23 de Abril —David
Al salir a la calle, se quedó atónito. Ruth, a su lado, alzó
las cejas mostrando su sorpresa con más moderación.
—¿Nieve en Abril?
—Eso parece.
La ciudad se desperezaba en el centro de un amanecer gris y
los diminutos copos blancos caían con lentitud, arremolinándose en el aire
gélido. David extendió dos dedos y cogió algunos sobre las yemas, como si
quisiera cerciorarse de que eran lo que parecía ser. Y es que quería
cerciorarse. Había visto en algunas películas que a veces, lo que parecía nieve
podía ser en realidad ceniza de las incineradoras o de los hornos crematorios.
Imaginaba que allí no había hornos crematorios pero en cualquier caso, se
aseguró frotando los cristales de hielo contra sus labios.
—¿A qué hora vuelves hoy?—preguntó la chica mientras
caminaban hacia el metro.
David se ajustó la cazadora, mirando alrededor con cierta
impresión. Nieve en Abril. Era demasiado extraño. Los coches transitaban con
los faros antiniebla encendidos, los semáforos resplandecían con una luminosidad
velada. De las alcantarillas parecían surgir volutas de vapor. Alzó la mirada:
el cielo estaba completamente blanco. No un blanco brillante, un blanco
lechoso, ahogado, de sudario y de bruma.
—Sobre las nueve, o así—respondió distraídamente—. Saldré una
hora antes del trabajo para acercarme a la facultad.
—¿Ya tienes toda la documentación? Aun así, saliendo a las
siete me parece que no te va a dar tiempo a llegar antes de que cierren las
oficinas.
—Sí, tengo todo. Y creo que sí me da tiempo, Oscar me va a
llevar en coche.
Ruth le miró de reojo pero no dijo nada. David tampoco.
Estaba abstraído con la nieve y la niebla, contemplando la ciudad con una
nostalgia extraña que se le apretaba en la garganta como un nudo. “Esta ciudad
odiosa a la que amo… que me ha amado tan mal, hasta romperme. Hoy está tan
hermosa como un cadáver recién arreglado, como esa estúpida Bella Durmiente que
aguardaba, pálida, un beso resurrector.”
—Creo que me voy a ir en autobús—le dijo a Ruth cuando
llegaron juntos a las escaleras del metro. Ella levantó la ceja, pero asintió.
—Es que esto merece la pena verlo—se justificó él—. Ahí abajo no se ve nada.
Solo oscuridad.
—Como quieras. ¿Va a recogerte Oscar al trabajo, entonces?
David asintió con la cabeza. Luego miró a la chica. Ruth
sonrió espontáneamente.
—Genial. No tengas prisa, es decir, si te entretienes por
ahí o algo, no te preocupes. Yo seguramente voy a cenar y me iré al cine, o a
ver a mi madre.
David sonrió a medias. A Ruth le hacía ilusión que se
llevara bien con Oscar, sabía que ella esperaba que surgiera algo entre los dos
y por eso le animaba con tan poca sutileza.
—Vale, lo tendré en cuenta.
La chica desapareció bajo tierra, detrás de las puertas
anchas de la estación suburbana. Su pelo negro, recogido atrás, se balanceaba
mientras bajaba los escalones casi a saltos. Al cabo de unos segundos, él se
dirigió a la parada del autobús. “Los perros van a estar difíciles hoy”,
pensaba. “Los cambios bruscos de temperatura no les sientan bien. Y esto es una
locura, nieve en Abril”. Se sopló los copos del largo flequillo, recordándose
de nuevo que tenía que cortarlo.
El viaje hasta el barrio oeste en autobús fue cuanto menos
emocionante. El vehículo se encontraba lleno de señoras mayores y de niños con
sus madres. Los hospitales y las escuelas del barrio oeste eran los más
concurridos de la ciudad. El tráfico discurría con lentitud, pero sin
accidentes. Hubo un par de embotellamientos. Aún no eran las nueve de la mañana
cuando la nevada arreció. David unió los dedos al cristal de la ventanilla y
miró al exterior, embelesado. El hipnótico baile de la nieve le tuvo abstraído
durante gran parte de la mañana, sumergiéndole en ese estado de ensoñación e
irrealidad que solía asaltarle tiempo atrás con demasiada frecuencia y que
ahora podía disfrutar sin estar drogado ni asustado.
Como había predicho, los perros estuvieron nerviosos durante
todo el día.
. . .
23 de Abril — David
Oscar fue puntual. A las siete, cuando David salió del
centro de acogida de animales, escuchó dos breves bocinazos llamando su
atención. Un turismo color rojo sucio aguardaba aparcado en doble fila. Se
acercó y se cercioró de que el tipo que le hacía señas desde dentro era quien
debía ser, luego esbozó una sonrisa y entró por la puerta del copiloto.
—Qué hay—saludó el pelirrojo con voz suave.
—Hola.—David se puso el cinturón y miró por el retrovisor
con cautela. Quizá esperaba encontrar a alguien en el asiento de atrás. No
hacerlo le supuso un gran alivio.—Gracias por el favor.
—No hay de qué. Me pillaba de camino.
Evidentemente, eso era mentira. David se rió por lo bajo
mientras Oscar ponía el coche en marcha. Llevaba el pelo recogido en una coleta
improvisada y tenía los dedos manchados de tinta negra, la barba sin afeitar y
las pupilas dilatadas.
—¿Cuántos cafés llevas en el cuerpo?
—Treinta y cinco.—Oscar cambió de marcha y aceleró un poco
cuando se adentraron en una larga avenida. Cada varios metros se podían ver
semáforos con el disco verde iluminado. —En realidad cinco, pero me he tomado unas
pastillas también.
—¿Vas puesto?
David se removió en el asiento y le miró con un brillo
divertido en los ojos. Oscar respondió con el mismo tono de voz calmado.
—No, hombre.—Los ojos castaños estaban fijos en el tráfico,
algo entrecerrados. El sol del atardecer se reflejaba en los enormes ventanales
y en las torres de acero y cristal de la ciudad, allí abajo.—Bueno,
estrictamente, sí. Pero es prescripción médica.
—¿Te recetan drogas?
—Estimulantes.
—Para que no te duermas.—David se rió por lo bajo otra
vez.—Qué fuerte.
Lo cierto es que la enfermedad de Oscar ejercía una extraña
fascinación sobre él, y como a él no le importaba hablar del tema, le
interrogaba constantemente. Desde el día en que empezaron a hablar, David había
hecho del pelirrojo su mejor aliado en las tardes del Camaleón. Era cierto que
le utilizaba para escapar de Eric, y lo hacía sin el menor disimulo, volviendo
toda su atención hacia Oscar cada vez que aparecía el idiota de los rizos. Pero
también le parecía agradable y no le costaba ningún esfuerzo conversar con él.
Era un chico curioso, muy introvertido pero con la mirada limpia. Se tomaba
bien todas las bromas, no había suspicacia ni dobles sentidos en su forma de
expresarse y parecía tener mucha paciencia. No le molestaban los silencios, se
distraía con facilidad y era obvio que se sentía cómodo en los segundos planos.
Para David era un soplo de aire fresco que el bajista apareciese todas las
tardes para rescatarle de la insistente mirada de Eric y sus insinuaciones
veladas, y aunque hacía años que perdió la capacidad de confiar instintivamente
en las personas, con Oscar empezaba a sentir una especie de seguridad similar a
la que debe sentir alguien debajo de un árbol que ha estado toda la vida en su
jardín.
—¿Has visto la nieve?
—Como para no verla. He flipado esta mañana.—Sacó un
cigarrillo y se lo llevó a los labios, luego miró al pelirrojo, que había
detenido el vehículo en un semáforo en rojo.—¿Puedo fumar?
—Adelante.—Oscar le abrió el cenicero y le tendió el mechero
de propaganda del taller mecánico.—¿Sabes por qué ha nevado?
Se encendió el cigarro y arqueó la ceja.
—¿Qué?¿Te refieres a si me sé la teoría?
—No, no. A lo de… ¿te ha contado Eric algo?
David intentó disimular su disgusto. Negó con la cabeza.
—No, no sé a qué te refieres de todos modos.
“¿Nunca has tenido la sensación de estar flotando entre las
brumas de un sueño?”
Claro que sabía a qué se refería. Pero no podía pensar en
eso ahora. No quería pensar en eso ahora. Trabajaba en un lugar agradable, su
jefa era amable, los perros, los gatos, los conejos, las cobayas y todos esos
bichos le gustaban. Vivía con Ruth, al fin tenía un hogar. Iba a empezar a
estudiar Literatura. Su vida estaba siendo real, ahora lo era. Pero seguía
escuchando la voz de Eric y esa maldita frase que en realidad le pertenecía,
que él mismo se había repetido muchas veces.
—El quería hablar contigo. Pensaba que a estas alturas ya lo
habría hecho.
—Lo ha intentado—admitió, bajando la ventanilla. El aire
frío entró de golpe en el vehículo y le arrancó la ceniza del extremo del
cigarrillo. —Yo no le he dejado. La verdad es que no le soporto, es un
gilipollas.
Oscar no le lanzó ninguna miradita de soslayo, no cambió el
gesto ni demostró emoción alguna. Al parecer no le afectaba lo mas mínimo que
insultase a su amigo.
—Quería decirte algo importante.
—No quiero escuchar esas cosas importantes todavía.—David se
repantigó en el asiento, dejando que el pelo le cayera sobre el rostro.—Y si
tengo que escucharlas, preferiría que me las contara otro. ¿Es que tiene que
ser él?
Esta vez, el pelirrojo sí que se volvió hacia él. Después
negó con la cabeza.
—No, no tiene por qué.
—¿Podrías contármelas tú?
Oscar alzó las cejas. “¿Por qué le he preguntado eso?”.
Estaban entrando en el centro de la ciudad y el tráfico se complicaba.
—Sí, creo que podría. Al menos lo intentaría. Aunque no sé
si me saldrá bien. Nunca lo he hecho. Es Eric el que explica las cosas.
—Es una teoría filosófica o algo así, ¿no?
—Algo así—admitió Oscar tras una pausa demasiado larga. Su
semblante se había tornado ahora confuso, como si no supiera muy bien como
proceder.—Es… bueno, cuando tú te sientas preparado y tengas ganas de escuchar
teorías, podemos verlo. Le diré a Eric que prefieres hablar con otra persona.
—No. Dile que prefiero hablar contigo—puntualizó David—. Que
sólo voy a hablar contigo de ese tema. Sea el que sea.
El pelirrojo le miró un rato a través del retrovisor. Luego
asintió.
—Vale. Como tú quieras.
David sonrió con disimulo, sintiéndose triunfador sin
motivo. Esperaba que al gilipollas le sentara mal que él prefiriese hablar con
su amigo y no quisiera hacerlo con él. Sabía que su actitud era infantil y
maliciosa, pero por alguna razón le sabía muy dulce la posibilidad de ofender
el ego de Eric, el cual imaginaba bastante grande.
—Eres un tío muy majo.
Oscar giró un poco el volante para tomar una curva suave. Le
pareció verle sonrojarse debajo de las pecas.
—Ah. Gracias. Tú también eres majo.
—No, yo soy un depresivo y un paranoico, pero a veces tengo
momentos buenos.
Le dedicó una sonrisa y el pelirrojo respondió con otra,
tímida y breve. Luego detuvo el vehículo y David apartó la mirada para
observar, a través de la ventanilla, el enorme edificio de piedra gris donde
tenía su sede la Facultad de Humanidades. Había algunos jóvenes bajando las
escaleras. Otros permanecían en grupos cerca de la puerta o en la amplia acera.
Las luces del interior eran amarillas, se habían iluminado ya aunque todavía no
se había puesto el sol.
—¿Qué hora es?—preguntó David, apagando el cigarro y
exhalando el humo por la nariz.
Oscar sacó el móvil para mirar la hora.
—Las ocho menos cuarto.
—Genial. Aún me da tiempo. —Se soltó el cinturón y revisó
que llevaba toda la documentación necesaria en la mochila.— Gracias por todo,
tío. Te debo una.
—Te espero aquí.
David abrió la puerta y salió al exterior.
—Ah. No hace falta, puedo volver en el metro.
Cerró la puerta y sonrió a su chófer. Hacía fresco y el
viento estaba revuelto, le agitaba el cabello y le despeinaba. Oscar se inclinó
un poco hacia la ventanilla de la puerta del copiloto, que seguía abierta.
—Si voy para el barrio, no me cuesta nada esperarte. Además,
así me debes dos.
David se lo pensó un momento. “Demasiado amable. Pero tiene
la mirada limpia”.
—De acuerdo. Te lo pagaré en cervezas. Ahora salgo.
—Sin prisa. No me voy a ir sin ti.
Aquella declaración le resultó reconfortante por algún
motivo. Le saludó con la mano y empezó a subir los escalones uno tras otro.
. . .
23 de Abril —David
La parte positiva fue que no tuvo que hacer cola. La
negativa, que el personal de secretaría ya no contaba con tener que tramitar
ninguna preinscripción a aquellas horas y le insistieron de diversas formas,
sutiles, descaradas y boicoteadoras, para que volviera otro día. David no tenía
paciencia para aquellas mierdas.
—No puedo venir por las mañanas—insistía—. Estoy trabajando
y además vivo lejos.
—Es que aquí hay un horario—le dijo una mujer de pelo rizado
con gafas de pasta. Era una zorra estirada que seguro que llevaba meses sin
follar. —Las preinscripciones son de ocho a diez. Ahora no podemos tramitarte
nada, ¿entiendes?
—No, no entiendo.—David plantó la mano sobre la mesa.—Lo he
traído todo, no falta ningún papel. ¿Tanto le cuesta? Por favor.—Esto último lo
añadió a regañadientes. Y se arrepintió enseguida. La guarra gafapasta alzó la
barbilla y él percibió el brillito de satisfacción en su mirada al verle
suplicar.
—El horario es de ocho a diez. Lo siento pero no puedo hacer
nada.
David entrecerró los ojos y se tragó las ganas de darle un
puñetazo en la nariz a la desgraciada. El plazo para las preinscripciones
terminaba a la mañana del día siguiente y no podía faltar al trabajo. “Aunque
tendré que hacerlo”, pensó, mientras salía de la oficina, mostrando el dedo
corazón a la tía. “Es eso o me quedo sin la oportunidad de mi vida. No quiero
esperar otro año. No voy a esperar otro año.”
—¡Y encima eso! Qué barbaridad.
Sonrió al escuchar cómo se escandalizaba la maruja. Luego
empezó a meter la documentación rechazada a empujones dentro de la mochila, que
le colgaba de un brazo. Echó a andar hacia el pasillo para mirar las listas de
plazas antes de irse.
—Será perra la tía…
Dobló el recodo. Entonces se tropezó con el tipo. Como
llevaba la cabeza gacha, se dio de frente contra su cuerpo. Se golpeó el pie
con una de las botas negras que había visto demasiado tarde, se tambaleó hacia
el lado y el peso de la mochila le desestabilizó. Una mano le sostuvo por el
brazo mientras sus pertenencias caían al suelo. Los papeles se desparramaron
sobre las baldosas con un sonido semejante al estallido de un globo de agua.
Los segundos se congelaron. Los sentidos de David se
agudizaron al sentir el contacto en su brazo, el olor a sándalo y madera y una
vibración extraña y familiar.
“Dios”
Se le hizo un nudo en la garganta. Se olvidó de respirar,
con la mirada fija en las botas negras. Su voluntad se debatía entre el miedo y
la necesidad de levantar los ojos hacia su rostro.
“Me va a doler”. Ya lo sabía. Pero aun así, no podía
resistir el impulso. Era más poderoso que cualquier cosa en el mundo.
Los dedos soltaron su brazo y David aprovechó para agacharse
a recoger sus cosas. Arrugó los pliegos con las manos al meterlos a puñados
dentro de la bolsa. Cerró la cremallera y se irguió. Solo entonces le miró.
Y le dolió, mucho. Tanto como imaginaba que lo haría.
. . .
23 de Abril —Gabriel
Esta vez no era una alucinación. Tampoco un sueño.
Los ojos verdes estaban ahí. Brillando como estrellas,
estrellas verdes. “O caramelos de menta”, se recordó. Estaba tan cansado, tan
desgarrado, que al verle deseó estrecharle entre los brazos y quedarse así para
siempre. Abrazándole. Consolándose. Pero en vez de eso, hizo lo que se esperaba
de una interacción civilizada y correcta. Se alejó un paso de él y le dijo las
palabras más utilizadas de todo el repertorio del lenguaje.
—Hola, David.
Los ojos verdes parecían dos cristales tintados, quebrados
por dentro a causa de una emoción encontrada. Él se apartó el cabello del
rostro con dedos suaves y gráciles. Sintió el deseo espontáneo de cogerle la
mano y besarle las yemas de los dedos. David se colgó la mochila al hombro.
—Hola. —Su voz, de nuevo. La había echado de menos. En el
silencio quiso recorrer con la mirada sus mejillas, su boca, su cuello, su
ropa, su pelo. Duró lo suficiente como para que pudiera hacerlo. Luego se
rompió. —¿Cómo te va?
“Está siendo una de las peores épocas de mi vida. Creo que
me he vuelto loco del todo. Ocurren cosas dentro de mi, emociones que no puedo administrar
ni controlar, de modo que me he abandonado a este estado de demencia si es que
es eso lo que es. Al menos me da un respiro cuando vengo a clase, así que no he
perdido el trabajo. Pero me daría igual perderlo todo ahora que ya te he
perdido a ti. Te echo de menos. Te quiero y no sé como hacer que mis palabras y
mis actos lo demuestren, no sé como hacer que lo entiendas. Así que mal, David.
Me va de puta pena.”
—Bien, como siempre. ¿Y tú?
David esbozó una media sonrisa nada convencida.
—Mejor de lo que esperaba.
—Me alegro—asintió con la cabeza. Luego se hizo a un lado,
cediéndole el paso.
Dolía en alguna parte, su voz, su presencia y su imagen.
Dolía dentro, como una astilla clavada.
Ojalá se marchara rápido. Ojalá se quedara para siempre.
. . .
23 de Abril —David
La primera vez que David le había visto estaba drogado, al
borde de una sobredosis. Había visto su cabello castaño claro, sus ojos azules,
brillantes, cálidos y llenos de ternura. Su rostro cincelado vuelto hacia él.
Entonces había confundido aquella imagen con algo sobrenatural, con el ángel
que siempre había estado esperando y que nunca había respondido a sus
plegarias. Entonces había pensado que iba a llevárselo en brazos, a sacarle de
aquella mierda de vida, de aquella mierda de ciudad. Entonces se había sentido
seguro.
Ahora, Gabriel seguía pareciéndose a esa imagen celestial y
alucinógena que se había hecho de él en su primer encuentro pero tenía más
matices; matices amargos y dulces, profundos como savia de árbol viejo, que
David podía atribuirle gracias al tiempo compartido. Le había conocido, y sabía
que no era un ángel. Al menos, no del todo. Sabía que Gabriel también tenía sus
miserias, y en aquel momento, mientras le miraba en el pasillo de la facultad,
encontró huellas de esas miserias en su rostro. Su expresión era distante,
lejana. Se le habían marcado algunas arrugas bajo los ojos y parecía cansado. Y
su mirada estaba apagada.
—Me alegro.
Su voz grave y suave dolía en alguna parte. Su voz, su
presencia y su imagen. Dolían tanto como sabía que lo harían. “Deberíamos estar
besándonos, y no diciendo frases hechas y palabras sin significado. Deberíamos
estar abrazándonos. Debería decirte que te quiero, y tú, tú deberías quererme,
maldito seas.”
Gabriel se hizo a un lado para dejarle pasar y volvió la
mirada nostálgica hacia la puerta. David sintió un pánico atroz y su mente
empezó a bullir, buscando la forma de prolongar ese encuentro casual, absurdo,
completamente… mal hecho. Nada era como tenía que ser.
—En septiembre empiezo a estudiar aquí—dijo, algo
atropelladamente—. Literatura.
Gabriel volvió a mirarle. Sus ojos se encendieron un poco y
esbozó una sonrisa muy leve, pero sonrisa al fin y al cabo.
—¿En serio? Eso está bien, chico. Felicidades.
—Gracias—le devolvió la sonrisa. Todo era demasiado raro. Le
hacía daño y le consolaba al mismo tiempo. Tenía ganas de llorar a causa del
patético estado de las cosas. Ahí de pie, hablando de algo que de repente no le
parecía en absoluto importante, llenando los silencios con información, con
palabras que no eran las que deberían estar siendo dichas, escondiendo verdades
que no se podían esconder, dando vueltas en círculos de forma ridícula y
absurda. ¿Esto era la comunicación humana? Probablemente sí. —Bueno, aún tengo
que pasar la prueba de acceso y ni siquiera he podido presentar la
preinscripción para asegurarme plaza. He venido a traerla ahora, pero esa gorda
de Secretaría dice que el horario es de ocho a diez.
Gabriel soltó una risilla leve, un poco amarga. Se metió la
mano en el bolsillo de los vaqueros y asintió.
—Sí. Es de ocho a diez.
—Pues estoy jodido.—Se rascó la nariz.— En fin, diré que me
he puesto malo y faltaré al curro.
El profesor frunció un poco el ceño. Luego miró alrededor
como si quisiera cerciorarse de que estaban solos. Lo estaban. A aquellas
horas, ya no había casi nadie en la facultad y los alumnos que salían de clase
lo hacían por el pasillo central, no tenían que pasar por aquel corredor
adyacente.
—Te los puedo presentar yo. Así no tienes que faltar al
trabajo.
David le miró con inseguridad. El corazón le latía en la
garganta. Gabriel encogió un hombro. “Sólo es un favor”, parecía querer decir.
Cualquiera lo haría. No es nada especial.
—Pues…—dudó y casi se atragantó con la saliva.
—Tu sólo pon las firmas, mañana te lo hago a primera hora y
ya no tienes que preocuparte.
David negó con la cabeza, finalmente. Él quería convencerle.
Quería hacerle un favor. Se sentiría culpable, en deuda, o algo así. “No. No.
No voy a usar estas excusas de mierda. No me gusta jugar a esto. No quiero
jugar a esto. A deber favores, no.”
—No, en serio, no es necesario. Pido el día y ya está.
Gabriel pareció algo decepcionado pero asintió.
—Vale, como quieras.
—Me voy, que me están esperando—dijo David. Se lo estaba
recordando a sí mismo. Se dio la vuelta, incapaz de soportar por más tiempo sus
ojos, su rostro, su olor. Dolía demasiado. Tanto como sabía que lo haría. —Me
alegro de verte, profe.
Comenzó a caminar hacia la salida. Cada paso era pesado,
parecía hollarle dentro. Sentía ganas de llorar. Y se sentía un idiota por
ello. Solo llegó a dar cinco pasos.
—¿Quieres tomar un café?
. . .
23 de Abril —Gabriel
No podía dejar que se fuera. No podía dejar que se fuera
así. Le costaba creer que hubiera sido capaz de decir algo para retenerle,
aunque fuera, una vez más, una frase superficial y vacía. Pero si servía para
hacer que sus pies se detuvieran estaba dispuesto a decir cualquier estupidez.
Y sus pies se detuvieron.
. . .
23 de Abril —David
El latido del cuello se le disparó. Tragó saliva y se mordió
el labio. “¿Por qué ahora? ¿Por qué tengo miedo? ¿Por qué voy a decirle que
no?”
—Me están esperando.
Hubo un silencio.
—Claro. Quizá en otra ocasión, entonces.
Gabriel no parecía afectado. David se dio la vuelta y
asintió, esbozando una breve sonrisa.
—En otra ocasión, sí.—Iba a girarse otra vez, hizo un gesto
breve con la mano y entonces recordó algo.—Ah, dale recuerdos a Ariadna de mi
parte. ¿Qué tal sigue?
Le vio asentir con la cabeza y apartar la vista. Fue algo
indefinido, una sombra fugaz, el modo en que le vio apretar la mandíbula y un
brillo inesperado en sus ojos azules, lo que le hizo comprender. La angustia se
estremeció en su interior. Claro que eran todo mentiras. Ni estaba bien él, ni
Ariadna lo estaba, ni… ¿Acaso no se había dado cuenta siempre de lo bueno que
era Gabriel ocultando las emociones, acaso no le conocía bien, mejor de lo que
ambos comprendían? Alarmado, dio tres pasos hacia él, desandando lo andado.
Alzó la barbilla, clavándole los ojos, inmisericorde.
—¿Cómo está Ariadna?
—Muerta. Está muerta. —Lo escupió a regañadientes, con
brusquedad, como si le hubieran sonsacado la información en un interrogatorio.
Volvió a mirarle, los ojos azules hirviendo y en llamas. A David le alivió,
aunque sabía que el profesor estaba sufriendo. Pensó que a él también le
aliviaba, aunque no lo supiera.—Muerta y enterrada.
—Lo siento.
Dio otros dos pasos y volvió a quedar frente a él.
—Gracias. No te preocupes, son cosas que pasan.
Gabriel se sacudió algo invisible del abrigo. No parecía
molesto ahora, por el contrario se le veía más relajado. Llevaba el mismo
abrigo de paño que usaba en invierno.
—Eso suena a frase hecha—replicó David, ladeando la cabeza.
El profesor se rió de nuevo, con esa risa sin humor, amarga
como un grano de café. “¿Tendrá azúcar en sus armarios, o habrán vuelto a
quedarse vacíos? ¿Seguirá fumando a veces, usando las latas vacías de cerveza y
cocacola como cenicero? ¿Seguirá tocando el piano por las noches, haciendo
llover estrellas?”
—Como todo lo que nos hemos dicho hoy, ¿no?
“Sigue leyéndome la mente a veces. Al menos, eso.” No pudo
evitar una sonrisa leve, también ausente de humor.
—La verdad es que sí. —Una oleada de melancolía le golpeó
con fuerza por dentro. Fue como un bálsamo: el dolor se convirtió en algo más
suave, agridulce, parecido al otoño. Le miró a los ojos. —Sabes, creo que me
tomaré ese café. Si sigue en pie.
Gabriel asintió.
—Claro que sigue en pie.
—Dame un momento, entonces. Tengo que avisar a mi amigo.
. . .
23 de Abril — Gabriel
Y le vio marcharse, camino a la puerta de nuevo, a avisar a
su amigo. Su amigo. En aquel momento, el que David pudiera estar con alguien no
era lo que ocupaba sus pensamientos, pero sabía que después, cuando se fuera a
casa no dejaría de darle vueltas a eso. A eso y a lo de Ariadna. De nuevo se
sintió desgarrarse, pero se obligó a aguantar sus propios pedazos. “Ahora no”.
Solo quería estar con él. Arañar algunos minutos, quizá un
par de horas en su compañía. La presencia de David dolía, pero también era un
consuelo.
Claro que era un consuelo. ¿Cuándo no lo había sido?
. . .
23 de Abril — David
Cuando llegó al coche de Oscar, aún le temblaban las
rodillas. Golpeó el cristal, sintiéndose un poco cabrón. El chico bajó la
ventanilla y le observó, alzando las cejas.
—¿Todo bien? Estás pálido.
—¿Ah sí?—se tocó la cara nerviosamente.—Ah, no es nada. Es
que he tenido bronca con la imbécil de administración.
—Vaya.
No le abrió la puerta. Se quedó mirándole, como si supiera
que tenía algo que decirle. David tragó saliva y compuso un gesto de asco, más
hacia sí mismo que hacia él.
—Oye, te voy a deber tres. Gracias por esperarme pero me he
encontrado con un amigo y me voy a quedar a tomar un café con él.
Oscar sonrió y asintió, sin darle importancia alguna. Para
David, su actitud supuso un alivio inmediato.
—Claro, no te preocupes. Nos vemos mañana, o pasado.
El pelirrojo arrancó, encendiéndose un cigarrillo con el
mechero azul. El turismo se perdió en la neblina espesa de la ciudad, bajo las
luces de los semáforos y aquel extraño clima que de pronto había vuelto a traer
el invierno sin avisar. Miró hacia atrás. El profesor estaba en las escaleras
de la facultad, mirando hacia otra parte. Parecía tranquilo, en su mundo, un
poco ensimismado.
Mientras caminaba hacia él, dando la espalda a la calle por
la que había desaparecido el coche de Oscar se dio cuenta de por qué le había
resultado desde el principio tan simpático y tan encantador el pelirrojo
narcoléptico. Meneó la cabeza, sonriendo a medias con amargura ante el
descubrimiento. Cuando llegó junto al profesor se cruzó de brazos, mirándole
con exigencia.
—Bueno, ¿dónde me vas a llevar?
Gabriel parpadeó, como si le hubiera sacado de una
ensoñación. Hizo un gesto de indiferencia.
—Donde quieras. Hay un par de sitios por aquí que…
—De eso nada—le cortó él—. Tú invitas, tú eliges. Y date
prisa, que hace frío.
Gabriel arqueó la ceja, sorprendido por su vehemencia.
—Empezamos bien—murmuró, empezando a andar hacia el cruce.
David le siguió, reprimiendo una sonrisa suave. Le miró de
reojo mientras se dirigían a su destino, una pequeña cafetería con faroles
amarillos en la puerta.
No, bien pensado, Oscar no se le parecía tanto.
. . .
OMG!!!! ame ese reencuentro.
ResponderEliminarLas adoro nenas, gracias!!!!
oh dios!!!!!!!!!!!!! la amargura con la que termine de leer el 25 se me torno en esperanza con este capi,es que el anterior con estos dos ( oscar y eric ) no me siento comoda, me dan mala espina, pero en fin....que gabriel no la vaya a volver a cagar por dios !!!!!
ResponderEliminarestoy con una risa estupida....tal vez que retomen una conversación a medias seria mucho pedir????, ahhhhh pobre gabriel, lo que mas duele es no saber como ha estado durante ese mes largo sin David, despues del entierro de Ariadna....en fin, gracias por alegrarme la tarde...un abrazo....
lucero.
Que nerviosa me tenia este reencuentro.... ya me parecia que se alejarian nuevamente.. pero como siempre es David quien da el primer paso y me alegra muchisimo que asi fuera..... Gabriel, Gabriel tan misterioso e introvertido porque le cuesta tanto a este bello hombre mostrar sus emociones a que le teme te juro que me tiene fascinada e intrigada el profe me encanta...como la historia en si...
ResponderEliminarMe alegra muchisimo que hayas actualizado te extrañe mucho y feliz que nos regales este reencuentro...
besos
Vangelis
Si, la verdad es que ya estábamos todos deseando volver a verles juntos, jajajaja. Vosotros, nosotras, y sobre todo ellos. Me alegro de que os haya gustado el capi, espero que el siguiente os guste todavía más. Los reencuentros nunca son fáciles ^__^ (sembrando la duda, mira que soy malvada)
ResponderEliminarNos vemos pronto, gracias por todo querid@s.
<3
Wiiiiii me gussshhhtaaaa *-* Tonto Gabriel dile cosas y ya, ¡si sigues remprimiéndote os volveréis a enfadar! Por cierto, ¡me conocéis! jajaja YO estudio Literatura en la uni ñeñeñe Primero me matáis y luego esto jijiji Siempre estoy presente (H) jaja
ResponderEliminarOscar me gusta mucho, pero Eric no me desagrada no veo que sea tan mal chico :S ¿Habrá puntos de vista de estos dos personajes?
Hasta el próximo cap!! :D
byee
Genial <3 ya vería yo que su encuentro sería de un hola-chao y por suerte no fue así. Admito mi emoción cuando David preguntó por Ariadna D: me dio una enorme tristeza su muerte y pobre de Gabriel que tuvo que pasar su duelo en soledad D:! Es la primera vez que comento y pues quería felicitar por tan linda historia <3 Adiós.
ResponderEliminarGracias GodConi!!! Qué bien que te guste la historia :D
ResponderEliminarAaaaaaah por fin se encuentran ,en el momento que David se da cuenta que choco con Gabriel y no quiere mirarlo, por miedo; pero quiere mirarlo en ese momento me quiebro,quien no ha pasado por eso.
ResponderEliminargracias por escribir esta historia ,me encanta,es tan bella ,tantriste ,tan misteriosa....
Ay esos momentos de encuentros inesperados... si, a todos nos ha pasado alguna vez, verdad?
ResponderEliminar¡Un abrazo! Gracias por el comentario :3
VAYA , POR FIN !!!!!
ResponderEliminarEstaba deseando que este par de zoquetes orgullosos se reencontrasen de nuevo , Mira que me lo estan haciendo pasar mal... es increible como te encariñas de estos personajes , tan humanos que en ocasiones te ves representada en ellos .
Gracias por el capi , espero que estos dos se arreglen pronto , al menos el primer paso ya está dado
Un abrazote
Judith