domingo, 27 de enero de 2013

Flores de Asfalto: El Despertar — Epílogo




8 de Agosto — David



—Me costó acostumbrarme.

Ruth mueve el café con la cucharilla, mirándole con gesto de curiosidad.

—¿Te parece raro? —pregunta David, encogiéndose de hombros—. Pues me costó.

La chica ríe suavemente.

—Supongo que a algunos nos cuesta acostumbrarnos a lo bueno —dice ella.

El Namaste está empezando a llenarse. Faltan unos minutos para las seis de la tarde y la llegada del verano ha hecho salir de sus refugios a un número aún mayor de esos especimenes que David tanto detestaba antes: chicos con gafas de pasta, bigotitos absurdos y cortes de pelo modernos. Chicas con iPad, iPhone y faldas de colores supuestamente compradas en el mercadillo. Antes le daban asco. Los odiaba, con esa gratuidad con la que se odia a los que se esfuerzan por ser diferentes y molar. Ahora les mira y le dan lástima. Se los imagina al otro lado, deambulando con harapos, mirando al vacío. Seguramente lleven en la mano un trozo de cartón podrido y tecleen sobre él. Seguramente estén siendo acechados por los monstruos. Ya no puede odiarles.

—A nosotros también se nos ha hecho un poco extraño todo esto. Y te echamos de menos, David.

El chico fija la vista en los ojos oscuros de su amiga. Alarga la mano repentinamente para ponerla sobre la suya en un acceso de afecto. Ella le estrecha los dedos, bajando la cabeza hacia su taza de capuccino. No están bebiendo nada. Ambos lo saben. Pero no deja de tener encanto esta ilusión, este hechizo… el sueño de estar ahí, en un lugar habitable, normal, tranquilo, donde pueden hablar sin miedo. Quizá el Namaste no sea un lugar seguro al otro lado, pero Gabriel está en la puerta. En el mundo real y en la ilusión. En los dos sitios a la vez, vigilando, velando por ellos. La sombra de su abrigo oscuro tras los cristales del local es una garantía de salvaguardia.

—¿Os parece bueno? Formar parte de eso. De los desvelados.

Ruth sonríe con picardía al escuchar el nombre. Así es como llaman a los que están despiertos al otro lado. Los desvelados.

—Sabíamos que era una elección difícil —dice la chica—. Pero la verdad es que todos están muy decididos y cuando les miras, quieres ser como ellos, quieres… ya sabes, hacer algo. Lo que sea. Sí, supongo que nos parece bueno.

David asiente, echando otro vistazo alrededor.

—Entiendo. ¿Y Nice y Samuel?

Ruth ensancha su sonrisa.

—Berenice está encantada. Su instrucción avanza muy rápido. Samuel le ha enseñado a disparar y ahora está aprendiendo a manejar bates y palos de hockey.

—No me imagino a Samuel convertido en patrullero de la Resistencia.

—En realidad aún no lo es. No lo somos —se corrige Ruth—. Aún nos queda una semana de entrenamiento.

David la mira. Ella sigue siendo su vínculo más fuerte con el mundo real, aunque ahora el mundo real sea tan distinto a como siempre había creído. Su mejor amiga, su ancla, casi parte de su alma. Ella sigue pintándose los ojos y las uñas de negro, tiñéndose el cabello. O al menos, así es como se presenta su imagen en la ilusión. Parece que no ha cambiado nada. Sin embargo, David puede ver el poso de tristeza, de miedo, que persiste en su mirada oscura. Está ahí desde el día en que todos despertaron.

Sabe que ella tiene miedo. Sabe que está angustiada. Y no sabe cómo consolarla.

—Yo también estaba asustado al principio con todo esto —dice, impulsivamente—. Me costó mucho asumirlo todo… y esos jodidos bichos son algo impensable. Es una mierda, una locura. No podíamos esperarlo de ningún modo. Pero ya verás como todo va bien, Ruth. Ahora irá todo bien.

Ella le mira, con algo de pena. Como si él le pareciera demasiado inocente.

—Tú tienes a Gabriel —le dice.

David no puede evitar sentirse un poco culpable.

—Pero vosotros os tenéis unos a otros. Y también nos tenéis a nosotros.

—Eso está por ver. —David aprieta los labios. La vehemencia y la acidez de las palabras de Ruth le pillan por sorpresa. La chica alza el rostro y tuerce los labios en un gesto amargo. —Perdona. No dudo de ti, David, pero… los Vigilantes tienen sus propios intereses en todo esto, y aunque tienen que ver con los nuestros, no son exactamente los mismos. Nosotros no los comprendemos. Ocultan muchas cosas.

El chico suspira. Empieza a darse cuenta de cuánto les ha afectado el despertar. Ahora, ambos pertenecen a dos lugares diferentes. Son diferentes. Y esa diferencia parece crear una suerte de distancia entre los dos.

—Los Vigilantes ven todo esto de una forma más global, Ruth. Tienes que pensar que, tal vez, lo que nosotros creemos que sería bueno puede no serlo tanto. Ellos saben más.

—¿Y por qué no lo dicen?

—No lo sé. Yo soy nuevo en todo esto y a mí tampoco me dicen gran cosa. Ni siquiera nos han explicado lo que ocurrió.

—¿Entonces cómo piensas explicármelo tú?

—Porque yo estaba allí. Porque sé lo que vi. Y porque creo firmemente que esto es el principio de algo. Algo nuevo, algo que va a ocurrir o… algo —menea la cabeza—. No sé.

Ruth se le queda mirando de nuevo, con extrañeza. Luego lame la cucharilla plateada.

—Has cambiado mucho.

—¿Tu crees?

—Eso creo. —Ella sonríe a medias. —A mejor.

—Como te he dicho antes, me ha costado. —David echa un vistazo al exterior, para asegurarse de que la sombra de su Guardián sigue ahí. Ruth sigue su mirada—. Es difícil de explicar, pero no podía encontrarle sentido a nada sin él, y ahora tiene sentido que no se lo encontrara. Ahora, es como si todo se hubiera puesto en su lugar.

»Recuerdo que alguna vez te hablé de esto, de cómo me afectaba el profe, de esa sensación tan adolescente, y tonta, y dramática de no poder vivir sin él. Pues… quizá no era adolescente, ni tonta, ni dramática. Ninguno de los dos tiene sentido sin el otro. Puede parecer opresivo, el saber que uno no es independiente en absoluto, pero esta dependencia es lo mejor que me ha pasado nunca.

Ruth dulcifica la mirada. Sonríe con calidez. David carraspea, tratando de enmascarar la emoción. Siempre se siente un poco bobo al hablar de estas cosas.

—Y vivir en ese sitio, en el Aaru, es la hostia —añade—. Un barrio pijo. Bueno, no tanto, pero para mi lo es. Aún no he conocido a mucha gente, pero en general parecen majos. Hay una chica, Xian, que es una awen, como yo, y me ha enseñado algunas cosas que puedo hacer.

—¿Ah, sí? —la muchacha se echa un poco hacia delante. Le mira, interesada—. ¿Como qué? Tengo curiosidad por saber dónde estriba el gran misterio de los awen.

David se ríe entre dientes, mirando en derredor una vez más. Haber despertado le ha vuelto un poco paranoico.

—No puedo decírtelo. Resulta que parte del gran misterio es que sus… nuestros… nuestras capacidades especiales tienen que mantenerse en secreto para que sigan funcionando bien.

—¿Cómo? —Ruth chasquea la lengua, decepcionada. David se encoge de hombros—. Vaya una estafa, tío. Eso no es jugar limpio.

La chica le tira una servilleta de papel arrugada a modo de broma y David detiene su ataque con la palma de la mano, riendo entre dientes.

—No es culpa mía. En serio. Me han hecho jurar que no diré nada.

—¿Y sobre lo otro? Sobre lo que ocurrió.

Ruth se pone seria.

David tuerce el gesto. Se mantiene ocupado un momento, doblando una servilleta de papel mientras busca las palabras adecuadas.

—Lo que ocurrió… no estamos muy seguros de lo que pasó ahí afuera. Quiero decir que no sé como lo vivisteis los demás, y si te digo la verdad, tampoco estoy muy seguro de cómo lo vivimos nosotros. Así que empezaré desde el principio.

—Será lo mejor —le apoya Ruth, con la vista fija en él.

David mira hacia fuera. Busca la sombra oscura del abrigo una vez más, de forma casi compulsiva. Ahí está. Gabriel aguarda en el exterior, con expresión tranquila, escrutando a un lado y a otro con sus ojos azules y profundos. En el local reina un ambiente apacible: pequeños grupos se sientan en las mesillas de madera y mármol y piden refrescos con hielo para combatir el calor. Ninguno parece prestar la menor atención al hombre que monta guardia en la puerta, vestido con un abrigo negro en pleno verano. Tampoco les prestan atención a ellos. Rara vez los ojos se detienen en esa anodina pareja, un chico con el flequillo demasiado largo y una chica vestida de morado y negro. No tienen nada de especial. La memoria se encarga de borrarles rápidamente, exactamente como los detalles de un sueño que se diluyen al despertar, igual que una gota de leche en el café. De la misma manera, sus palabras susurradas no atraen la atención de ninguno de los que allí se encuentran, aunque si alguno se esforzara en escucharles se dará cuenta de que no les puede oír.

David toma aire, mientras un pequeño peso toma forma sobre su corazón. Un nudo de angustia, diminuto, que se cierra lentamente al pensar en la gente que les rodea. Luego les aparta de su mente a la fuerza y empieza a hablar.

—Fue hace dos semanas, bueno, ya lo sabes. Hacía unos días que Gabriel no dejaba de darle vueltas al tema de Ariadna y de los gemelos, del papel que ambos podían tener en todo esto. Él tenía muchas preguntas sin resolver, y lo cierto es que aún las tenemos. Durante esos días, él no dejaba de preguntarse por qué los gemelos eran un objetivo de la Organización, cómo habían conseguido acabar con ellos en el Aaru, por qué le habían encargado a él su custodia, todas esas cosas. —Ruth asintió, frunciendo un poco el ceño. David le había hablado anteriormente de Gabriel y los gemelos—. También se preguntaba qué había querido Ariadna de él. En sus últimos momentos, ella le dijo que había esperanza para todos nosotros y que ojalá hubieran tenido más tiempo. Gabriel creía que ella sabía algo de todo esto.

—Sobre el despertar. Sobre la ilusión y la realidad. ¿Te refieres a eso?

—Sí. Ella no era como los demás. Era una niña muy especial. Yo la conocí y ahora, cuando la recuerdo, me parece verla resplandecer, como si estuviera hecha de luz… una luz que se apagaba. Pero no hablo en sentido figurado. Mis recuerdos son así.

—Entiendo. Sigue.

—Él había guardado una partitura de aquellos dos gemelos. Era música para piano. La conservó y trató de terminarla. Ariadna siempre le animaba a completarla, aunque nunca supimos por qué. Ella le hizo jurar que la acabaría, y finalmente, lo consiguió. Lo curioso es que Gabriel pasó al otro lado cuando estaba tocando esa pieza, el mismo día que fue capaz de terminarla entera… el mismo día que nosotros cruzamos la puerta con Eric y Oscar, creo.

—¿Fue simultáneo?

—No estoy seguro. En todo caso, lo importante es que Gabriel quería saber cuál era el vínculo, en qué estaba relacionado todo eso. Él es muy analítico, ya sabes, pero yo tenía la intuición, siempre la he tenido, de que todo lo que nos está sucediendo es algo predestinado. No puede ser simple casualidad. Tiene que haber una conexión en todo esto. De manera que decidimos ir al hospital, al lugar donde Ariadna vivió y murió, para ver si quedaba allí algo que pudiera darnos alguna pista.

. . .

El armario estaba ordenado por colores. No era difícil. Casi toda la ropa que había en el interior era oscura. Gabriel, de pie delante de las dos puertas abiertas, se colocaba el nuevo uniforme que le habían entregado sus instructores. David le miraba, sentado en la cama, despeinado y con las sábanas enredadas en la cintura. Observaba la espalda bruñida, los músculos bien contorneados y el reflejo de la suave luz de la lamparilla en el cristal del espejo. El guardián tenía la piel mojada y olía a jabón. Había dejado un rastro de huellas húmedas desde el cuarto de baño hasta la habitación que ambos compartían.

David podía sentir cada una de esas huellas. Emanaban algo, alguna clase de energía vibratoria que percibía claramente. Era una de las cosas que estaba aprendiendo últimamente, a localizar a su guardián, a rastrear su pista en la ciudad, en las emanaciones espirituales y energéticas que su presencia dejaba en los lugares. Al estar cerca de algún lugar por el que él había pasado, era como si su interior resonase en la misma frecuencia.

—¿Va todo bien? —preguntó, mirando el reflejo del profesor a través del cristal.

Gabriel llevaba varios días silencioso y taciturno. David sabía cual era el motivo. No  habían hablado de ello, pero le veía a menudo contemplando la partitura terminada, sentado delante de la mesa y rozando el tablero con los dedos como si estuviera tocando el piano, perdido en sus pensamientos. Otras veces, jugueteaba entre los dedos con la pelota de goma de color amarillo que guardaba en el bolsillo del abrigo, mirándola con una profunda interrogación en la mirada. David le observaba en silencio, sin decir nada al respecto, aguardando a que él diera el primer paso. Luego comprendió que aquello no sucedería. Por eso, aquel día, después de hacer el amor durante horas y antes de que Gabriel se marchara a entrenar, lo dio él.

El profesor le miró a través del reflejo y alzó la ceja.

—Claro. ¿Por qué lo dices? —se volvió hacia él, ajustándose las muñequeras de cuero.

David se mordió el labio y le tendió la mano, reclamándole. Gabriel se acercó a la cama y se sentó en el borde, rodeándole con un brazo. Deslizó la otra mano entre su pelo y enmarcó su rostro con los dedos grandes y cálidos, mirándole a los ojos.

—Llevas unos días muy pensativo —murmuró, apoyando la cabeza en su hombro. Luego empezó a abrocharle las correas de cuero que le cerraban los protectores del torso. La prenda era como una suerte de chaqueta de motorista sin mangas, con placas duras en los pectorales y los abdominales—. Ahora que estamos juntos, aquí en el Aaru, muchas cosas vuelven a tener sentido y hay otras que aún siguen siendo un misterio. Sé que algunos de esos misterios son agradables, como una especie de magia que no necesita ser resuelta… pero otros te inquietan, ¿verdad?

El guardián le miró de reojo. Las llamas de sus pupilas se mitigaron, mostrando un resplandor opaco y cálido.

—Hay cosas que necesito saber —dijo, simplemente.

David asintió.

—Si quieres, podemos intentar descubrirlas juntos.

El profesor frunció el ceño y pareció pensárselo. David aguardó, pacientemente. El camino que llevaba hasta Gabriel era largo y tortuoso, y al final siempre podías encontrarte con una puerta cerrada. Pero a David eso no le acobardaba. Le ayudó a ponerse la capa de lana sin mangas y a cerrarse el cinturón. Luego, el guardián se cubrió el rostro con la caperuza. Les habían advertido que no todo el mundo era capaz de soportar la visión de un guardián, ni siquiera en el Aaru. David no entendía qué tenía de insoportable, pero aun así, cumplían con las recomendaciones.

—Tú me das significado —dijo Gabriel, sencillamente—. No debería necesitar nada más.

David apretó los labios con una sonrisa, abrazándole y apretándose contra él con calidez. Cerró los ojos. El perfume almizclado de las horas que habían compartido juntos entre las sábanas aún persistía en el ambiente.

—No tienes que tratar de encajar tu vida en mí —murmuró, con una nota de emoción en la voz—. No soy un marco rígido dentro del cual tengas que contenerte. Yo puedo abarcar todo lo que forma parte de tu vida, Gabriel, y filtrarme en ella. No tienes que esforzarte ni encorsetarte en nada, nunca más. Si necesitas encontrar respuestas más allá de esta habitación, hagámoslo.

—¿No quieres esperar un poco? —propuso Gabriel con suavidad—. Hasta que te hayas acostumbrado más a todo esto.

—No —replicó el chico—. Yo estoy bien. Podemos ir cuando quieras, donde quieras.

El guardián esbozó una media sonrisa y luego suspiró. Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó el rostro para besarle. Al principio era un beso suave, pero luego el profesor  hundió la lengua en su boca con un súbito arrebato tan apasionado como sentido. David le rodeó el cuello con los brazos.

Agradecía aquellos momentos. Lo cierto es que desde que habían llegado al Aaru no habían encontrado tanto tiempo para estar juntos como hubieran deseado. Aunque al principio habían pensado tomárselo con calma, la curiosidad y una cierta ansiedad por conocer mejor aquello que eran les llevó a mantenerse ocupados gran parte del día. Gabriel pasaba varias horas entrenándose con los guardianes, obsesionado con ser capaz de proteger a su awen como se esperaba de él y no volver a fallarle nunca. David, aunque comprendía esa necesidad, se encontraba entonces bastante solo, y como no le permitían asistir a los entrenamientos de su guardián, empezó a frecuentar a la muchacha oriental, Xian, lo cual le permitió a su vez aprender un poco más sobre su propia naturaleza. No obstante, si le hubieran preguntado, él habría preferido pasar más tiempo con Gabriel. En muchas ocasiones, al volver a casa, se encontraba solo. Entonces subía a la terraza del edificio y dirigía la mirada hacia la iglesia del Aaru, un edificio de arquitectura gótica con gran cantidad de arbotantes. Allí, sobre los tejados y la torre del campanario, los guardianes practicaban con sus espadas de alma. David se quedaba mirándoles hasta que veía la figura de Gabriel aproximarse calle abajo, y entonces volvía a casa y fingía que había estado leyendo, escribiendo o durmiendo.

—Vámonos ahora —susurró el profesor sobre sus labios al apartarse del beso. Apoyó los dedos en sus mejillas—. Vámonos ahora, tú y yo. Este lugar me gusta. Es seguro, y es limpio. Pero aquí no están todas las respuestas, y yo… yo…

—Sí —le interrumpió, besándole de nuevo sobre la boca, sobre las mejillas ásperas a causa de la barba incipiente—, sí. Hace mucho tiempo que no salimos de este barrio. ¿No te echarán de menos los guardianes?

Gabriel se puso en pie y le lanzó sus vaqueros, que estaban tirados en el suelo.

—Que ellos me echen de menos no es algo que me importe en absoluto.

David se mordió el labio y desvió la mirada, reprimiendo una sonrisa entusiasta. Luego se enfundó los vaqueros a toda prisa.


. . .


—No te recomiendo en absoluto visitar un sitio así en el otro lado. Un hospital, quiero decir. Es horrible, te lo aseguro. Da mucho miedo. Había durmientes deambulando con batas blancas, y estaba oscuro. De vez en cuando se encendía alguna bombilla naranja y era aún peor, y olía a sangre, a carne en descomposición y a alcohol. Encontramos a un durmiente operando al cadáver agusanado de otro, mientras un satur roía uno de los brazos. Te aseguro que nunca he visto nada igual.

»Gabriel puso todo el orden que pudo allí, aunque no todo el que le hubiera gustado. Me dijo que sería mejor que no llamáramos demasiado la atención, porque estaba notando a bichos muy grandes por los alrededores, y yo también, la verdad. Así que preferimos no tentar a la suerte. Fuimos a la habitación de Ariadna y lo encontramos todo revuelto, patas arriba. Se habían llevado todas sus cosas, si es que alguna vez habían estado allí. Gabriel se puso hecho un basilisco. Estaba rabioso. Pero luego tuvo una premonición y me arrastró hacia una de las salas adyacentes, que estaba cerrada con llave. Echó la puerta abajo y entramos.

»Allí había un… no era un durmiente. Estaba despierto, pero no estaba en sus cabales. El hombre vestía una bata blanca y estaba delgadísimo. La piel se le pegaba a los huesos del rostro y tenía un bisturí en una mano y un gotero en la otra. Los empuñaba como armas, pero le temblaban las manos. Gabriel se le acercó y le dijo que no tuviera miedo, pero el tipo estaba muy mal, y Gabriel no es precisamente tranquilizador en el mundo real, con los ojos llameantes y… bueno, ese aspecto que tiene allí. Así que hablé yo con él, y lo cierto es que fue mejor.

»El pobre hombre había estado guardando allí todas las cosas de valor para que no se las llevaran las pesadillas, pero esos cabrones no dejaban de golpear su puerta y de asediarle desde las ventanas. Había una de esas arañas gigantes pegadas a una cristalera, que salió huyendo en cuanto vio a Gabriel. El hombre se calmó al fin y le pedimos las cosas de Ariadna. Nos entregó varios botes con pelotas de goma, sus pelucas de Madonna, el radiocasette que ella tenía en su habitación y un par de libros de cuentos.

»Y ahora viene lo extraño. En el radiocasette había una cinta, y el botón de grabación aún estaba hundido. Yo notaba que eso era muy raro, pero Gabriel estaba mirando las pelotitas de goma y totalmente en su mundo, supongo que recordando a Ariadna. Así que no le dije nada. Así que nos fuimos, con las cosas de la niña, rumbo al centro de la ciudad. Por suerte fuimos en moto, porque en cuanto nos largamos de allí, empezaron a acudir toda clase de bichos, y bastante cabreados. También llegaron algunos coches negros, muy nuevos, derrapando en las curvas de lo mucho que estaban pisando, los cabrones.

—¿Os perseguían? —pregunta Ruth. Es la primera vez que interrumpe, y le mira con expresión absorta y preocupada.

—Creo que al principio iban al hospital. Pero cuando nos vieron salir a toda hostia de allí, algunos tíos de traje salieron corriendo como si quisieran que parásemos, y luego…

—¿De traje? ¿Eran de los Vigilantes o…?

—No. Esos eran de los chungos. Nunca he visto a nadie en los Vigilantes con los ojos tan negros. Estos tíos tenían los ojos negros por dentro, como si estuvieran llenos de tinta, o de petróleo.

Ruth hace una mueca de desagrado. David prosigue, intentando no pensar demasiado en aquellos tipos. No quiere que Ruth se de cuenta del miedo que le dan.

—Gabriel me dijo que íbamos a subir a la torre de la compañía telefónica. La había elegido con Ariadna hacía un año para arrojar esas pelotas de goma; era una ilusión que ella tenía, llenar la ciudad de pelotitas de goma de colores rebotando aquí y allá. No me preguntes por qué. De modo que cuando llegamos, dejamos la moto y subimos al terrado con los botes de plástico, con sus cuentos y la vieja radio


. . .

El guardián estaba furioso. David podía sentirlo en el aire que le rodeaba. Vibraba con rabia, como sacudido por ondas electromagnéticas que parecían soltar chispazos, mientras subía las escaleras de rejilla oxidada a buen paso. Al chico le empezaba a costar seguirle el ritmo, pero aunque jadeaba a causa del esfuerzo y empezaba a sentir un pinchazo en el costado, no se detuvo. Llevaban quince pisos. Aún les faltaba la mitad. Y afuera, perceptibles en alguna parte de su instinto, como puntos negros y fríos en un radar, las pesadillas se arremolinaban. Habían entrado en su territorio, un guardián y un awen. Era demasiado tentador como para dejarlo pasar, pero seguramente no era sólo el hambre lo que les movía. «Nadie se mete en la boca del lobo sin ningún motivo», pensó David con una mezcla de emoción salvaje y pánico. «Salvo nosotros, claro. Nosotros hemos venido a tirar unas pelotas de goma porque era el último deseo de una moribunda.»

—Estamos locos —dijo entre resuellos.

Gabriel ni siquiera miró hacia atrás. Llevaba al hombro el petate con los objetos personales de Ariadna, que golpeteaban entre sí y traqueteaban al ritmo de sus pisadas sobre las escaleras. En la otra mano, la espada de alma brillaba como un haz pálido y nublado, emitiendo un sonido tintineante.

—¿Te arrepientes?

—No. Jamás.

Gabriel se detuvo un momento para tenderle la mano. David hubiera querido alzar los pies del suelo y flotar, ascender hasta la azotea sin tener que cansarse más, olvidado el miedo a los seres que les rodeaban en el exterior, a las imágenes que parecían formarse en su mente, los satures con las inmensas fauces abiertas, los esclavistas con sus miembros de araña y los otros, los que aún no conocía y precisamente por eso los imaginaba aún más horribles. Pero no quería dejar atrás a Gabriel, así que le cogió la mano y siguió subiendo a pie, con la punzada en el costado y el sudor picándole en la espalda.

—Se lo debo. Tengo que hacerlo.

—Ya lo sé.

—No dejaré que te ocurra nada.

—Yo tampoco dejaré que te ocurra nada a ti —replicó David.

La respuesta desconcertó visiblemente a Gabriel, que arrugó el entrecejo y siguió subiendo escalones. Las luces parpadeantes, rojizas, le daban un aspecto tétrico a la escalera. Se escuchaba el zumbido de los ascensores y de fondo el eterno sonido grave de las aspas giratorias. El aire picaba en la nariz al respirar y hacía pesados los pulmones.

Cuando al fin llegaron arriba, se escuchaban las zarpas de los monstruos arañando la escalinata. Gabriel abrió la pesada puerta de metal que daba acceso a la azotea y franqueó el paso a David. Luego cerró a su espalda. Pasó el cerrojo desde dentro y colocó la palma de la mano sobre la plancha de acero. Una oleada de energía retumbó en la puerta, repartiendo oscilaciones concéntricas por todo el edificio y cuando el guardián apartó la mano, un sello dorado de formas simétricas y misteriosas, lleno de líneas rectas y pequeños círculos, brillaba sobre la entrada.

—Ganaremos tiempo —explicó Gabriel—. Por si acaso.

David asintió. Apreció la discreción de Gabriel, que al parecer no quería asustarle recordándole lo evidente. Pues claro que iban a subir. Pues claro que iban a buscarles. En la azotea, un suelo de hormigón sucio y enrojecido se enmarcaba entre cuatro bordes encalados que proporcionaban una falsa sensación de seguridad. En todas direcciones se extendía la ciudad. Desde aquella torre, en su mismo corazón, se apreciaba su enorme tamaño de una forma más patente. «Parece que estoy en el jodido estómago de la bestia», se dijo, echando una mirada alrededor. Los altos edificios en ruinas parecían huesos raídos. Un golpe de viento ácido le revolvió el cabello mientras Gabriel se acercaba al borde y abría el petate, sacando los recuerdos de Ariadna. David le miró de reojo y luego se acercó para mirar hacia abajo.

La niebla roja impedía ver con claridad lo que ocurría en las calles. Escuchó el chirrido de las ruedas sobre el asfalto estropeado, puertas de coches abriéndose y cerrándose. Entre la niebla, un esclavista apareció, saltando hacia un edificio adyacente y trepando con las manos, los pies y las patas a una cornisa. Luego alzó el rostro hacia ellos. David entrecerró los párpados, tratando de distinguirle mejor con una mezcla de asco, miedo y morbosa curiosidad. El tipo tenía, sin duda, cuerpo humano, aunque su cintura era muy estrecha y tenía un apéndice con una púa sobre el trasero. De su espalda brotaban ocho patas quitinosas y muy largas. Y la manera en que se movían todas sus articulaciones, incluidas las del cuello y los brazos, era más insectoide que humana. Al verle girar la cabeza casi ciento ochenta grados, apartó la vista. El esclavista saltó de nuevo abajo y desapareció de su campo de visión.

—¿Qué te dijo Ariadna sobre esto? —preguntó, volviendo su atención hacia Gabriel. El profesor estaba colocando los botes de plástico alineados en uno de los bordes de piedra y abriéndolos uno a uno—. ¿Por qué quería hacer algo así?

Gabriel tardó un poco en contestar. Cuando abrió la boca para hacerlo, alguien dio un fuerte golpe en la puerta de metal y el profesor se volvió hacia atrás, entrecerrando los ojos debajo de la caperuza con una llamarada azul.

—Nunca me lo dijo. Pensaba explicármelo, pero no tuvo tiempo. —Dejó los libros de cuentos a un lado y cogió dos recipientes, uno con cada mano, sujetándolos por la boca y manteniéndolos apoyados por la parte inferior en el reborde. Eran bastante grandes, como cántaros de leche. David se preguntó cuantas pelotas habría en cada uno. Seguramente más de cien. —Tal vez tampoco le di pie. Supongo que no he sido una persona fácil.

El chico le miró de reojo y sonrió a medias. El siguiente golpe en la puerta ya no le sobresaltó, y de repente todo le pareció exactamente como debía ser. Esa sensación de exactitud le relajó considerablemente. Se acercó a la radio y pulsó el botón de reproducción. Estaba desenchufada, pero aun así, lo hizo. Le pareció apropiado.

—¿Quieres decir algo? —preguntó al profesor, cogiendo a su vez otros dos recipientes del mismo modo que él—. Unas palabras o… algo.

Gabriel negó con la cabeza. Tenía la expresión grave y la mirada perdida en la lejanía, los rasgos oscurecidos por la caperuza. David apretó los labios y asintió con solemnidad.

Entonces, el profesor volcó los botes y fue dejando caer las bolitas de goma, que se derramaron una tras otra, y después en grupos de tres, de seis, de ocho. David le imitó, observando el efecto. Eran motas de colores vivos que llovían sobre el humo ocre, como parpadeos irisados, antes de ser engullidas por la neblina. El sonido que hicieron al caer no se llegaba a oír debido al pesado murmullo de los ventiladores, pero rebotaban con tanta fuerza que se elevaban a suficiente altura como para volver a surgir de la niebla una, dos, tres veces, mientras sus compañeras se les unían. Era un espectáculo extraño, pero en cierto modo, hermoso.

Vaciaron los cuatro primeros recipientes, y las pelotas de goma seguían botando ahí abajo, entrando y saliendo del humo.

Cogieron otros dos botes cada uno y repitieron la operación. Y entonces, el casette se puso en funcionamiento. Un ruido blanco, similar al de las televisiones mal sintonizadas, rasgó el murmullo zumbante de la ciudad colmena y después, entre el siseo de la estática, una melodía de piano se dejó oír, aumentando de intensidad de forma progresiva.

David sintió que el corazón se le aceleraba. Volcó el tarro apresuradamente y esta vez sí pudo escuchar el redoble de cientos de esferas de colores repicando contra el suelo de asfalto.

Los golpes en la puerta cesaron.

—Es la misma música —dijo Gabriel, sin inmutarse demasiado, mientras hacía caer más pelotas de goma—. Debería sorprenderme.

—A mi también. Pero creo que ya he rebasado la barrera de lo imposible.

Un haz de energía comenzó a brotar desde abajo. Ondas amplias, intensas, purificadoras, que removieron el aire y apartaron la niebla creando una espiral centrífuga que se desenredaba lentamente. La energía parecía desatarse a latidos, como un enorme corazón, cada vez en impulsos más amplios, más altos y más anchos. David se acercó instintivamente a Gabriel y vaciaron juntos el último frasco.

Por último, el profesor arrojó la bola de color amarillo que había conservado tanto tiempo. Luego le agarró la mano a David, apretándola con firmeza.

Ambos mantuvieron la vista fija ahí debajo, en lo que fuera que estaba ocurriendo. Las esferas multicolores seguían rebotando, sin perder impulso. Las oleadas de energía hacían ondular el aire y la luz, distorsionando las imágenes. En la zona despejada ya de niebla, el asfalto parecía contraerse y quebrarse. Los hombres vestidos con traje, los satures y los esclavistas reunidos frente a la entrada del edificio comenzaron a dispersarse. Algunos sacaron sus teléfonos móviles. Otros entraron en los coches y arrancaron a toda prisa. Un esclavista siseó y miró hacia arriba, amenazante, antes de desaparecer a toda prisa hacia lugares más seguros.

De pronto, un rayo de luz blanca, cegadora, brotó del suelo y se elevó como un cometa hacia el firmamento. Un trueno quebró el cielo y las nubes se despejaron por completo. Gabriel abrazó a David y le tapó los ojos, murmurando algo. El chico se aferró a su capa y apretó los dientes. Entonces escucharon con claridad la llamada vibrante y terrible de una trompeta, que se prolongó durante más de treinta segundos… y después el rugido de la tierra al abrirse, del suelo quebrándose.

Y por un momento, en la ciudad sin nombre todos los durmientes detuvieron su caminar errabundo. Alzaron el rostro al cielo y, sorprendidos, abrieron los ojos.

. . .

Ruth vuelve a parpadear. El mundo se había parado por un momento, o eso le ha parecido a ella, pero ahora recupera su ritmo. Respira hondo y aparta la taza medio vacía, desviando la mirada, reflexionando. David une los dedos y la observa. Se pregunta si ella le cree. Si están ya tan lejos el uno del otro como para que su confianza se deteriore, como para que ella empiece a pensar que él ha perdido la razón. Por un momento, esa posibilidad le asusta. Pero rápidamente aparta esos pensamientos de su cabeza. Ruth ha estado a su lado siempre. Esta vez no va a ser diferente. Llevan casi cuatro meses sin verse y durante este tiempo, aun con todas las dificultades que ello ha supuesto, David se ha esforzado en hacerle llegar noticias sobre su estado por medio de mensajes. Les ha costado mucho concertar este encuentro y David sabe que la nueva familia de Ruth se la llevará de allí en cuanto salga de la cafetería, por su propia seguridad. Oscar y Eric la recogerán en el coche del chico pelirrojo, se alejarán por las calles apenas dirigiéndole un saludo, reprimiendo las ganas de prolongarlo hasta una conversación, anteponiendo lo que deben ser, las formas y la distancia, a lo que en realidad se supone que son. Amigos. O algo así.

—¿Y dices que los Vigilantes no pueden explicarlo? —murmura Ruth, al fin.

—No lo sé. En realidad, si pueden, no lo han hecho. No abiertamente. Nadie sabe nada en el Aaru. Dicen que quizá lo sepan nuestros líderes, pero no ha habido comunicado alguno, ni… nada en absoluto. Nada de nada.

Ruth asiente, apretando los labios. Luego le mira.

—¿Y tu explicación? Me gustaría escucharla.

David sonríe a medias.

—Pues, creo que lo que ha pasado puede ser una combinación de muchas cosas. Distintas partes que al unirse dan lugar a una reacción. Los objetos, y la torre, que  también tiene que ver. No sé lo que habrá debajo, pero fue justo ahí donde empezó todo. El movimiento sísmico y telúrico.

—¿Energías? —aventura la muchacha.

—Sí.

—¿De qué tipo?

—De todos los tipos. Los regalos de Ariadna, la música de los gemelos, eran cosas muy puras. Las proyectamos hacia allí. Todo se combinó y algo sucedió. Y creo que ese algo es el principio del fin de esta guerra… o al menos de un cambio. Algo va a cambiar. Sacudimos los cimientos de la ilusión, Ruth, hicimos que por un momento se desmoronase… y aunque tal vez debería haberse desmoronado para siempre, al menos lo hizo por unos minutos.

Ruth se queda mirándole, muy seria. Eso es lo que les han dicho. Es de lo que todo el mundo habla. Algo pasó, la tierra se sacudió y la ilusión se desvaneció durante tres minutos con veintiséis segundos. Algo sin precedentes. Algo con consecuencias imprevisibles.

—Tuvo que ser algo más. ¿Por qué simplemente unas pelotitas de goma y una canción iban a…?

—No es solamente eso —interrumpe David—. No es… no son los objetos, es lo que emanan. Lo que poseen, lo que significan. Eso no es sólo algo abstracto que esté en el plano de las ideas. Todo vibra, existe, existe de verdad. Es la clave de todo esto. Que todo lo que sentimos, lo que pensamos, existe de verdad, y si lo potenciamos adecuadamente, se manifiesta. Es real, ¿entiendes? Las emociones. Los… la gente llevaba a esa niña esas dichosas bolitas de colorines porque eran sus buenos deseos. Ellos se las entregaban con bondad y ella depositaba en ellas sus ilusiones. Y la música… esa música habla de la realidad, de esperanza, de un mundo más allá. Tienes que entenderlo, no es…

—Entiendo lo que dices, pero es sólo que…

—Deberías verlo. ¿Necesitas verlo?

—Algo así. Sí.

David suspira. Se siente agotado, y algo frustrado. Por mucho que intente describirlo con palabras, no parece capaz de explicarlo. Se echa hacia atrás en la silla, mirando a Ruth. De nuevo empieza a preguntarse si el espacio entre los dos es demasiado grande ahora. «Se supone que los awen somos capaces de inspirar a los demás», se dice. «¿Por qué no puedo hacer que crea? ¿Por qué no puedo hacer que lo entienda?».

Pero la chica ha vuelto a mirarle y sus ojos son cálidos de nuevo.

—¿Por qué no tienes fe? —le pregunta David, en tono bajo.

Ella niega con la cabeza. Vuelve a cogerle la mano. Y sonríe, muy suavemente, casi por sorpresa.

—Porque me faltas tú. —A David se le ahoga la respiración en la garganta y parece a punto de ponerse a llorar. Se aguanta, claro. Ni que fuera un crío. —Perdóname por decirte esto, pero las cosas no son lo mismo sin ti. Cuando te marchaste, a pesar de todo lo bueno que hay en la Resistencia, dejaste un hueco que no hemos podido llenar, ninguno de nosotros. Es como si nos faltase algo, algo esencial que tú nos dabas en los últimos tiempos. No sé como explicártelo, y tampoco quiero que te sientas presionado. Pero hemos llegado muy lejos todos juntos y detesto la idea de habernos separado.

—Yo también —confiesa David, impulsivamente—. No quiero que dejéis de formar parte de mi vida. Y yo no quiero dejar de formar parte de la vuestra. Me da igual cuál sea la realidad de esta ciudad de mierda, no quiero perderos a ninguno.

Ruth sonríe. Se le empañan los ojos.

—No habría podido decirlo mejor. Pero no sé cómo hacerlo, David. No sé cómo vamos a enfrentarnos a esto.

David niega con la cabeza y esboza una media sonrisa pícara. Cuando Ruth salga de la cafetería, Eric y Oscar irán a recogerla y se la llevarán de nuevo. Se alejarán por las calles tras haberse despedido de forma fría. Apenas dirigiéndole un saludo. Reprimiendo las ganas de prolongarlo hasta una conversación, anteponiendo las formas y la distancia impuesta por las reglas a lo que en realidad deben ser. Amigos.

Ahora todos pertenecen a algo. Todos han tomado partido en esta ciudad dividida y en guerra.  David es consciente de que eso implica muchos cambios. De que hay muchas normas y reglas que aún está aprendiendo. Pero David ha descubierto muchas cosas: que no se le da nada bien cumplir normas ni respetar reglas, por ejemplo. Y si esta situación implica que su amistad con Ruth se va a deteriorar, tiene muy claro que no va a tolerarlo. También ha descubierto que pueden reinventarse los términos, las normas y lo establecido. Y que eso se le da bien.

—Las cosas no tienen por qué cambiar. Creo que lo único que tenemos que hacer es aceptarnos tal y como somos, con todo lo que somos, y esforzarnos por permanecer unidos.

—No te hablo en sentido figurado, David. —Ella niega con la cabeza, le mira. —Nosotros no podemos encontrarnos con los Vigilantes así como así. Ya sabes lo que ha costado organizar esta cita, y sólo ha funcionado porque hemos podido convencer a los demás de que teníais información importante, de que esto era necesario.

—Pues pasad de todo eso.

Ruth entrecierra los ojos y le mira, casi ofendida.

—No vamos a pasar de eso. No es tan fácil. Una vez has despertado, volver atrás es… no puedo ni pensarlo. La Resistencia es nuestra única alternativa.

—Pero este es el mismo problema que se da al otro lado, en toda clase de momentos y situaciones. ¿No te das cuenta? Todo el mundo desconfía de los demás. Los Vigilantes tienen muchos secretos y la Resistencia no termina de confiar en ellos porque no los comparten. La Resistencia está formada por humanos sin habilidades especiales y los Vigilantes no les creen capaces de determinadas cosas, y además, desconfían de ellos porque saben que pueden cambiar de bando. Pero todo eso, entre nosotros es absurdo. Porque ante todo somos amigos, y lo hemos sido siempre. Esto no ha podido cambiarnos tanto, Ruth.

—Lo ha hecho.

—No tanto.

La chica vaciló y después apartó la mirada.

—¿Y qué pretendes que hagamos?

—¿Qué tal si investigamos todo esto juntos?

La actividad en el Namaste prosigue como si tal cosa. Las conversaciones siguen siendo animadas y sólo el silbido de una máquina de café resuena en el lugar. Al otro lado, los durmientes que se hacinan en el local maltrecho se llevan sus manos de uñas largas y llenas de polvo rojizo a los labios y las lamen. En el exterior, el guardián observa las calles, siempre alerta.

—Juntos. ¿Por qué no?

Ruth sonríe. Tiene ojeras y su piel es mucho más pálida a este lado, pero ha recuperado algo de peso y ya no tiene las mejillas tan hundidas. Lleva el pelo oscuro bien peinado y la máscara de gas que le cubre la nariz y la boca hace que su sonrisa sea invisible. Pero David puede verla en sus ojos y en sus mejillas. La mesa polvorienta ante la que están sentados tiene una larva de termita colgando de una esquina.

—Todo lo que descubramos lo compartiremos. Así vosotros podréis llevarle la información completa a la Resistencia. Y con un poco de suerte, todos obtendremos respuestas.

Ruth asiente y se acoda en la mesa, inclinándose hacia adelante.

—De acuerdo. Trato hecho.

—Trato hecho.

Ambos brindan con tazas invisibles, los dos hacen el gesto de beber. Pero no están bebiendo nada.

Afuera, más allá de los cristales, Gabriel está tranquilo. Está escuchando todas las palabras que dicen Ruth y David, y su corazón se alegra por la decisión que han tomado. Nadie desea la felicidad de su awen con más intensidad que él, y sabe cuánta falta le hacen sus amigos. Está de acuerdo con su trato, aunque nadie le haya pedido opinión. De todos modos, su opinión no es relevante. Él sabe muy bien cuál es su función y la cumple con rigor. Observa las calles con la espada de alma en la mano, atento a todo lo que le llega a través de las fluctuaciones energéticas del entorno.

Puede sentirles, hirviendo, retorciéndose como insectos en los edificios de los alrededores. Acechando a sus víctimas, devorando sus sueños, exprimiendo sus vidas y sus almas. Puede sentirles ahí afuera. Y esboza una sonrisa torcida, algo cruel, al pensar en lo maravilloso que va a ser machacarlos a todos.

Ahora puede permitirse eso. Ahora todo está bien. Y es lo correcto.


La ciudad se extiende, inmensa y rojiza, hacia el horizonte. Una lluvia sucia y ácida comienza a precipitarse desde el cielo y en alguna parte estalla un explosivo, se prende una barricada. Un grupo de jóvenes patina entre las columnas de un bloque de oficinas semiderruido, persiguiendo a un satur que galopa sobre sus patas de zarpas afiladas. Al otro lado, tres hombres con traje ocultan sus ojos oscuros y brillantes tras gafas de sol y cargan sus pistolas. En el techo, una enorme araña vuelve su cabeza hacia abajo y esboza una sonrisa hambrienta.

La lluvia se filtra por las alcantarillas. De una de ellas asoma una mano inerte que pronto es arrastrada hacia el interior por unas mandíbulas ávidas. Los grandes ventiladores giran incesantes, dispersando la niebla por la gran ciudad sin nombre, donde las estrellas sólo se ven en ocasiones y los rayos de sol se ahogan en la niebla.

Este es nuestro hogar. El de los durmientes y los soñadores, el de los Vigilantes, las pesadillas y la Resistencia. Y por horrible que sea, es nuestro hogar. El único que tenemos.

Luchamos por él. Luchábamos por él, como podíamos, con todas nuestras fuerzas. ¿Quiénes somos? ¿Qué podemos hacer? ¿Cuál es nuestro destino? Nos hacemos estas preguntas cada noche, cada día, mientras combatimos por arañar un poco más de libertad, un poco más de dominio sobre lo que es nuestro. Nuestras almas. Nuestras vidas.

La guerra por nuestras almas es una guerra santa. Una que llevábamos mucho tiempo esperando. Y ahora, al fin, ha comenzado su recta final. Así que abrid los ojos y atreveos a mirar a vuestro alrededor. A creer. A pelear.

A despertar.

A veces basta con lo más pequeño.

. . .

© Hendelie


11 comentarios:

  1. ME DA ALGO DE TRISTEZA la situacion de los chicos, sobretodo de ruth, como los relegan los vigilantes, ¿ acaso no pueden estar juntos y ayudarse mutuamente? ... es increible que el ser humano hasta el "despertar" siga con sus ideas elitistas ... me hubiese gustado tal vez leer mas de ellos y de su relacion con gabriel y David... tal vez en un futuro no chicas????? una idea loca jejejeje, donde veamos kienes son realmente oscar, erick, samuel etc....
    pues a decir verdad espero con ansias la salamandra a ver si doy respuesta a algunas preguntas o me termino de bloquear , je.
    un abrazo!!!

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    1. gracias lucero por larecomendacion me alucino esta historiaaaaa y a vos Hendelie increible y apasionante y de otro mundo !!!!majo

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  2. Vaya ustedes chicas son increíbles, me quito el sombrero ante ustedes, siempre me sorprenden una y una otra vez, este epilogo fue precioso, aunque dejo demasiadas incógnitas u.u, pero igual fue divino, siempre supe que Adriadna tendría un impacto mucho mayor al de su muerte, y vaya impacto!!! quede tan emocionada y maravillada que no puedo hacer mas que esperar a la siguiente historia :3

    Me da mucha pena lo de Ruth y los demás, ojala encuentren una manera de estar juntos de nuevo!! como dice Gabriel siempre hacen falta los amigos, aunque tengo que ser sincera con alguien como Gabriel a mi lado me sorprendería echar de menos a mi familia siquiera XD, pero en serio la conexión entre esos dos no hace mas que profundizarse y volverse mas fuerte y determinada, su vida juntos sera memorable!!

    En fin con un sensación muy bonita me despido y espero la siguiente historia muy pronto, de nuevo mil gracias por esta hermosa historia, no tienen idea lo profundo que calo en mi corazón, gracias de verdad ^^

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  3. Acabo de ingresar a su pagina y estoy de leida me dan cosas llegar al final de los libros que mas me gustan me dejan una sensacion de vacio y tristeza que se va a hacer mil gracias por su trabajo sois un gran equipo felicidades por el video de Fuego y Acero y por la conclucion de El Despertar me deja sabor a que quiero mas pero todo lo bueno en algun momento se acaba esperando vuestra proxima entrega un saludo a ambas sois geniales bye
    Coralie

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  4. una reverencia para ustedes para mi su libro es una metafora increible sobre la vida que llevamos en este planeta.
    Los personajes David Gabriel Ariadna..simplemente
    maravillosos,adorables,entrañables.La relacion entre los dos primeros extraordinaria,desesperan te,alucinante...espero poder leer mas de sus trabajos.y me da una cierta tristeza que este proyecto termine.
    gracias y hasta pronto.
    }

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  5. Chicas que pena que terminara esta historia y aún así quede con algunas dudas!!!! Cómo extrañare a Gabriel, el profe siempre fue mi preferido.....

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  6. Bueno, terminado de leer (terminé ayer, y entre un error de pc y otro no he podido dejar el comentario hasta ahora ¬¬) voy a dejar mi opinión.

    La verdad es que después de leer Fuego y Acero hay poco que decir sobre el trato de las historias de Hendelie; es un trato real, cercano, crudo, eso sí, y no creo que sea apto para todos los públicos, pero a mí en lo personal ME ENCANTA, así en mayúsculas.

    En general Flores de Asfalto me ha gustado mucho. Es una obra que quieres leer y no parar, porque engancha, siempre quieres saber más, saber cómo van a conseguir ese par de pánfilos salvar los obstáculos y estar juntos. ¡Y cuando vas llegando a ese punto en que cada uno por su lado llega al “mundo real”, por dios! Ya me pensaba yo que no iban a reencontrarse nunca, qué manera de sufrir.

    Eso sí, tengo que decir que el giro argumental de un “chico conoce chico y tienen que salvar obstáculos hasta conseguir estar juntos” a un “el mundo que creías real es una ilusión y este sitio tétrico y peligroso es la realidad en la que tú eres un guardián y tú su protegido”, me ha chocado. Vaya, es que no me lo esperaba. ¿Me dejé de leer una sinopsis en alguna parte? Porque la verdad es que tenía cinco minutos y me dije: bueno, ¡vamos a leer a estas piltrafillas! Y los cinco minutos se convirtieron en horas…Pero a lo que voy, que ese giro a mí me ha sorprendido y desconcertado un poco.

    Con todo lo dicho, me ha encantado. Me pondré pronto con la segunda parte…Cuando tenga algo más de cinco minutos, que esto de dejar el trabajo de lado por la buena lectura es muy agradable pero nada sano xDDDD

    PD: Imaginaos si soy idiota que no me había dado cuenta de que había un epílogo…Con lo cual, terminado el último capítulo era como “¿What? ¿Esto acaba así? ¡¿Así?! ¡Crueldad!”. Ya está, ya pasó la tontuna.

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    1. ¡Jajajajaja! La verdad es que a mí también me dejó desconcertada... esta primera parte de Flores de Asfalto la ha escrito Hendelie, yo a veces le he echado una mano cuando me ha consultado, pero ella no me decía ni mu de por donde iba a tirar la historia, así que yo al principio, según me pasaba los capítulos para revisarlos, pensaba que era una historia dentro de lo "normal", aunque desde el principio tuve una impresión muy rara de la ciudad, siempre me pareció que tenía vida propia y que los personajes de alguna manera no podían salir de ahi aunque quisieran. Cuando la cosa comenzó a destaparse, me quedé loquísima, Hendelie se había estado callando el argumento principal, y cuando ya me lo destapó comenzamos a trabajar juntas en las siguientes novelas.

      Yo espero que la siguiente te guste tanto o más, pero eso sí, no te lo tomes con prisa porque la estamos subiendo por capítulos y vamos por el 14, aunque son bastante extensos, a la novela aun le queda mucho camino para terminar :D

      Muchas gracias por tu comentario tan detallado, Aya, da gusto ver las reacciones de la gente cuando llegan al final XDD

      ¡Muchos besos! - Neith

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  7. Esta historia me encanto, al principio no me convencia pero después cambie de opinión, la historia, la trama y los personajes son muy originales, me gustaría saber más de esta pareja, espero que las próximas novelas puedan darnos una una página o cápitulo el estado actual de estos personajes. De verdad las felicito, las historias son únicas, sin mencionas a fuego y acero que fue sublime. Pero bueno, muchas gracias por compartir estas maravillosas historias con nosotras. Muchas gracias.

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    1. ¡Nos alegra mucho que te haya gustado al final! Gracias a ti por tus palabras y por seguirnos. Un beso.

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