes, muchacho? - le palmeó la mejilla, tratando de obtener algo de él. Sólo halló respuesta en los estremecimientos y el resuello de una respiración dificultosa.

Trató de hacer memoria. ¿Qué planta usaba Kraakha para las fiebres? ¿Y cuál era la raíz apropiada para las infecciones? Demonios, no tenía ni la menor idea. No sabía si sería capaz de encontrarlas ahí fuera, sólo conocía con certeza las que él mismo había usado para restañar las heridas de los lobos en la caza. Y esto no era lo mismo. O tal vez no era tan distinto.

- No soy tu niñera, por las barbas de Urk... debería matarte

Lo dijo a media voz, mientras salía afuera empuñando la espada y miraba alrededor, empapándose de lluvia y aspirando con fuerza el perfume húmedo de los bosques. Sentía la llama furiosa ardiendo en su pecho, el deseo imperativo de cercenar la vida de aquella criatura tediosa y cargante y exorcizar con ello todos sus problemas y sus temores. Pero ya entonces, Ioren no se engañaba. Sabía que no podía hacer eso, no sin sentirse algo culpable.

Se movió con sigilo entre los árboles, tratando de encontrar un roble. Sólo había olmos, hayas y encinas, y los maldijo a todos, a los troncos y a las hojas. Repentinamente, le asaltó el temor de que una alimaña hambrienta acudiera a la cueva atraída por el olor de Driadan y su sangre derramada. Ahondó precipitadamente en la primera raíz que encontró y arrancó un fragmento a tirones, recorriendo el breve camino a la inversa a toda prisa. La cueva estaba desierta. El chico seguía tendido e inmóvil. Suspiró con alivio y dejó una piedra plana y cóncava en la boca de la gruta, confiando en que se llenara con agua de lluvia.

Mientras deshacía en virutas la raíz y trataba de molerla con la empuñadura de la espada, le asaltó el recuerdo de los ojos rojos en la oscuridad, la voz susurrante y amarga, el aliento golpeándole en los labios y el fuego ardiéndole en las venas. Miró de reojo a aquel despojo enfermizo y encogido, que había visto resplandecer con llamaradas de ira enajenada, y sintió asco. No había nada en él que le produjera otra cosa que desprecio y decepción, pero aun así, ahí estaba. Le había golpeado, escupido y arrastrado, casi con cansancio. Había respondido a sus provocaciones con la cosecha de lo que el príncipe había sembrado, y éste era el resultado: un retraso importante en sus planes. Y todo por que el maldito príncipe estaba hecho de barro y no era capaz de resistir las consecuencias de sus propios actos. Le dejaría pudrirse enfermo y solo en aquella cueva si no le necesitara. Si no estuvieran unidos por ese hilo invisible de odio y destino que alimentaba el orgullo y podría fortalecer al chico, y que a él le hacía seguir adelante a pesar de sus deseos de renunciar a todo. "Pero los dioses se enfadarán. Esta es mi prueba. Puede que me estén castigando por mi orgullo".

Recogió el polvo de la raíz molida en un puño y se acercó al improvisado cuenco de agua. Vertió los fragmentos en él y se acercó a la hoguera apagada. Maldita sea. Tendría que hacer el fuego de nuevo. No quería perder mas tiempo, de modo que agrupó los restos lo mejor que pudo y suspiró, con gesto angustiado, sosteniendo el cuenco en una mano. Se arrodilló frente al círculo de ramas quemadas y brasas apagadas, mirándolo con atención, y dejó fluir la oración entre sus labios, en su idioma natal.

- Rúnya del Fuego Oculto, del principio de los tiempos... deja que tus dedos rojos prendan y se inflamen... escucha mi llamada...

El aire pareció volverse cálido frente a él. Contempló los tocones ennegrecidos, aunando toda su voluntad, y dejó dos dedos sobre uno de ellos, relajando su mente y despejándola de todo pensamiento innecesario.

- Por la sangre de mis ancestros, Ioren Raur te llama... Rúnya del Fuego Oculto, del principio de los tiempos... yo conozco los secretos del fuego y del acero, soy hijo del Mar y de los terribles volcanes... por la sangre de mis ancestros, con derecho te invoco. Acude ahora, responde a tu siervo.

Sí, estaba funcionando. Notaba el mordisco abrasador en su carne, bajo la piel, en las arterias. Los latidos resonaban en sus oídos y empezó a sentir calor. Entrecerrando los ojos, se concentró y dirigió ese ardor hacia su mano. Las yemas le quemaron, y la madera comenzó a humear.

- Rúnya del Fuego Oculto, del principio de los tiempos... deja que tus dedos rojos prendan y se inflamen... escucha mi llamada...

La chispa prendió, y la pequeña pira volvió a encenderse con una llamarada roja e intensa que bailó un instante antes de estabilizarse. Ioren resolló y apartó los dedos, acercando el cuenco para que la mezcla se calentara. Las llamas le lamían la piel con suavidad cuando se movía demasiado hacia adelante, pero no se apartó hasta que el agua empezó a hervir. Sólo entonces se alejó, con un suspiro de alivio.

Bueno, si el chaval podía tragar, quizá se recuperase. En cualquier caso, tendría que cargar con él el resto del camino, no podía permitirse más demora. Removió la piedra cóncava y sopló en el líquido humeante, arrastrándose con las rodillas para acercarse al chico. Y se quedó inmóvil, como si un golpe de viento le hubiera azotado. Frunció el ceño y apretó los dientes.

Los ojos rojos le contemplaban entre los párpados entrecerrados, cubiertos por una pátina húmeda y febril.

- ¿Qué hechicería... es esta? - murmuró la voz débil, pastosa.

Maldición. Le había visto hacerlo. Tragó saliva y le acercó el cuenco.

- Bebe - ordenó.

- No pienso beber... tus brebajes... mala bruja... - replicó el muchacho con una tos.

Ioren le incorporó, agarrándole con un brazo y apoyándole en su hombro. Le acercó el guijarro hueco a los labios, manteniendo la expresión imperturbable. El cuerpo frío volvía a estar cubierto de sudor gélido. Era como abrazar un espíritu de escarcha.

- Cállate, desgraciado. Estás enfermo. Bebe.

- Te vi encender... sin... - el chico se calló, tragando el líquido con un gemido, hasta que Ioren apartó el sorbo de su boca - Sabe a huevos podridos... quema...

- Bah. No te quejes.

- He visto lo que has hecho...

- Tienes fiebre - replicó Ioren - No he hecho nada.

Volvió a darle de beber, confiando en que dejara de hacer preguntas. Driadan tragó, gimió nuevamente y se encogió entre sus brazos.

- Invocaste algo...

- Acerqué una rama encendida a la hoguera mientras rezaba. Eso es todo. Bebe más.

Driadan se removió, queriendo alejarse de la medicina. Ioren le agarró del cabello, en un gesto que no llegó a ser brusco. Finalmente, cedió y se terminó el líquido, dejando caer la cabeza en el hueco de su brazo mientras respiraba afanosamente, con una gota de la mezcla escurriéndose hacia la barbilla, pálido y desorientado.

- No me tomes por idiota... - susurró quedamente, parpadeando.

Ioren le miró. Le miró mientras los ojos rojos volvían a cerrarse y los temblores cedían poco a poco. Le apartó el cabello enredado del rostro y le acomodó sobre sus piernas, yaciente y desmayado, estrechándole con ambos brazos y tratando de calmar el intenso frío que exudaban sus poros. No se sentía culpable. No entendía demasiado bien lo que sucedía, pero a pesar de que no debía retrasar más la partida, aún permaneció durante unas horas sentado junto al fuego, con el príncipe resguardado junto a su pecho, observando su semblante despreciable y sumido en sus pensamientos.


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4 comentarios:

  1. ya sabia yo que al final Driadan se pondría enfermo , no me extraña, tantos golpes y tanto frio.De todos modos incluso enfermo menuda fiera !!!

    A ver si al bruto de Ioren se le despierta de una vez la ternura.

    Me apasionan esta pareja . ¿os he dado las gracias por compartir esta historia ?

    Por si acaso MUCHAS GRACIAS .

    Judith

    Judith

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  2. este capitulo es muy bueno driadan siempre con su insolencia y comentarios e ioren un personaje tosco me encanta esta pareja muy singular y diferente sin duda original

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  3. buscando en la web que leer me encontré con esto... y lo que he leído me ha gustado muchísimo. gracias por publicarlo. menudo dúo!!!

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  4. Muchas gracias por los comentarios <3 ¡Y por seguirnos!

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