miércoles, 7 de marzo de 2012

Flores de Asfalto: El Despertar — XXI

Celos


10 de Marzo — Cain



I saw her once and then no more
't was Edens Light on earth a while
She passed along the meadow floor
Spring seemed to smile
and then no more


Cain todavía no se lo había terminado de creer. Habían regresado al coche y estaban apoyados en la carrocería mientras esperaban a que él se acabara el cigarro. Al salir de la Caverna habían empezado a temblarle las manos y necesitaba el tabaco para calmarse la ansiedad, aunque era una ansiedad en parte jubilosa a la cual estaba poco acostumbrado.

Ruth había puesto música en el equipo de música del vehículo, dejando la puerta y las ventanillas abiertas. Ella y Berenice estaban cantando. La melodía étnica resonaba, se expandía, haciendo volver la vista de cuando en cuando a las criaturas de la noche que pasaban cerca de su pequeño ecosistema. Las dos chicas habían empezado a bailar, moviendo los brazos con lentitud en el aire como aprendices de hada, sonriéndose. Samuel saludaba con la cabeza, señorial y sereno, a los que se quedaban mirándolas más tiempo de la cuenta. Entonces no tardaban demasiado en darse la vuelta y seguir su camino. Cain escuchaba, observaba, se esforzaba en sentir los pies en el suelo. El mundo volvía a emborronarse, brumoso y onírico tras el humo del cigarro.

Sentía alivio, pero también volvía a tener esa impresión aterradora de irrealidad.

De vez en cuando creía captar una mirada hostil en algunos transeúntes, sólo para darse cuenta al cabo de unos momentos de que sólo era su imaginación. O eso creía. O eso se decía. Suspiró profundamente y exhaló el humo por la nariz, bajando la mirada hacia sus pies.



Ah! What avail my magic lore?
She shone before mine eyes awhile
My peace is wrecked on Beauty's shore.
I saw her once and then no more


Ahora se había liberado. Todo había acabado. Podía volver a ser él mismo, David. El de verdad, el real.

—¿Qué te preocupa?

La voz de Samuel le sacó de sus pensamientos.

Miró a su amigo. Ambos estaban apoyados en el maletero, Cain con el trasero sobre la placa del coche y Samuel tapando con su cuerpo el faro de un lateral. Él no le estaba mirando, su rostro y su atención parecían vueltos hacia las chicas, pero Samuel muchas veces parecía tener sentidos expandidos o algo así. El tío era capaz de captar su estado de ánimo sin dificultad, sin siquiera ver sus gestos. Siempre había sido así, recordó, con una media sonrisa.

—No estoy muy seguro—admitió Cain. —Supongo que ahora ya no tengo excusas para cagarla, y eso siempre… ya sabes. Te ablanda un poco el suelo que pisas.

Samuel se rió por lo bajo, asintiendo. Se preguntó por qué asentía.

—Ya. Es lo normal, creo—. Samuel se ladeó un poco para mirarle directamente— La libertad es responsabilidad, y la responsabilidad impone mucho respeto. Sobre todo cuando no estamos acostumbrados a ella.

Cain frunció un poco el ceño.

—Debe ser eso.

— Respeto y miedo a fallarnos a nosotros mismos o a otros— añadió Samuel.

—¿Por qué hablas en plural?

—Es mayestático—respondió el chico, alzando las cejas con una mueca teatral.

Cain se rió por lo bajo, aunque no estaba seguro de que Samuel estuviera bromeando. No del todo. Parecía saber muy bien lo que él estaba viviendo en ese momento, y aquello le resultaba extraño. Tal vez Samuel había tenido experiencias parecidas. Se dio cuenta entonces de que nunca había pensado con detenimiento en su antiguo compañero de instituto, en los problemas que pudiera tener, en sus inquietudes o pequeños dramas cotidianos. Samuel parecía no tenerlos. Era un chico vistoso, sí, rebuscado y anticuado en el hablar, en el vestir y en su comportamiento, pero nunca parecía estar agobiado, triste o taciturno. Nunca se quejaba de nada. Nunca hablaba de sus cosas. Cain tampoco le había preguntado: existía entre ambos una especie de pacto de silencio en el que se comprendían y apoyaban sin necesidad de intimar demasiado.



Oh might I see her once again
Death would soon heal this heart
Now sad and sore, would beat anew
A while and then no more.


Las chicas seguían a lo suyo. Berenice se había cogido la falda y daba vueltas. Las enaguas de su atuendo de lolita tenían mucho vuelo y dejaron al descubierto unas braguitas azules con la cara del monstruo de las galletas en el trasero. Ante tal escena, cualquier comentario o cosa inteligente que Cain pudiera haber dicho al respecto de las profundas reflexiones de Samuel quedó obsoleto.

—A tu novia se le ven las bragas —apuntó.

—No es mi novia—replicó el otro chico, siguiendo la tradición—. Pero míralas, qué felices son aunque enseñen la ropa interior.

Cain asintió con la cabeza, frotándose la nariz. Poco a poco, la bruma se fue disipando y el asfalto que estaba pisando pareció endurecerse de nuevo, solidificarse. Si, si que parecían felices. Las puertas abiertas, la música sonando, aquella canción tan atípica en un sitio como aquel. Era un desafío a la ciudad. Un desafío en toda regla, que en vez de manifestarse con un grito, con un acto violento, lo hacía con dos chicas que bailaban sin importarles nada, rompiendo las normas no establecidas sobre lo que se venía a hacer a este barrio, a esta calle. Y sí, parecían felices… y eso también era un acto de rebeldía.

Apuró el cigarrillo y lo arrojó al suelo. Lo pisó y lo arrastró sobre el asfalto con la suela de la bota. Dejó una mancha negra y alargada.

—¿Qué, ahora no tenéis frío?— preguntó a sus dos amigas mientras se deslizaba al interior del vehículo.

—Si, pero estamos calentando—respondió Berenice.

Cain se sentó en el asiento del copiloto. A los pocos minutos, sus amigos entraron también y Ruth arrancó. Mientras se marchaban, él miraba por la ventanilla. Se grabó en las retinas cada puerta, cada cartel, cada escalera descendente. No quería olvidar nada de eso. No quería olvidar cómo era verlo estando sobrio, estando limpio: Las luces y la atracción de lo prohibido y lo extraño, la tentación, la curiosidad. Y lo que podía encontrarse muy al fondo, demasiado al fondo si uno simplemente se dejaba caer, arrastrándose en los túneles más profundos de aquella amalgama de glamour y sordidez.

Las luces anaranjadas de las farolas aumentaron la velocidad de su desfile cuando Ruth tomó las calles anchas y aceleró un poco.

—Pues ha sido divertido—dijo Berenice, apoyando la cabeza en el cristal de la ventanilla—. Deberíamos volver alguna vez.

—No conmigo, desde luego—se rió Cain.

Berenice hizo una mueca.

—Tsk… mira que eres dramático.


. . .


10 de Marzo — Gabriel

La media noche había llegado antes de lo previsto. El tiempo había pasado deprisa, como el estallido de un volcán.

Le había costado serenarse, pero lo peor había pasado. Desde que era muy joven, siempre había encontrado una vía de escape en el ejercicio físico y las duchas de agua fría. Eran cosas que le centraban. Eran cosas que le ayudaban. Contribuían a que pudiera tensar las cadenas alrededor de sus impulsos, a que fuera capaz de administrar sus emociones.

Se estaba mirando al espejo, secándose con parsimonia el cabello, cuando escuchó la puerta. Una punzada desagradable le atravesó la garganta. Frunció el ceño y tomó aire profundamente.

“No hagas ninguna tontería”, se recordó a sí mismo, observándose con fijeza.

—¿Hola? Ya estoy aquí.

La voz del chico hacía eco en el salón. Podía oír sus pasos. Cerró los ojos y suspiró, intentando apartar la amargura templada a la que había quedado reducida su rabia, su ira. Estaba apoyado en la pila del lavabo, con el agua aún goteándole y la toalla a la cintura, repitiéndose mentalmente sus mantras de autocontrol, de madurez. Él era un hombre adulto. Formado. Estable. Sí. Bueno, con pequeñas manías compulsivas, aunque eso no era importante… y hacía unos días había matado a un hombre. No, tampoco era importante. No quería pensar en eso. No iba a pensar en eso. Pero su mente se rebeló y empezó a asediarle con una voz burlona y cruel.

“¿Ya lo habías olvidado? Eso no es muy normal. No es muy estable ni equilibrado romperle la cabeza a un tío con una estatuilla y después sentirte bien. ¿Recuerdas lo bien que te sentiste?”

—Ya basta —se dijo a sí mismo en un susurro áspero.

Arrojó al suelo la toalla de manos con la que estaba secándose el cabello y abrió la puerta del baño, descorriendo el cerrojo. Tenía que comportarse de una manera civilizada. Salir del servicio, saludar a Cain, su compañero de piso —“amante”, le corrigió la voz, su propia voz, rebelde, en su cabeza— y ponerse algo de ropa. Por ese orden.

Cuando puso el primer pie fuera, se encontró de bruces con el chico. Cain sonrió con un gesto travieso.

—Te estaba buscando.

“No hagas ninguna tontería”. Se obligó a saludarle, aunque tenía la garganta atorada a causa de la garra fría. Una garra invisible que le apretaba.

—Hola.

La sonrisa de Cain se borró. Le vio parpadear un par de veces, como si estuviera confuso.

—Hola —respondió el chico.

Se quedaron mirándose. Una parte de él deseaba besarle, arrancarle esa ropa de gilipollas que llevaba puesta, hacerle suyo contra la pared y hacerle jurar después que nunca más volvería a tocar a otro hombre, que jamás miraría a nadie más. Arrasarle con su necesidad, obligarle a satisfacerla, a dar respuesta a todas ellas. Pero esa parte, la visceral, que gritaba desde el rincón más oscuro y profundo de su alma, estaba bien sujeta y encadenada.

Pasó por su lado y se metió en la habitación para buscar unos pantalones. Podía ponérselos, ir a cenar algo y ver la tele un rato. Como si no hubiera pasado nada. Como si nunca, en los últimos dos meses, hubiera pasado nada.

Mejor eso que hacer algo estúpido.


. . .


10 de Marzo — Cain

Al llegar a casa, encontró el apartamento caldeado y las luces encendidas. Era un lugar acogedor, ya familiar, un lugar seguro. Dejó el abrigo sobre la silla y buscó con la mirada las huellas del profe.

—¿Hola? Ya estoy aquí.

No hubo respuesta. Caminó hacia el pasillo, observando las pistas de su presencia en el hogar que compartían. Estaba su portafolios sobre la mesa. Sus llaves en el cenicero donde siempre, invariablemente, las dejaba. Su abrigo de paño negro colgaba de la percha en la entrada. “A lo mejor está en la cama esperándome”, fantaseó. La perspectiva le produjo un estremecimiento en la espalda y se mordió el labio, apretando el paso hacia el corredor que llevaba a las habitaciones.

Escuchó ruido en el cuarto de baño y se dispuso a asaltarle, llevando la mano al picaporte, cuando la puerta se abrió. Casi se tropezaron el uno con el otro. Cain levantó la vista hacia él y se deleitó en su imagen. Alto, bruñido, de esculpida anatomía. Mojado y con una toalla en la cintura como único atuendo.

—Te estaba buscando— dijo, esbozando una media sonrisa.

Se le congeló en el rostro al ver su expresión. Alto, bruñido, de esculpida anatomía. Con una sola, una única línea de tensión en la mandíbula; imperceptible para quien no le conociera pero totalmente evidente para él, que le había mirado con la devoción de un enamorado durante los últimos dos meses.  Con la mirada inexpresiva y yerma. Tan fría, tan indiferente, que a Cain le dio la impresión de que la temperatura bajaba un par de grados. Repentinamente, se sintió mal. Tuvo una desagradable premonición.

—Hola—dijo Gabriel, sencillamente.

“Algo no va bien”.

—Hola—respondió, más apocado de lo que quisiera.

El profesor pasó por su lado y se encaminó a su habitación. Cain le siguió a cierta distancia con las manos en los bolsillos. Le vio abrir el armario. Su imagen desapareció de su vista por un momento, oculta tras una de las puertas de madera. La toalla cayó al suelo.

—¿Qué tal lo has pasado?

Cain frunció el ceño, tratando de adivinar si era un reproche o no.

—Bien—dijo al fin, apoyándose en el marco de la puerta—¿Cómo te ha ido hoy?

Gabriel dio un tirón a algo y vio sus pies moverse mientras se metía unos pantalones de algodón negro.

—Bien. ¿Quién era ese tipo?

—¿Qué tipo?

—Con el que estabas en los servicios de ese antro de mierda.

Cain se sobresaltó y estuvo a punto de atragantarse con su propia respiración. Se apartó del marco de la puerta y sintió que se le tensaba la espalda, mientras le zumbaban los oídos.

—¿Estabas allí? ¿Me has visto? —preguntó, nervioso y un poco asustado.

No había querido que Gabriel le acompañase porque no quería que viera más de su antigua vida. No quería que caminase por aquellos lugares, ni que le observase a él moverse en ellos. La vergüenza aún era demasiado pesada y angustiante. Pero de algún modo, él había estado allí. Le había visto con Damien. Y aquello le incomodó violentamente. Viejos fantasmas empezaron a susurrarle desde lejos.

—Me crucé con vosotros mientras venía. —Cerró el armario y se puso una camiseta negra con las siglas y el escudo de la universidad sobre el torso aún mojado. Al sacar la cabeza, sacudió el pelo y le señaló vagamente— Me extrañó verte vestido así.

Si, lo que le estaba diciendo eran reproches. Reproches punzantes, camuflados bajo una falsa serenidad que Cain ya conocía demasiado bien, una jaula de hielo bajo la cual ardía el infierno. Pero Cain también estaba molesto.

—¿Y nos has seguido?—se cruzó de brazos—¿Por qué?

—Para comprobar que mis sospechas estaban fundadas.

Cain arqueó la ceja. Luego, una llamarada de rabia se despertó en su pecho. “Engreído cabrón. Que estaban fundadas, dice. Duda de mi y ni siquiera me pregunta. Se ha respondido él solo a todo.” Era más que molestia. Un chispazo de furia le hizo tensarse más.

—¿Piensas que me lo he follado?—espetó, alzando la barbilla—Al tío de los baños.

—No lo sé. ¿Lo has hecho?

Su voz era incisiva. Punzante. Llena de sospecha. Cain apretó los puños y le bloqueó la salida cuando Gabriel se disponía a salir de la habitación.

—No es de tu incumbencia —entrecerró los ojos, levantando más el rostro, retador —Además, parece que ya lo tienes claro, no necesitas preguntar. Para eso me has seguido, ¿no? Para comprobar que tus sospechas estaban fundadas. Para ver si sigo siendo un chapero de mierda. Y has sacado tus propias conclusiones bien deprisa, porque ya estás convencido de que sí.

—Eso no es una respuesta.

—Me ofende que te lo preguntes. Y no pienso responderte.

Esta vez fue Gabriel el que apretó los puños. El rictus tenso de su mandíbula se acentuó. Encontró en su expresión una nota de ira menos fría, nueva, titilando al fondo de sus ojos. Por un momento se alegró de ello. “Que se joda”.

—¿Por qué?

—¿Para qué hacerlo, si ya te has contestado tú, señor de la verdad absoluta?

Gabriel le señaló con el dedo.

—Te has largado sin dejar ni siquiera una nota. Y no es la primera vez que ocurre algo, lo que sea, y te vuelves a meter en esa mierda. No deberías cabrearte porque me preocupe.—Se detuvo y parecía que había terminado, pero luego añadió, casi con desinterés:— A menos que tengas algo que ocultar.

—¿Algo que ocultar?—Cain sintió deseos de golpearle en plena cara con la mano abierta— Eres un gilipollas, ¿sabes?

Gabriel ni se inmutó. Hizo un gesto condescendiente y algo desdeñoso, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Muy bien—aceptó. Después le señaló con la barbilla— ¿Y quién es ese tipo, entonces?

—¿Estás celoso?

El profesor levantó la ceja con tanta calma que Cain se ofendió todavía más. El fuego que tenía en el pecho estaba inflamándose por segundos, volviéndose una hoguera cruel y abrasadora de pura rabia. Se sentía insultado. Despreciado. Maltratado. Y humillado, sobre todo eso.

—No. Sólo quiero saber si tenemos que ir otra vez a hacerte análisis.

Sobre todo ahora. Hizo una mueca de asco, acribillando a Gabriel con las pupilas, mirándole con toda su furia.

—Tranquilo, me ha follado con condón. No me ha pegado nada, aparte de un polvo increíble.

Aquella respuesta, por algún motivo, puso aún más tenso al profesor. “Está celoso”, pensó, recreándose en la idea. “Que se joda. Que se joda. ¿Cómo ha podido pensar eso de mi, como puede creerse que lo he hecho con Damien, con nadie más?”

—Tú si que eres gilipollas, niño. Dejémonos de tonterías—el tono de voz de Gabriel se volvió más seco, arisco—. Te he visto trapichear con él, con dinero. Os estabais abrazando en el rincón. Si es un novio tuyo o algo así, me da igual… pero dime si has vuelto a hacerlo.

—¿A hacer el qué?

—Ya lo sabes. ¿Qué quieres? ¿Que lo diga?

—Sí, eso quiero—afirmó Cain, orgulloso y resentido. Había algo de reptiliano en su manera de hablar, silbante y venenosa— Quiero oír cómo lo dices, profesor.

Gabriel esperó un poco antes de volver a hablar. Se pasó la mano por el cabello, frunciendo el ceño con aire de autocensura. Cuando volvió a mirarle, tenía los dientes apretados.

—¿Has vuelto a prostituirte?

La pregunta tuvo un efecto extraño en él. Había querido que Gabriel lo dijera para que enfrentase la realidad, pero él mismo no se sentía nada cómodo con ella. Y menos todavía con la acusación implícita que había en sus palabras, en sus gestos.

Cain se apartó de la puerta. Empezaba a saborear algo demasiado amargo en el paladar.

—No. No lo he hecho.— Gabriel pareció destensarse un poco con esa afirmación. Cain podía haberlo dejado ahí, pero una nueva punzada de ira venenosa le obligó a mentir— Me lo he follado por gusto.

Gabriel volvió a morder con fuerza.

—Vale—espetó, y apartó la mirada.

Cain continuó. Sabía que estaba celoso, pero no era suficiente. No sabía por qué lo hacía, pero tenía que seguir molestándole. Estaba herido. Quería que él también lo estuviera, pero sobre todo, que se diera cuenta de lo injusto que estaba siendo.

—No es mi novio, pero le debía dinero.—Insistió en la herida, si es que la había, hundiendo el dedo en la llaga una vez y otra. Gabriel no había franqueado la puerta, a pesar de que ya tenía via libre.—He ido a dárselo y a echarle un polvo. Hacía tiempo que no me montaban en un cuarto de baño. Un mes o así, desde que follamos en el de aquí.

—Joder, vale. Ya está claro—espetó Gabriel, alzando un poco la voz. Cain se sintió absurdamente feliz. Estaba haciendo efecto en él.—¿Tienes que ser tan desagradable?

—Tú te rayas, me sigues, te montas tu película, me acusas de…de… y soy yo el desagradable. ¿No te das cuenta de que estás siendo un capullo? ¿Cómo puedes pensar esas cosas de mi, joder?

Con el ímpetu de su declaración, Cain había vuelto a colocarse delante de la puerta. Gabriel pareció recuperar parte de la compostura que estaba abandonándole al ver al chico mostrarse así.

—No te estoy acusando de nada infundado. Vamos a enfrentar las cosas con madurez y responsabilidad, ¿vale? Y reconoce que es completamente natural que tenga una ligera preocupación, dados tus antecedentes.

Cain sacudió la cabeza.

—Lo tuyo no es una ligera preocupación. Me has seguido. Me has espiado. Ya tenías tu puta sospecha en la cabeza, quizá la has tenido siempre—le reprochó, apuntándole con el índice. Y se dio cuenta entonces de cual era la clave de todo. Al comprenderla, su semblante pasó de la ira a la derrota. Una oleada de amargura le golpeó con fuerza el corazón. Bajó el tono de voz y al decirlo, lo convirtió en real: —No confías en mí.

Gabriel no respondió. Frunció el ceño levemente, pero no respondió. Cain empezó a sentir de nuevo que el suelo se deshacía bajo sus pies.

—Probablemente nunca lo harás, ¿verdad?.

Hubo un largo silencio. Largo y frío, como un invierno del norte. Pero no importaba cuán largo fuese, así hubiera durado un minuto, un segundo o una hora, desde el momento en que se manifestó lo impregnó todo con un poso de decepción. Cain dejó que el silencio se enseñorease y les venciera. Gabriel no confiaba en él, y eso era terriblemente duro. Significaba que lo que había hecho, lo que había sido, siempre tendría más importancia para Gabriel que lo que había llegado a ser, que lo que era ahora y que sus sentimientos hacia él.

—No confías en nadie—siguió diciendo Cain. Sus palabras eran lentas, hablaba mirándole a los ojos. Había perdido las fuerzas para enfadarse—. No puedes confiar en mi, no eres capaz. No importa lo que haga, lo mucho que me  esfuerce ni lo mucho que te… que confíe yo en ti. Estás ahí, encerrado en ti mismo, respondiéndote tú solo a tus preguntas, engañándote y engañándome a mi detrás de tu fachada perfecta e impoluta. Pero en realidad estás acojonado.

Aquella última frase, pronunciada a media voz, hizo erguirse a Gabriel y en su mirada relampagueó una nueva llamarada de ofensa.

—Vale.—Se movió, al fin. Caminó hacia la puerta y la atravesó, pasando al lado de Cain sin mirarle.—Esta conversación ha terminado.

“Y una mierda”, pensó el chico. Alargó el brazo y le agarró de la muñeca, separando un poco las piernas para hacer fuerza si fuese necesario.

—No, no ha terminado.—Gabriel se crispó, pero se detuvo, con los dedos de Cain en su muñeca. Se giró a medias, observándole con peligrosidad. Pero el joven no le tenía miedo, nunca se lo había tenido. Siguió hablando, levantando un poco más el tono y mirándole fijamente, dominado por la frustración.—Tú has venido aquí, me has señalado con el dedo y me has dejado caer sutilmente tu desprecio y tu desconfianza. No tienes la menor fe en mí, en lo que soy capaz de hacer por … por mí mismo. En cuanto me has visto salir de casa, has pensado lo peor. No me has dado ni siquiera el beneficio de la duda, así que ahora me vas a escuchar…

—He dicho que la conversación ha terminado—insistió Gabriel, sacudiéndose su presa del brazo.

—…aunque no quieras, maldito bastardo. Estás acojonado. ¡Estás acojonado, maldita sea! Acojonado y celoso. Eres un cobarde, incapaz de abrirte a nadie, por eso estás solo; porque no tienes ni puta idea de cómo relacionarte con la gente. Eres incapaz de dejar que nadie entre, que nadie te roce siquiera. Te encoges como un cachorro cuando alguien se acerca demasiado. Te proteges y te engañas a ti mismo. Eres tan cobarde que ni siquiera tienes agallas para romper con Sara, a pesar de que no sientes nada por ella.

El profesor avanzaba por el pasillo, tenso y rígido, pero en ese momento se dio la vuelta repentinamente y volvió a señalarle con el índice, en una clara advertencia. Su semblante no era nada amistoso.

—Cállate. Por Dios, cállate.

Pero Cain no podía parar. Ni siquiera podía asustarse. No pensó en que el profesor tal vez se pusiera violento y le diera un revés. Ni siquiera se le pasó por la cabeza. Solo podía continuar escupiendo aquellas palabras como balas, como flechas, como cristal que estalla.

—Pero además de cobarde, eres egoísta, porque solo te importa tu propio bienestar. Te da igual quién esté ahí afuera, aporreando la maldita puerta para entrar en ti, para conocerte: tú sólo te proteges a ti mismo mientras dejas que los demás se rompan los nudillos por reclamar una limosna de tu afecto. Estás solo, completamente solo, y eso te destroza.—Hizo una pausa, intentando morder la última frase que ya le estaba rodando sobre la lengua, contenerla… que en el último momento, se escapó:— Pero no te mereces otra cosa.

Gabriel se quedó rígido, mirándole. Sus rasgos se distendieron, uno a uno, como si hubiera recibido una bofetada y lo estuviera asimilando. El silencio se espesó y volvió a adueñarse del espacio entre los dos. No eran más de diez pasos, pero comenzaron a convertirse en eternidades. La distancia se congeló. Cain no se atrevía a moverse. No sabía qué decir después de aquel sermón, que había brotado de él como la lava de un volcán al desbordarse, rompiendo y destruyendo.

Al cabo de unos segundos, Gabriel tomó aire profundamente y se pasó la mano por el pelo, desviando la vista.

—¿Has terminado?

Cain asintió. Le temblaban las manos. “Esto es el fin”, pensó.

Se habían hecho daño, era muy consciente de ello. Cain había hecho daño antes a otras personas, otras personas le habían herido a él. Pero nunca, nunca jamás había tenido la sensación que estaba experimentando en ese momento: como si algo hermoso y único se hubiera hecho añicos palabra a palabra, apuñalado por cada una de las frases intercambiadas en la discusión. La desconfianza de Gabriel había sido la herida grave, pero la última sentencia que había salido de sus propios labios fue el puñal que les remató.

—Por ahora. Sí—dijo al fin.

Gabriel asintió. Volvió a pasarse la mano por el pelo.

—Vale. Creo que será mejor que te vayas.

“Esto es el fin”

—Ya. Claro. Me iré ahora mismo—. Cain ni siquiera le discutió. No tenía fuerzas. No tenía ganas. Se había entregado a él con todo lo que era, pero no era suficiente. Nunca sería bastante, y en esos momentos estaba quedando más que claro.— Ya vendré a buscar mis cosas mañana, mientras estés en el curro. Te dejaré las llaves por ahí.

—No quería decir que…—Gabriel dudó un momento. Cain volvió a mirarle, con un hormigueo en el pecho. —Pero sí. Vale. Sí, tienes razón. Será lo mejor.

“Le vi una vez, y luego nunca más. Fue la luz del Edén en la tierra un instante”, ¿no habían cantado algo así Ruth y Nice aquella misma noche? La Luz del Edén en la tierra un instante. Su tiempo en el Jardín había acabado.

—Ya —suspiró.

—Bien.

Asintió, caminando hacia el salón. Pasó por su lado y se rozaron los brazos. Cogería el abrigo y se iría a casa de Ruth a pasar la noche allí, con ella. Hoy había confirmado que podía contar con sus amigos para cualquier cosa y que debía contar con ellos especialmente en momentos como éste. No iba a defraudarles, ni tampoco a sí mismo.  

Pero a pesar de todo, al llegar al salón se dio la vuelta en el arco de entrada que comunicaba con el pasillo, mirando a Gabriel. Él seguía ahí, entre las sombras del corredor. Se había dado la vuelta como si le hubiera seguido con la vista, pero la tenía perdida en la pared de enfrente. Unas terribles ganas de llorar se agolparon en la garganta de Cain, el calor se acumuló detrás de sus ojos. Tragó saliva.

—Me has jodido, tío.—Le tembló un poco la voz. Se esforzó en mantener la mirada en la suya, pero Gabriel miraba hacia la nada, inexpresivo, congelado allí en el corredor, como una estatua de sal. —Me has jodido y mucho, porque de ti no me lo esperaba. Soy yo el que debería estar herido. Soy yo el que se merece una puta disculpa, así que deja de mirar al vacío como si te hubiera clavado un cuchillo de cocina, porque no te he hecho una puta mierda. Ni una puta mierda comparado con…

—David. —Su voz pronunció su nombre. Era una voz suave, grave y agotada. —Ya vale. Por favor. Déjalo ya.

No le iba a escuchar.

—Vete a la mierda— susurró.

Agarró el abrigo y salió de allí a toda prisa, sin mirar atrás. No quería que le viera contener las lágrimas. Otra vez expulsado de un paraíso que, aunque no fuera perfecto, para él era lo mejor que nunca había tenido. Otra vez rechazado. Otra vez, y se lo había buscado él solo. Pero su pecado nunca fue matar a ningún hermano. Lo único de lo que era culpable era de tener pasado.

Bajó las escaleras a trompicones y salió a la calle. Noche, oscuridad y frío de Marzo. Extendió el brazo y hundió los nudillos en la pared rugosa de la fachada mientras caminaba con pasos apresurados. Se desolló la piel. Una mancha roja y alargada dejó su estela sobre el granito gris como única huella de su caída.


. . .

© Hendelie

5 comentarios:

  1. ¡Hola chic@s!

    Este capítulo se lo queremos dedicar especialmente a dos personas: En primer lugar a nuestra fiel lectora Judith, por su lealtad y sus comentarios, tienes el récord, querida. Recibe un abrazo grande desde aquí y todo nuestro apoyo por los momentos difíciles que has pasado hace poco. ¡Mucha fuerza!

    También se lo queremos dedicar a Mizuki, por sus habilidades premonitorias: ¡Siempre acierta sobre lo que va a pasar, aunque normalmente son cosas que no le gustan! Un abrazo fuerte, Mizuki. Perdónanos por hacerte sufrir.

    Hendelie y Neith

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  2. T_T no quiero tener la razón Hendelie, vamos a jugar a un juego va, ahora se hará lo contrario a lo que yo diga jajaja

    Poohhhh dada la reacción de Gabriel me dan ganas de darle un tortazo. Ahora mi bola de cristal no me señala el futuro del próximo capítulo, mierda. Solo espero que Caín/David no vuelva a recaer, ahora que se había liberado... Gabriel tonto, tonto y gilipollas xD Quiero por eso tener la visión de los hechos de Gabriel, las palabras de Caín han sido como balas o flechazos Zas Zas.

    Hasta el prox cappp ^-^ (Mi pobre corazoncito no aguanta tanto estrés eh, aviso XD)

    byee

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  3. mierda!, ahora Gabriel si que la jodió, espero y anhelo que esto sea un escarmiento para él, que abra su corazón ante David, tal vez lo necesita para mostrarse a si mismo que no es de hierro. como decimos en colombia " le toca comer mierda un poquito" a gabriel para darle el valor justo que merece el chico. asi espero que sea.

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  4. Hendeline , Neith , me siento muy honrada muchas Gracias niñas por el capi y los ánimos , sois ESPECIALES !!!!

    Y como siempre un capítulo muy intenso.

    por un lado Cain tan orgulloso y destructivo no es más que un niño grande y perdido.
    Y por otro,Gabriel comportandose como un celoso prejuicioso .
    No me puedo creer que estos dos con todo lo que se quieren y se necesitan se comporton como dos Asnos .
    Hendelie cielo , te gusta hacernos sufrir, pero porfavor arregla a estos dos que se me rompe el corazón .

    Un abrazote

    Judith

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  5. Caín es el amor de mi vida y este Capítulo esta mas bueno que johnny depp

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