Escena 18, Toma primera
Aquella noche tuve pesadillas. Es
curioso, porque la sabiduría popular recomienda no comer demasiado por la noche
precisamente para evitar pesadez de estómago y malos sueños. No dejaba de ser
irónico. Soñé con hombres con mascarillas y gafas oscuras, con noches
interminables y un abrigo con flecos, soñé con la ciudad mugrienta y un hombre
joven, rubio, con ojeras y pelo largo, sentado sobre las ruinas de un
contenedor de vidrio quemado como si fuera un rey en su trono. Algo en aquel
sueño me llenó de amargura, y cuando me
desperté, estaba tan cansado que no quise salir de la cama.
Lot ya no estaba allí. Le escuchaba
trastear por el piso. Supe que estaba haciendo limpieza y se me escapó una
sonrisilla, a mi pesar. Era un bastardo de mierda sin sensibilidad, pero
probablemente también era el mejor amo de casa que había conocido nunca. Me
quedé tumbado, dejando que mis pensamientos revolotearan un rato hasta que
empezó a oler a comida. Estaba planteándome en serio eso de abandonar la
horizontal cuando la puerta se abrió y Lot hizo acto de presencia,
completamente vestido con su elegancia habitual y con el delantal sobre la
camisa y el chaleco. Traía una bandeja en una mano.
—Buenos días, princeso.
—Buenos días —murmuré.
—Desayuno británico para chicos flacos
—anunció, colocándome la bandeja sobre las rodillas cuando me hube incorporado
a medias—. Café, huevos, bacon, patatas, salchichas y judías con tomate. —Luego
hizo una mueca y empezó a imitar a John Wayne—: Métete esto entre pecho y
espalda si quieres volverte un hombre, muchacho… te saldrá pelo en el pecho y
tendrás tu primer infarto.
No pude evitar una risilla. Con su
presencia, mi humor se fue despejando poco a poco y empecé a comer
animadamente. Como de costumbre, todo estaba buenísimo. Mientras comía, Lot
estaba inspeccionando el libro que había en mi mesita de noche. Era una edición
ilustrada del Kamasutra que no recordaba haber puesto ahí. La abrió y empezó a
hojearla, riendo entre dientes.
—No tienes remedio —dije, mirándole con
ojos brillantes.
—Te recuerdo que el libro es tuyo. ¿Lo
tienes para aprender dónde va cada cosa? ¿O prefieres que te lo explique yo?
—añadió, dedicándome una sonrisa maliciosa.
Justo estaba mordiendo una salchicha,
cosa que le resultó muy interesante, porque se quedó mirándome. Me dio una
mezcla de risa y vergüenza.
—¿Qué es lo que has estado haciendo hasta
ahora, si no? —le pregunté.
—Pura exhibición. —Dejó el libro en la
mesilla y se recostó a mi lado sobre el colchón, desatándose el delantal
perezosamente—. La gente de la india es muy extraña. Siempre me he preguntado
por qué ese amor a las vacas, o la manía de llevar una marca de francotirador
en la frente.
—Son sus creencias —repuse, sin tomarme
en serio su falta de respeto—. Seguro que a ellos les resultarían extrañas
nuestras costumbres. Tu corbata, y tu gomina.
—Todos los salvajes se asombran ante la
civilización —respondió orgullosamente.
—Es curiosa la visión del sexo en ese
libro —proseguí—. Es algo sagrado. El único pecado es practicarlo con
frivolidad. Creen que a través de la unión carnal se puede alcanzar la
iluminación y el despertar.
Aquello pareció interesarle. Me miró con
curiosidad.
—¿Despertar a qué?
—A la divinidad. A aquello que te une con
las fuerzas primordiales. Creen que podemos trascender, que el ser humano va
más allá de la idea simplista que tenemos los occidentales.
—¿Y eso se consigue a través de… del sexo
intelectual? —preguntó, entre extrañado e incrédulo.
Negué con la cabeza, mientras masticaba.
Estaba engullendo el desayuno con la ansiedad de siempre, sin darme cuenta.
—No es sexo intelectual —dije,
después de tragar—. No reniegan de la naturaleza física. Es lo primero de lo
que somos conscientes, así que la usan para alcanzar el origen y la pureza. Y
mediante la unión, que es una práctica sagrada, a través de ese éxtasis, con
práctica y meditación, dicen poder alcanzar ese estado elevado de consciencia.
Sin necesidad de drogas, mucho más sano.
Lot
volvió a coger el libro y le dio un par de vueltas, mirando las ilustraciones.
No parecía convencido.
—No
estoy seguro de entender muy bien esas cosas pero… para condenar la práctica
del sexo frívolo, no les veo yo muy entregados. —Me mostró uno de los dibujos.
La verdad era que las posturas eran extrañas y no tenían aspecto de estar divirtiéndose.
El hombre tenía un enorme bigote y seguía con el turbante puesto, y la mujer
lucía una suave sonrisa—. Seguro que ella está haciendo la lista de la compra.
Curry, pollo, arroz… curry… y él en los resultados del Delhi United.
Me
eché a reír, aunque le di un codazo, indignado.
—Son
pinturas antiguas. No se dibujaban cosas expresivas por entonces. —Bebí un
trago de café, mirando la ilustración—. Pero la verdad es que a nosotros se nos
da mejor.
Lot
sonrió torcidamente, otra vez la mirada depredadora.
—Sí,
lo nuestro es muy profundo… sobre todo en algunas posturas.
—Puedes
bromear cuanto quieras, pero creo que algo de razón no les falta.
Cogí
la rebanada de pan y la pasé por el plato hasta los bordes, recogiendo los
restos de huevo, grasa y salsa de tomate. Luego me lo comí a grandes mordiscos,
mirando la bandeja con decepción. Antes de que pudiera atormentarme con lo
vacía que estaba, Lot me la quitó de encima, la dejó en el suelo y se volvió
hacia mí, hundiendo el codo en el colchón y apoyando la mejilla en la mano.
—Cuéntame
tus teorías. Me gusta escucharte hablar de estas cosas, es como recuperar una
inocencia perdida. Casi hueles a bizcochos.
Hice
una mueca de disgusto, mirándole de reojo.
—Esto
no tiene nada que ver con ser cándido. Es cierto que el sexo mueve energías
potentes, sensaciones, emociones… hay personas que se ven totalmente absorbidas
por ello. Y sí creo que es un instrumento de poder y de libertad, si lo aceptas
y lo exploras. Creo que realmente une con la divinidad. —Lot esbozó una media
sonrisa extraña. Y lo que era más extraño aún, parecía estar pensando en ello—.
¿Qué? ¿Qué opinas?
Por
un momento no dijo nada, arrugó el entrecejo y se dejó caer en la almohada,
tumbándose boca arriba. No solía verse tan reflexivo con estos temas. Yo ya me
había acostumbrado a su expresión seria y sus ojos brillantes cuando estaba
trabajando, concentrado, entusiasmado con el proceso de creación, pero esos
eran los únicos momentos en los que él parecía tomarse en serio algo.
—Yo
creo que no te pone en contacto con la divinidad. Te pone en contacto con tu
interior… y ahí puede haber dioses o demonios. Depende de cómo sea uno mismo.
—¿Por
qué no las dos cosas? —pregunté.
Lot
pareció sorprenderse.
—¿Crees
que todos somos un poco ángel y un poco demonio?
—Sí.
Y que parte del sentido de la vida consiste en vencer a tus demonios para
alcanzar tus dioses.
—Puede
que nazcamos así, sí.
—Eso
es lo que yo creo —insistí, vehemente—, nacemos así y elegimos hacia dónde
caminar. Elegimos si desterramos a los demonios o les dejamos entrar, elegimos
olvidarnos de los ángeles o intentar alcanzarlos. La divinidad no es un tipo
que se sienta en un trono dictando sus normas, la divinidad eres tú al final
del camino. Cuando todo ha terminado y al fin lo has comprendido.
Lot
me miraba fijamente. Me pregunté qué clase de preguntas se estaba haciendo.
«Seguramente las mismas que yo. ¿Cómo puedo hablar así siendo lo que soy,
sabiendo lo que soy? Estas eran las ideas de Alex. ¿Son también las mías? ¿Creo
en esto de verdad? Supongo que sí».
—Hay
personas que no recuerdan haber sido nunca inocentes —añadí, lamiéndome los
labios.
—Todo
el mundo recuerda su infancia.
—Lo
que quiero decir es que no les importa haberla perdido, porque creen que así es
como tiene que ser. Quizá esas personas piensan que ya sólo quedan demonios.
Que no hay nada bueno para ellos. Que no existe y que, si existiera, no lo
merecen. Y eso es lo más parecido a vivir un infierno.
Estaba
hablando de él, pero también estaba hablando de mí. Todos esos asuntos tan
trascendentales me ponían un poco triste. ¿Acaso había tenido yo libre
albedrío? ¿Había podido elegir entre el bien y el mal? Yo era producto de la
Organización, mi nacimiento no había sido puro, yo no había tenido infancia. Mi
único contacto con la humanidad y mi única posibilidad de redención había
venido a través de Alex, de su sacrificio. Estrictamente hablando, Lot era
mucho más humano que yo. Él había nacido humano. Yo no. Y sin embargo, allí
estábamos: el monstruo capaz de amar y el hombre incapaz de recordar cómo se
hacía. Dignos del Mago de Oz.
Lot
se encendió un cigarro. Cuando pensaba que la conversación había terminado,
habló de nuevo:
—Sí,
creo que tienes razón. Cuando naces, eres puro. Eres puro hasta que debes tomar
tu primera decisión. —Hizo una pausa, aspirando una larga calada. Luego soltó
el humo por la nariz. Esta vez, olía a vainilla—. La primera decisión es como
un canapé en una fiesta, el primer bocado que le das de comer a una de las dos
fuerzas que tienes dentro. El bien y el mal, ya sabes —añadió, mirándome de
reojo—. Yo creo en eso, en el bien y el mal. No hay nada que no sea bien o mal.
Lo que no es bueno, es malo, y lo que no es malo, es bueno. La neutralidad, la
indiferencia y lo circunstancial son un invento de las personas para aplacar
sus conciencias, las propias y las ajenas. Lo que no está bien, forzosamente
está mal. Pero en fin. Yo creo que a lo largo de la vida, alimentas a uno u a
otro, y caminas cuesta arriba, o bien cuesta abajo. Si vas cuesta abajo llega
un momento en el que dejas de levantar las manos hacia arriba para tratar de
alcanzar el cielo. Cada vez está mas lejos, así que… ¿para qué?
Me
mordí el labio. Su semblante era tranquilo, indiferente. Sonreía a medias.
—¿Crees
que no hay vuelta atrás?
—Hasta
cierto punto, sí. Pero siempre hay una encrucijada. Una decisión que te salva o
te condena. Y una vez que llega ese momento, una vez que te encuentras en la
encrucijada y tomas una decisión, ya no tiene sentido plantearse algo
diferente.
—¿Por
qué?
—Porque
no puedes volver atrás y deshacer lo que hiciste entonces.
—Nada
puede deshacerse, pero no creo que exista una condena, Lot. Siempre se puede
volver, subir la pendiente y empezar a caminar hacia arriba. Pero hay que
querer hacerlo. Y creer que uno no lo merece es…
—…lo
más parecido a un infierno, sí. Ya te he oído antes. —Tiró la ceniza en un
pequeño recipiente de cristal con restos de velas derretidas—. ¿Tú crees que si
follamos mucho me volveré más profundo, Alex?
Le
miré con cierta pena, pero también con desdén.
—Lo
dudo. Al menos no por el simple hecho de follar.
—También
te hago la cena.
—¿Y
eso te inspira pensamientos elevados?
—La
verdad es que no, me inspira pensamientos elevados hacerla bien.
Me
tomé unos segundos, sopesando si debía o no decirle lo que estaba pensando.
Seguro que se envanecería. Pero aun así, decidí darle el gusto.
—A
mí me parece muy elevado lo que haces. Los edificios, las imágenes, las cosas
que creas. La ilusión y la inspiración son importantes, la fantasía lo es.
Genera preguntas, inquietudes… los sueños hacen que el mundo se mueva, aunque
pueda sonar cursi. Y tú siembras en la gente que te ve la idea de que lo
imposible es posible. Eso es muy elevado.
Lot
alzó la ceja, riendo entre dientes. Pensé que iba a burlarse.
—Me
alegra que lo aprecies —dijo, en cambio—. No me gustan estos tiempos. Es una
época aburrida, yerma, sin originalidad. Y sin clase ninguna. La belleza se
ahoga y lo espantoso se retuerce y se maquilla para que parezca hermoso. Es
irónico, porque es precisamente eso lo que los ilusionistas hacemos. Pero eso
no vale nada. Lo único que vale es la belleza real. Intentamos llegar a ella a
través de la ficción y la impostura, y por imposible e injusto que parezca, a
veces lo conseguimos. No todos, pero sí algunos de nosotros. Con suerte, unas
pocas veces en la vida haces algo bello de verdad. Y entonces sientes tu alma
otra vez.
Me
encontré de nuevo ensimismado, mirándole. Me encontré de nuevo perdonándoselo
todo. Cuando hablaba así creía poder verle de verdad. Puede que Lot creyera
estar caminando cuesta abajo, puede que se hubiera convencido a sí mismo de que
no había nada más, de que no tenía sentido mirar hacia el cielo. Pero yo creía
ver cuántas veces, sin ser consciente, él giraba la cabeza y buscaba con la
mirada el camino adecuado. Yo creía ver cómo se agarraba al borde de un abismo
al que, en realidad, no quería caer. ¿Por qué si no iba a hablar de injusticia,
por qué iba a hablar de belleza, por qué iba a usar la palabra «valioso»? Conmovido,
me giré sobre el colchón para tumbarme sobre él, abrazándole y apoyando la
mejilla en su pecho. Lot me rodeó con un brazo distraídamente.
—Tienes
una manera muy rara de ser honesto —le dije—. Me advertiste que eras un
mentiroso, pero eso es al mismo tiempo decir la verdad. Eres tan
contradictorio…
—Gracias.
Si alguna vez tienes una iluminación espiritual con un polvo, comunícamelo. Me
gustará saberlo.
—No
lo haré. Te pondrías insoportable, más creído aún, si cabe.
Nuestro
tono de voz se había vuelto suave, íntimo. El contacto con su cuerpo me
reconfortaba, espantaba todos los fantasmas de la desconfianza y la pena. Él
apenas me rodeaba con el brazo, pero había algo en el calor que irradiaba que
me hacía sentir seguro y protegido.
—¿Sigues
pensando que soy un gilipollas? —me preguntó, de pronto.
—No.
Mi
respuesta fue automática. Le sentí sonreír y cuando exhaló el humo de otra
calada, el aroma a vainilla lo inundó todo.
—Me
alegro. Aunque lo soy, pero tenerte engañado es muy morboso.
Sabía
que estaba bromeando, pero aun así le pellizqué en un costado. Él se removió y
se rió, abrazándome de forma más estrecha.
—Nunca
lo he pensado en serio —dije, sin saber si mis propias palabras eran ciertas o
no.
—¿Ni
siquiera ayer?
Torcí
un poco el gesto. Su voz era suave, conciliadora. Preocupada. Pero quizá sólo
era teatro. En cualquier caso, quería creérmelo. El día anterior había
descubierto muchas cosas. Había descubierto que Lot me mintió, que había
querido utilizarme desde el principio, que nada de lo que había hecho había
sido espontáneo. Sin embargo, podía haberme entregado. Podía haberlo hecho,
muchas veces. «Las cosas han cambiado desde entonces, flaquito. Sí, os engañé a
todos, y sí, soy un cabrón. Pero ahora todo es distinto. No diré que no me convenga
tenerte cerca, claro que me conviene. Y te necesito para sobrevivir, jamás lo
he ocultado. Pero también quiero ser libre». Esas habían sido sus palabras. Yo
había dicho que no le creía, pero en aquel momento, el mentiroso había sido yo.
Estaba enfadado y no me daba cuenta de la lógica aplastante que esas palabras
encerraban. Lot siempre lo hacía todo pensando en su propio interés, y no
obstante ahora se encontraba en la situación más desfavorable que uno podría
imaginar. Sin el apoyo de la Organización, no tardaría en ser destruido. Igual
que yo.
—Ayer
sí… pero creo que ahora lo entiendo. Creo que lo entiendo mejor que tú mismo.
—¿Qué
es lo que entiendes?
Su
voz seguía siendo dulce.
—Tú
me enviaste la nota, tú mantuviste la puerta abierta para mí. Estabas jugando
tus cartas, pero tu juego también me ha favorecido. Si hubieran enviado a otro,
ahora yo estaría muerto.
Sus
dedos se deslizaron sobre mi espalda, me acarició el cabello. Con la cabeza
apoyada en su pecho podía escuchar el sonido de su corazón, que parecía el tic
tac de un reloj. Desde mi posición se veía la ventana de celosía, con las
cortinas livianas teñidas de luz.
—La
próxima vez que un atractivo desconocido te invite a tomar algo, dile que no
—me susurró, con un tono extrañamente apasionado—. No todos tienen tan buen
gusto para escoger local.
Esbocé
una sonrisa tranquila.
—No
creo que eso pase. Hay cosas que sólo ocurren una vez en la vida, y tú eres una
de ellas, Lot. Sé que crees que caminas hacia la perdición, pero en realidad
caminas hacia la belleza… aunque por parajes muy oscuros. Y yo quiero que
llegues. Quiero que llegues hasta donde quieras.
Me
cogió la mano y sentí sus labios sobre el dorso. ¿Estaba siendo tierno,
cariñoso? Lo parecía.
—No
tengo nada que perder… y es bonito, ¿no? Este paraíso en miniatura, tan
inesperado. Tú y yo.
Levanté
el rostro para mirarle. Tenía un aspecto relajado, sereno. Pensé que hablaba en
serio y, llevado por un impulso, le besé con desesperación. Su respuesta fue
inmediata, y en sus gestos había algo igual de intenso. La inminencia, una vez
más, nos convertía en verdaderos amantes, nos hacía entregarnos al límite.
Durante minutos enteros nos besamos con urgencia, con ademanes torpes y
bruscos, tirándonos del pelo y ahondando en nuestras bocas como si todo fuera
poco. Mi respiración se aceleró, la suya se convirtió en jadeos lascivos
mientras nos desnudábamos a tirones. Sus manos eran siempre cálidas, sus
caricias siempre resultaban misteriosamente íntimas. Era como si nuestra piel
resbalara dentro de la del otro y se ensamblara con perfecta armonía. Me hacía
sentir tanto…
Me
erguí sobre su cuerpo y él apoyó la espalda en el cabecero. Sus manos me daban
forma, se deslizaban por mis costados, por mi espalda y mi trasero, sujetándome
con fuerza contra sí mientras nos besábamos. Yo tampoco podía dejar de tocarle.
Entreabrió los ojos y me miró fijamente.
—Quiero
verte —murmuró.
No
era una petición. Era un deseo, una exigencia. Le tiré del pelo para morder su
cuello, intentando huir de aquel reto. Se dejó hacer durante un momento, pero
al poco fue él quien tiró de mis cabellos y me obligó a enfrentarle.
—Eres
digno de ser contemplado… y yo tengo derecho. Tengo derecho —insistió,
vehemente, sellando aquella declaración con un beso tan exigente como sus
palabras—. Tú puedes verme a mí, yo quiero tenerlo todo de ti. Dámelo.
Sus
palabras me asustaron, pero también me excitaron. Quería hacerlo, quería ser
yo, mostrarme tal como era. Mis caricias se volvieron menos dulces, mis
movimientos se hicieron más lascivos. Me despojé de los disfraces poco a poco,
y cuando quise darme cuenta estaba pletórico, aferrado a sus caderas mientras
le chupaba la polla con ferviente entusiasmo, la mirada vuelta hacia él,
sudoroso y cachondo. Y él me miraba. Me miraba. No apartaba sus ojos ávidos de
mí, y en ellos había hambre, pero también una admiración que me volvía loco.
Porque no era por Alex. Era por mí. Todo era por mí.
Fue
diferente a todas las demás veces. Más salvaje, más primitivo. Rodamos sobre el
colchón, nos tratamos con cierta rudeza, con una necesidad profunda de decirnos
cosas que no podíamos decir con palabras, con la frustración de querer ser
comprendidos. Él no se preocupó de su ropa ni de su pelo. Me folló con fuerza,
primero sobre la cama y después contra la pared. No dejó de mirarme a los ojos,
salvo cuando el placer le obligaba a pestañear o a cerrar los párpados. No se
puso freno en nada. Le sentí auténtico, apasionado y ardiente como un
torbellino de fuego. Y yo se lo di todo. Me exhibí, dando rienda suelta a mi
vanidad. Le provoqué y le hice enloquecer. Le envolví con mis piernas y le
llevé tan lejos como fui capaz, al tiempo que yo mismo me desintegraba. Grité,
gemí, le pedí más y él me lo dio.
Cuando
todo hubo acabado, yo estaba apoyado contra la celosía de la ventana,
rodeándole la cintura con las rodillas. Él reposaba la frente contra mi hombro,
recuperando el aliento.
—Dime
que me quieres —susurré—. Dime que me quieres a mí.
Al
escuchar mis propias palabras, sentí miedo. Me arrepentí de haber hablado. Lot
aún estaba jadeando. Al cabo de unos segundos alzó el rostro, despeinado y aún
con los ojos turbios de deseo; levantó la mano y la abrió sobre mi mejilla,
haciéndome mover el rostro hacia un lado y luego hacia el otro, como si
estuviera examinándome a fondo.
—Jamás
me habría follado a este chaval si no fuera porque es la única manera de poder
follarte a ti. No es mi tipo.
Su
media sonrisa y su brutal sinceridad me produjeron sentimientos encontrados. Le
abracé con fuerza. Me sentía confuso.
Minutos
más tarde, mientras remoloneaba en la bañera, pensaba en aquellas palabras. Lot
había salido, decía que tenía cosas que hacer. Yo me había sumergido en el agua
espumosa y me acariciaba con la esponja, cuidadosamente. Amaba aquel cuerpo,
igual que había amado a su dueño… ahora que el dueño era yo, lo mimaba como a
una reliquia. Y mientras el agua tibia me arropaba, me vi obligado a aceptar
que Lot Anders no era tan mentiroso, ni tan superficial. Si al menos lo hubiera
sido del todo, habría sido sencillo deshacerme de su influjo. Pero también me
di cuenta de algo: con aquella respuesta contundente y comparativa, Lot había
vuelto a dejar una cortina de humo. Porque, después de todo, no me había dicho
que me amaba.
. . .
Toma segunda
Lot
aparcó en la calle en la que se encontraba el café Viena. Miró el reloj del
salpicadero: faltaban aún unos minutos para la hora fijada. Apagó el motor y se
quedó sentado donde estaba, fumando con parsimonia y pensando en dejarlo.
Antes
no le había importado en absoluto estropearse los pulmones, pero ahora tenía
fecha de caducidad. Más le valía andarse con cuidado. Hizo girar el cigarrillo
entre los dedos, observando el filtro y el papel de color negro. «Demasiado
tiempo», se dijo. «Demasiado tiempo aferrado a antiguos vicios, demasiado
tiempo sin recordar quién soy. Y de repente, ahora me importa». Se preguntó si
era porque iba a morir. Bueno, indudablemente la cercanía de la muerte hace que
uno se plantee las cosas de otro modo. Pero no, no era sólo eso. Entrecerró los
párpados con fastidio, mirando su reflejo en el retrovisor y comprobando que
todo estaba perfecto: la corbata, las patillas, el pelo engominado, la barbita
recortada. Inconscientemente, había elegido para aquella tarde el traje más
antiguo que conservaba, un sastre de corte entallado con solapas estrechas y
chaleco a juego. El tejido aún conservaba el color negro y lustroso del primer
día.
La
culpa era de Alex. Alex y sus conversaciones trascendentes, su espiritualidad
absurda, su nostalgia. Alex era pasado, presente y futuro, todo al mismo
tiempo. Era pasado, porque había sido alguien distinto en otro tiempo… alguien
que había sido capaz de amar lo suficiente como para que recordar le resultara
grato. Era presente porque, a juicio del ilusionista, sus existencias estaban
ligadas en aquel momento de sus vidas. Y era futuro porque tenía esperanza. Una
esperanza contagiosa y terrible, que le había hecho replantearse su propia
conducta, sus propios deseos. Aún no sabía qué iba a resultar de todo aquello,
pero algo iba a cambiar, Lot lo sabía. Tenía olfato para esas cosas.
Tras
lo que había ocurrido aquella mañana, sobrecogido por una rara ansiedad, Lot se
había dejado llevar y había salido. Envió el mensaje cuando ya estaba al
volante. Sabía que era demasiado precipitado, que probablemente fuera en vano.
Aquel mensaje de texto era como un mensaje en una botella arrojado al mar. Era
absurdo mantener ningún tipo de fe en ello. Y sin embargo, ahí estaba.
Aguardando a que el reloj marcara las cinco y un poco más, los escasos minutos
de rigor que siempre se tomaba para hacerse esperar.
«Demasiado
tiempo», se repitió, con un suspiro cansado. Miró el teléfono móvil fugazmente.
Aún esperaba una respuesta. El tiempo empezó a arrastrarse fatigosamente; las
cifras del reloj parpadeaban a intervalos que a Lot le parecían demasiado
largos. Un nudo de angustia se cerró en su estómago. La sensación le
sorprendió. Hacía mucho que no sentía algo parecido. Frunciendo el ceño, se
abrió el chaleco y la camisa: ahí estaba la salamandra, tatuada sobre su piel
justo encima de su corazón.
—Maldita
sea…
Suspiró,
abrochándose de nuevo. En fin, ¿qué podía esperar? Ciertas cosas solo pueden
hacerse con el corazón. Y si su corazón ahora estaba en su sitio, debía ser por
su voluntad. «Demasiado tiempo partido en demasiados trozos».
A
las cinco y siete minutos, Lot Anders salió del coche y se estiró la chaqueta,
sacudiéndose motas de polvo invisible de las hombreras. Cogió el bastón y se
encaminó hacia la puerta del café Viena con pasos ufanos y la barbilla alta. El
local era antiguo, con paneles de madera en la fachada y letras doradas en la
luna de cristal que dejaba ver el interior, junto a la puerta. Desde 1892. Sí, claro. Seguro. Con una
media sonrisa, abrió la puerta y entró. Sonaron unas alegres campanillas. En el
interior hacía una buena temperatura; apenas había unas cuantas personas
ocupando las mesas principales, parejas de mediana edad, un hombre mayor solo,
un grupo de seis mujeres que conversaban y bebían café con leche.
Buscó
con la mirada, pero fue en vano. Esta vez, él tendría que esperar.
A
las cinco y veintisiete minutos, Lot Anders se terminaba la taza de earl grey y
miraba la puerta con incredulidad. La esperanza es un mecanismo contradictorio.
Es escurridiza como una sombra: hasta cuando uno cree que no la tiene, resulta
que está ahí, escondida, disfrazándose de desdén, de resignación. Lot sabía que
no debía esperar nada. Era demasiado precipitado, ni siquiera había recibido
contestación, y además, después de todo lo que había ocurrido… ¿cómo podía
pretender que…?
Pero
allí estaba. Y allí se quedó, incapaz de creer que su llamada fuera a ser
desoída, pues nunca lo había sido.
A
las seis y cuarenta y cinco minutos, tras tres earl grey, una cerveza negra y
un vaso de whisky solo con poco hielo, Lot Anders acabó dándose por vencido.
Una terrible sensación de soledad cayó sobre él, pesada y ensordecedora. Empezó
a dolerle el pecho y sintió la necesidad de salir de allí. Tenía que quitarse
la salamandra. Ya no estaba acostumbrado a aquello, al dolor sensorial, a esa
sensación tan física de necesidad, de desasosiego.
Incrédulo
y derrotado, rebuscó en el bolsillo para pagar sus consumiciones. Le costaba
asimilar aquello. Una profunda sensación de amargura se extendió en su interior
como una mancha de aceite. La vista se le nubló cuando empezó a contar las
monedas; el dolor se volvió físico. «Demasiado tiempo. El idiota de Alex dijo
que siempre se puede volver, pero estaba equivocado. Estaba equivocado. A veces
sí es tarde».
Dejó
las monedas sobre la mesa y reunió ánimos para levantarse. En aquel momento,
una sombra se proyectó en el cristal de la ventana, velando la luz cobriza de
la tarde. Lot volvió la mirada y, como barrida por un soplo de viento, la
angustia desapareció.
Liam
McKenzie estaba allí, respirando agitadamente, con el pelo revuelto y una
mirada grave y preocupada. Hizo un gesto con la mano sobre el cristal,
indicándole que no se moviera de ahí. Y Lot se quedó quieto, sentado, viviendo
con asombro las emociones que caían sobre él zarandeándole de un lado a otro.
Ahora eran brillantes y cálidas, reconfortantes como un abrazo. Tuvo la
impresión de que su cuerpo revivía, como si hubiera estado adormecido hasta
aquel momento, detenido en el tiempo dentro de la cafetería, congelado, muerto.
Cuando Liam entró y las campanillas resonaron, la salamandra se removió,
inquieta, sobre su pecho. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad
mientras él se acercaba.
Había
sido un estúpido. Las cosas ya habían cambiado. La culpa era de Alex. «Bendito
sea, chiquillo cándido… bendito sea». Le miró mientras se aproximaba, como si
le viera por primera vez después de siglos. Y en cierto modo era así. Contempló
sus cabellos castaños, el rostro sereno y grave, la mirada aguamarina, cálida y
preocupada como siempre, demasiado preocupada para su gusto. La forma en que se
movía, con gestos contenidos y casi monásticos, el porte elegante y discreto.
Ese aura especial, de bondad y absoluta belleza que le acompañaba.
«Eso
es. Absoluta belleza», se repitió, fascinado. «Absoluta belleza. ¿Cómo es
posible? Pero lo es».
—Lamento
el retraso. Me fue imposible acudir antes… he tenido que venir a pie desde la
gran avenida —dijo Liam, agitado. Su voz le arrancó un estremecimiento. El
irlandés dejó el bastón junto a la cristalera y apartó la silla, tomando
asiento—.Temía que fuera demasiado tarde.
«Yo
también», pensó.
—¿Creías
que no te esperaría? —preguntó, en cambio.
Liam
sonrió a medias. Parecía aliviado de encontrarle allí. Los muros que se interponían
entre ambos eran evidentes, casi tangibles, pero al menos les permitían verse y
hablarse.
—No
sería la primera vez.
—Touché.
—Y sin embargo, había acudido. Liam nunca perdía la esperanza, jamás. En
eso se parecía a Alex—. ¿Qué quieres tomar?
Se
ahorró la broma del café irlandés. Liam pidió un capuccino y Elliot otro whisky. Él miró su vaso y arrugó un poco el
entrecejo, pero no dijo nada. Una vez se sirvieron las bebidas, Elliot se fue
acostumbrando poco a poco a su presencia, su corazón dejó de latir como un loco
y tras una breve charla superficial acerca de la dificultad de Liam para llegar
a tiempo y la sospecha de que le estaban vigilando, llegó el espeso silencio
previo a la gran pregunta. La terrible pregunta.
—Y
bien, dime… ¿por qué querías verme?
Elliot
sonrió a medias y bebió un trago, desviando la mirada. El licor le calentó el
estómago, deshaciendo un poco el nudo que aún permanecía ahí.
—Quería
disculparme. —Lo cierto es que le resultó bastante fácil. Siempre pensó que
sería mucho peor, que una vez que dijera esas dos palabras tendría que
recordarlo todo, revivirlo todo. Pero no fue así. Liam le miraba y sus ojos
reflejaban ternura—. Las cosas han sido un desastre últimamente, y ahora que
todo está perdido, no quiero que terminen mal… no sé si me entiendes.
El
irlandés sonrió a medias, con una chispa de humor en los ojos.
—Te
entiendo.
—¿Qué
te hace gracia?
—Tu
forma de expresarte.
Elliot
alzó las cejas. No sabía si debía ofenderse.
—¿Tiene
algo de malo?
—No,
en absoluto —aclaró Liam, dando un trago al café. Lo dejó sobre el platillo con
delicadeza, limpiándose los labios con una servilleta de papel que dobló
después y guardó como si fuera algo importante—. Es propio de ti, y está bien
así. Me parece bien. Acepto tus disculpas, pero no tu rendición.
Elliot
se le quedó mirando con cierta cautela.
—¿A
qué te refieres? Ya está todo decidido. Me han archivado, no es que pueda hacer
mucho al respecto.
—Entonces
es que no has aprendido nada.
Y
diciendo esto, Liam se puso en pie dispuesto a marcharse. Un relámpago de rabia
cruzó el semblante de Elliot, que por un instante vaciló, alerta en su asiento.
Luego, por primera vez, dejó atrás toda apariencia. Salió tras él, empujando la
puerta que aún se cerraba, y le agarró de la manga. El maestro y el aprendiz
compartieron una mirada furiosa y se midieron durante unos segundos.
—Y
tú no me has entendido. No me estoy rindiendo, idiota. Voy a vivir como siempre
debería haberlo hecho. Voy a vivir de verdad.
Aquellas
palabras parecieron desconcertar a Liam. Se quedó observándole unos segundos,
pensativo, y finalmente, inclinó la cabeza, concediendo.
—Perdona
entonces mi impulsividad.
Elliot
asintió con la cabeza. Aprovechando que estaban fuera, rebuscó en el abrigo y
sacó un cigarrillo, encendiéndolo.
—Voy
a dejar de fumar —dijo, como si quisiera impresionarle con eso—. Y estoy
trabajando en un proyecto. Además, he conocido a alguien bastante especial.
Liam
sonrió a medias. Desvió la mirada hacia la calle. El sol teñía de naranja y
rojo los cristales de los edificios.
—Si
quieres hablarme de ello, me gustaría mucho conversar contigo —dijo,
conciliador.
—Sí.
Quiero hablarte de eso.
Una
extraña nostalgia se apoderó de él. La salamandra empezó a removerse de nuevo,
inquieta. Si Alex… si el inquilino de Alex era el presente, si era también el
futuro, ¿qué era Liam? ¿Era el pasado? Le miró, intentando discernir en qué
situación estaba aquel hombre que había sido todo su universo, que dejó su
mundo vacío cuando un abismo se interpuso entre los dos. Aquella brecha todavía
estaba ahí. Y sin embargo, no dejaban de tenderse la mano, por encima de la
distancia y la peligrosa caída, incapaces de dejarse atrás. Incapaces de
abandonarse. Tal vez el vínculo que compartían iba más allá de la razón, del propio
corazón, más allá de todo. «O simplemente, no hemos aprendido cuándo darnos por
vencidos».
—Sería
mejor volver dentro, entonces.
Elliot
asintió. Las campanillas de la puerta repiquetearon una vez más. Los dos
hombres se sentaron en la misma mesa que habían dejado libre poco antes y
pasaron los siguientes minutos conversando a media voz. A pesar de su elegante
aspecto y el brillo fascinado de sus ojos cuando se miraban el uno al otro,
nadie reparó en su presencia. Cuando se
hubieron marchado, ni siquiera el camarero pudo recordar sus rostros.
. . .
Toma tercera
David
estaba a punto de irse cuando su jefa le hizo una seña desde el interior del
centro de acogida. Él la saludó desde el patio, sin quejarse, y se abrochó la
chupa antes de volver a entrar. Solo había salido un momento a echar un último
vistazo a los perros, que ya estaban
recogidos y alimentados. Aquella tarde le habían dado bastante guerra, pero no
le molestaba el ejercicio, ni que tirasen de las correas como condenados. Era
divertido y le ponía de buen humor.
—¿Me
necesitas para algo?
—Ha
llegado un hombre a última hora. Quiere un gato —dijo ella, con cara de
circunstancias—. Ya le he explicado que estamos a punto de cerrar, pero ha sido
muy insistente.
—¿Y
por qué no le has mandado a la mierda? —preguntó David, sin entender del todo
cuál era el maldito problema.
La
muchacha hizo un gesto vacilante con la cabeza.
—Parece
un mafioso, o algo así. Y además… nos ha hecho una donación.
David
entrecerró los párpados. «Debe estar de broma. ¿Los refugios de animales
también aceptan sobornos? Joder. Qué asco de mundo, no se salva nadie».
—¿Qué
clase de donación?
—Una
muy cuantiosa.
—Es
igual… es igual, no quiero saber más. Yo me encargo de él, ¿vale? Tranqui.
Se
ató el pañuelo palestino y se revolvió un poco el pelo, poniendo su mejor cara
de chico peligroso de los bajos fondos antes de dirigirse a la puerta lateral,
donde estaban las jaulas de los gatos en adopción. Enseguida localizó al tipo.
Era un figurín, vestido con traje y corbata, engominado y con cierto aire a los
Hurts, o a cualquier banda de techno industrial alemán.
—Eh.
Vamos a cerrar. ¿Qué es lo que quiere? —espetó, sin fingir siquiera un poco de
tacto.
El
tipo se volvió hacia él, metiéndose la mano en el bolsillo. Tenía los ojos de
color castaño claro, ligeramente anaranjado. Era un guaperas peligroso.
Enseguida le dio mal rollo.
—Quiero
un gato. Este gato, en concreto.
David
se acercó a la jaula. Miró al gatito, que estaba jugando con una pelota de
papel, atrapándola con las patas delanteras y golpeando furiosamente con las de
atrás. Era gris con rayas negras y la panza y las patas blancas.
—Venga
mañana. Hay que rellenar el papeleo de la adopción, necesitamos sus datos y es
muy tarde. Además…
—Escucha,
chaval, le he dado tres de los grandes a tu jefa y no me voy a ir de aquí. Mi
novio tenía un gato con un maldito calcetín, ¿comprendes? Después de que un
satur le arruinara la vida, se pasó días ingresado en un hospital, y al volver
el gato ya no estaba. A saber lo que fue de él. ¿De verdad me vas a obligar a
amenazarte, o vas a hacer gala del buen corazón que se os supone a los awen y me vas a dar a ese puto felino
sin más tonterías?
Durante
un momento, nadie dijo nada. David parpadeó un par de veces y miró de reojo
hacia la puerta. Debería haberse puesto histérico, pero nada más lejos de la
realidad. Lo cierto es que estaba preocupado por aquel pobre idiota.
—Si
eres tan listo como para saber que soy un awen,
también deberías serlo para saber que amenazarme no es una buena idea. No estoy
solo.
El
tipo del traje palideció al momento. Luego esbozó una sonrisa torcida.
—Estaba
bromeando, hombre. Sólo era una broma. Pero de verdad, necesito…
—¿Cómo
se llama tu novio?
—Alex.
—Alex,
ya. ¿Y a qué se dedica?
—Es
fotógrafo.
—¿Cuál
es su comida preferida?
—Los
gofres. Aunque le gusta todo.
—¿Su
músico favorito?
—Ella
Fitzgerald. ¿Vamos a seguir así toda la noche?
David
sonrió a medias.
—No.
Solo estaba haciendo tiempo para que llegara mi guardián… por si acaso hay
algún problema contigo.
La
presencia de Gabriel ya era lo suficientemente intensa como para que David
estuviera más que tranquilo. Sin embargo, el hombre del traje parecía cada vez
más nervioso.
—Oye,
sé razonable. ¿No te das cuenta de que lo que te digo es verdad?
—¿Por
qué debería darme cuenta?
—Dios
mío —exclamó el ilusionista—, ¿por qué otra razón si no iba a venir aquí a
intentar llevarme un gato a toda costa?
David
arrugó el entrecejo y lo pensó un momento. Después se dio por satisfecho y
salió al vestíbulo a buscar los papeles del animalito. Pocos minutos después,
el hombre del traje salía del centro de acogida con el gato en la mano y se
dirigía a toda prisa hacia un coche negro, aparcado en doble fila.
El
chico le siguió con la mirada y cuando hubo arrancado, se despidió de su jefa y
se dirigió al exterior. Gabriel le estaba esperando, apoyado en la moto y
leyendo un librito de bolsillo. Se le acercó y le saludó con una sonrisa. Los
ojos azules del guardián se iluminaron con una suave calidez al verle.
—No
te imaginas lo que me acaba de pasar.
.
. .
©
Hendelie & Neith
Hola chicas!
ResponderEliminarExcelente capítulo! Esta historia creo que es a que más me gusta por la complejidad de su personaje principal. Siempre me deja las ganas de saber más.
Las interacciones que más me han gustado son las que tiene con Liam; me parecen intensas, a veces contradictorias y a pesar de todo extremadamente dulces y apasionadas.
Con Alex me resultan confusas en ocasiones, pero me imagino que se debe a que es confuso para sus personajes también. Pero ahora se observa un cambio en esta relación, que no sé para donde va. Alex empieza a tener cada vez más conciencia de si mismo, en cuanto a Lot, hasta cierto punto Alex a venido siendo una inspiración en medio del caos, con un inocencia perdida por Lot hace mucho y una gran sentido de sobre vivencia. A pesar de que a su manera se muestran cariño, es una relación basada en una ilusión de un amor que no veo realmente, ja ja ja pero siguiendo con la línea de Lot me pregunto, hasta que punto importa que no sea real para un ilusionista? Más en medio de condena a muerta.
Me dio nostalgia ese encuentro con Liam, me dejó con la duda si en serio era una manera de dejar las cosas en paz? Yo también me puse a pensar sí Liam en serio es pasado? :-( hasta pienso como seguirá? espero que no sacrificándose Liam para salvar a Lot de alguna manera, eso lo convertiría en n mártir, algo muy católico, pero sería doloroso. :-D no me hagan caso, en serio a veces me vuelo!:-P
Me parece emocionante que ya hayan aparecido David y Gabriel :3
Me parece un excelente trabajo, con na trama compleja y poco predecible. Estaré esperando con ansias la posibilidad de comprarlo!
Suerte con todos sus proyectos, estaré encantada de leer cualquier propuesta de ustedes.
Mis mejores deseos! Jenelen
Muchas gracias, Jenelen! Qué gran comentario! Y qué acertado! Nos alegramos mucho de que te esté gustando la novela.
ResponderEliminarLa verdad es que el carácter de Lot/Elliot es muy complejo y complicado de reflejar. Es un personaje que se define a sí mismo a partir de lo que los demás ven de él. Raramente muestra su verdadero yo, así que hay que retratarle a partir de otros personajes. Para Alex aún es difícil saber cómo es él verdaderamente, y Liam, aunque le conoce muy bien, a veces llega a dudar, jajajaja. En la parte final de la novela, aproximadamente el último tercio, es cuando Lot se muestra verdaderamente tal y como es. Tengo ganas de que lleguemos ahí para ver qué os parece :P
Esa si es buena noticia!!!!! Tendremos la oportunidad de ver el verdadero Lot, la verdad eso me emociona, porque Alex no es único que le cuesta discernir las verdaderas intenciones de Lot, he llegado a pesar que el mismo Lot se confunde :p. También me gustaría conocer un poco más del inquilino de Alex, me figuro que su verdadera forma debió ser atrayente, guapo, seductor y desvergonzado, me imagino que fue creado así por la organización para facilitar su trabajo, y es ese carácter lo que verdaderamente atrae a Lot, bueno eso y que haya ido en contra de su propia naturaleza...
EliminarDespués de la reaparición de David y Gabriel, estoy releyendo el libro 1. Llevo relativamente por acá. Lo primero que leí de ustedes fue por casualidad, una compilación de relatos homoeróticos que me encontré por ahí, donde precisamente estaban Elliot y Liam, así llegué acá, por una necesidad de saber más de ellos. Uds me dijeron que debía leer primero Flores de Asfalto. La lectura me gustó desde el principio por el retrato de culturas suburbanas como punk, pero nunca me esperé que se tratara de un mundo artificial, aunque me desconcertaban algunas partes, eso me tomó desprevenida.
También me he leído sus otros 2 libros, ambos muy buenos. Fuego y Acero impecable. Creo que me he vuelto adicta a sus historias, su estilo y su forma de presentarnos a los personajes y sumergirnos a otros mundos a través de ellos. Estaré al pendiente, ya que con su trabajo realmente me han ganado. Suerte!
Saludos
Jenelen
Buenas lunas, de verdad tu novela es impactable en todos lo sentidos. Como escritora estoy celosa de tu complejidad, haces que cada parrafo sea un poema, un relato y luego lo conviertes en una sopa de incertudembre, que te hace desear leer el siguiente capitulo. Los personajes aqui se ven predecibles, pero no lo son y eso hace darle una intesidad a sus almas, que palpita atra ves de las letras.
ResponderEliminarAlex creo que es mi personaje favorito, aunque siento que su naturaleza de "Vibora" aun no se realza, o seran cosas de mi mente. No me gusta que LOT lo use como conejillo de indias, pero creo que el tambien debe florecer en la novela y ambos siento que se convertiran en personajes diferentes a como comenzaron.
¡QUE ALEGRIA! Es el regreso de david y gabriel fue monumental. De verdad, felicidades, ojala puedras publicar tus episodios por amor yaoi otra vez. SUERTE Y ABRAZOS
No entiendo ¿alex es otro ser? yo creia que era como una especie de cucaracha en el mundo "real" o no (?) explicame
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