jueves, 24 de mayo de 2012

Flores de Asfalto: El Despertar — XXVI


23 de Abril —David


Al salir a la calle, se quedó atónito. Ruth, a su lado, alzó las cejas mostrando su sorpresa con más moderación.

—¿Nieve en Abril?

—Eso parece.

La ciudad se desperezaba en el centro de un amanecer gris y los diminutos copos blancos caían con lentitud, arremolinándose en el aire gélido. David extendió dos dedos y cogió algunos sobre las yemas, como si quisiera cerciorarse de que eran lo que parecía ser. Y es que quería cerciorarse. Había visto en algunas películas que a veces, lo que parecía nieve podía ser en realidad ceniza de las incineradoras o de los hornos crematorios. Imaginaba que allí no había hornos crematorios pero en cualquier caso, se aseguró frotando los cristales de hielo contra sus labios.

—¿A qué hora vuelves hoy?—preguntó la chica mientras caminaban hacia el metro.

David se ajustó la cazadora, mirando alrededor con cierta impresión. Nieve en Abril. Era demasiado extraño. Los coches transitaban con los faros antiniebla encendidos, los semáforos resplandecían con una luminosidad velada. De las alcantarillas parecían surgir volutas de vapor. Alzó la mirada: el cielo estaba completamente blanco. No un blanco brillante, un blanco lechoso, ahogado, de sudario y de bruma.

—Sobre las nueve, o así—respondió distraídamente—. Saldré una hora antes del trabajo para acercarme a la facultad.

—¿Ya tienes toda la documentación? Aun así, saliendo a las siete me parece que no te va a dar tiempo a llegar antes de que cierren las oficinas.

—Sí, tengo todo. Y creo que sí me da tiempo, Oscar me va a llevar en coche.

Ruth le miró de reojo pero no dijo nada. David tampoco. Estaba abstraído con la nieve y la niebla, contemplando la ciudad con una nostalgia extraña que se le apretaba en la garganta como un nudo. “Esta ciudad odiosa a la que amo… que me ha amado tan mal, hasta romperme. Hoy está tan hermosa como un cadáver recién arreglado, como esa estúpida Bella Durmiente que aguardaba, pálida, un beso resurrector.”

—Creo que me voy a ir en autobús—le dijo a Ruth cuando llegaron juntos a las escaleras del metro. Ella levantó la ceja, pero asintió. —Es que esto merece la pena verlo—se justificó él—. Ahí abajo no se ve nada. Solo oscuridad.

—Como quieras. ¿Va a recogerte Oscar al trabajo, entonces?

David asintió con la cabeza. Luego miró a la chica. Ruth sonrió espontáneamente.

—Genial. No tengas prisa, es decir, si te entretienes por ahí o algo, no te preocupes. Yo seguramente voy a cenar y me iré al cine, o a ver a mi madre.

David sonrió a medias. A Ruth le hacía ilusión que se llevara bien con Oscar, sabía que ella esperaba que surgiera algo entre los dos y por eso le animaba con tan poca sutileza.

—Vale, lo tendré en cuenta.

La chica desapareció bajo tierra, detrás de las puertas anchas de la estación suburbana. Su pelo negro, recogido atrás, se balanceaba mientras bajaba los escalones casi a saltos. Al cabo de unos segundos, él se dirigió a la parada del autobús. “Los perros van a estar difíciles hoy”, pensaba. “Los cambios bruscos de temperatura no les sientan bien. Y esto es una locura, nieve en Abril”. Se sopló los copos del largo flequillo, recordándose de nuevo que tenía que cortarlo.

El viaje hasta el barrio oeste en autobús fue cuanto menos emocionante. El vehículo se encontraba lleno de señoras mayores y de niños con sus madres. Los hospitales y las escuelas del barrio oeste eran los más concurridos de la ciudad. El tráfico discurría con lentitud, pero sin accidentes. Hubo un par de embotellamientos. Aún no eran las nueve de la mañana cuando la nevada arreció. David unió los dedos al cristal de la ventanilla y miró al exterior, embelesado. El hipnótico baile de la nieve le tuvo abstraído durante gran parte de la mañana, sumergiéndole en ese estado de ensoñación e irrealidad que solía asaltarle tiempo atrás con demasiada frecuencia y que ahora podía disfrutar sin estar drogado ni asustado.

Como había predicho, los perros estuvieron nerviosos durante todo el día.


. . .


23 de Abril — David

Oscar fue puntual. A las siete, cuando David salió del centro de acogida de animales, escuchó dos breves bocinazos llamando su atención. Un turismo color rojo sucio aguardaba aparcado en doble fila. Se acercó y se cercioró de que el tipo que le hacía señas desde dentro era quien debía ser, luego esbozó una sonrisa y entró por la puerta del copiloto.

—Qué hay—saludó el pelirrojo con voz suave.

—Hola.—David se puso el cinturón y miró por el retrovisor con cautela. Quizá esperaba encontrar a alguien en el asiento de atrás. No hacerlo le supuso un gran alivio.—Gracias por el favor.

—No hay de qué. Me pillaba de camino.

Evidentemente, eso era mentira. David se rió por lo bajo mientras Oscar ponía el coche en marcha. Llevaba el pelo recogido en una coleta improvisada y tenía los dedos manchados de tinta negra, la barba sin afeitar y las pupilas dilatadas.

—¿Cuántos cafés llevas en el cuerpo?

—Treinta y cinco.—Oscar cambió de marcha y aceleró un poco cuando se adentraron en una larga avenida. Cada varios metros se podían ver semáforos con el disco verde iluminado. —En realidad cinco, pero me he tomado unas pastillas también.

—¿Vas puesto?

David se removió en el asiento y le miró con un brillo divertido en los ojos. Oscar respondió con el mismo tono de voz calmado.

—No, hombre.—Los ojos castaños estaban fijos en el tráfico, algo entrecerrados. El sol del atardecer se reflejaba en los enormes ventanales y en las torres de acero y cristal de la ciudad, allí abajo.—Bueno, estrictamente, sí. Pero es prescripción médica.

—¿Te recetan drogas?

—Estimulantes.

—Para que no te duermas.—David se rió por lo bajo otra vez.—Qué fuerte.

Lo cierto es que la enfermedad de Oscar ejercía una extraña fascinación sobre él, y como a él no le importaba hablar del tema, le interrogaba constantemente. Desde el día en que empezaron a hablar, David había hecho del pelirrojo su mejor aliado en las tardes del Camaleón. Era cierto que le utilizaba para escapar de Eric, y lo hacía sin el menor disimulo, volviendo toda su atención hacia Oscar cada vez que aparecía el idiota de los rizos. Pero también le parecía agradable y no le costaba ningún esfuerzo conversar con él. Era un chico curioso, muy introvertido pero con la mirada limpia. Se tomaba bien todas las bromas, no había suspicacia ni dobles sentidos en su forma de expresarse y parecía tener mucha paciencia. No le molestaban los silencios, se distraía con facilidad y era obvio que se sentía cómodo en los segundos planos. Para David era un soplo de aire fresco que el bajista apareciese todas las tardes para rescatarle de la insistente mirada de Eric y sus insinuaciones veladas, y aunque hacía años que perdió la capacidad de confiar instintivamente en las personas, con Oscar empezaba a sentir una especie de seguridad similar a la que debe sentir alguien debajo de un árbol que ha estado toda la vida en su jardín.

—¿Has visto la nieve?

—Como para no verla. He flipado esta mañana.—Sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios, luego miró al pelirrojo, que había detenido el vehículo en un semáforo en rojo.—¿Puedo fumar?

—Adelante.—Oscar le abrió el cenicero y le tendió el mechero de propaganda del taller mecánico.—¿Sabes por qué ha nevado?

Se encendió el cigarro y arqueó la ceja.

—¿Qué?¿Te refieres a si me sé la teoría?

—No, no. A lo de… ¿te ha contado Eric algo?

David intentó disimular su disgusto. Negó con la cabeza.

—No, no sé a qué te refieres de todos modos.

“¿Nunca has tenido la sensación de estar flotando entre las brumas de un sueño?”

Claro que sabía a qué se refería. Pero no podía pensar en eso ahora. No quería pensar en eso ahora. Trabajaba en un lugar agradable, su jefa era amable, los perros, los gatos, los conejos, las cobayas y todos esos bichos le gustaban. Vivía con Ruth, al fin tenía un hogar. Iba a empezar a estudiar Literatura. Su vida estaba siendo real, ahora lo era. Pero seguía escuchando la voz de Eric y esa maldita frase que en realidad le pertenecía, que él mismo se había repetido muchas veces.

—El quería hablar contigo. Pensaba que a estas alturas ya lo habría hecho.

—Lo ha intentado—admitió, bajando la ventanilla. El aire frío entró de golpe en el vehículo y le arrancó la ceniza del extremo del cigarrillo. —Yo no le he dejado. La verdad es que no le soporto, es un gilipollas.

Oscar no le lanzó ninguna miradita de soslayo, no cambió el gesto ni demostró emoción alguna. Al parecer no le afectaba lo mas mínimo que insultase a su amigo.

—Quería decirte algo importante.

—No quiero escuchar esas cosas importantes todavía.—David se repantigó en el asiento, dejando que el pelo le cayera sobre el rostro.—Y si tengo que escucharlas, preferiría que me las contara otro. ¿Es que tiene que ser él?

Esta vez, el pelirrojo sí que se volvió hacia él. Después negó con la cabeza.

—No, no tiene por qué.

—¿Podrías contármelas tú?

Oscar alzó las cejas. “¿Por qué le he preguntado eso?”. Estaban entrando en el centro de la ciudad y el tráfico se complicaba.

—Sí, creo que podría. Al menos lo intentaría. Aunque no sé si me saldrá bien. Nunca lo he hecho. Es Eric el que explica las cosas.

—Es una teoría filosófica o algo así, ¿no?

—Algo así—admitió Oscar tras una pausa demasiado larga. Su semblante se había tornado ahora confuso, como si no supiera muy bien como proceder.—Es… bueno, cuando tú te sientas preparado y tengas ganas de escuchar teorías, podemos verlo. Le diré a Eric que prefieres hablar con otra persona.

—No. Dile que prefiero hablar contigo—puntualizó David—. Que sólo voy a hablar contigo de ese tema. Sea el que sea.

El pelirrojo le miró un rato a través del retrovisor. Luego asintió.

—Vale. Como tú quieras.

David sonrió con disimulo, sintiéndose triunfador sin motivo. Esperaba que al gilipollas le sentara mal que él prefiriese hablar con su amigo y no quisiera hacerlo con él. Sabía que su actitud era infantil y maliciosa, pero por alguna razón le sabía muy dulce la posibilidad de ofender el ego de Eric, el cual imaginaba bastante grande.

—Eres un tío muy majo.

Oscar giró un poco el volante para tomar una curva suave. Le pareció verle sonrojarse debajo de las pecas.

—Ah. Gracias. Tú también eres majo.

—No, yo soy un depresivo y un paranoico, pero a veces tengo momentos buenos.

Le dedicó una sonrisa y el pelirrojo respondió con otra, tímida y breve. Luego detuvo el vehículo y David apartó la mirada para observar, a través de la ventanilla, el enorme edificio de piedra gris donde tenía su sede la Facultad de Humanidades. Había algunos jóvenes bajando las escaleras. Otros permanecían en grupos cerca de la puerta o en la amplia acera. Las luces del interior eran amarillas, se habían iluminado ya aunque todavía no se había puesto el sol.

—¿Qué hora es?—preguntó David, apagando el cigarro y exhalando el humo por la nariz.

Oscar sacó el móvil para mirar la hora.

—Las ocho menos cuarto.

—Genial. Aún me da tiempo. —Se soltó el cinturón y revisó que llevaba toda la documentación necesaria en la mochila.— Gracias por todo, tío. Te debo una.

—Te espero aquí.

David abrió la puerta y salió al exterior.

—Ah. No hace falta, puedo volver en el metro.

Cerró la puerta y sonrió a su chófer. Hacía fresco y el viento estaba revuelto, le agitaba el cabello y le despeinaba. Oscar se inclinó un poco hacia la ventanilla de la puerta del copiloto, que seguía abierta.

—Si voy para el barrio, no me cuesta nada esperarte. Además, así me debes dos.

David se lo pensó un momento. “Demasiado amable. Pero tiene la mirada limpia”.

—De acuerdo. Te lo pagaré en cervezas. Ahora salgo.

—Sin prisa. No me voy a ir sin ti.

Aquella declaración le resultó reconfortante por algún motivo. Le saludó con la mano y empezó a subir los escalones uno tras otro.


. . .


23 de Abril —David

La parte positiva fue que no tuvo que hacer cola. La negativa, que el personal de secretaría ya no contaba con tener que tramitar ninguna preinscripción a aquellas horas y le insistieron de diversas formas, sutiles, descaradas y boicoteadoras, para que volviera otro día. David no tenía paciencia para aquellas mierdas.

—No puedo venir por las mañanas—insistía—. Estoy trabajando y además vivo lejos.

—Es que aquí hay un horario—le dijo una mujer de pelo rizado con gafas de pasta. Era una zorra estirada que seguro que llevaba meses sin follar. —Las preinscripciones son de ocho a diez. Ahora no podemos tramitarte nada, ¿entiendes?

—No, no entiendo.—David plantó la mano sobre la mesa.—Lo he traído todo, no falta ningún papel. ¿Tanto le cuesta? Por favor.—Esto último lo añadió a regañadientes. Y se arrepintió enseguida. La guarra gafapasta alzó la barbilla y él percibió el brillito de satisfacción en su mirada al verle suplicar.

—El horario es de ocho a diez. Lo siento pero no puedo hacer nada.

David entrecerró los ojos y se tragó las ganas de darle un puñetazo en la nariz a la desgraciada. El plazo para las preinscripciones terminaba a la mañana del día siguiente y no podía faltar al trabajo. “Aunque tendré que hacerlo”, pensó, mientras salía de la oficina, mostrando el dedo corazón a la tía. “Es eso o me quedo sin la oportunidad de mi vida. No quiero esperar otro año. No voy a esperar otro año.”

—¡Y encima eso! Qué barbaridad.

Sonrió al escuchar cómo se escandalizaba la maruja. Luego empezó a meter la documentación rechazada a empujones dentro de la mochila, que le colgaba de un brazo. Echó a andar hacia el pasillo para mirar las listas de plazas antes de irse.

—Será perra la tía…

Dobló el recodo. Entonces se tropezó con el tipo. Como llevaba la cabeza gacha, se dio de frente contra su cuerpo. Se golpeó el pie con una de las botas negras que había visto demasiado tarde, se tambaleó hacia el lado y el peso de la mochila le desestabilizó. Una mano le sostuvo por el brazo mientras sus pertenencias caían al suelo. Los papeles se desparramaron sobre las baldosas con un sonido semejante al estallido de un globo de agua.

Los segundos se congelaron. Los sentidos de David se agudizaron al sentir el contacto en su brazo, el olor a sándalo y madera y una vibración extraña y familiar.

“Dios”

Se le hizo un nudo en la garganta. Se olvidó de respirar, con la mirada fija en las botas negras. Su voluntad se debatía entre el miedo y la necesidad de levantar los ojos hacia su rostro.

“Me va a doler”. Ya lo sabía. Pero aun así, no podía resistir el impulso. Era más poderoso que cualquier cosa en el mundo.

Los dedos soltaron su brazo y David aprovechó para agacharse a recoger sus cosas. Arrugó los pliegos con las manos al meterlos a puñados dentro de la bolsa. Cerró la cremallera y se irguió. Solo entonces le miró.

Y le dolió, mucho. Tanto como imaginaba que lo haría.


. . .


23 de Abril —Gabriel

Esta vez no era una alucinación. Tampoco un sueño.

Los ojos verdes estaban ahí. Brillando como estrellas, estrellas verdes. “O caramelos de menta”, se recordó. Estaba tan cansado, tan desgarrado, que al verle deseó estrecharle entre los brazos y quedarse así para siempre. Abrazándole. Consolándose. Pero en vez de eso, hizo lo que se esperaba de una interacción civilizada y correcta. Se alejó un paso de él y le dijo las palabras más utilizadas de todo el repertorio del lenguaje.

—Hola, David.

Los ojos verdes parecían dos cristales tintados, quebrados por dentro a causa de una emoción encontrada. Él se apartó el cabello del rostro con dedos suaves y gráciles. Sintió el deseo espontáneo de cogerle la mano y besarle las yemas de los dedos. David se colgó la mochila al hombro.

—Hola. —Su voz, de nuevo. La había echado de menos. En el silencio quiso recorrer con la mirada sus mejillas, su boca, su cuello, su ropa, su pelo. Duró lo suficiente como para que pudiera hacerlo. Luego se rompió. —¿Cómo te va?

“Está siendo una de las peores épocas de mi vida. Creo que me he vuelto loco del todo. Ocurren cosas dentro de mi, emociones que no puedo administrar ni controlar, de modo que me he abandonado a este estado de demencia si es que es eso lo que es. Al menos me da un respiro cuando vengo a clase, así que no he perdido el trabajo. Pero me daría igual perderlo todo ahora que ya te he perdido a ti. Te echo de menos. Te quiero y no sé como hacer que mis palabras y mis actos lo demuestren, no sé como hacer que lo entiendas. Así que mal, David. Me va de puta pena.”

—Bien, como siempre. ¿Y tú?

David esbozó una media sonrisa nada convencida.

—Mejor de lo que esperaba.

—Me alegro—asintió con la cabeza. Luego se hizo a un lado, cediéndole el paso.

Dolía en alguna parte, su voz, su presencia y su imagen. Dolía dentro, como una astilla clavada.

Ojalá se marchara rápido. Ojalá se quedara para siempre.


. . .


23 de Abril —David

La primera vez que David le había visto estaba drogado, al borde de una sobredosis. Había visto su cabello castaño claro, sus ojos azules, brillantes, cálidos y llenos de ternura. Su rostro cincelado vuelto hacia él. Entonces había confundido aquella imagen con algo sobrenatural, con el ángel que siempre había estado esperando y que nunca había respondido a sus plegarias. Entonces había pensado que iba a llevárselo en brazos, a sacarle de aquella mierda de vida, de aquella mierda de ciudad. Entonces se había sentido seguro.

Ahora, Gabriel seguía pareciéndose a esa imagen celestial y alucinógena que se había hecho de él en su primer encuentro pero tenía más matices; matices amargos y dulces, profundos como savia de árbol viejo, que David podía atribuirle gracias al tiempo compartido. Le había conocido, y sabía que no era un ángel. Al menos, no del todo. Sabía que Gabriel también tenía sus miserias, y en aquel momento, mientras le miraba en el pasillo de la facultad, encontró huellas de esas miserias en su rostro. Su expresión era distante, lejana. Se le habían marcado algunas arrugas bajo los ojos y parecía cansado. Y su mirada estaba apagada.

—Me alegro.

Su voz grave y suave dolía en alguna parte. Su voz, su presencia y su imagen. Dolían tanto como sabía que lo harían. “Deberíamos estar besándonos, y no diciendo frases hechas y palabras sin significado. Deberíamos estar abrazándonos. Debería decirte que te quiero, y tú, tú deberías quererme, maldito seas.”

Gabriel se hizo a un lado para dejarle pasar y volvió la mirada nostálgica hacia la puerta. David sintió un pánico atroz y su mente empezó a bullir, buscando la forma de prolongar ese encuentro casual, absurdo, completamente… mal hecho. Nada era como tenía que ser.

—En septiembre empiezo a estudiar aquí—dijo, algo atropelladamente—. Literatura.

Gabriel volvió a mirarle. Sus ojos se encendieron un poco y esbozó una sonrisa muy leve, pero sonrisa al fin y al cabo.

—¿En serio? Eso está bien, chico. Felicidades.

—Gracias—le devolvió la sonrisa. Todo era demasiado raro. Le hacía daño y le consolaba al mismo tiempo. Tenía ganas de llorar a causa del patético estado de las cosas. Ahí de pie, hablando de algo que de repente no le parecía en absoluto importante, llenando los silencios con información, con palabras que no eran las que deberían estar siendo dichas, escondiendo verdades que no se podían esconder, dando vueltas en círculos de forma ridícula y absurda. ¿Esto era la comunicación humana? Probablemente sí. —Bueno, aún tengo que pasar la prueba de acceso y ni siquiera he podido presentar la preinscripción para asegurarme plaza. He venido a traerla ahora, pero esa gorda de Secretaría dice que el horario es de ocho a diez.

Gabriel soltó una risilla leve, un poco amarga. Se metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y asintió.

—Sí. Es de ocho a diez.

—Pues estoy jodido.—Se rascó la nariz.— En fin, diré que me he puesto malo y faltaré al curro.

El profesor frunció un poco el ceño. Luego miró alrededor como si quisiera cerciorarse de que estaban solos. Lo estaban. A aquellas horas, ya no había casi nadie en la facultad y los alumnos que salían de clase lo hacían por el pasillo central, no tenían que pasar por aquel corredor adyacente.

—Te los puedo presentar yo. Así no tienes que faltar al trabajo.

David le miró con inseguridad. El corazón le latía en la garganta. Gabriel encogió un hombro. “Sólo es un favor”, parecía querer decir. Cualquiera lo haría. No es nada especial.

—Pues…—dudó y casi se atragantó con la saliva.

—Tu sólo pon las firmas, mañana te lo hago a primera hora y ya no tienes que preocuparte.

David negó con la cabeza, finalmente. Él quería convencerle. Quería hacerle un favor. Se sentiría culpable, en deuda, o algo así. “No. No. No voy a usar estas excusas de mierda. No me gusta jugar a esto. No quiero jugar a esto. A deber favores, no.”

—No, en serio, no es necesario. Pido el día y ya está.

Gabriel pareció algo decepcionado pero asintió.

—Vale, como quieras.

—Me voy, que me están esperando—dijo David. Se lo estaba recordando a sí mismo. Se dio la vuelta, incapaz de soportar por más tiempo sus ojos, su rostro, su olor. Dolía demasiado. Tanto como sabía que lo haría. —Me alegro de verte, profe.

Comenzó a caminar hacia la salida. Cada paso era pesado, parecía hollarle dentro. Sentía ganas de llorar. Y se sentía un idiota por ello. Solo llegó a dar cinco pasos.

—¿Quieres tomar un café?


. . .


23 de Abril —Gabriel

No podía dejar que se fuera. No podía dejar que se fuera así. Le costaba creer que hubiera sido capaz de decir algo para retenerle, aunque fuera, una vez más, una frase superficial y vacía. Pero si servía para hacer que sus pies se detuvieran estaba dispuesto a decir cualquier estupidez.

Y sus pies se detuvieron.


. . .


23 de Abril —David

El latido del cuello se le disparó. Tragó saliva y se mordió el labio. “¿Por qué ahora? ¿Por qué tengo miedo? ¿Por qué voy a decirle que no?”

—Me están esperando.

Hubo un silencio.

—Claro. Quizá en otra ocasión, entonces.

Gabriel no parecía afectado. David se dio la vuelta y asintió, esbozando una breve sonrisa.

—En otra ocasión, sí.—Iba a girarse otra vez, hizo un gesto breve con la mano y entonces recordó algo.—Ah, dale recuerdos a Ariadna de mi parte. ¿Qué tal sigue?

Le vio asentir con la cabeza y apartar la vista. Fue algo indefinido, una sombra fugaz, el modo en que le vio apretar la mandíbula y un brillo inesperado en sus ojos azules, lo que le hizo comprender. La angustia se estremeció en su interior. Claro que eran todo mentiras. Ni estaba bien él, ni Ariadna lo estaba, ni… ¿Acaso no se había dado cuenta siempre de lo bueno que era Gabriel ocultando las emociones, acaso no le conocía bien, mejor de lo que ambos comprendían? Alarmado, dio tres pasos hacia él, desandando lo andado. Alzó la barbilla, clavándole los ojos, inmisericorde.

—¿Cómo está Ariadna?

—Muerta. Está muerta. —Lo escupió a regañadientes, con brusquedad, como si le hubieran sonsacado la información en un interrogatorio. Volvió a mirarle, los ojos azules hirviendo y en llamas. A David le alivió, aunque sabía que el profesor estaba sufriendo. Pensó que a él también le aliviaba, aunque no lo supiera.—Muerta y enterrada.

—Lo siento.

Dio otros dos pasos y volvió a quedar frente a él.

—Gracias. No te preocupes, son cosas que pasan.

Gabriel se sacudió algo invisible del abrigo. No parecía molesto ahora, por el contrario se le veía más relajado. Llevaba el mismo abrigo de paño que usaba en invierno.

—Eso suena a frase hecha—replicó David, ladeando la cabeza.

El profesor se rió de nuevo, con esa risa sin humor, amarga como un grano de café. “¿Tendrá azúcar en sus armarios, o habrán vuelto a quedarse vacíos? ¿Seguirá fumando a veces, usando las latas vacías de cerveza y cocacola como cenicero? ¿Seguirá tocando el piano por las noches, haciendo llover estrellas?”

—Como todo lo que nos hemos dicho hoy, ¿no?

“Sigue leyéndome la mente a veces. Al menos, eso.” No pudo evitar una sonrisa leve, también ausente de humor.

—La verdad es que sí. —Una oleada de melancolía le golpeó con fuerza por dentro. Fue como un bálsamo: el dolor se convirtió en algo más suave, agridulce, parecido al otoño. Le miró a los ojos. —Sabes, creo que me tomaré ese café. Si sigue en pie.

Gabriel asintió.

—Claro que sigue en pie.

—Dame un momento, entonces. Tengo que avisar a mi amigo.


. . .


23 de Abril — Gabriel

Y le vio marcharse, camino a la puerta de nuevo, a avisar a su amigo. Su amigo. En aquel momento, el que David pudiera estar con alguien no era lo que ocupaba sus pensamientos, pero sabía que después, cuando se fuera a casa no dejaría de darle vueltas a eso. A eso y a lo de Ariadna. De nuevo se sintió desgarrarse, pero se obligó a aguantar sus propios pedazos. “Ahora no”.

Solo quería estar con él. Arañar algunos minutos, quizá un par de horas en su compañía. La presencia de David dolía, pero también era un consuelo.

Claro que era un consuelo. ¿Cuándo no lo había sido?


. . .


23 de Abril — David

Cuando llegó al coche de Oscar, aún le temblaban las rodillas. Golpeó el cristal, sintiéndose un poco cabrón. El chico bajó la ventanilla y le observó, alzando las cejas.

—¿Todo bien? Estás pálido.

—¿Ah sí?—se tocó la cara nerviosamente.—Ah, no es nada. Es que he tenido bronca con la imbécil de administración.

—Vaya.

No le abrió la puerta. Se quedó mirándole, como si supiera que tenía algo que decirle. David tragó saliva y compuso un gesto de asco, más hacia sí mismo que hacia él.

—Oye, te voy a deber tres. Gracias por esperarme pero me he encontrado con un amigo y me voy a quedar a tomar un café con él.

Oscar sonrió y asintió, sin darle importancia alguna. Para David, su actitud supuso un alivio inmediato.

—Claro, no te preocupes. Nos vemos mañana, o pasado.

El pelirrojo arrancó, encendiéndose un cigarrillo con el mechero azul. El turismo se perdió en la neblina espesa de la ciudad, bajo las luces de los semáforos y aquel extraño clima que de pronto había vuelto a traer el invierno sin avisar. Miró hacia atrás. El profesor estaba en las escaleras de la facultad, mirando hacia otra parte. Parecía tranquilo, en su mundo, un poco ensimismado.

Mientras caminaba hacia él, dando la espalda a la calle por la que había desaparecido el coche de Oscar se dio cuenta de por qué le había resultado desde el principio tan simpático y tan encantador el pelirrojo narcoléptico. Meneó la cabeza, sonriendo a medias con amargura ante el descubrimiento. Cuando llegó junto al profesor se cruzó de brazos, mirándole con exigencia.

—Bueno, ¿dónde me vas a llevar?

Gabriel parpadeó, como si le hubiera sacado de una ensoñación. Hizo un gesto de indiferencia.

—Donde quieras. Hay un par de sitios por aquí que…

—De eso nada—le cortó él—. Tú invitas, tú eliges. Y date prisa, que hace frío.

Gabriel arqueó la ceja, sorprendido por su vehemencia.

—Empezamos bien—murmuró, empezando a andar hacia el cruce.

David le siguió, reprimiendo una sonrisa suave. Le miró de reojo mientras se dirigían a su destino, una pequeña cafetería con faroles amarillos en la puerta.

No, bien pensado, Oscar no se le parecía tanto.


. . .

©Hendelie




10 comentarios:

  1. OMG!!!! ame ese reencuentro.

    Las adoro nenas, gracias!!!!

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  2. oh dios!!!!!!!!!!!!! la amargura con la que termine de leer el 25 se me torno en esperanza con este capi,es que el anterior con estos dos ( oscar y eric ) no me siento comoda, me dan mala espina, pero en fin....que gabriel no la vaya a volver a cagar por dios !!!!!
    estoy con una risa estupida....tal vez que retomen una conversación a medias seria mucho pedir????, ahhhhh pobre gabriel, lo que mas duele es no saber como ha estado durante ese mes largo sin David, despues del entierro de Ariadna....en fin, gracias por alegrarme la tarde...un abrazo....
    lucero.

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  3. Que nerviosa me tenia este reencuentro.... ya me parecia que se alejarian nuevamente.. pero como siempre es David quien da el primer paso y me alegra muchisimo que asi fuera..... Gabriel, Gabriel tan misterioso e introvertido porque le cuesta tanto a este bello hombre mostrar sus emociones a que le teme te juro que me tiene fascinada e intrigada el profe me encanta...como la historia en si...
    Me alegra muchisimo que hayas actualizado te extrañe mucho y feliz que nos regales este reencuentro...
    besos
    Vangelis

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  4. Si, la verdad es que ya estábamos todos deseando volver a verles juntos, jajajaja. Vosotros, nosotras, y sobre todo ellos. Me alegro de que os haya gustado el capi, espero que el siguiente os guste todavía más. Los reencuentros nunca son fáciles ^__^ (sembrando la duda, mira que soy malvada)

    Nos vemos pronto, gracias por todo querid@s.

    <3

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  5. Wiiiiii me gussshhhtaaaa *-* Tonto Gabriel dile cosas y ya, ¡si sigues remprimiéndote os volveréis a enfadar! Por cierto, ¡me conocéis! jajaja YO estudio Literatura en la uni ñeñeñe Primero me matáis y luego esto jijiji Siempre estoy presente (H) jaja

    Oscar me gusta mucho, pero Eric no me desagrada no veo que sea tan mal chico :S ¿Habrá puntos de vista de estos dos personajes?

    Hasta el próximo cap!! :D

    byee

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  6. Genial <3 ya vería yo que su encuentro sería de un hola-chao y por suerte no fue así. Admito mi emoción cuando David preguntó por Ariadna D: me dio una enorme tristeza su muerte y pobre de Gabriel que tuvo que pasar su duelo en soledad D:! Es la primera vez que comento y pues quería felicitar por tan linda historia <3 Adiós.

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  7. Gracias GodConi!!! Qué bien que te guste la historia :D

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  8. Aaaaaaah por fin se encuentran ,en el momento que David se da cuenta que choco con Gabriel y no quiere mirarlo, por miedo; pero quiere mirarlo en ese momento me quiebro,quien no ha pasado por eso.
    gracias por escribir esta historia ,me encanta,es tan bella ,tantriste ,tan misteriosa....

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  9. Ay esos momentos de encuentros inesperados... si, a todos nos ha pasado alguna vez, verdad?

    ¡Un abrazo! Gracias por el comentario :3

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  10. VAYA , POR FIN !!!!!

    Estaba deseando que este par de zoquetes orgullosos se reencontrasen de nuevo , Mira que me lo estan haciendo pasar mal... es increible como te encariñas de estos personajes , tan humanos que en ocasiones te ves representada en ellos .

    Gracias por el capi , espero que estos dos se arreglen pronto , al menos el primer paso ya está dado

    Un abrazote

    Judith

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