martes, 30 de julio de 2013

Flores de Asfalto: La Salamandra — Interludio III


Londres, 1897


El cielo está nublado y Liam no puede evitar mirarlo constantemente. Ya sabe que están ahí por otro motivo, qué demonios, ¿cómo no va a saberlo?, ha sido él quien ha tenido la idea, pero las gruesas y algodonosas nubes, de un gris desvaído, le recuerdan a su tierra natal. Están muy cerca, en realidad. Lo estarían, si ese mundo fuera real… pero no lo es y eso le produce una nostalgia sorda. Hay algunos pájaros volando bajo, golondrinas. Cruzan por encima de los techos de cristal y las banderas del Palacio. 

Siempre ha pensado que las aves están más cerca de Dios.

—¿Me estás escuchando?

Parpadea y vuelve en sí. El muchacho —ya no es un muchacho, se recuerda, ha cumplido los veintidós— le está mirando. Parece un poco molesto.

—Discúlpame. ¿Qué decías?

Elliot suspira, levantando la ceja. Le coloca las solapas con un gesto comedido. Hay algunas personas en los alrededores, no quiere llamar la atención con ademanes demasiado cariñosos. Con el tiempo se ha vuelto un poco más discreto, aunque a veces aún disfruta poniendo a Liam en apuros. Liam lo sobrelleva con estoicismo.

—Que me gustaría hacer algunas fotografías ahora.

—¿Ya has dibujado las vigas?

Elliot le muestra el cuaderno. Liam repasa los diagramas. Su mente es rápida haciendo cálculos. Marca los fallos de medición de su joven aprendiz con el carboncillo, rodeando las cifras con un círculo. El rostro de Elliot se va crispando a medida que los errores se suceden. Cuando termina, Liam le tiende el cuaderno. El muchacho le lanza una mirada desafiante.

—Dame media hora.

Se da la vuelta para volver abajo, al Palacio de Cristal. Él, entonces, le sujeta del hombro con una mano.

—Elliot.

El joven se detiene. Se da la vuelta. Tiene los ojos muy claros aquí, como si el cielo nublado y la lluvia, que parece a punto de desplomarse pero nunca llega a hacerlo, hicieran salir a la luz atrapada en sus iris ambarinos. Cuando le mira, Liam tiene la clara sensación de que él es el centro del universo para Elliot. Eso es una gran responsabilidad, pero también le hace sentirse muy conmovido. Y, en ocasiones, culpable.

—Elliot, no tienes por qué presionarte tanto. Uno no aprende arquitectura, química, arte  y física en un año. No tenemos prisa.

—No tendrás prisa tú. —Liam frunce el ceño. El joven se peina con la mano, negando con la cabeza con frustración—. No quiero hacerme viejo. Quiero el don mientras aún soy joven.

—Eres muy joven.

—El tiempo pasa.

Liam suspira. Cuando agarra el cuaderno de sus manos, el aprendiz opone algo de resistencia, pero enseguida lo suelta, como si su voluntad no pudiera hacer nada contra el maestro. Él le dedica una sonrisa tranquila mientras cierra las gruesas tapas de cartón. Luego agarra el trípode de la cámara fotográfica y se cuelga la caja al hombro. Le pasa el brazo por encima al joven y le hace dar la espalda al Palacio de Cristal, dirigiéndole con suavidad a través de Hyde Park. Elliot se deja llevar sin queja, descansando su cuerpo contra el suyo. Parece abatido.

—El aprendizaje es una etapa que ha de ser vivida con serenidad, Elliot. No debes recorrerla de forma apresurada —le dice, acercando la nariz a sus cabellos mientras caminan—. Cuanta más calma pongas en ello, más rápido avanzarás. No tropezarás y no tendrás que volver sobre tus pasos.

—Lo sé. Ya me lo has dicho —reconoce el joven—. Pero me cuesta. Lo quiero todo y lo quiero ahora. Sé que debo ser moderado, pero esa ansiedad arde en mi corazón.

Liam asiente. Ha visto su fuego desde el principio, la llama que le consume y le impulsa. Y ama ese fuego, que le deslumbra y le rejuvenece. Elliot le ha devuelto la vida y el entusiasmo. A pesar de la culpabilidad, jamás podrá agradecerle eso lo suficiente.

Atraviesan el parque en silencio, hasta llegar a un grupo de olmos que se balancean plácidamente en la brisa. Liam deja el trípode a un lado y le hace un gesto, invitándole a sentarse. El joven se acomoda con la espalda contra el tronco y apoya la cabeza en la corteza blanquecina, suspirando. Sus facciones se han afilado, se han vuelto un poco más adultas. Se afeita a diario y se peina con raya al lado, dejando que el cabello le caiga ante los ojos por la izquierda y cuelgue hasta la barbilla. Eso le da un aire atemporal, de joven bribón, que hace sonreír pícaramente a las chicas y regocijarse a su maestro.

Liam le está mirando con el rabillo del ojo mientras deposita la cámara en el suelo cuidadosamente. Luego se sienta junto a él, rebuscando en su bolsillo. Saca un trocito de papel y realiza varios pliegues hasta formar una figura. Elliot le observa con atención. Cuando termina, pone la figura en la palma de su mano. Es un lagarto.

—Eres muy rápido y tienes tesón. Pero algún día, cuando hayas obtenido eso a lo que tú llamas “don”, ya no tendrás ninguna prisa. Y puede que, poco a poco, los paisajes gloriosos que habías imaginado en tu mente, se marchiten a tu alrededor. Entonces desearás tener más recuerdos a los que aferrarte, salamandra.

Elliot le mira, frunciendo un poco el ceño.

—No sé si entiendo lo que quieres decir.

—Todas tus creaciones serán como tú. —Liam quiere explicárselo. Quiere que lo entienda, y pone su empeño en buscar las palabras. Un haz de sol pálido atraviesa las nubes, la brisa hace danzar las briznas de hierba. Huele a césped y a margaritas, y el aire trae trazas de humedad. Pero todo es mentira, y a Liam le duele ese conocimiento—. Tendrás poder sobre ellas, consciente e inconsciente. Si las abandonas, se derrumbarán. Si las mimas y las cuidas, serán cada vez más hermosas. Pero si alguna vez pierdes la inspiración, si pierdes la fe y tu alma se ennegrece, entonces dejarás de ver la belleza. Y todo cuanto has creado se convertirá en sombras grotescas de lo que ideaste una vez.

Elliot traga saliva, impresionado. Liam se pregunta si se ha excedido. Quizá le está asustando.

—¿Te ha pasado a ti? —pregunta el aprendiz.

Liam niega con la cabeza, y luego sonríe.

—Yo siempre tengo fe. Pero debes aprender a ser paciente. Si no, tus creaciones serán inestables, quebradizas y siempre estarán amenazadas por el derrumbamiento.

Elliot asiente, frunciendo el ceño. Luego se queda pensativo y mira al cielo gris, buscando qué demonios le resulta tan interesante a su maestro ahí arriba mientras otras reflexiones mucho más profundas le ocupan.

—¿Y cómo puedo aprender a ser paciente? Creo que no sé hacerlo.

—Yendo paso a paso. No pienses en el futuro, sólo en lo inmediato. ¿Qué es lo próximo que tienes que hacer?

—Transcribir el sistema de vigas y sujeciones del Crystal Palace —dice Elliot, elevando la comisura con cierto hastío.

Liam sonríe al ver su gesto.

—¿Y cuánto tiempo tienes?

—No lo sé. ¿Cuánto tiempo tengo?

—Todo.

Las golondrinas viajan de vuelta a través del firmamento encapotado. Un grajo está escarbando con el pico en un montoncillo de tierra. Varios pájaros se refugian en las ramas de los olmos. Va a llover. Pero es mentira.

—Tú eres paciente porque tienes fe. Tienes un dios eterno, una vida después de esta, tienes cosas inamovibles y puras enraizadas en tu corazón. —Las palabras de Elliot suenan amargas, le hacen volver a mirarle. Hay rencor en los ojos anaranjados—. No tienes la necesidad de aferrarte desesperadamente a nada, ni el miedo a que todo se desmorone.

—¿Y tú sí?

—No he dicho eso —replica el joven a la defensiva. Pero después, como si fuera consciente de lo estúpido de su reacción, suspira y aparta la mirada—. Todo lo que tenía desapareció. No puedo tener confianza en el futuro, por eso no puedo ser paciente.

Liam se queda mirándole, angustiado. Entiende lo que le está diciendo, porque ha visto de él lo que nadie verá. Estaba en Wounded Knee, disparando, aterrado, con apenas quince años. Estaba en Nueva York, él solo. Le ha visto en los ojos la vejez, la amargura. Sabe lo suficiente como para saber que ha perdido a su familia y que por el camino ha deseado perderse a sí mismo. Y se le enciende una llama dentro, un fuego blanco que sólo puede provenir de Dios, eso piensa él, que es cristiano y católico, y además irlandés.

—Ten confianza en el futuro, salamandra —le dice entonces, moviéndose para quedar frente a él y mirarle a los ojos. En ellos brilla una determinación tan honda como las raíces de un árbol sagrado, y eso es lo que quiere ser para Elliot. Quiere ser su piedra, quiere ser su roble—. Quizá tengas que pasar por algunas pruebas, puede que no. Quizá sean terribles. Quizá sean muchas. Y pierdas aún más por el camino. Pero hay cosas que nunca perderás, te lo prometo.

No se atreve a expresarlo claramente. Es un pudor absurdo el que le hace contenerse. Así que guarda silencio. Necesita, al menos, darle un símbolo. Pone su mano bajo el dorso de la mano de Elliot y luego pasa los dedos de la otra sobre la figura de papel que él retiene. La criatura se vuelve viscosa y fría al tacto y se remueve en la palma del aprendiz. Una salamandra anaranjada, tan brillante que es casi luminosa, del tamaño de su índice, agita la cola y la cabeza, preguntándose dónde está. Elliot da un respingo y atraviesa la mirada de Liam con ojos sedientos. El maestro se estremece por dentro. Dios mío, cuánto le necesita ese joven. No importa que ya haya sobrepasado la mayoría de edad, sigue siendo un niño, y le necesita tanto como a él le agrada y le conmueve esa necesidad.

—Dímelo.

No le bastan los símbolos. Liam sabe que está hundiéndose cada vez más en el fango cálido del compromiso, que está atándose a él y atándole a sí. Había que ser idiota para no verlo venir, y Liam es muchas cosas, pero no se considera idiota. Claro que lo sabía. Esto no era más que cuestión de tiempo… y él tenía todo el tiempo del mundo. Ahora, Elliot le está pidiendo que le de lo que él se muere por darle. Entonces, ¿cuál es la traba?

La culpa. La condena implícita. Siempre estará ahí, y sin embargo, el destino también empuja en esa dirección.

Dios tiene que tener algún plan. Las señales son muy claras, ¿por qué no ser honesto de una vez?

Y se lo dice.

—A mí no vas a perderme nunca, Elliot. Te lo prometo.

Eso es lo que ambos querían oír. El joven aparta la mirada cuando la emoción comienza a pintarse en ella y la baja hacia el pequeño reptil que se contrae en su mano. Con la otra, se agarra a la mano de Liam y la estrecha con una fuerza casi febril. Liam le corresponde con un apretón firme.

Un relámpago quiebra el firmamento. Después se oye el trueno y comienza a llover. Pero es mentira.

Ahora, el mundo es la única mentira.

...
© Hendelie

3 comentarios:

  1. pero parece que Lot si perdió a Liam en algún momento porque estas deben ser sus razones para ser tan insoportable....o por lo menos tuvo que sufrir algo muy profundo para perfeccionar toda su mentira........me tienen perdida chicas, no se que pensar de esta historia.

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    1. Lot es un personaje complicado, a mi parecer, sus mentiras esconden verdades y cuesta mucho ver a través del personaje en el que él mismo se ha convertido. Ya hemos visto destellos de autenticidad en él, pero habrá que seguir indagando a través de la historia para saber más. Espero que lo que está por venir te aclare las ideas en cuanto a él, y también en cuanto a Alex y el mundo del que ambos proceden, creo que su contexto es muy importante para entender por qué cada cual se comporta como lo hace.

      -Neith

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  2. Es que voy muy lentaaaaaaa D: pero bueno, en los próximos capítulos se irá aclarando (espero), jajajajajaja. Me ha encantado eso de que tiene que haber razones para que sea tan insoportable. En el interludio IV comienza el cambio de Elliot, y en el interludio V y el VI se consuma del todo, Lucero. Preparaos para escenas tristes y dramáticas, jajajajajaja. ¡Un beso!

    —Hendelie

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