8 de Agosto — David
—Me costó acostumbrarme.
Ruth mueve el café con la cucharilla, mirándole con gesto de
curiosidad.
—¿Te parece raro? —pregunta David, encogiéndose de hombros—.
Pues me costó.
La chica ríe suavemente.
—Supongo que a algunos nos cuesta acostumbrarnos a lo bueno
—dice ella.
El Namaste está empezando a llenarse. Faltan unos minutos
para las seis de la tarde y la llegada del verano ha hecho salir de sus
refugios a un número aún mayor de esos especimenes que David tanto detestaba
antes: chicos con gafas de pasta, bigotitos absurdos y cortes de pelo modernos.
Chicas con iPad, iPhone y faldas de colores supuestamente compradas en el
mercadillo. Antes le daban asco. Los odiaba, con esa gratuidad con la que se
odia a los que se esfuerzan por ser diferentes y molar. Ahora les mira y le dan lástima. Se los imagina al
otro lado, deambulando con harapos, mirando al vacío. Seguramente lleven en la
mano un trozo de cartón podrido y tecleen sobre él. Seguramente estén siendo
acechados por los monstruos. Ya no puede odiarles.
—A nosotros también se nos ha hecho un poco extraño todo
esto. Y te echamos de menos, David.
El chico fija la vista en los ojos oscuros de su amiga.
Alarga la mano repentinamente para ponerla sobre la suya en un acceso de
afecto. Ella le estrecha los dedos, bajando la cabeza hacia su taza de capuccino. No están bebiendo nada. Ambos lo saben. Pero no
deja de tener encanto esta ilusión, este hechizo… el sueño de estar ahí, en un
lugar habitable, normal, tranquilo, donde pueden hablar sin miedo. Quizá el
Namaste no sea un lugar seguro al otro lado, pero Gabriel está en la puerta. En
el mundo real y en la ilusión. En los dos sitios a la vez, vigilando, velando
por ellos. La sombra de su abrigo oscuro tras los cristales del local es una
garantía de salvaguardia.
—¿Os parece bueno? Formar parte de eso. De los desvelados.
Ruth sonríe con picardía al escuchar el nombre. Así es como
llaman a los que están despiertos al otro lado. Los desvelados.
—Sabíamos que era una elección difícil —dice la chica—. Pero
la verdad es que todos están muy decididos y cuando les miras, quieres ser como
ellos, quieres… ya sabes, hacer algo. Lo
que sea. Sí, supongo que nos parece bueno.
David asiente, echando otro vistazo alrededor.
—Entiendo. ¿Y Nice y Samuel?
Ruth ensancha su sonrisa.
—Berenice está encantada. Su instrucción avanza muy rápido.
Samuel le ha enseñado a disparar y ahora está aprendiendo a manejar bates y
palos de hockey.
—No me imagino a Samuel convertido en patrullero de la
Resistencia.
—En realidad aún no lo es. No lo somos —se corrige Ruth—.
Aún nos queda una semana de entrenamiento.
David la mira. Ella sigue siendo su vínculo más fuerte con
el mundo real, aunque ahora el mundo real sea tan distinto a como siempre había
creído. Su mejor amiga, su ancla, casi parte de su alma. Ella sigue pintándose
los ojos y las uñas de negro, tiñéndose el cabello. O al menos, así es como se
presenta su imagen en la ilusión. Parece que no ha cambiado nada. Sin embargo,
David puede ver el poso de tristeza, de miedo, que persiste en su mirada
oscura. Está ahí desde el día en que todos despertaron.
Sabe que ella tiene miedo. Sabe que está angustiada. Y no
sabe cómo consolarla.
—Yo también estaba asustado al principio con todo esto
—dice, impulsivamente—. Me costó mucho asumirlo todo… y esos jodidos bichos son
algo impensable. Es una mierda, una locura. No podíamos esperarlo de ningún
modo. Pero ya verás como todo va bien, Ruth. Ahora irá todo bien.
Ella le mira, con algo de pena. Como si él le pareciera
demasiado inocente.
—Tú tienes a Gabriel —le dice.
David no puede evitar sentirse un poco culpable.
—Pero vosotros os tenéis unos a otros. Y también nos tenéis
a nosotros.
—Eso está por ver. —David aprieta los labios. La vehemencia
y la acidez de las palabras de Ruth le pillan por sorpresa. La chica alza el
rostro y tuerce los labios en un gesto amargo. —Perdona. No dudo de ti, David,
pero… los Vigilantes tienen sus propios intereses en todo esto, y aunque tienen
que ver con los nuestros, no son exactamente los mismos. Nosotros no los
comprendemos. Ocultan muchas cosas.
El chico suspira. Empieza a darse cuenta de cuánto les ha
afectado el despertar. Ahora, ambos pertenecen a dos lugares diferentes. Son
diferentes. Y esa diferencia parece crear una suerte de distancia entre los
dos.
—Los Vigilantes ven todo esto de una forma más global, Ruth.
Tienes que pensar que, tal vez, lo que nosotros creemos que sería bueno puede
no serlo tanto. Ellos saben más.
—¿Y por qué no lo dicen?
—No lo sé. Yo soy nuevo en todo esto y a mí tampoco me dicen
gran cosa. Ni siquiera nos han explicado lo que ocurrió.
—¿Entonces cómo piensas explicármelo tú?
—Porque yo estaba allí. Porque sé lo que vi. Y porque creo
firmemente que esto es el principio de algo. Algo nuevo, algo que va a ocurrir
o… algo —menea la cabeza—. No sé.
Ruth se le queda mirando de nuevo, con extrañeza. Luego lame
la cucharilla plateada.
—Has cambiado mucho.
—¿Tu crees?
—Eso creo. —Ella sonríe a medias. —A mejor.
—Como te he dicho antes, me ha costado. —David echa un
vistazo al exterior, para asegurarse de que la sombra de su Guardián sigue ahí.
Ruth sigue su mirada—. Es difícil de explicar, pero no podía encontrarle
sentido a nada sin él, y ahora tiene sentido que no se lo encontrara. Ahora, es
como si todo se hubiera puesto en su lugar.
»Recuerdo que alguna vez te hablé de esto, de cómo me
afectaba el profe, de esa sensación tan adolescente, y tonta, y dramática de no
poder vivir sin él. Pues… quizá no era adolescente, ni tonta, ni dramática.
Ninguno de los dos tiene sentido sin el otro. Puede parecer opresivo, el saber
que uno no es independiente en absoluto, pero esta dependencia es lo mejor que
me ha pasado nunca.
Ruth dulcifica la mirada. Sonríe con calidez. David
carraspea, tratando de enmascarar la emoción. Siempre se siente un poco bobo al
hablar de estas cosas.
—Y vivir en ese sitio, en el Aaru, es la hostia —añade—. Un
barrio pijo. Bueno, no tanto, pero para mi lo es. Aún no he conocido a mucha
gente, pero en general parecen majos. Hay una chica, Xian, que es una awen, como yo, y me ha enseñado algunas cosas que puedo
hacer.
—¿Ah, sí? —la muchacha se echa un poco hacia delante. Le
mira, interesada—. ¿Como qué? Tengo curiosidad por saber dónde estriba el gran
misterio de los awen.
David se ríe entre dientes, mirando en derredor una vez más.
Haber despertado le ha vuelto un poco paranoico.
—No puedo decírtelo. Resulta que parte del gran misterio es
que sus… nuestros… nuestras capacidades especiales tienen que mantenerse en
secreto para que sigan funcionando bien.
—¿Cómo? —Ruth chasquea la lengua, decepcionada. David se
encoge de hombros—. Vaya una estafa, tío. Eso no es jugar limpio.
La chica le tira una servilleta de papel arrugada a modo de
broma y David detiene su ataque con la palma de la mano, riendo entre dientes.
—No es culpa mía. En serio. Me han hecho jurar que no diré
nada.
—¿Y sobre lo otro? Sobre lo que ocurrió.
Ruth se pone seria.
David tuerce el gesto. Se mantiene ocupado un momento,
doblando una servilleta de papel mientras busca las palabras adecuadas.
—Lo que ocurrió… no estamos muy seguros de lo que pasó ahí
afuera. Quiero decir que no sé como lo vivisteis los demás, y si te digo la
verdad, tampoco estoy muy seguro de cómo lo vivimos nosotros. Así que empezaré
desde el principio.
—Será lo mejor —le apoya Ruth, con la vista fija en él.
David mira hacia fuera. Busca la sombra oscura del abrigo
una vez más, de forma casi compulsiva. Ahí está. Gabriel aguarda en el
exterior, con expresión tranquila, escrutando a un lado y a otro con sus ojos
azules y profundos. En el local reina un ambiente apacible: pequeños grupos se
sientan en las mesillas de madera y mármol y piden refrescos con hielo para
combatir el calor. Ninguno parece prestar la menor atención al hombre que monta
guardia en la puerta, vestido con un abrigo negro en pleno verano. Tampoco les
prestan atención a ellos. Rara vez los ojos se detienen en esa anodina pareja,
un chico con el flequillo demasiado largo y una chica vestida de morado y
negro. No tienen nada de especial. La memoria se encarga de borrarles
rápidamente, exactamente como los detalles de un sueño que se diluyen al
despertar, igual que una gota de leche en el café. De la misma manera, sus palabras
susurradas no atraen la atención de ninguno de los que allí se encuentran,
aunque si alguno se esforzara en escucharles se dará cuenta de que no les puede
oír.
David toma aire, mientras un pequeño peso toma forma sobre
su corazón. Un nudo de angustia, diminuto, que se cierra lentamente al pensar
en la gente que les rodea. Luego les aparta de su mente a la fuerza y empieza a
hablar.
—Fue hace dos semanas, bueno, ya lo sabes. Hacía unos días
que Gabriel no dejaba de darle vueltas al tema de Ariadna y de los gemelos, del
papel que ambos podían tener en todo esto. Él tenía muchas preguntas sin
resolver, y lo cierto es que aún las tenemos. Durante esos días, él no dejaba
de preguntarse por qué los gemelos eran un objetivo de la Organización, cómo
habían conseguido acabar con ellos en el Aaru, por qué le habían encargado a él
su custodia, todas esas cosas. —Ruth asintió, frunciendo un poco el ceño. David
le había hablado anteriormente de Gabriel y los gemelos—. También se preguntaba
qué había querido Ariadna de él. En sus últimos momentos, ella le dijo que
había esperanza para todos nosotros y que ojalá hubieran tenido más tiempo.
Gabriel creía que ella sabía algo de todo esto.
—Sobre el despertar. Sobre la ilusión y la realidad. ¿Te
refieres a eso?
—Sí. Ella no era como los demás. Era una niña muy especial.
Yo la conocí y ahora, cuando la recuerdo, me parece verla resplandecer, como si
estuviera hecha de luz… una luz que se apagaba. Pero no hablo en sentido
figurado. Mis recuerdos son así.
—Entiendo. Sigue.
—Él había guardado una partitura de aquellos dos gemelos.
Era música para piano. La conservó y trató de terminarla. Ariadna siempre le
animaba a completarla, aunque nunca supimos por qué. Ella le hizo jurar que la
acabaría, y finalmente, lo consiguió. Lo curioso es que Gabriel pasó al otro
lado cuando estaba tocando esa pieza, el mismo día que fue capaz de terminarla
entera… el mismo día que nosotros cruzamos la puerta con Eric y Oscar, creo.
—¿Fue simultáneo?
—No estoy seguro. En todo caso, lo importante es que Gabriel
quería saber cuál era el vínculo, en qué estaba relacionado todo eso. Él es muy
analítico, ya sabes, pero yo tenía la intuición, siempre la he tenido, de que
todo lo que nos está sucediendo es algo predestinado. No puede ser simple casualidad.
Tiene que haber una conexión en todo esto. De manera que decidimos ir al
hospital, al lugar donde Ariadna vivió y murió, para ver si quedaba allí algo
que pudiera darnos alguna pista.
. . .
El armario estaba ordenado por colores. No era difícil. Casi
toda la ropa que había en el interior era oscura. Gabriel, de pie delante de
las dos puertas abiertas, se colocaba el nuevo uniforme que le habían entregado
sus instructores. David le miraba, sentado en la cama, despeinado y con las
sábanas enredadas en la cintura. Observaba la espalda bruñida, los músculos
bien contorneados y el reflejo de la suave luz de la lamparilla en el cristal
del espejo. El guardián tenía la piel mojada y olía a jabón. Había dejado un
rastro de huellas húmedas desde el cuarto de baño hasta la habitación que ambos
compartían.
David podía sentir cada una de esas huellas. Emanaban
algo, alguna clase de energía vibratoria que percibía claramente. Era una de
las cosas que estaba aprendiendo últimamente, a localizar a su guardián, a rastrear
su pista en la ciudad, en las emanaciones espirituales y energéticas que su
presencia dejaba en los lugares. Al estar cerca de algún lugar por el que él
había pasado, era como si su interior resonase en la misma frecuencia.
—¿Va todo bien? —preguntó, mirando el reflejo del
profesor a través del cristal.
Gabriel llevaba varios días silencioso y taciturno. David
sabía cual era el motivo. No
habían hablado de ello, pero le veía a menudo contemplando la partitura
terminada, sentado delante de la mesa y rozando el tablero con los dedos como
si estuviera tocando el piano, perdido en sus pensamientos. Otras veces,
jugueteaba entre los dedos con la pelota de goma de color amarillo que guardaba
en el bolsillo del abrigo, mirándola con una profunda interrogación en la
mirada. David le observaba en silencio, sin decir nada al respecto, aguardando
a que él diera el primer paso. Luego comprendió que aquello no sucedería. Por
eso, aquel día, después de hacer el amor durante horas y antes de que Gabriel
se marchara a entrenar, lo dio él.
El profesor le miró a través del reflejo y alzó la ceja.
—Claro. ¿Por qué lo dices? —se volvió hacia él,
ajustándose las muñequeras de cuero.
David se mordió el labio y le tendió la mano,
reclamándole. Gabriel se acercó a la cama y se sentó en el borde, rodeándole
con un brazo. Deslizó la otra mano entre su pelo y enmarcó su rostro con los
dedos grandes y cálidos, mirándole a los ojos.
—Llevas unos días muy pensativo —murmuró, apoyando la
cabeza en su hombro. Luego empezó a abrocharle las correas de cuero que le
cerraban los protectores del torso. La prenda era como una suerte de chaqueta
de motorista sin mangas, con placas duras en los pectorales y los abdominales—.
Ahora que estamos juntos, aquí en el Aaru, muchas cosas vuelven a tener sentido
y hay otras que aún siguen siendo un misterio. Sé que algunos de esos misterios
son agradables, como una especie de magia que no necesita ser resuelta… pero
otros te inquietan, ¿verdad?
El guardián le miró de reojo. Las llamas de sus pupilas
se mitigaron, mostrando un resplandor opaco y cálido.
—Hay cosas que necesito saber —dijo, simplemente.
David asintió.
—Si quieres, podemos intentar descubrirlas juntos.
El profesor frunció el ceño y pareció pensárselo. David
aguardó, pacientemente. El camino que llevaba hasta Gabriel era largo y
tortuoso, y al final siempre podías encontrarte con una puerta cerrada. Pero a
David eso no le acobardaba. Le ayudó a ponerse la capa de lana sin mangas y a
cerrarse el cinturón. Luego, el guardián se cubrió el rostro con la caperuza.
Les habían advertido que no todo el mundo era capaz de soportar la visión de un
guardián, ni siquiera en el Aaru. David no entendía qué tenía de insoportable,
pero aun así, cumplían con las recomendaciones.
—Tú me das significado —dijo Gabriel, sencillamente—. No
debería necesitar nada más.
David apretó los labios con una sonrisa, abrazándole y
apretándose contra él con calidez. Cerró los ojos. El perfume almizclado de las
horas que habían compartido juntos entre las sábanas aún persistía en el
ambiente.
—No tienes que tratar de encajar tu vida en mí —murmuró,
con una nota de emoción en la voz—. No soy un marco rígido dentro del cual
tengas que contenerte. Yo puedo abarcar todo lo que forma parte de tu vida,
Gabriel, y filtrarme en ella. No tienes que esforzarte ni encorsetarte en nada,
nunca más. Si necesitas encontrar respuestas más allá de esta habitación,
hagámoslo.
—¿No quieres esperar un poco? —propuso Gabriel con
suavidad—. Hasta que te hayas acostumbrado más a todo esto.
—No —replicó el chico—. Yo estoy bien. Podemos ir cuando
quieras, donde quieras.
El guardián esbozó una media sonrisa y luego suspiró. Le
puso un dedo bajo la barbilla y le levantó el rostro para besarle. Al principio
era un beso suave, pero luego el profesor
hundió la lengua en su boca con un súbito arrebato tan apasionado como
sentido. David le rodeó el cuello con los brazos.
Agradecía aquellos momentos. Lo cierto es que desde que
habían llegado al Aaru no habían encontrado tanto tiempo para estar juntos como
hubieran deseado. Aunque al principio habían pensado tomárselo con calma, la
curiosidad y una cierta ansiedad por conocer mejor aquello que eran les llevó a
mantenerse ocupados gran parte del día. Gabriel pasaba varias horas entrenándose
con los guardianes, obsesionado con ser capaz de proteger a su awen como se
esperaba de él y no volver a fallarle nunca. David, aunque comprendía esa
necesidad, se encontraba entonces bastante solo, y como no le permitían asistir
a los entrenamientos de su guardián, empezó a frecuentar a la muchacha
oriental, Xian, lo cual le permitió a su vez aprender un poco más sobre su
propia naturaleza. No obstante, si le hubieran preguntado, él habría preferido
pasar más tiempo con Gabriel. En muchas ocasiones, al volver a casa, se
encontraba solo. Entonces subía a la terraza del edificio y dirigía la mirada
hacia la iglesia del Aaru, un edificio de arquitectura gótica con gran cantidad
de arbotantes. Allí, sobre los tejados y la torre del campanario, los
guardianes practicaban con sus espadas de alma. David se quedaba mirándoles
hasta que veía la figura de Gabriel aproximarse calle abajo, y entonces volvía
a casa y fingía que había estado leyendo, escribiendo o durmiendo.
—Vámonos ahora —susurró el profesor sobre sus labios al
apartarse del beso. Apoyó los dedos en sus mejillas—. Vámonos ahora, tú y yo.
Este lugar me gusta. Es seguro, y es limpio. Pero aquí no están todas las
respuestas, y yo… yo…
—Sí —le interrumpió, besándole de nuevo sobre la boca,
sobre las mejillas ásperas a causa de la barba incipiente—, sí. Hace mucho
tiempo que no salimos de este barrio. ¿No te echarán de menos los guardianes?
Gabriel se puso en pie y le lanzó sus vaqueros, que
estaban tirados en el suelo.
—Que ellos me echen de menos no es algo que me importe en
absoluto.
David se mordió el labio y desvió la mirada, reprimiendo
una sonrisa entusiasta. Luego se enfundó los vaqueros a toda prisa.
. . .
—No te recomiendo en absoluto visitar un sitio así en el
otro lado. Un hospital, quiero decir. Es horrible, te lo aseguro. Da mucho
miedo. Había durmientes deambulando con batas blancas, y estaba oscuro. De vez
en cuando se encendía alguna bombilla naranja y era aún peor, y olía a sangre,
a carne en descomposición y a alcohol. Encontramos a un durmiente operando al
cadáver agusanado de otro, mientras un satur roía uno de los brazos. Te aseguro
que nunca he visto nada igual.
»Gabriel puso todo el orden que pudo allí, aunque no todo el
que le hubiera gustado. Me dijo que sería mejor que no llamáramos demasiado la
atención, porque estaba notando a bichos muy grandes por los alrededores, y yo
también, la verdad. Así que preferimos no tentar a la suerte. Fuimos a la
habitación de Ariadna y lo encontramos todo revuelto, patas arriba. Se habían llevado
todas sus cosas, si es que alguna vez habían estado allí. Gabriel se puso hecho
un basilisco. Estaba rabioso. Pero luego tuvo una premonición y me arrastró
hacia una de las salas adyacentes, que estaba cerrada con llave. Echó la puerta
abajo y entramos.
»Allí había un… no era un durmiente. Estaba despierto, pero
no estaba en sus cabales. El hombre vestía una bata blanca y estaba
delgadísimo. La piel se le pegaba a los huesos del rostro y tenía un bisturí en
una mano y un gotero en la otra. Los empuñaba como armas, pero le temblaban las
manos. Gabriel se le acercó y le dijo que no tuviera miedo, pero el tipo estaba
muy mal, y Gabriel no es precisamente tranquilizador en el mundo real, con los
ojos llameantes y… bueno, ese aspecto que tiene allí. Así que hablé yo con él,
y lo cierto es que fue mejor.
»El pobre hombre había estado guardando allí todas las cosas
de valor para que no se las llevaran las pesadillas, pero esos cabrones no
dejaban de golpear su puerta y de asediarle desde las ventanas. Había una de
esas arañas gigantes pegadas a una cristalera, que salió huyendo en cuanto vio
a Gabriel. El hombre se calmó al fin y le pedimos las cosas de Ariadna. Nos
entregó varios botes con pelotas de goma, sus pelucas de Madonna, el
radiocasette que ella tenía en su habitación y un par de libros de cuentos.
»Y ahora viene lo extraño. En el radiocasette había una
cinta, y el botón de grabación aún estaba hundido. Yo notaba que eso era muy
raro, pero Gabriel estaba mirando las pelotitas de goma y totalmente en su
mundo, supongo que recordando a Ariadna. Así que no le dije nada. Así que nos
fuimos, con las cosas de la niña, rumbo al centro de la ciudad. Por suerte
fuimos en moto, porque en cuanto nos largamos de allí, empezaron a acudir toda
clase de bichos, y bastante cabreados. También llegaron algunos coches negros,
muy nuevos, derrapando en las curvas de lo mucho que estaban pisando, los
cabrones.
—¿Os perseguían? —pregunta Ruth. Es la primera vez que
interrumpe, y le mira con expresión absorta y preocupada.
—Creo que al principio iban al hospital. Pero cuando nos
vieron salir a toda hostia de allí, algunos tíos de traje salieron corriendo
como si quisieran que parásemos, y luego…
—¿De traje? ¿Eran de los Vigilantes o…?
—No. Esos eran de los chungos. Nunca he visto a nadie en los
Vigilantes con los ojos tan negros. Estos tíos tenían los ojos negros por
dentro, como si estuvieran llenos de tinta, o de petróleo.
Ruth hace una mueca de desagrado. David prosigue, intentando
no pensar demasiado en aquellos tipos. No quiere que Ruth se de cuenta del
miedo que le dan.
—Gabriel me dijo que íbamos a subir a la torre de la
compañía telefónica. La había elegido con Ariadna hacía un año para arrojar
esas pelotas de goma; era una ilusión que ella tenía, llenar la ciudad de
pelotitas de goma de colores rebotando aquí y allá. No me preguntes por qué. De
modo que cuando llegamos, dejamos la moto y subimos al terrado con los botes de
plástico, con sus cuentos y la vieja radio
. . .
El guardián estaba furioso. David podía sentirlo en el
aire que le rodeaba. Vibraba con rabia, como sacudido por ondas
electromagnéticas que parecían soltar chispazos, mientras subía las escaleras
de rejilla oxidada a buen paso. Al chico le empezaba a costar seguirle el
ritmo, pero aunque jadeaba a causa del esfuerzo y empezaba a sentir un pinchazo
en el costado, no se detuvo. Llevaban quince pisos. Aún les faltaba la mitad. Y
afuera, perceptibles en alguna parte de su instinto, como puntos negros y fríos
en un radar, las pesadillas se arremolinaban. Habían entrado en su territorio,
un guardián y un awen. Era demasiado tentador como para dejarlo pasar, pero
seguramente no era sólo el hambre lo que les movía. «Nadie se mete en la boca
del lobo sin ningún motivo», pensó David con una mezcla de emoción salvaje y
pánico. «Salvo nosotros, claro. Nosotros hemos venido a tirar unas pelotas de
goma porque era el último deseo de una moribunda.»
—Estamos locos —dijo entre resuellos.
Gabriel ni siquiera miró hacia atrás. Llevaba al hombro
el petate con los objetos personales de Ariadna, que golpeteaban entre sí y
traqueteaban al ritmo de sus pisadas sobre las escaleras. En la otra mano, la
espada de alma brillaba como un haz pálido y nublado, emitiendo un sonido
tintineante.
—¿Te arrepientes?
—No. Jamás.
Gabriel se detuvo un momento para tenderle la mano. David
hubiera querido alzar los pies del suelo y flotar, ascender hasta la azotea sin
tener que cansarse más, olvidado el miedo a los seres que les rodeaban en el
exterior, a las imágenes que parecían formarse en su mente, los satures con las
inmensas fauces abiertas, los esclavistas con sus miembros de araña y los
otros, los que aún no conocía y precisamente por eso los imaginaba aún más
horribles. Pero no quería dejar atrás a Gabriel, así que le cogió la mano y
siguió subiendo a pie, con la punzada en el costado y el sudor picándole en la
espalda.
—Se lo debo. Tengo que hacerlo.
—Ya lo sé.
—No dejaré que te ocurra nada.
—Yo tampoco dejaré que te ocurra nada a ti —replicó
David.
La respuesta desconcertó visiblemente a Gabriel, que
arrugó el entrecejo y siguió subiendo escalones. Las luces parpadeantes,
rojizas, le daban un aspecto tétrico a la escalera. Se escuchaba el zumbido de
los ascensores y de fondo el eterno sonido grave de las aspas giratorias. El
aire picaba en la nariz al respirar y hacía pesados los pulmones.
Cuando al fin llegaron arriba, se escuchaban las zarpas
de los monstruos arañando la escalinata. Gabriel abrió la pesada puerta de
metal que daba acceso a la azotea y franqueó el paso a David. Luego cerró a su
espalda. Pasó el cerrojo desde dentro y colocó la palma de la mano sobre la
plancha de acero. Una oleada de energía retumbó en la puerta, repartiendo
oscilaciones concéntricas por todo el edificio y cuando el guardián apartó la
mano, un sello dorado de formas simétricas y misteriosas, lleno de líneas
rectas y pequeños círculos, brillaba sobre la entrada.
—Ganaremos tiempo —explicó Gabriel—. Por si acaso.
David asintió. Apreció la discreción de Gabriel, que al
parecer no quería asustarle recordándole lo evidente. Pues claro que iban a
subir. Pues claro que iban a buscarles. En la azotea, un suelo de hormigón
sucio y enrojecido se enmarcaba entre cuatro bordes encalados que
proporcionaban una falsa sensación de seguridad. En todas direcciones se
extendía la ciudad. Desde aquella torre, en su mismo corazón, se apreciaba su
enorme tamaño de una forma más patente. «Parece que estoy en el jodido estómago
de la bestia», se dijo, echando una mirada alrededor. Los altos edificios en ruinas
parecían huesos raídos. Un golpe de viento ácido le revolvió el cabello
mientras Gabriel se acercaba al borde y abría el petate, sacando los recuerdos
de Ariadna. David le miró de reojo y luego se acercó para mirar hacia abajo.
La niebla roja impedía ver con claridad lo que ocurría en
las calles. Escuchó el chirrido de las ruedas sobre el asfalto estropeado,
puertas de coches abriéndose y cerrándose. Entre la niebla, un esclavista
apareció, saltando hacia un edificio adyacente y trepando con las manos, los
pies y las patas a una cornisa. Luego alzó el rostro hacia ellos. David
entrecerró los párpados, tratando de distinguirle mejor con una mezcla de asco,
miedo y morbosa curiosidad. El tipo tenía, sin duda, cuerpo humano, aunque su
cintura era muy estrecha y tenía un apéndice con una púa sobre el trasero. De
su espalda brotaban ocho patas quitinosas y muy largas. Y la manera en que se
movían todas sus articulaciones, incluidas las del cuello y los brazos, era más
insectoide que humana. Al verle girar la cabeza casi ciento ochenta grados,
apartó la vista. El esclavista saltó de nuevo abajo y desapareció de su campo
de visión.
—¿Qué te dijo Ariadna sobre esto? —preguntó, volviendo su
atención hacia Gabriel. El profesor estaba colocando los botes de plástico
alineados en uno de los bordes de piedra y abriéndolos uno a uno—. ¿Por qué
quería hacer algo así?
Gabriel tardó un poco en contestar. Cuando abrió la boca
para hacerlo, alguien dio un fuerte golpe en la puerta de metal y el profesor
se volvió hacia atrás, entrecerrando los ojos debajo de la caperuza con una
llamarada azul.
—Nunca me lo dijo. Pensaba explicármelo, pero no tuvo
tiempo. —Dejó los libros de cuentos a un lado y cogió dos recipientes, uno con
cada mano, sujetándolos por la boca y manteniéndolos apoyados por la parte
inferior en el reborde. Eran bastante grandes, como cántaros de leche. David se
preguntó cuantas pelotas habría en cada uno. Seguramente más de cien. —Tal vez
tampoco le di pie. Supongo que no he sido una persona fácil.
El chico le miró de reojo y sonrió a medias. El siguiente
golpe en la puerta ya no le sobresaltó, y de repente todo le pareció
exactamente como debía ser. Esa sensación de exactitud le relajó
considerablemente. Se acercó a la radio y pulsó el botón de reproducción.
Estaba desenchufada, pero aun así, lo hizo. Le pareció apropiado.
—¿Quieres decir algo? —preguntó al profesor, cogiendo a
su vez otros dos recipientes del mismo modo que él—. Unas palabras o… algo.
Gabriel negó con la cabeza. Tenía la expresión grave y la
mirada perdida en la lejanía, los rasgos oscurecidos por la caperuza. David
apretó los labios y asintió con solemnidad.
Entonces, el profesor volcó los botes y fue dejando caer
las bolitas de goma, que se derramaron una tras otra, y después en grupos de
tres, de seis, de ocho. David le imitó, observando el efecto. Eran motas de
colores vivos que llovían sobre el humo ocre, como parpadeos irisados, antes de
ser engullidas por la neblina. El sonido que hicieron al caer no se llegaba a
oír debido al pesado murmullo de los ventiladores, pero rebotaban con tanta
fuerza que se elevaban a suficiente altura como para volver a surgir de la
niebla una, dos, tres veces, mientras sus compañeras se les unían. Era un
espectáculo extraño, pero en cierto modo, hermoso.
Vaciaron los cuatro primeros recipientes, y las pelotas
de goma seguían botando ahí abajo, entrando y saliendo del humo.
Cogieron otros dos botes cada uno y repitieron la
operación. Y entonces, el casette se puso en funcionamiento. Un ruido blanco,
similar al de las televisiones mal sintonizadas, rasgó el murmullo zumbante de
la ciudad colmena y después, entre el siseo de la estática, una melodía de
piano se dejó oír, aumentando de intensidad de forma progresiva.
David sintió que el corazón se le aceleraba. Volcó el
tarro apresuradamente y esta vez sí pudo escuchar el redoble de cientos de
esferas de colores repicando contra el suelo de asfalto.
Los golpes en la puerta cesaron.
—Es la misma música —dijo Gabriel, sin inmutarse
demasiado, mientras hacía caer más pelotas de goma—. Debería sorprenderme.
—A mi también. Pero creo que ya he rebasado la barrera de
lo imposible.
Un haz de energía comenzó a brotar desde abajo. Ondas
amplias, intensas, purificadoras, que removieron el aire y apartaron la niebla
creando una espiral centrífuga que se desenredaba lentamente. La energía
parecía desatarse a latidos, como un enorme corazón, cada vez en impulsos más
amplios, más altos y más anchos. David se acercó instintivamente a Gabriel y
vaciaron juntos el último frasco.
Por último, el profesor arrojó la bola de color amarillo
que había conservado tanto tiempo. Luego le agarró la mano a David, apretándola
con firmeza.
Ambos mantuvieron la vista fija ahí debajo, en lo que
fuera que estaba ocurriendo. Las esferas multicolores seguían rebotando, sin
perder impulso. Las oleadas de energía hacían ondular el aire y la luz,
distorsionando las imágenes. En la zona despejada ya de niebla, el asfalto
parecía contraerse y quebrarse. Los hombres vestidos con traje, los satures y
los esclavistas reunidos frente a la entrada del edificio comenzaron a
dispersarse. Algunos sacaron sus teléfonos móviles. Otros entraron en los
coches y arrancaron a toda prisa. Un esclavista siseó y miró hacia arriba,
amenazante, antes de desaparecer a toda prisa hacia lugares más seguros.
De pronto, un rayo de luz blanca, cegadora, brotó del
suelo y se elevó como un cometa hacia el firmamento. Un trueno quebró el cielo
y las nubes se despejaron por completo. Gabriel abrazó a David y le tapó los
ojos, murmurando algo. El chico se aferró a su capa y apretó los dientes.
Entonces escucharon con claridad la llamada vibrante y terrible de una
trompeta, que se prolongó durante más de treinta segundos… y después el rugido
de la tierra al abrirse, del suelo quebrándose.
Y por un momento, en la ciudad sin nombre todos los
durmientes detuvieron su caminar errabundo. Alzaron el rostro al cielo y,
sorprendidos, abrieron los ojos.
. . .
Ruth vuelve a parpadear. El mundo se había parado por un
momento, o eso le ha parecido a ella, pero ahora recupera su ritmo. Respira
hondo y aparta la taza medio vacía, desviando la mirada, reflexionando. David
une los dedos y la observa. Se pregunta si ella le cree. Si están ya tan lejos
el uno del otro como para que su confianza se deteriore, como para que ella
empiece a pensar que él ha perdido la razón. Por un momento, esa posibilidad le
asusta. Pero rápidamente aparta esos pensamientos de su cabeza. Ruth ha estado
a su lado siempre. Esta vez no va a ser diferente. Llevan casi cuatro meses sin
verse y durante este tiempo, aun con todas las dificultades que ello ha
supuesto, David se ha esforzado en hacerle llegar noticias sobre su estado por
medio de mensajes. Les ha costado mucho concertar este encuentro y David sabe
que la nueva familia de Ruth se la llevará de allí en cuanto salga de la
cafetería, por su propia seguridad. Oscar y Eric la recogerán en el coche del
chico pelirrojo, se alejarán por las calles apenas dirigiéndole un saludo,
reprimiendo las ganas de prolongarlo hasta una conversación, anteponiendo lo
que deben ser, las formas y la distancia, a lo que en realidad se supone que
son. Amigos. O algo así.
—¿Y dices que los Vigilantes no pueden explicarlo? —murmura
Ruth, al fin.
—No lo sé. En realidad, si pueden, no lo han hecho. No
abiertamente. Nadie sabe nada en el Aaru. Dicen que quizá lo sepan nuestros
líderes, pero no ha habido comunicado alguno, ni… nada en absoluto. Nada de
nada.
Ruth asiente, apretando los labios. Luego le mira.
—¿Y tu explicación? Me gustaría escucharla.
David sonríe a medias.
—Pues, creo que lo que ha pasado puede ser una combinación
de muchas cosas. Distintas partes que al unirse dan lugar a una reacción. Los
objetos, y la torre, que también
tiene que ver. No sé lo que habrá debajo, pero fue justo ahí donde empezó todo.
El movimiento sísmico y telúrico.
—¿Energías? —aventura la muchacha.
—Sí.
—¿De qué tipo?
—De todos los tipos. Los regalos de Ariadna, la música de
los gemelos, eran cosas muy puras. Las proyectamos hacia allí. Todo se combinó
y algo sucedió. Y creo que ese algo es el principio del fin de esta guerra… o
al menos de un cambio. Algo va a cambiar. Sacudimos los cimientos de la
ilusión, Ruth, hicimos que por un momento se desmoronase… y aunque tal vez
debería haberse desmoronado para siempre, al menos lo hizo por unos minutos.
Ruth se queda mirándole, muy seria. Eso es lo que les han
dicho. Es de lo que todo el mundo habla. Algo pasó, la tierra se sacudió y la
ilusión se desvaneció durante tres minutos con veintiséis segundos. Algo sin
precedentes. Algo con consecuencias imprevisibles.
—Tuvo que ser algo más. ¿Por qué simplemente unas pelotitas
de goma y una canción iban a…?
—No es solamente eso —interrumpe David—. No es… no son los
objetos, es lo que emanan. Lo que poseen, lo que significan. Eso no es sólo
algo abstracto que esté en el plano de las ideas. Todo vibra, existe, existe de
verdad. Es la clave de todo esto. Que todo lo que sentimos, lo que pensamos,
existe de verdad, y si lo potenciamos adecuadamente, se manifiesta. Es real,
¿entiendes? Las emociones. Los… la gente llevaba a esa niña esas dichosas
bolitas de colorines porque eran sus buenos deseos. Ellos se las entregaban con
bondad y ella depositaba en ellas sus ilusiones. Y la música… esa música habla
de la realidad, de esperanza, de un mundo más allá. Tienes que entenderlo, no
es…
—Entiendo lo que dices, pero es sólo que…
—Deberías verlo. ¿Necesitas verlo?
—Algo así. Sí.
David suspira. Se siente agotado, y algo frustrado. Por
mucho que intente describirlo con palabras, no parece capaz de explicarlo. Se
echa hacia atrás en la silla, mirando a Ruth. De nuevo empieza a preguntarse si
el espacio entre los dos es demasiado grande ahora. «Se supone que los awen
somos capaces de inspirar a los demás», se dice. «¿Por qué no puedo hacer que
crea? ¿Por qué no puedo hacer que lo entienda?».
Pero la chica ha vuelto a mirarle y sus ojos son cálidos de
nuevo.
—¿Por qué no tienes fe? —le pregunta David, en tono bajo.
Ella niega con la cabeza. Vuelve a cogerle la mano. Y
sonríe, muy suavemente, casi por sorpresa.
—Porque me faltas tú. —A David se le ahoga la respiración en
la garganta y parece a punto de ponerse a llorar. Se aguanta, claro. Ni que
fuera un crío. —Perdóname por decirte esto, pero las cosas no son lo mismo sin
ti. Cuando te marchaste, a pesar de todo lo bueno que hay en la Resistencia,
dejaste un hueco que no hemos podido llenar, ninguno de nosotros. Es como si
nos faltase algo, algo esencial que tú nos dabas en los últimos tiempos. No sé
como explicártelo, y tampoco quiero que te sientas presionado. Pero hemos
llegado muy lejos todos juntos y detesto la idea de habernos separado.
—Yo también —confiesa David, impulsivamente—. No quiero que
dejéis de formar parte de mi vida. Y yo no quiero dejar de formar parte de la
vuestra. Me da igual cuál sea la realidad de esta ciudad de mierda, no quiero
perderos a ninguno.
Ruth sonríe. Se le empañan los ojos.
—No habría podido decirlo mejor. Pero no sé cómo hacerlo,
David. No sé cómo vamos a enfrentarnos a esto.
David niega con la cabeza y esboza una media sonrisa pícara.
Cuando Ruth salga de la cafetería, Eric y Oscar irán a recogerla y se la
llevarán de nuevo. Se alejarán por las calles tras haberse despedido de forma
fría. Apenas dirigiéndole un saludo. Reprimiendo las ganas de prolongarlo hasta
una conversación, anteponiendo las formas y la distancia impuesta por las
reglas a lo que en realidad deben ser. Amigos.
Ahora todos pertenecen a algo. Todos han tomado partido en
esta ciudad dividida y en guerra.
David es consciente de que eso implica muchos cambios. De que hay muchas
normas y reglas que aún está aprendiendo. Pero David ha descubierto muchas
cosas: que no se le da nada bien cumplir normas ni respetar reglas, por
ejemplo. Y si esta situación implica que su amistad con Ruth se va a
deteriorar, tiene muy claro que no va a tolerarlo. También ha descubierto que
pueden reinventarse los términos, las normas y lo establecido. Y que eso se le
da bien.
—Las cosas no tienen por qué cambiar. Creo que lo único que
tenemos que hacer es aceptarnos tal y como somos, con todo lo que somos, y
esforzarnos por permanecer unidos.
—No te hablo en sentido figurado, David. —Ella niega con la
cabeza, le mira. —Nosotros no podemos encontrarnos con los Vigilantes así como
así. Ya sabes lo que ha costado organizar esta cita, y sólo ha funcionado
porque hemos podido convencer a los demás de que teníais información
importante, de que esto era necesario.
—Pues pasad de todo eso.
Ruth entrecierra los ojos y le mira, casi ofendida.
—No vamos a pasar de eso. No es tan fácil. Una vez has
despertado, volver atrás es… no puedo ni pensarlo. La Resistencia es nuestra
única alternativa.
—Pero este es el mismo problema que se da al otro lado, en
toda clase de momentos y situaciones. ¿No te das cuenta? Todo el mundo
desconfía de los demás. Los Vigilantes tienen muchos secretos y la Resistencia
no termina de confiar en ellos porque no los comparten. La Resistencia está
formada por humanos sin habilidades especiales y los Vigilantes no les creen capaces
de determinadas cosas, y además, desconfían de ellos porque saben que pueden
cambiar de bando. Pero todo eso, entre nosotros es absurdo. Porque ante todo
somos amigos, y lo hemos sido siempre. Esto no ha podido cambiarnos tanto,
Ruth.
—Lo ha hecho.
—No tanto.
La chica vaciló y después apartó la mirada.
—¿Y qué pretendes que hagamos?
—¿Qué tal si investigamos todo esto juntos?
La actividad en el Namaste prosigue como si tal cosa. Las
conversaciones siguen siendo animadas y sólo el silbido de una máquina de café
resuena en el lugar. Al otro lado, los durmientes que se hacinan en el local
maltrecho se llevan sus manos de uñas largas y llenas de polvo rojizo a los
labios y las lamen. En el exterior, el guardián observa las calles, siempre
alerta.
—Juntos. ¿Por qué no?
Ruth sonríe. Tiene ojeras y su piel es mucho más pálida a
este lado, pero ha recuperado algo de peso y ya no tiene las mejillas tan
hundidas. Lleva el pelo oscuro bien peinado y la máscara de gas que le cubre la
nariz y la boca hace que su sonrisa sea invisible. Pero David puede verla en
sus ojos y en sus mejillas. La mesa polvorienta ante la que están sentados
tiene una larva de termita colgando de una esquina.
—Todo lo que descubramos lo compartiremos. Así vosotros
podréis llevarle la información completa a la Resistencia. Y con un poco de
suerte, todos obtendremos respuestas.
Ruth asiente y se acoda en la mesa, inclinándose hacia
adelante.
—De acuerdo. Trato hecho.
—Trato hecho.
Ambos brindan con tazas invisibles, los dos hacen el gesto
de beber. Pero no están bebiendo nada.
Afuera, más allá de los cristales, Gabriel está tranquilo.
Está escuchando todas las palabras que dicen Ruth y David, y su corazón se
alegra por la decisión que han tomado. Nadie desea la felicidad de su awen con más intensidad que él, y sabe cuánta falta le
hacen sus amigos. Está de acuerdo con su trato, aunque nadie le haya pedido
opinión. De todos modos, su opinión no es relevante. Él sabe muy bien cuál es
su función y la cumple con rigor. Observa las calles con la espada de alma en
la mano, atento a todo lo que le llega a través de las fluctuaciones
energéticas del entorno.
Puede sentirles, hirviendo, retorciéndose como insectos en
los edificios de los alrededores. Acechando a sus víctimas, devorando sus
sueños, exprimiendo sus vidas y sus almas. Puede sentirles ahí afuera. Y esboza
una sonrisa torcida, algo cruel, al pensar en lo maravilloso que va a ser
machacarlos a todos.
Ahora puede permitirse eso. Ahora todo está bien. Y es lo
correcto.
…
La ciudad se extiende, inmensa y rojiza, hacia el
horizonte. Una lluvia sucia y ácida comienza a precipitarse desde el cielo y en
alguna parte estalla un explosivo, se prende una barricada. Un grupo de jóvenes
patina entre las columnas de un bloque de oficinas semiderruido, persiguiendo a
un satur que galopa sobre sus patas de zarpas afiladas. Al otro lado, tres
hombres con traje ocultan sus ojos oscuros y brillantes tras gafas de sol y
cargan sus pistolas. En el techo, una enorme araña vuelve su cabeza hacia abajo
y esboza una sonrisa hambrienta.
La lluvia se filtra por las alcantarillas. De una de
ellas asoma una mano inerte que pronto es arrastrada hacia el interior por unas
mandíbulas ávidas. Los grandes ventiladores giran incesantes, dispersando la
niebla por la gran ciudad sin nombre, donde las estrellas sólo se ven en
ocasiones y los rayos de sol se ahogan en la niebla.
Este es nuestro hogar. El de los durmientes y los
soñadores, el de los Vigilantes, las pesadillas y la Resistencia. Y por
horrible que sea, es nuestro hogar. El único que tenemos.
Luchamos por él. Luchábamos por él, como podíamos, con
todas nuestras fuerzas. ¿Quiénes somos? ¿Qué podemos hacer? ¿Cuál es nuestro
destino? Nos hacemos estas preguntas cada noche, cada día, mientras combatimos
por arañar un poco más de libertad, un poco más de dominio sobre lo que es
nuestro. Nuestras almas. Nuestras vidas.
La guerra por nuestras almas es una guerra santa. Una que
llevábamos mucho tiempo esperando. Y ahora, al fin, ha comenzado su recta final.
Así que abrid los ojos y atreveos a mirar a vuestro alrededor. A creer. A
pelear.
A despertar.
A veces basta con lo más pequeño.
. . .
© Hendelie
ME DA ALGO DE TRISTEZA la situacion de los chicos, sobretodo de ruth, como los relegan los vigilantes, ¿ acaso no pueden estar juntos y ayudarse mutuamente? ... es increible que el ser humano hasta el "despertar" siga con sus ideas elitistas ... me hubiese gustado tal vez leer mas de ellos y de su relacion con gabriel y David... tal vez en un futuro no chicas????? una idea loca jejejeje, donde veamos kienes son realmente oscar, erick, samuel etc....
ResponderEliminarpues a decir verdad espero con ansias la salamandra a ver si doy respuesta a algunas preguntas o me termino de bloquear , je.
un abrazo!!!
gracias lucero por larecomendacion me alucino esta historiaaaaa y a vos Hendelie increible y apasionante y de otro mundo !!!!majo
Eliminar*-* + /clap
ResponderEliminarAcabo de ingresar a su pagina y estoy de leida me dan cosas llegar al final de los libros que mas me gustan me dejan una sensacion de vacio y tristeza que se va a hacer mil gracias por su trabajo sois un gran equipo felicidades por el video de Fuego y Acero y por la conclucion de El Despertar me deja sabor a que quiero mas pero todo lo bueno en algun momento se acaba esperando vuestra proxima entrega un saludo a ambas sois geniales bye
ResponderEliminarCoralie
una reverencia para ustedes para mi su libro es una metafora increible sobre la vida que llevamos en este planeta.
ResponderEliminarLos personajes David Gabriel Ariadna..simplemente
maravillosos,adorables,entrañables.La relacion entre los dos primeros extraordinaria,desesperan te,alucinante...espero poder leer mas de sus trabajos.y me da una cierta tristeza que este proyecto termine.
gracias y hasta pronto.
}
Chicas que pena que terminara esta historia y aún así quede con algunas dudas!!!! Cómo extrañare a Gabriel, el profe siempre fue mi preferido.....
ResponderEliminarBueno, terminado de leer (terminé ayer, y entre un error de pc y otro no he podido dejar el comentario hasta ahora ¬¬) voy a dejar mi opinión.
ResponderEliminarLa verdad es que después de leer Fuego y Acero hay poco que decir sobre el trato de las historias de Hendelie; es un trato real, cercano, crudo, eso sí, y no creo que sea apto para todos los públicos, pero a mí en lo personal ME ENCANTA, así en mayúsculas.
En general Flores de Asfalto me ha gustado mucho. Es una obra que quieres leer y no parar, porque engancha, siempre quieres saber más, saber cómo van a conseguir ese par de pánfilos salvar los obstáculos y estar juntos. ¡Y cuando vas llegando a ese punto en que cada uno por su lado llega al “mundo real”, por dios! Ya me pensaba yo que no iban a reencontrarse nunca, qué manera de sufrir.
Eso sí, tengo que decir que el giro argumental de un “chico conoce chico y tienen que salvar obstáculos hasta conseguir estar juntos” a un “el mundo que creías real es una ilusión y este sitio tétrico y peligroso es la realidad en la que tú eres un guardián y tú su protegido”, me ha chocado. Vaya, es que no me lo esperaba. ¿Me dejé de leer una sinopsis en alguna parte? Porque la verdad es que tenía cinco minutos y me dije: bueno, ¡vamos a leer a estas piltrafillas! Y los cinco minutos se convirtieron en horas…Pero a lo que voy, que ese giro a mí me ha sorprendido y desconcertado un poco.
Con todo lo dicho, me ha encantado. Me pondré pronto con la segunda parte…Cuando tenga algo más de cinco minutos, que esto de dejar el trabajo de lado por la buena lectura es muy agradable pero nada sano xDDDD
PD: Imaginaos si soy idiota que no me había dado cuenta de que había un epílogo…Con lo cual, terminado el último capítulo era como “¿What? ¿Esto acaba así? ¡¿Así?! ¡Crueldad!”. Ya está, ya pasó la tontuna.
¡Jajajajaja! La verdad es que a mí también me dejó desconcertada... esta primera parte de Flores de Asfalto la ha escrito Hendelie, yo a veces le he echado una mano cuando me ha consultado, pero ella no me decía ni mu de por donde iba a tirar la historia, así que yo al principio, según me pasaba los capítulos para revisarlos, pensaba que era una historia dentro de lo "normal", aunque desde el principio tuve una impresión muy rara de la ciudad, siempre me pareció que tenía vida propia y que los personajes de alguna manera no podían salir de ahi aunque quisieran. Cuando la cosa comenzó a destaparse, me quedé loquísima, Hendelie se había estado callando el argumento principal, y cuando ya me lo destapó comenzamos a trabajar juntas en las siguientes novelas.
EliminarYo espero que la siguiente te guste tanto o más, pero eso sí, no te lo tomes con prisa porque la estamos subiendo por capítulos y vamos por el 14, aunque son bastante extensos, a la novela aun le queda mucho camino para terminar :D
Muchas gracias por tu comentario tan detallado, Aya, da gusto ver las reacciones de la gente cuando llegan al final XDD
¡Muchos besos! - Neith
Esta historia me encanto, al principio no me convencia pero después cambie de opinión, la historia, la trama y los personajes son muy originales, me gustaría saber más de esta pareja, espero que las próximas novelas puedan darnos una una página o cápitulo el estado actual de estos personajes. De verdad las felicito, las historias son únicas, sin mencionas a fuego y acero que fue sublime. Pero bueno, muchas gracias por compartir estas maravillosas historias con nosotras. Muchas gracias.
ResponderEliminar¡Nos alegra mucho que te haya gustado al final! Gracias a ti por tus palabras y por seguirnos. Un beso.
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