domingo, 29 de enero de 2012

Fuego y Acero XXXV: Confía en mi


35.- Confía en mi


El sol se había levantado alto en el firmamento, y casi era media mañana cuando comenzó a lloviznar. Las nubes se habían cerrado en el cielo rojizo, rompiendo en un chaparrón de agua caliente en contraste con el aire helado. Arévano no parecía demasiado contento al volver el rostro hacia arriba. Negó con la cabeza y miró de soslayo a los dos muchachos, arrebujándose en la capa.

—No creo que esto esté bien —dijo, por décima vez.

Driadan le dedicó una sonrisa segura y apretó el paso.

—Venga. Ya estamos llegando.

Las hierbas hirsutas se enganchaban en las capas de piel mientras caminaban. La tierra era tan dura que apenas se formaba barro cuando llovía, pero las heladas se convertían en algo muy peligroso para los viajeros, aun los que recorrían distancias cortas como era su caso. Envueltos en los mantos peludos, Cisne, Nirala y Arévano caminaban hacia la empalizada de Kelgard, que ya se encontraba a la vista.

—A Ioren no le va a parecer bien —insistió de nuevo el mayor.

Arévano se había dejado en la granja la espectacular sonrisa y su carácter juguetón. Estaba serio y parecía ir a arrepentirse en cualquier momento de estar allí. Driadan había esperado más colaboración por su parte, aunque al menos, les estaba acompañando. Le había costado convencerle más de lo que esperaba, al contrario que Cisne, que se había mostrado casi entusiasmado desde que conversaran al amanecer. Y fue Cisne quien le dio la réplica al antiguo esclavo de ojos azules.

—El Rojo lo entenderá. Vosotros no conocéis el idioma: solamente Nirala y yo. Y nadie lo sabe, aparte de ti. Podremos enterarnos de todo.

—De todo lo que quiera decir – replicó Arévano – que tal vez no sea mucho. ¿Qué pretendéis descubrir?

—Ya te lo hemos explicado – dijo Driadan – Traidores. Alguien traicionó al Rojo en las costas de mi país. Y no, no fui yo – añadió, cuando Arévano le miró con repentina suspicacia —. Pero Ulior Skol tiene algo que ver, estoy seguro. Ha salido muy beneficiado de todo esto.

—Esto es muy precipitado, Nirala – insistió Arévano —¿Por qué de repente? ¿Por qué así? A Ioren no le va a gustar nada.

—¿Es que no nos has escuchado? Tiene que ser hoy. Es la única excusa plausible.

Las piedras estaban comenzando a volverse resbaladizas a medida que el aguacero se descargaba sobre las áridas tierras. El viento soplaba, frío, y las llamas de los blandones y antorchas colocados en la parte superior de la empalizada temblaban de cuando en cuando bajo el azote del viento. Junto a la puerta, había seis guerreros armados que les miraron de arriba abajo al verles. Ioren estaba junto a ellos, esperando, y al ver a los recién llegados su expresión se fue transformando: primero curiosidad, después una ira fría. Intercambió un par de palabras con los centinelas y caminó a su encuentro a largas zancadas, con los ojos azules llameando como ascuas.

—Bien, espero que Ioren lo entienda en toda la profundidad que yo no he sabido alcanzar y no nos arranque la cabeza por venir a molestarle en un día importante —musitó Arévano.

Driadan tragó saliva. Iba encabezando el grupo y se detuvo en seco al divisar al alto guerrero. Pero cualquier impulso de dar la vuelta y pensárselo mejor desapareció al ver aproximarse a Ioren, y empezar a sentir el corazón galopándole en el pecho estúpidamente.

El Rojo tenía un aspecto más imponente que nunca. Se había retirado los cabellos hacia atrás y estaban recogidos en la nuca, en un haz de trenzas apretadas y mechones cobrizos, rojos y anaranjados que colgaban hasta la mitad de la espalda, sobre una capa absolutamente blanca. El manto estaba ceñido en el hombro del guerrero con un broche de metal, acero azulado sin ningún engaste ni adorno, formando un símbolo espiral. Debajo de la capa, vestía prendas nuevas de tonos claros que Driadan no le había visto usar nunca: Botas de cuero flexible, pantalones de piel vuelta y un jubón de cuero tachonado de bronce y plata. No llevaba guantes, y dos espadas cortas colgaban del cinto, una a cada lado. Se había recortado la barba roja, y con los cabellos echados hacia atrás, los rasgos de su semblante se veían más claros de lo habitual: el rostro anguloso, la nariz fina y esculpida, los pómulos marcados, el ceño fruncido y debajo los ojos azules, llameando, bordeados por algunas arrugas de expresión.

Curtido, maduro y enfadado.

A Driadan le temblaron las piernas por un instante, y no era por miedo. Cuando el Rojo se plantó delante de él y cerró los dedos en el cinturón, mirándole a él, fijamente, con aire acusador, como si supiera perfectamente lo que pretendía y por qué estaba allí, y que él estaba detrás de todo… por todos los dioses, no era momento de sentirse emocionado, pero lo estaba. "Parezco una cría enamoradiza", se reprendió a sí mismo, consciente plenamente del perfume salado de Ioren y de su mirada pesada, de su silencio, de su presencia. Sus brazos deberían estar alrededor de su cuerpo. Y su boca en sus labios. Todo lo que no fuera estar juntos besándose, tocándose, degustándose y compartiendo sus cuerpos sobre la hierba, la arena o las sábanas, le parecía un terrible error, algo secundario, fatuo y banal, hasta tal punto de que casi olvidó lo que había venido a hacer allí y lo que tenían que decirle; todos sus pensamientos racionales fueron sustituidos por el deseo incontrolable de lanzarse a sus brazos.

¿Era eso el amor? Si no era eso, Driadan no tenía la menor idea de qué podía ser. Por suerte, su ensueño romántico fue bruscamente interrumpido cuando Ioren habló.

- ¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí? – dijo, usando el plural por mera cortesía, ya que sus ojos estaban fijos, condenatorios, sobre Driadan –. Hoy es el día del homenaje al thane. Tengo que ir dentro.

- Llévanos – dijo Driadan cuando recuperó el habla. – A nosotros tres. Cisne, Arévano y yo.

Ioren arqueó lentamente una ceja. El agua comenzó a caer con más fuerza, como si respondiera de este modo a la imprudencia del joven príncipe: escandalizándose.

—Dime que esto es una broma  —dijo al fin—. No me reiré, pero al menos intentaré olvidarla.

—Escúchame. He estado pensando, y creo que… —Driadan tragó saliva. Había sido capaz de explicar el plan perfectamente tanto a Amala como a Arévano, pero de repente se sentía estúpido y las ideas se le deshacían en la punta de la lengua. Si al menos Ioren pudiera dejar de mirarle como si quisiera ahorcarle del palo mayor… pero el Rojo parecía verdaderamente molesto con su presencia allí — sé que esto es muy precipitado, pero tiene que ser hoy. Tiene que ser ahora.

Ioren suspiró y relajó un poco su actitud avasalladora. Asintió, y las llamas furiosas de su mirada se apaciguaron.

—Bien. Dime entonces, Nirala. Te escucho.

Los guardias de la puerta estaban mirándoles con curiosidad y desconfianza. El aguacero había arreciado, y aunque las gotas aún eran finas, estaban empezando a empaparse, el agua se escurría y calaba hasta las ropas finas debajo de las capas.

—Creo que Ulior Skol tiene algo que ver con la traición que perpetraron contra ti en las costas de Nirala – soltó, sin contemplaciones. Mantuvo la mirada fija en los ojos azules – Creo que no podrás descubrir tú solo a los traidores, porque se guardarán de ti. Así que, hoy, en el día del homenaje al thane, le regalarás a Ulior Skol a uno de tus siervos, que será nuestro espía. Cisne ha aprendido el idioma tan bien o mejor que yo.

—¿Habéis aprendido el idioma? – los ojos de Ioren relumbraron un instante, con una mezcla de incredulidad y suspicacia.

—Cisne estará atento, si hay algo sucio en Ulior Skol, lo descubrirá – prosiguió Driadan, ignorando la pregunta – Si está limpio, también podrá confirmarlo. Salimos todos ganando, de una manera o de otra. Además, Cisne está de acuerdo y quiere hacerlo.

El joven Amala asintió y dio un paso adelante. Driadan dejó escapar el aire, más tranquilo, mientras Ioren les miraba y parecía pensárselo.

Aquella mañana, después de hablar con el Cisne, él y Driadan habían informado a Jhandi y Arévano, y este último se había empeñado en acompañarles. También había sugerido que, si Cisne iba a ser el infiltrado, debería adecentarse un poco y ofrecer un aspecto más adecuado al de un siervo útil. A Driadan le había ofendido la recomendación, pero no podía evitar estar de acuerdo en que Amala necesitaba algunos arreglos urgentes. Parecía un mendigo. Un mendigo atractivo, pero un mendigo pese a todo. Así que le bañaron, le ayudaron a desenredarse y peinarse la cabellera y a escoger ropa más adecuada. Ahora Cisne tenía un aspecto casi tan deslumbrante como lo había tenido en Shalama, pero mucho más dócil.

Mientras aguardaba el veredicto del Rojo, Driadan se iba reafirmando en su estrategia. El thane aceptaría el regalo. Estaba seguro de que Ulior Skol era la clase de persona que adoraba tener siervos. Le había bastado el primer vistazo en aquella enorme sala, en la que los perros roían los huesos en los rincones, para saber que Ulior era un tirano en potencia. Había visto cómo aferraba los brazos del trono. Se preguntó si los Starling estaban arañando con sus garras los brazos del trono de Nirala, igual que Ulior Skol había usurpado el de Kelgard, que sólo era una aldea de algunos cientos de habitantes.

—Así que propones que coloque un espía junto al thane. ¿En qué te basas para sospechar de él? Es una acusación gravísima, y si por una corazonada absurda de un muchacho que ni siquiera conoce esta tierra y nuestras tradiciones coloco a un espía entre sus siervos y es descubierto, te advierto que como mínimo tendremos una guerra.

—Por todos los dioses, Ioren – dijo Driadan, cerrando los ojos y respirando para no perder los nervios. Sabía que esto iba a pasar, ¿no?. El Rojo no se caracterizaba precisamente por aceptar lo primero que le entregaran sin analizarlo a fondo. Y además era un cabezota. – Yo estuve en la Sala del Pegaso – explicó, volviendo a su idioma natal. Cisne y Arévano fruncieron el ceño – Mi padre mató a todos los prisioneros salvo a ti.

Driadan miró de reojo a sus compañeros y volvió a utilizar el idioma del Sur, el que usaban para entenderse entre todos. 

— El traidor no habría sido tan estúpido como para delatar a su propio pueblo sin pactar un escape o algo por el estilo. Tiene que ser alguno de los que sobrevivieron, es decir…

—Ulior Skol no estaba en Nirala entonces —replicó Ioren.

—No, él no – replicó Driadan inmediatamente – pero había otros que sí regresaron, ¿no es verdad? Quizá alguno de ellos le servía, o estaban aliados.

—¿En qué te basas para creer eso?

—En nada – respondió el príncipe, en un súbito ataque de honestidad, y alzando un poco la voz con cierto apasionamiento —pero tengo ojos para ver que el nuevo thane haría cualquier cosa para mantenerse donde está. Y aún si no tuviera nada que ver con las traiciones del pasado, Ioren, ¿no sería posible que aquellos que hundieron el cuchillo entonces, al verte de nuevo aquí, sano, libre y aspirando a obtener lo que por derecho te pertenece, quisieran buscar una alianza en él? Piénsalo con frialdad. Si mantenemos vigilado a Ulior Skol descubriremos más que con tus preguntas francas y tu manera directa de enfocar los problemas, Ioren —. insistió, sin darle tiempo a hablar, alzando la barbilla —La traición no es una actitud directa. Es algo retorcido, astuto y cruel. No la desenmascararás a golpes. Confía en mí.

Driadan se detuvo para tomar aliento. Había dicho las últimas frases sin apenas detenerse a respirar, y ahora estaba asintiendo, ansioso, lamiéndose los labios. No sabía por qué era tan vital para él que Ioren diera su visto bueno, pero lo era. Cisne estaba de acuerdo. Estaba preparado, aguardando. Lo haría bien, lo harían bien, los dos. Sabía que estaba en lo cierto. Ioren no era capaz de ver esas cosas en su propia gente, aunque hubiera sabido oler la traición de Starling en su reino. Era imparcial con los demás, con lo ajeno, pero era incapaz de serlo con los suyos; ni siquiera con Ulior Skol, que tenía todas las papeletas para ser revelado como la mano misteriosa que había urdido la caída del Rojo. No, Ioren era demasiado pasional. Demasiado leal y demasiado franco, tenía una culpa muy pesada sobre sus hombros, culpa para con su pueblo, que le impedía ver sus imperfecciones. No iba a poder luchar esta batalla solo, y Driadan tenía la dura labor de convencerle para que les permitiera ayudar.

O quizá no tan dura.

Algo de todo lo que había razonado, argumentado y expuesto, había pulsado en la cuerda adecuada, porque Ioren se había quedado inmóvil, mirándole con un brillo conocido, suave y cálido al fondo de la mirada. Con un destello, ese resplandor se convirtió en angustia y nostalgia, y después desapareció tras la mirada dura. Ioren apartó la vista, cruzándose de brazos. Luego chasqueó la lengua.

—Maldita sea… es una locura. ¿Está de acuerdo él? — dijo, señalando a Cisne con el pulgar — Curioso. ¿Respondes por él?

Driadan frunció el ceño y se sorprendió asintiendo.

—Sí, respondo.

—Curioso – repitió Ioren. Luego murmuró algo ininteligible entre dientes y señaló a Arévano — ¿Y cual es tu papel en todo esto?

El joven recuperó la sonrisa y se encogió de hombros.

—Intenté disuadirles, y como no pude, me acabaron convenciendo. ¿No acaba de sucederte a ti?

—Venid conmigo, los tres – dijo Ioren, con un gruñido resignado – Seguiremos el plan de Nirala y veremos si da algún resultado.

Driadan asintió, disimulando su excitación, y echó a andar dos pasos por detrás del Rojo. Cisne caminaba a su lado, Arévano cerraba la comitiva. El joven sureño le apretó los dedos cuando sus manos se rozaron y le dedicó una mirada de gratitud. El príncipe inclinó la cabeza, magnánimo. Amala volvería a ser lo que era, lo que deseaba ser. Y además, podría ser útil a la causa del Rojo. Todo estaba bien, todo iría bien.

. . .

© Hendelie

2 comentarios:

  1. Creo que acabo de ver un fallo en este plan. ¿Y si Ulior prefiera a Driadan o Arévano como esclavo? Él es el thane y para complacerlo, si rechaza a Amala y quiere o al príncipe o Arévano, Ioren a regañadientes deberá darle a uno de esos dos. Si es Driadan (mierda) pero al menos el chico se enterará de algo. Si es Arévano (mierda también) porqué no se enterará de nada XDDDDDD

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  2. Oh Ariadna, acabas de exponer todos mis temores, el muy maldito se atreve a escoger a Driadan, es que seria demasiado facil solo infiltrar a alguien, que joder, escribe mas nena!!!!

    un abrazo.

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