miércoles, 14 de diciembre de 2011

Fuego y Acero XXIII: Ulior Skol


23.- Ulior Skol

Para el hombre que ama su tierra, regresar a ella tras la larga ausencia siempre es una bendición. No importa que los dioses le hayan dado la espalda, que otro se siente en la silla de madera que por derecho le pertenece ni que los recuerdos amargos se mezclen con recuerdos dulces. Para el hombre que ama su tierra, volver siempre es como el abrazo de un padre o la caricia de una madre. La tierra nunca le aparta ni le empuja, por grandes que sean sus faltas. Siempre tiene su suelo bajo los pies y  sus frutos al alcance de la mano tras el esfuerzo del sudor; siempre tiene un techo bajo cada árbol y  un refugio en cada roca.

Ioren el Rojo, descendiente de una estirpe de líderes y guías para su pueblo, no podía ser ingrato a pesar de las circunstancias que había encontrado a su llegada, ni las de su misma travesía. Aquel era su hogar y ése el mismo viento que le saludó al nacer, eran los aromas y las imágenes de su infancia y juventud. Pertenecía a Kelgard tanto como Kelgard le pertenecía a él, al igual que pertenecía a todos los que nacían entre el bosque de abetos y los montes nevados.

Había amanecido hacía rato cuando sus manos callosas empujaron la puerta de hojas de madera labrada y entró en el salón del thane a paso vivo. Llevaba el cabello suelto y cepillado, había vestido la mejor capa que le quedaba y lucía las armas al cinto. Ulior ya le estaba aguardando. Sentado en la silla, con el plato de cerámica sobre el regazo, mordía el pan caliente y las lonchas de venado asado del desayuno, la  jarra de cerveza tibia reposando en el brazo de su sitial. Ioren reprimió una sonrisa. Él jamás había comido allí, pero al parecer, Ulior Skol temía mover el trasero del asiento por si alguien se lo quitaba.

- Bienvenido de nuevo, Rojo – dijo el thane, alzando la mirada de su escudilla. - ¿Habéis descansado tú y los tuyos?

- Gracias por tu hospitalidad, Skol – respondió Ioren – mis guerreros aún duermen. Algunos tardarán en reponerse.

- No son Hombres del Mar. Las travesías hacen mella en cuerpos cebados con nabos y acostumbrados al arado o a la piedra bajo las suelas.

- Son soldados y supervivientes. Pocos de ellos se han cebado con nabos.

- Pero los hay.

Ulior sonrió con aire desdeñoso, tomando un sonoro sorbo de la jarra y lamiéndose la espuma del bigote. Señaló con la cabeza la mesa de la esquina, donde las hogazas nuevas humeaban sobre lienzos de lino. Ioren negó con la cabeza, con la mano en el cinto.

- ¿No habrá asamblea? – preguntó, mirando alrededor.

- No hay motivo para reunir a los guerreros – repuso Ulior – y tampoco es que queden muchos tras la expedición en Nirala.

Ioren se tragó la amargura que le despertaban esas palabras, aunque el thane las había pronunciado con toda naturalidad.

- Un barco regresó.

- Sí, regresó un barco. Dunstrag, sus hijos y sus guerreros, y la mujer de las runas. No es que sirvan para mucho en asamblea, tienen la cabeza llena de estiércol. Y tampoco en combate. ¿Qué ha sido de los demás?

El Rojo se agarró el cinturón con la otra mano. Dunstrag era un combatiente veterano. Había aprendido mucho de él en su juventud, de su arrojo, su buen discurrir y su habilidad. Sus hijos eran unos valientes. Ninguno de ellos quería marcharse cuando Ioren les ordenó regresar, y lo hicieron a regañadientes y con el ceño fruncido. Escuchar al Skol hablando así de ellos no le agradaba en absoluto.

- Perdimos el combate – respondió Ioren, alzando la barbilla y mirando a los ojos al thane, que no dejaba de masticar – Muchos murieron en batalla. Los demás, fuimos tomados prisioneros deshonrosamente.

- ¿Te apresaron? – las pupilas verdes de Ulior relampaguearon un momento – No se puede apresar a un jefe, eso va contra los dioses. A los jefes se les da muerte en combate o…

- Los Nirala no conocen del honor de la batalla. Son otras gentes, pocos entre ellos tienen temple o llama en su corazón. Son como áspides.

- Esa es una ofensa imperdonable – resopló Ulior, frunciendo el ceño con ira contenida.

- Ejecutaron a mis leales. Yo fui encarcelado.

- ¿Cómo les ejecutaron?

- A espada.

El hombre rubio asintió, suspirando. Había crispado los puños, pero no parecía encolerizado. No tanto como cabía esperar. Ioren había sentido el fuego abrasándole las entrañas cuando sus hombres caían uno a uno en la Sala del Pegaso, sin opción a una lucha justa. Ellos mostraron el cuello ante el filo con toda su dignidad y permanecieron orgullosos hasta el final, pero lo sucedido había sido un acto propio de salvajes y taimados. Un guerrero debe morir en la guerra, no antes ni después de ella. No encadenado y sin posibilidad de mostrar su furia ante el enemigo. Al menos, les habían dado acero. El nuevo thane parecía bastante más tranquilo al respecto, tal vez porque él no había presenciado aquella grotesca escena.

No, claro. Skol no había ido a la batalla. Alguien tenía que quedarse a velar por las tierras de Kelgard mientras él estaba fuera, y él mismo había escogido a Skol, el norteño tranquilo y de mente bien ponderada, mesurado e inteligente para ocupar su lugar. Ahora estaba dándole explicaciones.

- ¿Por qué se perdió el combate, Rojo? ¿Qué salió mal?

Ioren negó con la cabeza. Le costaba mucho hablar de eso, incluso pensarlo. Las posibilidades eran aterradoras.

- Estábamos atacando las costas. Siete aldeas cayeron bajo el fuego y el acero. Quedaba sólo una, al oeste, a la que debíamos acceder vadeando unas montañas… y después regresaríamos - comenzó, lentamente. Cada palabra pesaba y ardía, era el infierno en su lengua - Los exploradores indicaron que todo estaba despejado, no debería haber ningún problema. Ellos no podían saber por dónde íbamos a movernos, pero de algún modo, lo sabían. Estaban emboscados en los riscos y detrás de las montañas. Aguardaron a que hubiéramos avanzado hasta la mitad del desfiladero y la primera oleada cayó sobre nosotros. Después, asomaron los demás sobre las colinas. Nos estaban esperando. Matamos a más de la mitad, pero por cada guerrero de Thalie había diez Niralas. Todo el condenado ejército estaba allí, incluido su Rey.

Skol escuchaba en silencio. Había dejado de masticar. Finalmente, asintió con la cabeza y suspiró.

- Bien…¿Qué vas a hacer ahora? He visto que has vuelto con hombres nuevos. Sureños, un Nirala. Y esos hijos del huerto que vinieron contigo con aire de combatientes.

Ioren le miró, levantando la frente.

- Son guerreros. Mis guerreros, ahora.

- ¿Te han jurado lealtad y se han hermanado con tu sangre?

- Son mis hombres y yo soy el suyo, sí.

Ulior arqueó las cejas y asintió. Luego se le quedó mirando largamente.

- ¿Quieres tu silla de vuelta? – dijo el hombre rubio.

Ioren percibió la tensión en su mandíbula, la repentina crispación de sus dedos y la mirada punzante. Sopesó muy bien sus palabras y meditó sobre su situación. Muchos hijos habían quedado huérfanos y muchas esposas, viudas. Kelgard apenas contaba con una quinta parte de sus fuerzas a causa del estrepitoso fracaso en Nirala, fracaso que él había liderado. Kraakha ya se lo había advertido en la intimidad, le había dicho que los dioses le habían dado la espalda…y en el fondo, Ioren lo había sospechado siempre desde que les ofendiera del modo en que lo hizo. Había estado mucho tiempo aguardando su justicia y su venganza. Aquella silla estaba hecha para él y los de su sangre, así había sido siempre. Pero el Rojo observaba con rigidez las antiguas tradiciones, pese a que algunos se empeñaban en olvidarlas.

Y no era sólo eso. Podía ver la ambición y el deseo en los ojos de Skol. Había confiado en él para guardar su lugar, sí, pero ahora observaba cómo se cerraban los dedos del thane en los brazos de la silla, cómo se aferraba a ella. Decir que sí, que quería ocupar su lugar, podía dar lugar a desastres que no sólo le afectarían a él. Podría arrastrar al caos a todo Kelgard, podría poner en peligro a Jhandi y los demás…no, no era el momento.

Suspiró y negó con la cabeza.

- No. Ulior Skol es thane ahora, y aún debe serlo, hasta que yo me demuestre digno de ocupar el lugar que me pertenece.

Ulior frunció un poco el ceño y se relajó en el asiento, escrutándole con mal disimulada curiosidad. Finalmente asintió.

- Cuento contigo a mi lado, Rojo.

Ioren sonrió a medias. Había escogido a Ulior por muchas virtudes, entre otras, su inteligencia. La demostraba a cada palabra que decía, pese a que guardara escaso respeto por grandes hombres como Dunstrag. Acababa de hacer de nuevo gala de ella, con aquella frase en la que trataba de demostrar su lealtad mientras, estaba seguro de ello, maquinaba cómo eliminar la posibilidad de que Ioren tomara lo que por derecho le pertenecía llegado el momento.

- Gracias – replicó, alzando la barbilla – Los dioses te aman, Ulior Skol.

- No podemos alojaros aquí por más tiempo – dijo entonces el thane, dejando el plato en el suelo y dejando que los perros fueran a relamerlo. – Los hombres que te llevaste tenían sus hogares, los que has traído no tienen nada. Debéis buscar un lugar donde estar.

Ioren asintió, dándose la vuelta para salir. Sabía bien dónde tenía que ir.

- No pensaba abusar de tu hospitalidad mucho más, Skol. Hasta más ver.

- Hasta más ver, amigo.

El Rojo apretó los dientes, caminando a largas zancadas. Contenía un gruñido apagado cuando abrió las grandes puertas y se detuvo en seco delante de la sala donde sus nuevos hombres estaban. Tomó aire, respirando con profundidad, hasta que la ira se atenuó y quedó ardiendo al fondo de su ser, como una brasa inextinguible pero que ya no quemaba.

Amigo. Era una curiosa manera de llamarle. Ioren el Rojo jamás había sido víctima de la traición ni del agravio, nunca hasta entonces. Pero lo sucedido en Nirala sólo podía ser fruto de ello, de la traición. Aquella emboscada no tenía otra explicación. Y sospechaba que Ulior se había beneficiado muy mucho de su caída. "Pero los dioses me han dado la espalda, yo les ofendí. Debo aceptar lo que me viene dado sin juzgar", se repitió.

Abrió los batientes de la puerta y se reunió con los hombres que ahora eran sus compañeros, sus aliados y sus verdaderos amigos. Las cadenas, la sangre y la supervivencia forjan lealtades mucho más poderosas que el juramento de un hombre libre y que no ha vivido la desgracia.


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2 comentarios:

  1. Pohhhhhhhhhhhhh me encantó la venganzaaa!!! Tanto de Ioren como de Driadan (este último por lo que puedo ver se a distanciado bastante... y creo que está siendo un poco egoísta), pero aún queda mucho más que cumplir. Sinceramente yo quería verlos a todos muertos, menos los hombres de Ioren claro (hasta me imaginé a Driadan muerto XDXDXD) pero Cisne sííí muerteeeee

    No me gusta el nuevo thane y han pasado ya tantas cosas que no sé si fiarme de él... ¿sabrá cosas sobre Nirala? ¿Descubrirá quién es Driadan y aprovechará eso para destruir a Ioren? Es decir, alguna trampa o algo por el estilo. No me fio nononono... pero a lo mejor es buena persona y todo xD. En fin ya lo sabré en los próximos capítulos (espero =D)

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  2. Buenisima historia y ademas esta escrita de una forma maravillosa. Me gusta muchisimo. Unos personajes muy bien descritos y fantasticos.
    Me he quedado totalmente enamorada de Ioren
    Gracias por compartir esta estupenda novela
    Saludos

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