viernes, 4 de abril de 2014

Flores de Asfalto: La Salamandra. Escena 18



Escena 18, Toma primera

Aquella noche tuve pesadillas. Es curioso, porque la sabiduría popular recomienda no comer demasiado por la noche precisamente para evitar pesadez de estómago y malos sueños. No dejaba de ser irónico. Soñé con hombres con mascarillas y gafas oscuras, con noches interminables y un abrigo con flecos, soñé con la ciudad mugrienta y un hombre joven, rubio, con ojeras y pelo largo, sentado sobre las ruinas de un contenedor de vidrio quemado como si fuera un rey en su trono. Algo en aquel sueño me llenó de amargura, y  cuando me desperté, estaba tan cansado que no quise salir de la cama.

Lot ya no estaba allí. Le escuchaba trastear por el piso. Supe que estaba haciendo limpieza y se me escapó una sonrisilla, a mi pesar. Era un bastardo de mierda sin sensibilidad, pero probablemente también era el mejor amo de casa que había conocido nunca. Me quedé tumbado, dejando que mis pensamientos revolotearan un rato hasta que empezó a oler a comida. Estaba planteándome en serio eso de abandonar la horizontal cuando la puerta se abrió y Lot hizo acto de presencia, completamente vestido con su elegancia habitual y con el delantal sobre la camisa y el chaleco. Traía una bandeja en una mano.

—Buenos días, princeso.

—Buenos días —murmuré.

—Desayuno británico para chicos flacos —anunció, colocándome la bandeja sobre las rodillas cuando me hube incorporado a medias—. Café, huevos, bacon, patatas, salchichas y judías con tomate. —Luego hizo una mueca y empezó a imitar a John Wayne—: Métete esto entre pecho y espalda si quieres volverte un hombre, muchacho… te saldrá pelo en el pecho y tendrás tu primer infarto.

No pude evitar una risilla. Con su presencia, mi humor se fue despejando poco a poco y empecé a comer animadamente. Como de costumbre, todo estaba buenísimo. Mientras comía, Lot estaba inspeccionando el libro que había en mi mesita de noche. Era una edición ilustrada del Kamasutra que no recordaba haber puesto ahí. La abrió y empezó a hojearla, riendo entre dientes.

—No tienes remedio —dije, mirándole con ojos brillantes.

—Te recuerdo que el libro es tuyo. ¿Lo tienes para aprender dónde va cada cosa? ¿O prefieres que te lo explique yo? —añadió, dedicándome una sonrisa maliciosa.

Justo estaba mordiendo una salchicha, cosa que le resultó muy interesante, porque se quedó mirándome. Me dio una mezcla de risa y vergüenza.

—¿Qué es lo que has estado haciendo hasta ahora, si no? —le pregunté.

—Pura exhibición. —Dejó el libro en la mesilla y se recostó a mi lado sobre el colchón, desatándose el delantal perezosamente—. La gente de la india es muy extraña. Siempre me he preguntado por qué ese amor a las vacas, o la manía de llevar una marca de francotirador en la frente.

—Son sus creencias —repuse, sin tomarme en serio su falta de respeto—. Seguro que a ellos les resultarían extrañas nuestras costumbres. Tu corbata, y tu gomina.

—Todos los salvajes se asombran ante la civilización —respondió orgullosamente.

—Es curiosa la visión del sexo en ese libro —proseguí—. Es algo sagrado. El único pecado es practicarlo con frivolidad. Creen que a través de la unión carnal se puede alcanzar la iluminación y el despertar.

Aquello pareció interesarle. Me miró con curiosidad.

—¿Despertar a qué?

—A la divinidad. A aquello que te une con las fuerzas primordiales. Creen que podemos trascender, que el ser humano va más allá de la idea simplista que tenemos los occidentales.

—¿Y eso se consigue a través de… del sexo intelectual? —preguntó, entre extrañado e incrédulo.

Negué con la cabeza, mientras masticaba. Estaba engullendo el desayuno con la ansiedad de siempre, sin darme cuenta.

No es sexo intelectual —dije, después de tragar—. No reniegan de la naturaleza física. Es lo primero de lo que somos conscientes, así que la usan para alcanzar el origen y la pureza. Y mediante la unión, que es una práctica sagrada, a través de ese éxtasis, con práctica y meditación, dicen poder alcanzar ese estado elevado de consciencia. Sin necesidad de drogas, mucho más sano.

Lot volvió a coger el libro y le dio un par de vueltas, mirando las ilustraciones. No parecía convencido.

—No estoy seguro de entender muy bien esas cosas pero… para condenar la práctica del sexo frívolo, no les veo yo muy entregados. —Me mostró uno de los dibujos. La verdad era que las posturas eran extrañas y no tenían aspecto de estar divirtiéndose. El hombre tenía un enorme bigote y seguía con el turbante puesto, y la mujer lucía una suave sonrisa—. Seguro que ella está haciendo la lista de la compra. Curry, pollo, arroz… curry… y él en los resultados del Delhi United.

Me eché a reír, aunque le di un codazo, indignado.

—Son pinturas antiguas. No se dibujaban cosas expresivas por entonces. —Bebí un trago de café, mirando la ilustración—. Pero la verdad es que a nosotros se nos da mejor.

Lot sonrió torcidamente, otra vez la mirada depredadora.

—Sí, lo nuestro es muy profundo… sobre todo en algunas posturas.

—Puedes bromear cuanto quieras, pero creo que algo de razón no les falta.

Cogí la rebanada de pan y la pasé por el plato hasta los bordes, recogiendo los restos de huevo, grasa y salsa de tomate. Luego me lo comí a grandes mordiscos, mirando la bandeja con decepción. Antes de que pudiera atormentarme con lo vacía que estaba, Lot me la quitó de encima, la dejó en el suelo y se volvió hacia mí, hundiendo el codo en el colchón y apoyando la mejilla en la mano.

—Cuéntame tus teorías. Me gusta escucharte hablar de estas cosas, es como recuperar una inocencia perdida. Casi hueles a bizcochos.

Hice una mueca de disgusto, mirándole de reojo.

—Esto no tiene nada que ver con ser cándido. Es cierto que el sexo mueve energías potentes, sensaciones, emociones… hay personas que se ven totalmente absorbidas por ello. Y sí creo que es un instrumento de poder y de libertad, si lo aceptas y lo exploras. Creo que realmente une con la divinidad. —Lot esbozó una media sonrisa extraña. Y lo que era más extraño aún, parecía estar pensando en ello—. ¿Qué? ¿Qué opinas?

Por un momento no dijo nada, arrugó el entrecejo y se dejó caer en la almohada, tumbándose boca arriba. No solía verse tan reflexivo con estos temas. Yo ya me había acostumbrado a su expresión seria y sus ojos brillantes cuando estaba trabajando, concentrado, entusiasmado con el proceso de creación, pero esos eran los únicos momentos en los que él parecía tomarse en serio algo.

—Yo creo que no te pone en contacto con la divinidad. Te pone en contacto con tu interior… y ahí puede haber dioses o demonios. Depende de cómo sea uno mismo.

—¿Por qué no las dos cosas? —pregunté.

Lot pareció sorprenderse.

—¿Crees que todos somos un poco ángel y un poco demonio?

—Sí. Y que parte del sentido de la vida consiste en vencer a tus demonios para alcanzar tus dioses.

—Puede que nazcamos así, sí.

—Eso es lo que yo creo —insistí, vehemente—, nacemos así y elegimos hacia dónde caminar. Elegimos si desterramos a los demonios o les dejamos entrar, elegimos olvidarnos de los ángeles o intentar alcanzarlos. La divinidad no es un tipo que se sienta en un trono dictando sus normas, la divinidad eres tú al final del camino. Cuando todo ha terminado y al fin lo has comprendido.

Lot me miraba fijamente. Me pregunté qué clase de preguntas se estaba haciendo. «Seguramente las mismas que yo. ¿Cómo puedo hablar así siendo lo que soy, sabiendo lo que soy? Estas eran las ideas de Alex. ¿Son también las mías? ¿Creo en esto de verdad? Supongo que sí».

—Hay personas que no recuerdan haber sido nunca inocentes —añadí, lamiéndome los labios.

—Todo el mundo recuerda su infancia.

—Lo que quiero decir es que no les importa haberla perdido, porque creen que así es como tiene que ser. Quizá esas personas piensan que ya sólo quedan demonios. Que no hay nada bueno para ellos. Que no existe y que, si existiera, no lo merecen. Y eso es lo más parecido a vivir un infierno.

Estaba hablando de él, pero también estaba hablando de mí. Todos esos asuntos tan trascendentales me ponían un poco triste. ¿Acaso había tenido yo libre albedrío? ¿Había podido elegir entre el bien y el mal? Yo era producto de la Organización, mi nacimiento no había sido puro, yo no había tenido infancia. Mi único contacto con la humanidad y mi única posibilidad de redención había venido a través de Alex, de su sacrificio. Estrictamente hablando, Lot era mucho más humano que yo. Él había nacido humano. Yo no. Y sin embargo, allí estábamos: el monstruo capaz de amar y el hombre incapaz de recordar cómo se hacía. Dignos del Mago de Oz.

Lot se encendió un cigarro. Cuando pensaba que la conversación había terminado, habló de nuevo:

—Sí, creo que tienes razón. Cuando naces, eres puro. Eres puro hasta que debes tomar tu primera decisión. —Hizo una pausa, aspirando una larga calada. Luego soltó el humo por la nariz. Esta vez, olía a vainilla—. La primera decisión es como un canapé en una fiesta, el primer bocado que le das de comer a una de las dos fuerzas que tienes dentro. El bien y el mal, ya sabes —añadió, mirándome de reojo—. Yo creo en eso, en el bien y el mal. No hay nada que no sea bien o mal. Lo que no es bueno, es malo, y lo que no es malo, es bueno. La neutralidad, la indiferencia y lo circunstancial son un invento de las personas para aplacar sus conciencias, las propias y las ajenas. Lo que no está bien, forzosamente está mal. Pero en fin. Yo creo que a lo largo de la vida, alimentas a uno u a otro, y caminas cuesta arriba, o bien cuesta abajo. Si vas cuesta abajo llega un momento en el que dejas de levantar las manos hacia arriba para tratar de alcanzar el cielo. Cada vez está mas lejos, así que… ¿para qué?

Me mordí el labio. Su semblante era tranquilo, indiferente. Sonreía a medias.

—¿Crees que no hay vuelta atrás?

—Hasta cierto punto, sí. Pero siempre hay una encrucijada. Una decisión que te salva o te condena. Y una vez que llega ese momento, una vez que te encuentras en la encrucijada y tomas una decisión, ya no tiene sentido plantearse algo diferente.

—¿Por qué?

—Porque no puedes volver atrás y deshacer lo que hiciste entonces.

—Nada puede deshacerse, pero no creo que exista una condena, Lot. Siempre se puede volver, subir la pendiente y empezar a caminar hacia arriba. Pero hay que querer hacerlo. Y creer que uno no lo merece es…

—…lo más parecido a un infierno, sí. Ya te he oído antes. —Tiró la ceniza en un pequeño recipiente de cristal con restos de velas derretidas—. ¿Tú crees que si follamos mucho me volveré más profundo, Alex?

Le miré con cierta pena, pero también con desdén.

—Lo dudo. Al menos no por el simple hecho de follar.

—También te hago la cena.

—¿Y eso te inspira pensamientos elevados?

—La verdad es que no, me inspira pensamientos elevados hacerla bien.

Me tomé unos segundos, sopesando si debía o no decirle lo que estaba pensando. Seguro que se envanecería. Pero aun así, decidí darle el gusto.

—A mí me parece muy elevado lo que haces. Los edificios, las imágenes, las cosas que creas. La ilusión y la inspiración son importantes, la fantasía lo es. Genera preguntas, inquietudes… los sueños hacen que el mundo se mueva, aunque pueda sonar cursi. Y tú siembras en la gente que te ve la idea de que lo imposible es posible. Eso es muy elevado.

Lot alzó la ceja, riendo entre dientes. Pensé que iba a burlarse.

—Me alegra que lo aprecies —dijo, en cambio—. No me gustan estos tiempos. Es una época aburrida, yerma, sin originalidad. Y sin clase ninguna. La belleza se ahoga y lo espantoso se retuerce y se maquilla para que parezca hermoso. Es irónico, porque es precisamente eso lo que los ilusionistas hacemos. Pero eso no vale nada. Lo único que vale es la belleza real. Intentamos llegar a ella a través de la ficción y la impostura, y por imposible e injusto que parezca, a veces lo conseguimos. No todos, pero sí algunos de nosotros. Con suerte, unas pocas veces en la vida haces algo bello de verdad. Y entonces sientes tu alma otra vez.

Me encontré de nuevo ensimismado, mirándole. Me encontré de nuevo perdonándoselo todo. Cuando hablaba así creía poder verle de verdad. Puede que Lot creyera estar caminando cuesta abajo, puede que se hubiera convencido a sí mismo de que no había nada más, de que no tenía sentido mirar hacia el cielo. Pero yo creía ver cuántas veces, sin ser consciente, él giraba la cabeza y buscaba con la mirada el camino adecuado. Yo creía ver cómo se agarraba al borde de un abismo al que, en realidad, no quería caer. ¿Por qué si no iba a hablar de injusticia, por qué iba a hablar de belleza, por qué iba a usar la palabra «valioso»? Conmovido, me giré sobre el colchón para tumbarme sobre él, abrazándole y apoyando la mejilla en su pecho. Lot me rodeó con un brazo distraídamente.

—Tienes una manera muy rara de ser honesto —le dije—. Me advertiste que eras un mentiroso, pero eso es al mismo tiempo decir la verdad. Eres tan contradictorio…

—Gracias. Si alguna vez tienes una iluminación espiritual con un polvo, comunícamelo. Me gustará saberlo.

—No lo haré. Te pondrías insoportable, más creído aún, si cabe.

Nuestro tono de voz se había vuelto suave, íntimo. El contacto con su cuerpo me reconfortaba, espantaba todos los fantasmas de la desconfianza y la pena. Él apenas me rodeaba con el brazo, pero había algo en el calor que irradiaba que me hacía sentir seguro y protegido.

—¿Sigues pensando que soy un gilipollas? —me preguntó, de pronto.

—No.

Mi respuesta fue automática. Le sentí sonreír y cuando exhaló el humo de otra calada, el aroma a vainilla lo inundó todo.

—Me alegro. Aunque lo soy, pero tenerte engañado es muy morboso.

Sabía que estaba bromeando, pero aun así le pellizqué en un costado. Él se removió y se rió, abrazándome de forma más estrecha.

—Nunca lo he pensado en serio —dije, sin saber si mis propias palabras eran ciertas o no.

—¿Ni siquiera ayer?

Torcí un poco el gesto. Su voz era suave, conciliadora. Preocupada. Pero quizá sólo era teatro. En cualquier caso, quería creérmelo. El día anterior había descubierto muchas cosas. Había descubierto que Lot me mintió, que había querido utilizarme desde el principio, que nada de lo que había hecho había sido espontáneo. Sin embargo, podía haberme entregado. Podía haberlo hecho, muchas veces. «Las cosas han cambiado desde entonces, flaquito. Sí, os engañé a todos, y sí, soy un cabrón. Pero ahora todo es distinto. No diré que no me convenga tenerte cerca, claro que me conviene. Y te necesito para sobrevivir, jamás lo he ocultado. Pero también quiero ser libre». Esas habían sido sus palabras. Yo había dicho que no le creía, pero en aquel momento, el mentiroso había sido yo. Estaba enfadado y no me daba cuenta de la lógica aplastante que esas palabras encerraban. Lot siempre lo hacía todo pensando en su propio interés, y no obstante ahora se encontraba en la situación más desfavorable que uno podría imaginar. Sin el apoyo de la Organización, no tardaría en ser destruido. Igual que yo.

—Ayer sí… pero creo que ahora lo entiendo. Creo que lo entiendo mejor que tú mismo.

—¿Qué es lo que entiendes?

Su voz seguía siendo dulce.

—Tú me enviaste la nota, tú mantuviste la puerta abierta para mí. Estabas jugando tus cartas, pero tu juego también me ha favorecido. Si hubieran enviado a otro, ahora yo estaría muerto.

Sus dedos se deslizaron sobre mi espalda, me acarició el cabello. Con la cabeza apoyada en su pecho podía escuchar el sonido de su corazón, que parecía el tic tac de un reloj. Desde mi posición se veía la ventana de celosía, con las cortinas livianas teñidas de luz.

—La próxima vez que un atractivo desconocido te invite a tomar algo, dile que no —me susurró, con un tono extrañamente apasionado—. No todos tienen tan buen gusto para escoger local.

Esbocé una sonrisa tranquila.

—No creo que eso pase. Hay cosas que sólo ocurren una vez en la vida, y tú eres una de ellas, Lot. Sé que crees que caminas hacia la perdición, pero en realidad caminas hacia la belleza… aunque por parajes muy oscuros. Y yo quiero que llegues. Quiero que llegues hasta donde quieras.

Me cogió la mano y sentí sus labios sobre el dorso. ¿Estaba siendo tierno, cariñoso? Lo parecía.

—No tengo nada que perder… y es bonito, ¿no? Este paraíso en miniatura, tan inesperado. Tú y yo.

Levanté el rostro para mirarle. Tenía un aspecto relajado, sereno. Pensé que hablaba en serio y, llevado por un impulso, le besé con desesperación. Su respuesta fue inmediata, y en sus gestos había algo igual de intenso. La inminencia, una vez más, nos convertía en verdaderos amantes, nos hacía entregarnos al límite. Durante minutos enteros nos besamos con urgencia, con ademanes torpes y bruscos, tirándonos del pelo y ahondando en nuestras bocas como si todo fuera poco. Mi respiración se aceleró, la suya se convirtió en jadeos lascivos mientras nos desnudábamos a tirones. Sus manos eran siempre cálidas, sus caricias siempre resultaban misteriosamente íntimas. Era como si nuestra piel resbalara dentro de la del otro y se ensamblara con perfecta armonía. Me hacía sentir tanto…

Me erguí sobre su cuerpo y él apoyó la espalda en el cabecero. Sus manos me daban forma, se deslizaban por mis costados, por mi espalda y mi trasero, sujetándome con fuerza contra sí mientras nos besábamos. Yo tampoco podía dejar de tocarle. Entreabrió los ojos y me miró fijamente.

—Quiero verte —murmuró.

No era una petición. Era un deseo, una exigencia. Le tiré del pelo para morder su cuello, intentando huir de aquel reto. Se dejó hacer durante un momento, pero al poco fue él quien tiró de mis cabellos y me obligó a enfrentarle.

—Eres digno de ser contemplado… y yo tengo derecho. Tengo derecho —insistió, vehemente, sellando aquella declaración con un beso tan exigente como sus palabras—. Tú puedes verme a mí, yo quiero tenerlo todo de ti. Dámelo.

Sus palabras me asustaron, pero también me excitaron. Quería hacerlo, quería ser yo, mostrarme tal como era. Mis caricias se volvieron menos dulces, mis movimientos se hicieron más lascivos. Me despojé de los disfraces poco a poco, y cuando quise darme cuenta estaba pletórico, aferrado a sus caderas mientras le chupaba la polla con ferviente entusiasmo, la mirada vuelta hacia él, sudoroso y cachondo. Y él me miraba. Me miraba. No apartaba sus ojos ávidos de mí, y en ellos había hambre, pero también una admiración que me volvía loco. Porque no era por Alex. Era por mí. Todo era por mí.

Fue diferente a todas las demás veces. Más salvaje, más primitivo. Rodamos sobre el colchón, nos tratamos con cierta rudeza, con una necesidad profunda de decirnos cosas que no podíamos decir con palabras, con la frustración de querer ser comprendidos. Él no se preocupó de su ropa ni de su pelo. Me folló con fuerza, primero sobre la cama y después contra la pared. No dejó de mirarme a los ojos, salvo cuando el placer le obligaba a pestañear o a cerrar los párpados. No se puso freno en nada. Le sentí auténtico, apasionado y ardiente como un torbellino de fuego. Y yo se lo di todo. Me exhibí, dando rienda suelta a mi vanidad. Le provoqué y le hice enloquecer. Le envolví con mis piernas y le llevé tan lejos como fui capaz, al tiempo que yo mismo me desintegraba. Grité, gemí, le pedí más y él me lo dio.

Cuando todo hubo acabado, yo estaba apoyado contra la celosía de la ventana, rodeándole la cintura con las rodillas. Él reposaba la frente contra mi hombro, recuperando el aliento.

—Dime que me quieres —susurré—. Dime que me quieres a mí.

Al escuchar mis propias palabras, sentí miedo. Me arrepentí de haber hablado. Lot aún estaba jadeando. Al cabo de unos segundos alzó el rostro, despeinado y aún con los ojos turbios de deseo; levantó la mano y la abrió sobre mi mejilla, haciéndome mover el rostro hacia un lado y luego hacia el otro, como si estuviera examinándome a fondo.

—Jamás me habría follado a este chaval si no fuera porque es la única manera de poder follarte a ti. No es mi tipo.

Su media sonrisa y su brutal sinceridad me produjeron sentimientos encontrados. Le abracé con fuerza. Me sentía confuso.

Minutos más tarde, mientras remoloneaba en la bañera, pensaba en aquellas palabras. Lot había salido, decía que tenía cosas que hacer. Yo me había sumergido en el agua espumosa y me acariciaba con la esponja, cuidadosamente. Amaba aquel cuerpo, igual que había amado a su dueño… ahora que el dueño era yo, lo mimaba como a una reliquia. Y mientras el agua tibia me arropaba, me vi obligado a aceptar que Lot Anders no era tan mentiroso, ni tan superficial. Si al menos lo hubiera sido del todo, habría sido sencillo deshacerme de su influjo. Pero también me di cuenta de algo: con aquella respuesta contundente y comparativa, Lot había vuelto a dejar una cortina de humo. Porque, después de todo, no me había dicho que me amaba.

. . .

Toma segunda

Lot aparcó en la calle en la que se encontraba el café Viena. Miró el reloj del salpicadero: faltaban aún unos minutos para la hora fijada. Apagó el motor y se quedó sentado donde estaba, fumando con parsimonia y pensando en dejarlo.

Antes no le había importado en absoluto estropearse los pulmones, pero ahora tenía fecha de caducidad. Más le valía andarse con cuidado. Hizo girar el cigarrillo entre los dedos, observando el filtro y el papel de color negro. «Demasiado tiempo», se dijo. «Demasiado tiempo aferrado a antiguos vicios, demasiado tiempo sin recordar quién soy. Y de repente, ahora me importa». Se preguntó si era porque iba a morir. Bueno, indudablemente la cercanía de la muerte hace que uno se plantee las cosas de otro modo. Pero no, no era sólo eso. Entrecerró los párpados con fastidio, mirando su reflejo en el retrovisor y comprobando que todo estaba perfecto: la corbata, las patillas, el pelo engominado, la barbita recortada. Inconscientemente, había elegido para aquella tarde el traje más antiguo que conservaba, un sastre de corte entallado con solapas estrechas y chaleco a juego. El tejido aún conservaba el color negro y lustroso del primer día.

La culpa era de Alex. Alex y sus conversaciones trascendentes, su espiritualidad absurda, su nostalgia. Alex era pasado, presente y futuro, todo al mismo tiempo. Era pasado, porque había sido alguien distinto en otro tiempo… alguien que había sido capaz de amar lo suficiente como para que recordar le resultara grato. Era presente porque, a juicio del ilusionista, sus existencias estaban ligadas en aquel momento de sus vidas. Y era futuro porque tenía esperanza. Una esperanza contagiosa y terrible, que le había hecho replantearse su propia conducta, sus propios deseos. Aún no sabía qué iba a resultar de todo aquello, pero algo iba a cambiar, Lot lo sabía. Tenía olfato para esas cosas.

Tras lo que había ocurrido aquella mañana, sobrecogido por una rara ansiedad, Lot se había dejado llevar y había salido. Envió el mensaje cuando ya estaba al volante. Sabía que era demasiado precipitado, que probablemente fuera en vano. Aquel mensaje de texto era como un mensaje en una botella arrojado al mar. Era absurdo mantener ningún tipo de fe en ello. Y sin embargo, ahí estaba. Aguardando a que el reloj marcara las cinco y un poco más, los escasos minutos de rigor que siempre se tomaba para hacerse esperar.

«Demasiado tiempo», se repitió, con un suspiro cansado. Miró el teléfono móvil fugazmente. Aún esperaba una respuesta. El tiempo empezó a arrastrarse fatigosamente; las cifras del reloj parpadeaban a intervalos que a Lot le parecían demasiado largos. Un nudo de angustia se cerró en su estómago. La sensación le sorprendió. Hacía mucho que no sentía algo parecido. Frunciendo el ceño, se abrió el chaleco y la camisa: ahí estaba la salamandra, tatuada sobre su piel justo encima de su corazón.

—Maldita sea…

Suspiró, abrochándose de nuevo. En fin, ¿qué podía esperar? Ciertas cosas solo pueden hacerse con el corazón. Y si su corazón ahora estaba en su sitio, debía ser por su voluntad. «Demasiado tiempo partido en demasiados trozos».

A las cinco y siete minutos, Lot Anders salió del coche y se estiró la chaqueta, sacudiéndose motas de polvo invisible de las hombreras. Cogió el bastón y se encaminó hacia la puerta del café Viena con pasos ufanos y la barbilla alta. El local era antiguo, con paneles de madera en la fachada y letras doradas en la luna de cristal que dejaba ver el interior, junto a la puerta. Desde 1892. Sí, claro. Seguro. Con una media sonrisa, abrió la puerta y entró. Sonaron unas alegres campanillas. En el interior hacía una buena temperatura; apenas había unas cuantas personas ocupando las mesas principales, parejas de mediana edad, un hombre mayor solo, un grupo de seis mujeres que conversaban y bebían café con leche.

Buscó con la mirada, pero fue en vano. Esta vez, él tendría que esperar.

A las cinco y veintisiete minutos, Lot Anders se terminaba la taza de earl grey y miraba la puerta con incredulidad. La esperanza es un mecanismo contradictorio. Es escurridiza como una sombra: hasta cuando uno cree que no la tiene, resulta que está ahí, escondida, disfrazándose de desdén, de resignación. Lot sabía que no debía esperar nada. Era demasiado precipitado, ni siquiera había recibido contestación, y además, después de todo lo que había ocurrido… ¿cómo podía pretender que…?

Pero allí estaba. Y allí se quedó, incapaz de creer que su llamada fuera a ser desoída, pues nunca lo había sido.

A las seis y cuarenta y cinco minutos, tras tres earl grey, una cerveza negra y un vaso de whisky solo con poco hielo, Lot Anders acabó dándose por vencido. Una terrible sensación de soledad cayó sobre él, pesada y ensordecedora. Empezó a dolerle el pecho y sintió la necesidad de salir de allí. Tenía que quitarse la salamandra. Ya no estaba acostumbrado a aquello, al dolor sensorial, a esa sensación tan física de necesidad, de desasosiego.

Incrédulo y derrotado, rebuscó en el bolsillo para pagar sus consumiciones. Le costaba asimilar aquello. Una profunda sensación de amargura se extendió en su interior como una mancha de aceite. La vista se le nubló cuando empezó a contar las monedas; el dolor se volvió físico. «Demasiado tiempo. El idiota de Alex dijo que siempre se puede volver, pero estaba equivocado. Estaba equivocado. A veces sí es tarde».

Dejó las monedas sobre la mesa y reunió ánimos para levantarse. En aquel momento, una sombra se proyectó en el cristal de la ventana, velando la luz cobriza de la tarde. Lot volvió la mirada y, como barrida por un soplo de viento, la angustia desapareció.

Liam McKenzie estaba allí, respirando agitadamente, con el pelo revuelto y una mirada grave y preocupada. Hizo un gesto con la mano sobre el cristal, indicándole que no se moviera de ahí. Y Lot se quedó quieto, sentado, viviendo con asombro las emociones que caían sobre él zarandeándole de un lado a otro. Ahora eran brillantes y cálidas, reconfortantes como un abrazo. Tuvo la impresión de que su cuerpo revivía, como si hubiera estado adormecido hasta aquel momento, detenido en el tiempo dentro de la cafetería, congelado, muerto. Cuando Liam entró y las campanillas resonaron, la salamandra se removió, inquieta, sobre su pecho. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad mientras él se acercaba.

Había sido un estúpido. Las cosas ya habían cambiado. La culpa era de Alex. «Bendito sea, chiquillo cándido… bendito sea». Le miró mientras se aproximaba, como si le viera por primera vez después de siglos. Y en cierto modo era así. Contempló sus cabellos castaños, el rostro sereno y grave, la mirada aguamarina, cálida y preocupada como siempre, demasiado preocupada para su gusto. La forma en que se movía, con gestos contenidos y casi monásticos, el porte elegante y discreto. Ese aura especial, de bondad y absoluta belleza que le acompañaba.

«Eso es. Absoluta belleza», se repitió, fascinado. «Absoluta belleza. ¿Cómo es posible? Pero lo es».

—Lamento el retraso. Me fue imposible acudir antes… he tenido que venir a pie desde la gran avenida —dijo Liam, agitado. Su voz le arrancó un estremecimiento. El irlandés dejó el bastón junto a la cristalera y apartó la silla, tomando asiento—.Temía que fuera demasiado tarde.

«Yo también», pensó.

—¿Creías que no te esperaría? —preguntó, en cambio.

Liam sonrió a medias. Parecía aliviado de encontrarle allí. Los muros que se interponían entre ambos eran evidentes, casi tangibles, pero al menos les permitían verse y hablarse.

—No sería la primera vez.

Touché.  —Y sin embargo, había acudido. Liam nunca perdía la esperanza, jamás. En eso se parecía a Alex—. ¿Qué quieres tomar?

Se ahorró la broma del café irlandés. Liam pidió un capuccino y Elliot otro whisky. Él miró su vaso y arrugó un poco el entrecejo, pero no dijo nada. Una vez se sirvieron las bebidas, Elliot se fue acostumbrando poco a poco a su presencia, su corazón dejó de latir como un loco y tras una breve charla superficial acerca de la dificultad de Liam para llegar a tiempo y la sospecha de que le estaban vigilando, llegó el espeso silencio previo a la gran pregunta. La terrible pregunta.

—Y bien, dime… ¿por qué querías verme?

Elliot sonrió a medias y bebió un trago, desviando la mirada. El licor le calentó el estómago, deshaciendo un poco el nudo que aún permanecía ahí.

—Quería disculparme. —Lo cierto es que le resultó bastante fácil. Siempre pensó que sería mucho peor, que una vez que dijera esas dos palabras tendría que recordarlo todo, revivirlo todo. Pero no fue así. Liam le miraba y sus ojos reflejaban ternura—. Las cosas han sido un desastre últimamente, y ahora que todo está perdido, no quiero que terminen mal… no sé si me entiendes.

El irlandés sonrió a medias, con una chispa de humor en los ojos.

—Te entiendo.

—¿Qué te hace gracia?

—Tu forma de expresarte.

Elliot alzó las cejas. No sabía si debía ofenderse.

—¿Tiene algo de malo?

—No, en absoluto —aclaró Liam, dando un trago al café. Lo dejó sobre el platillo con delicadeza, limpiándose los labios con una servilleta de papel que dobló después y guardó como si fuera algo importante—. Es propio de ti, y está bien así. Me parece bien. Acepto tus disculpas, pero no tu rendición.

Elliot se le quedó mirando con cierta cautela.

—¿A qué te refieres? Ya está todo decidido. Me han archivado, no es que pueda hacer mucho al respecto.

—Entonces es que no has aprendido nada.

Y diciendo esto, Liam se puso en pie dispuesto a marcharse. Un relámpago de rabia cruzó el semblante de Elliot, que por un instante vaciló, alerta en su asiento. Luego, por primera vez, dejó atrás toda apariencia. Salió tras él, empujando la puerta que aún se cerraba, y le agarró de la manga. El maestro y el aprendiz compartieron una mirada furiosa y se midieron durante unos segundos.

—Y tú no me has entendido. No me estoy rindiendo, idiota. Voy a vivir como siempre debería haberlo hecho. Voy a vivir de verdad.

Aquellas palabras parecieron desconcertar a Liam. Se quedó observándole unos segundos, pensativo, y finalmente, inclinó la cabeza, concediendo.

—Perdona entonces mi impulsividad.

Elliot asintió con la cabeza. Aprovechando que estaban fuera, rebuscó en el abrigo y sacó un cigarrillo, encendiéndolo.

—Voy a dejar de fumar —dijo, como si quisiera impresionarle con eso—. Y estoy trabajando en un proyecto. Además, he conocido a alguien bastante especial.

Liam sonrió a medias. Desvió la mirada hacia la calle. El sol teñía de naranja y rojo los cristales de los edificios.

—Si quieres hablarme de ello, me gustaría mucho conversar contigo —dijo, conciliador.

—Sí. Quiero hablarte de eso.

Una extraña nostalgia se apoderó de él. La salamandra empezó a removerse de nuevo, inquieta. Si Alex… si el inquilino de Alex era el presente, si era también el futuro, ¿qué era Liam? ¿Era el pasado? Le miró, intentando discernir en qué situación estaba aquel hombre que había sido todo su universo, que dejó su mundo vacío cuando un abismo se interpuso entre los dos. Aquella brecha todavía estaba ahí. Y sin embargo, no dejaban de tenderse la mano, por encima de la distancia y la peligrosa caída, incapaces de dejarse atrás. Incapaces de abandonarse. Tal vez el vínculo que compartían iba más allá de la razón, del propio corazón, más allá de todo. «O simplemente, no hemos aprendido cuándo darnos por vencidos».

—Sería mejor volver dentro, entonces.

Elliot asintió. Las campanillas de la puerta repiquetearon una vez más. Los dos hombres se sentaron en la misma mesa que habían dejado libre poco antes y pasaron los siguientes minutos conversando a media voz. A pesar de su elegante aspecto y el brillo fascinado de sus ojos cuando se miraban el uno al otro, nadie reparó en su presencia.  Cuando se hubieron marchado, ni siquiera el camarero pudo recordar sus rostros.

. . .

Toma tercera

David estaba a punto de irse cuando su jefa le hizo una seña desde el interior del centro de acogida. Él la saludó desde el patio, sin quejarse, y se abrochó la chupa antes de volver a entrar. Solo había salido un momento a echar un último vistazo a los perros, que  ya estaban recogidos y alimentados. Aquella tarde le habían dado bastante guerra, pero no le molestaba el ejercicio, ni que tirasen de las correas como condenados. Era divertido y le ponía de buen humor.

—¿Me necesitas para algo?

—Ha llegado un hombre a última hora. Quiere un gato —dijo ella, con cara de circunstancias—. Ya le he explicado que estamos a punto de cerrar, pero ha sido muy insistente.

—¿Y por qué no le has mandado a la mierda? —preguntó David, sin entender del todo cuál era el maldito problema.

La muchacha hizo un gesto vacilante con la cabeza.

—Parece un mafioso, o algo así. Y además… nos ha hecho una donación.

David entrecerró los párpados. «Debe estar de broma. ¿Los refugios de animales también aceptan sobornos? Joder. Qué asco de mundo, no se salva nadie».

—¿Qué clase de donación?

—Una muy cuantiosa.

—Es igual… es igual, no quiero saber más. Yo me encargo de él, ¿vale? Tranqui.

Se ató el pañuelo palestino y se revolvió un poco el pelo, poniendo su mejor cara de chico peligroso de los bajos fondos antes de dirigirse a la puerta lateral, donde estaban las jaulas de los gatos en adopción. Enseguida localizó al tipo. Era un figurín, vestido con traje y corbata, engominado y con cierto aire a los Hurts, o a cualquier banda de techno industrial alemán.

—Eh. Vamos a cerrar. ¿Qué es lo que quiere? —espetó, sin fingir siquiera un poco de tacto.

El tipo se volvió hacia él, metiéndose la mano en el bolsillo. Tenía los ojos de color castaño claro, ligeramente anaranjado. Era un guaperas peligroso. Enseguida le dio mal rollo.

—Quiero un gato. Este gato, en concreto.

David se acercó a la jaula. Miró al gatito, que estaba jugando con una pelota de papel, atrapándola con las patas delanteras y golpeando furiosamente con las de atrás. Era gris con rayas negras y la panza y las patas blancas.

—Venga mañana. Hay que rellenar el papeleo de la adopción, necesitamos sus datos y es muy tarde. Además…

—Escucha, chaval, le he dado tres de los grandes a tu jefa y no me voy a ir de aquí. Mi novio tenía un gato con un maldito calcetín, ¿comprendes? Después de que un satur le arruinara la vida, se pasó días ingresado en un hospital, y al volver el gato ya no estaba. A saber lo que fue de él. ¿De verdad me vas a obligar a amenazarte, o vas a hacer gala del buen corazón que se os supone a los awen y me vas a dar a ese puto felino sin más tonterías?

Durante un momento, nadie dijo nada. David parpadeó un par de veces y miró de reojo hacia la puerta. Debería haberse puesto histérico, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que estaba preocupado por aquel pobre idiota.

—Si eres tan listo como para saber que soy un awen, también deberías serlo para saber que amenazarme no es una buena idea. No estoy solo.

El tipo del traje palideció al momento. Luego esbozó una sonrisa torcida.

—Estaba bromeando, hombre. Sólo era una broma. Pero de verdad, necesito…

—¿Cómo se llama tu novio?

—Alex.

—Alex, ya. ¿Y a qué se dedica?

—Es fotógrafo.

—¿Cuál es su comida preferida?

—Los gofres. Aunque le gusta todo.

—¿Su músico favorito?

—Ella Fitzgerald. ¿Vamos a seguir así toda la noche?

David sonrió a medias.

—No. Solo estaba haciendo tiempo para que llegara mi guardián… por si acaso hay algún problema contigo.

La presencia de Gabriel ya era lo suficientemente intensa como para que David estuviera más que tranquilo. Sin embargo, el hombre del traje parecía cada vez más nervioso.

—Oye, sé razonable. ¿No te das cuenta de que lo que te digo es verdad?

—¿Por qué debería darme cuenta?

—Dios mío —exclamó el ilusionista—, ¿por qué otra razón si no iba a venir aquí a intentar llevarme un gato a toda costa?

David arrugó el entrecejo y lo pensó un momento. Después se dio por satisfecho y salió al vestíbulo a buscar los papeles del animalito. Pocos minutos después, el hombre del traje salía del centro de acogida con el gato en la mano y se dirigía a toda prisa hacia un coche negro, aparcado en doble fila.

El chico le siguió con la mirada y cuando hubo arrancado, se despidió de su jefa y se dirigió al exterior. Gabriel le estaba esperando, apoyado en la moto y leyendo un librito de bolsillo. Se le acercó y le saludó con una sonrisa. Los ojos azules del guardián se iluminaron con una suave calidez al verle.

—No te imaginas lo que me acaba de pasar.
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© Hendelie & Neith








 



5 comentarios:

  1. Hola chicas!
    Excelente capítulo! Esta historia creo que es a que más me gusta por la complejidad de su personaje principal. Siempre me deja las ganas de saber más.
    Las interacciones que más me han gustado son las que tiene con Liam; me parecen intensas, a veces contradictorias y a pesar de todo extremadamente dulces y apasionadas.
    Con Alex me resultan confusas en ocasiones, pero me imagino que se debe a que es confuso para sus personajes también. Pero ahora se observa un cambio en esta relación, que no sé para donde va. Alex empieza a tener cada vez más conciencia de si mismo, en cuanto a Lot, hasta cierto punto Alex a venido siendo una inspiración en medio del caos, con un inocencia perdida por Lot hace mucho y una gran sentido de sobre vivencia. A pesar de que a su manera se muestran cariño, es una relación basada en una ilusión de un amor que no veo realmente, ja ja ja pero siguiendo con la línea de Lot me pregunto, hasta que punto importa que no sea real para un ilusionista? Más en medio de condena a muerta.
    Me dio nostalgia ese encuentro con Liam, me dejó con la duda si en serio era una manera de dejar las cosas en paz? Yo también me puse a pensar sí Liam en serio es pasado? :-( hasta pienso como seguirá? espero que no sacrificándose Liam para salvar a Lot de alguna manera, eso lo convertiría en n mártir, algo muy católico, pero sería doloroso. :-D no me hagan caso, en serio a veces me vuelo!:-P
    Me parece emocionante que ya hayan aparecido David y Gabriel :3
    Me parece un excelente trabajo, con na trama compleja y poco predecible. Estaré esperando con ansias la posibilidad de comprarlo!
    Suerte con todos sus proyectos, estaré encantada de leer cualquier propuesta de ustedes.
    Mis mejores deseos! Jenelen

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  2. Muchas gracias, Jenelen! Qué gran comentario! Y qué acertado! Nos alegramos mucho de que te esté gustando la novela.

    La verdad es que el carácter de Lot/Elliot es muy complejo y complicado de reflejar. Es un personaje que se define a sí mismo a partir de lo que los demás ven de él. Raramente muestra su verdadero yo, así que hay que retratarle a partir de otros personajes. Para Alex aún es difícil saber cómo es él verdaderamente, y Liam, aunque le conoce muy bien, a veces llega a dudar, jajajaja. En la parte final de la novela, aproximadamente el último tercio, es cuando Lot se muestra verdaderamente tal y como es. Tengo ganas de que lleguemos ahí para ver qué os parece :P

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    1. Esa si es buena noticia!!!!! Tendremos la oportunidad de ver el verdadero Lot, la verdad eso me emociona, porque Alex no es único que le cuesta discernir las verdaderas intenciones de Lot, he llegado a pesar que el mismo Lot se confunde :p. También me gustaría conocer un poco más del inquilino de Alex, me figuro que su verdadera forma debió ser atrayente, guapo, seductor y desvergonzado, me imagino que fue creado así por la organización para facilitar su trabajo, y es ese carácter lo que verdaderamente atrae a Lot, bueno eso y que haya ido en contra de su propia naturaleza...

      Después de la reaparición de David y Gabriel, estoy releyendo el libro 1. Llevo relativamente por acá. Lo primero que leí de ustedes fue por casualidad, una compilación de relatos homoeróticos que me encontré por ahí, donde precisamente estaban Elliot y Liam, así llegué acá, por una necesidad de saber más de ellos. Uds me dijeron que debía leer primero Flores de Asfalto. La lectura me gustó desde el principio por el retrato de culturas suburbanas como punk, pero nunca me esperé que se tratara de un mundo artificial, aunque me desconcertaban algunas partes, eso me tomó desprevenida.

      También me he leído sus otros 2 libros, ambos muy buenos. Fuego y Acero impecable. Creo que me he vuelto adicta a sus historias, su estilo y su forma de presentarnos a los personajes y sumergirnos a otros mundos a través de ellos. Estaré al pendiente, ya que con su trabajo realmente me han ganado. Suerte!

      Saludos

      Jenelen

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  3. Buenas lunas, de verdad tu novela es impactable en todos lo sentidos. Como escritora estoy celosa de tu complejidad, haces que cada parrafo sea un poema, un relato y luego lo conviertes en una sopa de incertudembre, que te hace desear leer el siguiente capitulo. Los personajes aqui se ven predecibles, pero no lo son y eso hace darle una intesidad a sus almas, que palpita atra ves de las letras.

    Alex creo que es mi personaje favorito, aunque siento que su naturaleza de "Vibora" aun no se realza, o seran cosas de mi mente. No me gusta que LOT lo use como conejillo de indias, pero creo que el tambien debe florecer en la novela y ambos siento que se convertiran en personajes diferentes a como comenzaron.

    ¡QUE ALEGRIA! Es el regreso de david y gabriel fue monumental. De verdad, felicidades, ojala puedras publicar tus episodios por amor yaoi otra vez. SUERTE Y ABRAZOS

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  4. No entiendo ¿alex es otro ser? yo creia que era como una especie de cucaracha en el mundo "real" o no (?) explicame

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