Escena 20, toma primera
—¿Alguna vez has matado a un
hombre?
Las lámparas de colores que
colgaban en el rincón iluminaban tenuemente la sala. El gato había decidido
quedarse hecho un ovillo junto a la ventana cerrada, abriendo los ojos de vez
en cuando para mirar el exterior. Las fotos que le había hecho a Ariel estaban
alineadas sobre la mesa; yo tenía los dedos puestos sobre ellas. Negué con la
cabeza, levantando la mirada hacia Lot.
—Bueno, en realidad sí
—vacilé—. Supongo que lo que hago ha matado a mucha gente antes pero… nunca ha
sido a sangre fría.
—La primera vez que maté a
alguien tenía 15 años. —Dio una calada al cigarro. Se había remangado la camisa
por encima de los codos, el tatuaje del lagarto naranja estaba sobre uno de sus
antebrazos, inmóvil—. Fue en Wounded Knee, durante el desarme de los indios
lakota.
Sobre las fotografías, allí
donde había puesto mis dedos, se extendían una especie de membranas gelatinosas,
parecidas a diminutos tentáculos de medusa. Cada uno de aquellos pólipos
brillaba en un tono rojizo y palpitaba a medida que absorbían la energía.
—¿Me estás hablando del siglo
dieciocho?
—Diecinueve, casi veinte
—aclaró.
Asentí con naturalidad. Ya conocía
a Lot lo suficiente como para estar habituado a lo increíble.
—¿Y qué ocurrió? ¿No era un
desarme?
—Sí, pacífico. Eso se suponía.
Pero las cosas se salieron de madre.
Un soplo de aire fresco pareció
irrumpir en la habitación cuando Liam salió del cuarto de baño, arreglándose la
corbata. Llevaba los cabellos húmedos y peinados hacia atrás. El chaleco se
ajustaba a su cintura con elegancia y al igual que Lot, llevaba las mangas
enrolladas sobre los codos. Comenzó a bajarlas cuidadosamente.
—El coronel James Forshyt
estaba al mando —dijo, interviniendo en la conversación—. Un hombre bastante
sencillo, o así me lo pareció.
—Era un idiota —apostilló Lot—.
Un idiota anodino.
Liam no respondió a la
provocación. Parecía acostumbrado a sus salidas de tono.
—Hacía un frío glacial y el
arroyo estaba parcialmente congelado. Éramos muchos. Muchos más que ellos.
Había incluso unos cuantos cañones. Los indios eran muy cautelosos. Los lakota
eran cazadores, pertenecían a la familia tribal de los sioux y estaban
sufriendo el acoso de los blancos de forma muy intensa. Perdían tierras día a
día, a pesar de que en su momento habían demostrado ser rivales formidables. —Liam
hizo una pausa. Me había quedado un poco embobado mirándole, escuchando su voz
hipnótica y agradable. Al darme cuenta, volví rápidamente la mirada hacia las
fotografías, apartando las manos y dejando que los pólipos hicieran su trabajo.
Luego pasé al siguiente grupo de imágenes y coloqué las yemas pegajosas sobre
ellas—. Aquel desarme no debería haber causado bajas. Todo iba bien, no estábamos
teniendo problemas. Todos entregaban las armas con rapidez y sin oponer
resistencia, había algunos hombres y un gran número de mujeres, niños y
ancianos. Pero entonces llegó el turno de Coyote Negro.
Las membranas se extendían con
rapidez sobre las fotografías, cubriendo el rostro de Ariel, sus ojos, su boca,
sus hombros, su cuerpo. Una vez, un médico con gafas oscuras y una mascarilla
me había explicado que mis manos y mis pies podían dejar pequeños parásitos
allá donde quisiera. Diminutas partes de mí que succionaban y vibraban y
tragaban, y me enviaban la energía en ondas suaves, como un cosquilleo.
«Te ayudarán a alimentarte. Puedes parasitar a cualquier durmiente que
desees, no se darán cuenta.»
Cuanto más recordaba de mí
mismo, más asco me daba. Haberme olvidado de quién era no me parecía tan malo
en ese momento. Escuché con atención, dispuesto a sumergirme en los recuerdos
de los ilusionistas para huir de los míos.
—Coyote Negro era un hombre
huraño y cascarrabias. Había pagado mucho dinero por su rifle y no entendía por
qué tenía que entregarlo. Algunos decían que era medio sordo, lo cual podría
explicar parte del malentendido. Uno de nuestros soldados trató de arrebatarle
el arma de una forma muy grosera y el rifle se disparó. Así fue como empezó
todo.
Lot miró a su maestro con los
ojos entrecerrados. Parecía sorprendido.
—¿Estás hablando en serio?
Liam asintió con la cabeza, muy
sereno.
—¿Nunca te lo he contado?
—¿Que casi morimos porque un
fanfarrón intentó quitarle el arma por la fuerza a un indio sordo? No, no me lo
habías dicho nunca. Pero no me habría importado seguir sin saberlo. Es
demasiado ridículo.
—Más de doscientos inocentes
murieron de este modo tan irónico. Mujeres y niños, en su mayoría.
Al oír aquello levanté la
cabeza, escandalizado.
—Yo no fui —dijo Lot,
rápidamente—. Mi primera y única muerte por entonces fue un soldado de mi
propio bando.
Suspiré con alivio, pero luego
volví a mirarle con reproche.
—¿Por qué mataste a uno de los
tuyos?
—Cuando escuchamos el primer disparo,
cundió el pánico. Abrimos fuego —explicó Lot—. Es lo que había que hacer. Si
hay un ataque, hay que responder. Las balas empezaron a silbar y los cuerpos
cayeron sobre la nieve. No se veía bien. Estábamos asustados, tanto o más que
ellos. Al final todos estábamos disparando como locos, sin saber siquiera a quién.
—¿Habías usado un arma antes,
alguna vez?
Lot sonrió a medias.
—Jamás.
—¿Y qué pasó?
—Pues que alguien pasó por
delante mía y apreté el gatillo. Le vi sacudirse con el impacto y caer. La
nieve empezó a empaparse de sangre. Se volvió rosa. Después más y más oscura… y
luego escuché un grito y otra figura vino hacia mí, así que apreté el gatillo
de nuevo, pero se había encasquillado. El hombre pasó corriendo casi sin verme.
Era un indio y huía. Le abatieron por la espalda.
—Lo siento. Debió ser horrible…
Lot se encogió de hombros.
—La primera vez siempre es
difícil. Pero eso no fue del todo un asesinato.
—No estoy de acuerdo
—contravino su maestro
Él y Lot se miraron. Me pareció
ver un cierto desafío en la expresión de mi amante, mientras que Liam se mantenía
sereno y algo severo, como un hermano mayor, un padre o algo así.
—Un gato puede arañarte por
accidente, pero los hombres no tienen garras ni dientes —argumentó el maestro
ilusionista—. Para hacer daño a otros tienen que utilizar instrumentos y tiene que
intervenir su voluntad. Si no tienes armas ni la voluntad de utilizarlas, nunca
matarás a nadie.
—¿Y qué hay de la defensa
propia?
—Cuando suena un disparo en el
aire, todos atacan porque creen que tienen que defenderse. Pero el mandamiento
dice «no matarás». Sin excepciones.
—¿Entonces tu religión te
prohíbe defenderte? —le encaró Lot—. Eso es estúpido.
—En un mundo en el que los
hombres no se amenazan unos a otros no es necesario defenderse. Ese es el mundo
que Dios desea para nosotros.
Lot hizo un gesto de desdén con
la mano.
—No seas hipócrita. Tu religión
te prohíbe matar pero tú también disparaste ese día.
—Por desgracia, aún no vivimos
en el mundo que Dios desea para nosotros. Matar para salvar vidas es la
paradoja a la que muchos soldados nos hemos enfrentado —aceptó Liam—. Cuando
llegue la hora de mi juicio, espero que en la balanza en la que se medirá mi
alma pese más todo lo que he intentado salvar que lo que me he visto obligado a
arrebatar.
Lot levantó la vista hacia el
techo con expresión de exagerado desdén.
—Es imposible razonar contigo.
Dio por terminada la discusión,
y Liam no parecía tampoco tener ganas de seguirla. Al parecer, ambos tenían muy
claras sus propias ideas. Lot se quedó mirando una de las primeras fotos, que
había empezado a burbujear y sisear, como si estuviera expuesta al ácido.
—Eso no es disparar a bocajarro
a un hombre pero no acabará de manera muy diferente —me dijo—. Y si te sirve de
consuelo, yo no creo que sea un asesinato.
—Tal vez lo sea —dije,
arrugando el entrecejo—. Pero no puedo sentirme culpable.
—Como si eso fuera algo malo.
—Para mí sí es algo malo. —«Alex
no aprobaría esto», pensé—. Estoy de acuerdo con Liam… a veces hay que matar
para salvar vidas. Pero no me gusta.
Sin embargo, esa última
afirmación no era del todo verdad. No podía garantizar que no hubiera nada de
venganza en lo que estaba haciendo. En cierto modo, lo disfrutaba. El
cosquilleo de la energía agradable y efervescente y el saber que estaba
robándoselo todo a Ariel me hacía sentir poderoso. Pensar en su sufrimiento me
agradaba. «Somos monstruos», había dicho Lot. Yo no quería serlo pero qué
demonios, podía permitirme esos pequeños deslices.
—Te lo agradezco —dijo Liam
entonces—. Lo que estás haciendo ahora.
Sus palabras me conmovieron de
una forma un tanto infantil, o tal vez era esa forma de mirar, tan profunda y
amable.
—No hay de qué. Espero que
sirva de algo.
Cuando me aparté, la mesa de
cristal estaba llena de diminutas arañas translúcidas con las patas abiertas, palpitando
y contrayéndose al ritmo de los latidos de mi corazón mientras consumían el
color, la forma y la identidad de Ariel. Me senté en el sofá y cerré los ojos,
concentrado en pensar en él y en ninguna otra cosa. Sentí el odio quemarme por
dentro. Y me sentí vivo.
.
. .
Escena 20 – Interludio
El hombre con las gafas y la
mascarilla le mostró un espejo. Ahí estaba él. Veía su cara, su cara real… pero
no sentía nada. Ni rechazo, ni temor, ni tampoco orgullo o placer. Aún estaba
demasiado sorprendido. Todo era nuevo y fascinante: acababa de nacer.
—Puedes modificar tu aspecto a
voluntad. Tus células son mutables, se adaptarán muy bien a cualquier forma.
Esa es tu fuerza: la capacidad de adaptación. —El hombre hablaba lenta y
serenamente. Las palabras tenían significado; hacían resonar ideas implantadas
en su mente. Células, adaptación, modificar su aspecto—. ¿Entiendes lo que te
estoy diciendo?
—Sí —dijo Athaliah, y escuchó
el eco de su propia voz.
Supo que había un «yo». Que
existía un «yo». Supo que él era él, y aquello le provocó un gran
asombro.
Recordaba haber estado flotando
en la oscuridad, una oscuridad salpicada de luces frías, fosfóricas. En esa
oscuridad, alguien dormía y sufría. Vio sus grandes ojos tristes y creyó
perderse en los universos de su mirada. Después había despertado en un lugar
blanco, aséptico y limpio, sobre una camilla. A su lado se amontonaban varios
cubos con material de desecho. Veía en ellos algo parecido a la sangre y restos
de músculos y venas sintéticos. Los hombres con bata, mascarilla y gafas
recogían el instrumental, comprobaban los monitores y rellenaban expedientes.
Al otro lado de la sala había alguien más tumbado en una camilla. Era igual que
él. Desplegaron un biombo blanco entre los dos, y entonces el otro desapareció
y volvió a estar solo con los médicos.
—Bien. Aunque no lo entiendas
no importa… tu programación te guiará. Es como el instinto de los animales.
El hombre proyectó la luz de
una pequeña linterna contra sus ojos. Era roja. No le molestó, aunque le hizo
parpadear al principio. Luego le abrió la boca y examinó el interior. Athaliah
se dejó hacer.
—¿Entonces por qué me cuenta
todo esto? —inquirió, cuando el doctor le sacó la espátula de la boca.
El hombre se quedó inmóvil.
Athaliah comprendió que no debía haber hecho esa pregunta. Sus ojos le
atravesaron desde detrás de las gafas oscuras. Aunque no podía verlos, los sintió
con tanta claridad como si fueran agujas clavándose en su mente.
—Porque a veces —dijo el médico,
en un tono más frío y medido— algunos de los especímenes resultan especialmente
lúcidos. Los especímenes lúcidos reaccionan a los estímulos conversacionales. Así
que les hablamos y tratamos de determinar su grado de comprensión. ¿Entiendes
lo que quiero decir?
Asintió con la cabeza. Tal vez
podía haber mentido. Haber dicho que no, que no comprendía nada. Pero aquella
fue la primera vez que Athaliah sintió el miedo, y tal y como el doctor había
dicho, el instinto le guió. Asintió, obediente, complaciendo a aquellos que
estaban por encima de él en la pirámide jerárquica de la Organización. El
médico siguió con su tarea. Comprobó los reflejos, el espectro visual, la
actividad neuronal y circulatoria. Lo comprobó todo.
—Ahora te mostraremos un
catálogo de modelos físicos para que elijas el que más te guste. Tus células están
programadas para reaccionar por sí solas y adoptarán la imagen que hayas
escogido. Con el tiempo aprenderás a cambiar de aspecto según las necesidades
que tengas, a mimetizarte con el entorno o a llamar la atención.
—¿Puedo hacer eso?
Miró al doctor, sorprendido.
—Claro que puedes. Muchos
animales podían hacerlo en otro tiempo. Peces, insectos, reptiles. Cambiaban de
color, de forma o de tamaño para cazar, reproducirse o defenderse de otros
depredadores. Eso es la adaptación.
Asintió. Animales. Peces, insectos,
reptiles. Sabía lo que eran. Todo aquello estaba insertado en su mente, al
igual que el lenguaje, las convenciones sociales, la educación básica y las
habilidades esenciales.
El médico hizo girar la camilla
y elevó el respaldo. Athaliah se quedó sentado frente a una pantalla.
Comenzaron a aparecer imágenes en movimiento de hombres y mujeres. Eran muy
diversos. Algunos reían, cantaban o bailaban sobre escenarios. Otros hablaban,
sentados detrás de mesas y estrados, vestidos con traje y corbata. Altos,
bajos, negros, blancos, elegantes, menos elegantes, todos tenían algo
llamativo.
—¿Cómo sabré cuál es el que me
gusta?
El rostro del médico, invisible
tras las gafas y la mascarilla, se reflejaba en el visor.
—Lo sabrás. Por muy plano que
sea un espécimen, la materia prima es la que es… y siempre quedan esos
sedimentos, esa capacidad reactiva ante estímulos agradables. Es lo que hace
diferentes a los humanos entre sí. Sus gustos, sus afinidades inexplicables.
Sus maneras de percibir el mundo.
Athaliah asintió.
—¿Has entendido lo que he
querido decir? —preguntó el médico.
Athaliah se tomó unos segundos
para pensarlo y finalmente, negó.
Él nunca lo supo, pero aquello
salvó su vida. Porque si hubiera sido capaz de comprender esa última afirmación
del corruptor, habría sido demasiado lúcido para ser viable y enviado al
reciclaje.
Pero entonces Athaliah no
pensaba en eso. Miraba las imágenes, preguntándose qué era lo que le gustaba. En
aquel momento, en la pantalla apareció una banda tocando rock bajo focos color
rosa. Athaliah no podía oír la música, solo veía las luces y al chico que
sujetaba el micro, moviéndose sin parar, con la barbilla alzada, luego
levantando los brazos, contoneándose, saltando, desafiando al mundo con su
aspecto y sus gestos salvajes. Tenía el pelo rubio muy claro, los ojos azules y
la nariz respingona. Iba maquillado, vestido con una suerte de corsé que le
dejaba el pecho desnudo y con un foulard
y un rosario enredados en el cuello. Su cintura era estrecha, sus brazos
largos. Había en él una rara mezcla de rebeldía y fragilidad, algo ambiguo y
tóxico que le llegó con fuerza.
Se dio la vuelta hacia el
médico, señalando la pantalla.
—Quiero ser así —dijo.
El corruptor le puso el espejo
delante.
—Ya lo eres. —Athaliah sonrió
por primera vez en su existencia—. Te lo dije. Tus células saben lo que
quieres… siempre lo sabrán. A veces incluso mejor que tú mismo.
.
. .
Escena 20, toma segunda
Cuando abrí los ojos, Liam
estaba sentado a mi lado en el sofá. Nos separaban dos palmos de espacio vacío.
Él se había recostado hacia atrás y tenía entre los dedos la vieja fotografía
enmarcada que yo había rescatado de la casa de Lot Anders. No había rastro de
mi amante por ningún lado.
—¿Dónde está Lot? —pregunté. Me
sentía agotado y ahíto.
—Abajo, haciendo guardia.
—¿Guardia? ¿Por qué?
Liam levantó el rostro. Estaba
muy tranquilo y su ropa exhalaba un suave olor a lavanda y hierba recién
cortada. Su sola presencia tenía un efecto reconfortante.
—Las instantáneas han quedado
reducidas a polvo. Seguramente Ariel habrá desaparecido ya.
De nuevo tuve una sensación
desagradable. Quería sentirme culpable, pero no podía. No, aquello estaba bien.
—No pensaba que fuera tan
rápido.
—¿Es la primera vez que lo
haces?
Asentí con la cabeza. Liam
sonrió y me apartó el pelo de la cara con un gesto que me resultó natural,
familiar.
—Nunca me he enfrentado a
nadie… que yo recuerde —dije—. No en esta nueva vida. Y creo que tampoco en la
anterior. No quiero problemas.
—Me temo que en tu situación
eso no está en tu mano, amigo mío.
—No, no lo está —admití,
sonriendo con amargura.
Bostecé y me hundí un poco más
en los cojines. Al final me había quedado dormido durante el proceso de devorar
a Ariel. Había sido un empacho. Me sentía abotargado y torpe, con ese punto
tonto que se alcanza en las borracheras o en las comilonas. Satisfecho, estiré
los pies sobre la mesa de cristal. Los pólipos se habían disuelto y como bien
había dicho Liam, sobre la superficie pulida sólo quedaban montoncitos de polvo
blanquecino y seco.
—¿Quieres algo de beber? —me
ofreció el ilusionista.
—Un Martini estaría genial.
Se levantó y se dirigió a la
cocina. Le seguí con la mirada, curioso. Le vi dejar la fotografía sobre la
barra de mármol e inspeccionar los armarios hasta dar con los vasos y las botellas
de alcohol.
—Veo que Elliot ya te ha
acostumbrado a los cócteles —me dijo, mientras destapaba las botellas y vertía
el líquido transparente en un vaso bajo y cuadrado—. Siempre han sido su
pasión.
—¿Y la tuya?
—En realidad, yo prefiero la
cerveza. No sé nada de combinados. Aunque creo que sabré preparar un Martini
—aclaró, dedicándome una sonrisa franca.
—Ah. Por alguna razón creí que
lo habría aprendido de ti. Lo de los cócteles, y a vestir, y… todo, en
realidad.
Liam rió.
—No, todo no. Elliot siempre ha
tenido una gran capacidad de asimilación, pero también una personalidad muy
marcada.
—Ya, ya. —No hacía falta que lo
jurase. El ilusionista regresó con las bebidas y me ofreció la que había
dispuesto para mí. El hielo flotaba en el licor dulzón. Di un sorbo y paladeé
las notas agrias con deleite—. ¿Creéis que vendrán a vengarse? Por lo de Ariel.
Liam negó con la cabeza,
acariciando al gato, que en ese momento pasó caminando por el borde de la mesa.
—Si vienen no será para
vengarse. La venganza es un sentimiento demasiado intenso para la Organización.
—¿Y Ariel? Me pareció muy
resentido con vosotros… ¿quería vengarse él?
—Ariel cumplía órdenes —dijo
Liam, serio—. Es un ilusionista de la Organización, tiene un pacto y debe hacer
lo que debe hacer.
—Vosotros también, y sin
embargo, aquí estáis.
—Así es —admitió—. Son tiempos
convulsos. Se acerca un conflicto, llegará antes o después, y hay que tomar
decisiones. Todos hemos elegido un bando, y quienes no lo hayan hecho aún,
tendrán que hacerlo. La Organización, los Vigilantes, la Resistencia… algunos,
nuestro propio bando —añadió, mirándome significativamente—. Puede que Ariel no
fuera una gran persona, ni tampoco un buen ilusionista. No seré yo quien lo
juzgue. No obstante, era una persona. Un ser humano, como nosotros. —«¿Como
nosotros?», pensé, sobrecogido. «Debe estar de broma. No debe referirse a mí.
Lo habrá dicho por cortesía.» Y sin embargo, pensar en que pudiera considerarme
tan humano como él mismo, me conmovió—. Se merece descansar en paz.
—Lo siento. —No era verdad.
Recordé que Lot había dicho que el destino de aquellos que perdían su imagen
era peor que el infierno. Sin embargo, no me arrepentía—. Espero que algún día
descanse en paz, pero no podía permitir que os delatara, ni a vosotros ni a mí…
—Lo sé. Te agradezco que hayas
intervenido en esto. Si no lo hubieras hecho tú, habría acabado haciéndolo
Elliot y no me habría gustado.
—¿Tú crees? —inquirí—. No me
pareció muy dispuesto a intervenir en nada, la verdad.
Liam sonrió a medias.
—Ya. Pero creo que lo habría
hecho… al final. A la hora de la verdad, todo es irrelevante salvo los actos.
Me quedé mirándole. Cada vez
sentía más curiosidad acerca de él. Había muchas cosas en Liam que yo deseaba
saber. Mi instinto me decía que las claves a todos los misterios de Lot Anders,
las respuestas a todos sus secretos, las poseía su maestro. Quería descifrarles
a ambos, así que intenté entablar conversación sin que mis intenciones se
notaran demasiado.
—Lot me ha hablado mucho de ti.
—Espero que bien —aventuró,
dando un sorbo a su copa.
Asentí, sonriendo.
—Sí, muy bien. Te admira mucho.
—La admiración es mutua.
—Debe ser muy enriquecedor,
poder instruir a alguien a quien se admira… como maestro, quiero decir.
Mis palabras me parecían vagas
y estúpidas. Esperé a que él hablara para buscar algún otro hueco por el que
atacar, pero Liam parecía tomarse su tiempo para todo. No era una persona
inactiva, simplemente parecía vivir a su propio ritmo.
—El proceso de aprendizaje es
bidireccional. Cuando enseñas a alguien aquello que tú sabes, también lo
vuelves a aprender. Y al mismo tiempo, descubres cosas nuevas. Enseñar te
obliga a replantearte lo que sabes, a reasimilarlo, reformularlo y cuestionarlo
una y otra vez. —Dejó el vaso en la mesa y paseó la mirada por la habitación—.
El tener ocasión de instruir a alguien con talento e inteligencia es un reto. Y
un privilegio.
Me sentí muy orgulloso. Yo ya
sabía que Lot tenía talento e inteligencia, pero que alguien como Liam lo
dijera me provocó un cosquilleo agradable.
—No le he visto hacer muchas
cosas, pero me encantaría ver más lugares diseñados por él.
—¿No te ha enseñado nada?
Miré hacia el techo.
—Solo dos o tres cosas. Una
cafetería, la fábrica de perfumes, su fábrica de engranajes… poco más.
El ilusionista volvió a dibujar
una sonrisa nostálgica.
—Qué modesto.
Me eché a reír. Él me miró
extrañado, como si no hubiera captado la broma. Yo dejé de reírme poco a poco,
confuso y avergonzado.
—Ah, ¿lo dices en serio?
—Sí —volvió a sonreír—. Elliot
posee una gran fuerza creativa, pero aún no ha alcanzado todo su potencial. Lo
sabe, y nunca está del todo satisfecho con lo que hace. Pero cuando llegue ese
día, el mundo conocerá obras maravillosas.
—Tienes mucha fe. No lo digo de
forma irónica… pero no sé, Lot… Elliot… no es la clase de persona en la que uno
podría confiar.
Liam se me quedó mirando.
Amplió la sonrisa y después apartó la mirada. Supe que se estaba aguantando la
risa con mucha educación. Le di un codazo suave.
—Perdóname, pero es muy
peculiar que precisamente tú digas eso —se justificó.
Al pensar en la situación, con
Lot viviendo en mi casa, o invadiéndola más bien, no pude evitarlo y me eché a reír
en voz alta. Solo entonces Liam se atrevió a dejar oír su risa, suave y cortés.
—Supongo que tienes razón
—admití.
—Ah, lo cierto es que la tengo.
Volví a reír. Empezaba a darme
cuenta del juego de diferencias y similitudes entre Liam y Lot. Aquel
comentario habría podido salir de los labios de mi amante, aunque el tono y las
formas eran muy opuestas. No había ni rastro de la jactancia de Lot Anders en
su maestro. Mientras que Lot era un personaje, Liam era una persona. No llevaba
máscaras, ni siquiera su cortesía ocultaba su carácter sino que era parte de
él. Lot tenía más capas que una cebolla. Y sin embargo ambos compartían algo,
igual que sucede con los que han nacido en el mismo país, en la misma época,
los que pertenecen, eso es, a un mismo mundo.
—¿Qué os pasó?
Lo había planeado de otra
forma, pero la pregunta brotó de mis labios con espontaneidad. No me sonó extraña
ni forzada. Aquella risa compartida me había dado más confianza de la que
hubiera conseguido a través de una conversación trampeada para llegar al fin
que buscaba.
Liam frunció el ceño,
reflexivo, y suspiró. Después se levantó y se marchó a la cocina. «Le he
incomodado. No debí mencionar el tema. Ni siquiera nos conocemos, ¿cómo se me
ocurre?», me reprendí.
Aún estaba haciéndome reproches
cuando él regresó con la foto en la mano. La dejó sobre la mesita, entre las
cenizas de Ariel. Liam, Elliot y Mara nos contemplaban desde dentro del marco,
a siglos de distancia.
—Ojalá lo supiera. —Su
respuesta era sincera. En su mirada había suficiente amargura y nostalgia como
para jurar por ello—. La vida, supongo. Una vida demasiado larga.
Asentí con la cabeza, sintiéndome
avergonzado. Me daba pudor preguntar más, y sin embargo quería saberlo todo.
—Me dijo que ibas a casarte con
ella —comenté a media voz—. Con Mara.
Liam asintió.
—Era una gran mujer. Nunca dejo
de repetirme que tal vez, si las cosas hubieran sido diferentes entre nosotros
tres, ella nunca habría acabado en los Verdugos.
Tragué saliva.
—Vosotros sois diferentes
—murmuré—. Y aunque aprecio la forma en la que me tratas, creo que ni Mara ni
yo somos iguales a vosotros, Liam. Nosotros no somos humanos.
Sus ojos aguamarina se
volvieron hacia mí.
—¿Qué define la humanidad, al
fin y al cabo?
Aquella pregunta me
desconcertó. Me encontré presa de un repentino vértigo, como si el suelo
descendiera y el techo se hiciera más alto. El mundo se amplió en todas las
direcciones, se llenó de posibilidades tan esperanzadoras que daba miedo sentir
esperanza alguna.
—Ya… yo también lo he pensado
algunas veces, pero…
No sabía cómo decirlo. Un
Verdugo me parecía algo demasiado extremo. Demasiado corrupto. Demasiado terrible.
Sin embargo, supe de alguna manera que para Liam no había diferencia, no había
límites.
—Aun así, Mara no tuvo la culpa
de lo que nos pasó. Es una víctima más.
—¿De una vida demasiado larga?
—Sí… o de nuestras decisiones.
De la forma en que elegimos vivirla. Del modo en que quisimos actuar.
Hizo una pausa y bebió otra
vez, distraídamente. No parecía disfrutar mucho de su Martini, seguramente sólo
se lo había servido para acompañarme. Prosiguió:
—Hubo un tiempo en que Elliot y
yo estábamos solos, pero al final de aquella época algo entre los dos se
convirtió en angustia. El vínculo que nos unía cristalizó, se volvió rígido,
seco y sólido y se transformó en una cadena que nos ahogaba. Él quiso alejarse
y probar cosas nuevas. Construir en otros lugares. Buscar nuevos objetivos,
fuera de mi influencia. Es natural y comprensible, así que lo acepté… pero
después las cosas cambiaron. —Guardó silencio unos segundos, con la mirada
perdida. El hielo se fundía lentamente en los vasos—. Cuando volvió, había un
muro entre los dos. Nunca he sido capaz de hallar la causa, no sé cómo
derribarlo… solo sé que está ahí. Creo que está hecho de silencios, de
decepciones… de deseos que nunca se expresaron, de cosas que esperábamos el uno
del otro y nunca fuimos capaces de pedir… de roces que acabaron desgastándonos,
horadando la piel hasta dejarla en carne viva… de la sed callada y de la
frustración silenciosa. Porque siempre ha sido así. Como ahora. Podría hablar
de esto con cualquiera menos con él. No lo hago, evidentemente. Por primera vez
se lo estoy contando a alguien y es a ti. Apenas te conozco, pero confío en ti
y tengo la necesidad visceral de sacármelo de dentro. Pero jamás podría hablar
con él de esta manera. Jamás podría confesarme con Elliot. Y sé que para él es
igual, o tal vez peor. Tal vez no hable con nadie. ¿Habla contigo?
Yo asentí, con un nudo en la
garganta. Me dolía y no podía tragar.
—Mejor. Al menos podrá
desahogarse. Todo esto son mordazas que nos ponemos a nosotros mismos, y me es
imposible explicar por qué lo hacemos. ¿Por qué no somos capaces de expresarnos
con honestidad con quienes más queremos? ¿Por qué es tan complicado a veces
comunicarse? ¿Por qué nos protegemos cuando nos sentimos vulnerables, por qué a
veces actuamos de forma contraria a como desearíamos hacerlo? —Negó con la
cabeza y cuando volvió a mirarme, sus ojos ardían con una pasión interior que
me había resultado invisible hasta entonces—. He tenido una vida lo
suficientemente larga como para aprender y descubrir toda clase de cosas. Pero
aún no he conseguido comprenderme del todo a mí mismo.
Terminó su alegato con una
media sonrisa y yo correspondí con otra. Me sentía cerca de él, más de lo que
me había sentido con Elliot en casi ninguna circunstancia. Tuve ganas de
agarrarle la mano, de abrazarle.
—Creo que eso también forma
parte de lo que significa ser humano.
Asintió.
—Sí. Yo también lo creo. —Luego
frunció el ceño y me miró con cautela—. Espero no haberte avasallado con este
discurso.
—No, no, no —me apresuré a
responder—. Me gusta oírte hablar. Sobre todo de esto. De cualquier cosa, en
realidad. Pero de esto sobre todo.
Nos sonreímos de nuevo y
chocamos nuestros vasos en un brindis improvisado. Mis propias palabras
temblaban en mis labios, me moría por confesarme con él igual que él había
hecho conmigo. Pero tenía miedo, y cualquiera de mis dramas me parecían una
tontería al lado de una existencia encadenada como la suya. Entonces, en un
momento de iluminación, me di cuenta de que la relación entre Elliot y Liam
tenía un matiz que no se me había ocurrido contemplar. Además de ser alumno y
maestro, además de ser algo parecido a un padre y un hijo, había algo más. Algo
que lo volvía todo más complejo y que explicaba los problemas de Liam, católico
y chapado a la antigua, para enfrentar sus sentimientos.
«Pues claro, estúpido», me
dije. «Eran amantes. Quizá todavía lo son.»
Miré a Liam y me sonrojé. La
idea no me provocaba mas que una ligera molestia. Pensé que no me gustaría que
Lot me estuviera ocultando algo como eso, pero porque no me gustaba que me
ocultara las cosas. Que Liam era parte de su vida estaba más que claro. Una
parte muy importante que yo quería aprender a amar. Mi Lot y el Elliot que su
maestro había conocido eran como dos mitades de una misma realidad que, de
alguna forma, deberían llegar a conciliarse para que pudiera encontrarse a sí
mismo.
—Tú le has hecho cambiar.
Las palabras de Liam me
sorprendieron.
—¿Lo crees de verdad?
El ilusionista asintió.
—Ahora está comportándose de un
modo diferente. Quiere hacer las cosas bien… aunque no sepa aún lo que quiere
hacer exactamente.
—Espero que tenga tiempo de averiguarlo
—dije.
Me arrepentí al instante. No
quería pensar en eso.
—Seguro que sí.
—No quiero hablar más de Lot,
háblame de ti —solté de repente, girándome en el sofá y mirándole con
entusiasmo—. Todo gira a su alrededor. A veces me siento como si nos absorbiera
con su gravedad… quiero saber más de Liam.
El ilusionista se quedó
mirándome con expresión perpleja. Después se llevó una mano al cuello, un tanto
cohibido.
—Claro, por supuesto.
Discúlpame, no estoy muy acostumbrado a…
—¿A hablar de ti?
—Sí… no es usual que despierte
interés. Pero dime, ¿qué deseas saber?
Se ladeó, apoyando un codo en
el respaldo del sofá. Me recordaba a los caballeros de principios de siglo,
siempre tan distinguido y gentil, sin alzar jamás la voz ni decir una palabra
fuera de lugar.
—Háblame de tu vida —dije,
adoptando pose de psicoanalista.
—¿Desde el principio?
—Sí, desde el principio.
—No quisiera aburrirte…
—No me aburrirás.
—He vivido más de doscientos
años. ¿Estás seguro?
Miré hacia la ventana. Luego el
reloj. Finalmente asentí.
—Tenemos tiempo.
Liam cedió al fin. Bebió un
poco más de Martini para darse ánimos y después comenzó a hablar con voz serena
y tranquila. Le escuchaba, pero también le miraba, y mientras mi mente se
perdía en las bucólicas imágenes de las praderas irlandesas, con su cielo azul
y sus nubes algodonosas, pensaba en cómo habría sido para él ser familia,
maestro y amante de Lot Anders. Y no le envidié. No le envidié en absoluto.
.
. .
Escena 20, toma tercera
Regresó casi de madrugada. Yo
me había quedado dormido en el sofá. Liam me había cubierto con una manta fina
y al parecer se había marchado, porque cuando desperté estábamos solos. Lot
fumaba uno de sus cigarrillos de espaldas a mí, mirando por la ventana, igual
que en mi foto preferida.
—¿Lot? —balbuceé, adormecido—.
¿Cuándo has vuelto?
—Hace un rato.
Se acercó al sofá y se sentó a
mis pies, agarrándome del tobillo y acariciándome el empeine. Llevaba el
cabello hacia un lado, dejando ver una sien casi rapada y la patilla perfilada
milimétricamente. Debajo del traje negro lucía un chaleco con motivos granates
y una corbata roja.
—¿Va todo bien?
—Sí, flaquito. No tienes que
preocuparte por nada. —Me miró y asintió, como para reafirmarme la idea.
Quizá fue aquello lo que me
hizo sospechar. Me enderecé, pasándome la mano por la cara y el pelo.
—¿Dónde ha ido Liam?
—Ha vuelto a su casa.
Lot me rodeó con el brazo
cuando me erguí y se inclinó hacia mí, rozándome el cuello con los labios.
—¿Qué? No debería volver. —Su
mano seguía en mi tobillo. Abrió los dedos y la deslizó sobre mi pierna,
cerrándola en el muslo. Su respiración me erizaba los poros—. Irán a por él.
Está en peligro. Debería quedarse aquí, llámale…
—No seas tonto. —Lot me mordió
el lóbulo y susurró en mi oído—: No es ningún niño, sabe cuidarse solo…
—Es igual, Lot… —Di un respingo
cuando me lamió el cuello y succionó la piel. Su mano trepó hasta mi
entrepierna y comenzó a acariciarme por encima de la ropa. Mis células
comenzaron a agitarse, el calor estalló repentinamente en mi vientre y me
encontré excitado y hambriento en cuestión de segundos. Pero aun así, todavía
era una criatura racional. Un poquito, al menos—. Lot… llámale, por favor.
—Luego.
—Pero…
De pronto, él se apartó y me
miró a los ojos con expresión de halcón enfadado.
—Maldita sea, llevo un día de
mierda. No, un día no. Llevo varios días de mierda, nene. Sólo quiero estar un
rato a solas contigo. ¿Va a poder ser, o no?
Parpadeé, sorprendido por su
repentina brusquedad. Luego asentí. Tenía razón, no habíamos podido estar
juntos y tranquilos desde hacía más de veinticuatro horas, y eso era demasiado.
Le rodeé con los brazos y le besé, conciliador.
—Perdona.
—Me has cortado el rollo.
Le miré con culpa y
preocupación.
—¿De verdad?
—No —confesó, dibujando su
habitual sonrisa de sátiro—, pero actúa como si lo hubieras hecho y ahora
tuvieras que ganarte mi perdón.
Le sonreí con picardía,
rodeando su cintura con las piernas y empecé a desanudarle la corbata.
—No seas tramposo —le dije.
Sus labios me rozaron la boca.
Me lanzó una mirada hambrienta entre las pestañas mientras nos acomodábamos
sobre el sofá, empujando los cojines al suelo. Luego me mordió con suavidad y
nos besamos, al principio con movimientos lentos, deleitándonos, y después
ahondando en nuestras bocas hasta que la saliva se mezcló y era imposible
distinguir su sabor del mío.
—Creía que te gustaban los
tramposos…
—No… me gustan los hombres
valientes y atrevidos… y consecuentes…
—¿Tipo Errol Flynn?
—Sí —reí, arqueándome bajo su
cuerpo. Me estaba besando el cuello y subiéndome la camiseta. Sus dedos jugaban
en mi cintura y luego treparon despacio hacia mi pecho—. Tipo Errol Flynn… ¿y a
ti?...
—A mí me gustan todos…
Me lanzó una mirada fugaz y se
escurrió hasta mi vientre para hundir la lengua en el ombligo. Dejé de hablar y
le agarré del pelo. De pronto me encontré pensando en cómo sería el tacto de
otro pelo, de otra lengua, el sabor de otros besos.
Y me di cuenta de que no me
acordaba.
A lo largo de aquel tiempo habían
ido volviendo a mí ciertas cosas. Algunas más agradables, otras menos. Sin
embargo, sabía que todo estaba ahí, encerrado en alguna parte de mi memoria…
pero no recordaba a ningún otro hombre antes de él, salvo Alex. Tampoco a
ninguna mujer. Sólo estaban ellos dos, y en cuanto a Alex… apenas podía evocar
cómo era besar a Alex, tocarle o hacer el amor con él. Sólo intentarlo me hacía
daño.
—No recuerdo a ninguno
—susurré—. Nadie antes de ti…
—A ti también te gustan todos.
Nunca le has hecho ascos a nada, ¿no es cierto? —murmuró desde mi vientre. Me
había empezado a desatar los pantalones pero le agarré las manos y tiré de él
hacia arriba. Le abracé mientras me besaba de nuevo y me quitaba la camiseta—.
No tiene nada de malo… en cuestión de necesidades básicas da igual cómo sea
alguien, con tal de que se le pueda follar sin vomitar…
—Es cierto que no soy delicado…
—acerté a responder, mientras le desabrochaba el chaleco y la camisa. Estaba
excitado, pero también me sentía un poco incómodo. Deseaba algo, algo concreto, y no sabía muy bien qué—. Pero tampoco es
justo decir que me gustan todos… tengo voluntad y capacidad de elección,
¿sabes?...
—¿Sabes lo que creo?
Se detuvo, mirándome a los
ojos. Sus manos me habían dejado huellas ardientes por todo el cuerpo. Ahora
había vuelto a mis pantalones y no había sido capaz de oponerme cuando me
agarró por encima de la ropa. Negué con la cabeza.
—Creo que, durante toda tu
vida, Alex —dijo, remarcando el nombre—, has tenido el vicio de querer a las
personas. Y que tu amor ha sido como una O.N.G.
Aquel comentario me incomodó un
poco. Desvié la mirada y traté de besarle, pero él se apartó y siguió hablando.
—Eres de los que lo dan todo,
eso me dijiste al principio, ¿no es verdad? —Asentí. Había algo sibilino y
venenoso en su voz—. Y no esperas nada a cambio, ¿no?
—Sólo… saber que ha servido
para algo —acerté a decir.
—Pues no sé cómo serán los
amantes que has tenido hasta ahora, pero dudo que puedan sentirse bien sabiendo
que no han sido nada más que una obra social, que ninguno de ellos ha sido
especial para ti.
No me gustaban sus palabras,
pero él seguía tocándome, y eso sí me gustaba. Aquella combinación era
demasiado turbia. Aguanté la respiración cuando coló los dedos por debajo del
pantalón para acariciarme directamente. No obstante, dejé de responder a su
cortejo. Me quedé mirándole fijamente, con cierta frialdad.
—Tú no sabes lo que han sido
para mí…
—No creo que significaran
mucho, si no recuerdas a ninguno… —insistió él, sin parar de acariciarme,
mirándome con el resplandor burlón en la mirada. Mis ojos también brillaron,
aunque por otra razón. ¿Con qué derecho hablaba así? ¿Con qué derecho estaba
diciendo esas cosas? «Es un cabrón. Es un bastardo cabrón.» De pronto me sentí
asqueado por su tacto—. No creo que te importaran en su día. Es más, creo que
amar sin esperar nada, sin exigir nada, sin necesitar nada, convierte al ser
amado en un inútil. Nadie puede darte nada, Alex, porque tú no necesitas nada.
Y eso es un amor de mierda, querido.
Aquellas últimas palabras
provocaron un estallido en mi interior. Me tensé por completo. Un calor amargo
y volcánico hirvió en mi pecho. Los aguijones brotaron espontáneamente. Le
solté y le asesté una bofetada en pleno rostro mientras le clavaba todas y cada
una de las puntas a la vez en la espalda.
—No sabes nada —siseé contra su
rostro, agarrándole de los cabellos.
El pelo le había cubierto los
ojos, pero al agarrarle, descubrí la terrible sonrisa burlona, la mirada cruel.
«¿Cómo puedo amarle? ¿Cómo puedo haberle amado nunca?», me pregunté. Sentía la
herida abierta. Era como si me hubiera atravesado con un puñal y, después de
retorcerlo, hubiera tirado hacia arriba para abrirme en canal. Me sentía
desangrado, vacío y rabioso. Jamás me había imaginado que él pudiera frivolizar
así con algo que era mi principio y mi fin: el amor de Alex.
El amor de Alex era sagrado. El
amor de Alex me lo había dado todo: una vida nueva, mi humanidad… el amor de
Alex era lo único puro que había conocido en el mundo.
Y al escucharle decir aquello,
que su amor era un amor de mierda… entonces le odié. Odié a Lot Anders con
todas mis fuerzas, como nunca antes lo había hecho.
—¡No sabes nada! —repetí,
lívido de rabia.
—¿Qué te pasa, flaquito?
—susurró, soltándome para arrancarse los aguijones como si tal cosa—. ¿No te
gusta que pueda tener razón, eh? ¿No te atreves siquiera a pensar en ello?
Dijiste que podías llegar a conocerte mejor conmigo, y ahora me atacas cuando
te ofrezco mis puntos de vista. Me llamáis mentiroso, y cuando soy honesto os
enfadáis… —Soltó una risilla irónica—. Soy el mártir de la verdad.
Me revolví y bajé del sofá. Más
bien me caí sobre los cojines, enderezándome de inmediato y alejándome de él,
poniendo distancia.
—¡No sabes de lo que hablas!
—grité, señalándole con el dedo—. Lo tergiversas todo. Lo enredas todo. ¡Y no
sabes de lo que hablas, tú no lo sabes! No lo has vivido, no lo has sentido…
¡¿Cómo te atreves a juzgarlo?!
Lot se puso en pie con dignidad
y se arregló la ropa. Recuerdo cada movimiento suyo en la luz gris previa al
amanecer. Se estaba abrochando la camisa como si nada, mirándome con condescendencia,
igual que a un crío.
—¿Quién está juzgando ahora?
Dime cómo te sientes si te digo que no necesito nada de ti. ¿Te alegras por mí
porque estoy completo? —No estaba alterado. No estaba nervioso. Estaba
tranquilo… y a pesar del barniz de desdén, había algo en su mirada. Era esa
mirada grave, como la que tenía en mi foto favorita. La de alguien que habla en
serio. Sin embargo, yo no comprendía aquel ataque, no entendía lo que se
ocultaba debajo, y cada palabra me hería más—. Dime cómo te sientes si nadie
necesita nada de ti.
—¡No tengo que imaginármelo,
gilipollas! ¡No tengo que imaginármelo, porque nadie me necesita! —Estallé—.
¡Nadie! ¡¿Crees que no sé lo que se siente, maldito cabrón superficial sin
sentimientos?!
De pronto, todo se me derrumbó
encima.
¿Cómo había pasado? Durante
días, meses, había mantenido aquella estructura fuerte, sólida. Pero la
conversación con Liam me había sensibilizado y el repentino ataque de Lot me
había golpeado justo en la línea de flotación. Me iba a pique, arrastrado por
el peso de mis pecados. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras todo
comenzaba a gritar en mi interior.
Alex me lo había dado todo.
Alex me había hecho ser real, ser alguien… ser yo. Y de pronto, aquella
humanidad resultaba terrible y dolorosa. Siempre lo había sido. ¿Cuándo no lo
había sido? Amaba a Alex como se ama a un dios, como se ama al primer amor, al
único, al que te enseña a sentir por primera vez… pero tal vez debería odiarle.
Me había hecho humano, sí, pero ni siquiera era un humano de verdad. Ahí
estaban mis aguijones, agitándose. Ahí estaban mis lágrimas, levemente teñidas
de púrpura. Era una versión deteriorada de mí mismo: débil, lleno de defectos,
ahogado por la culpa.
Una vez amé a un hombre tan
puro que fue capaz de salvarme. El precio fue su propia vida. Fue su
destrucción lo que trajo mi renacimiento. Yo le consumí. Me bebí sus sueños, su
amor, me bebí todo cuanto él significaba. Y al bebérmelo y amarle, lo comprendí
todo… y todo pasó a formar parte de mí. Pero al formar parte de mí, dejó de ser
parte de él. Y Alex se quedó vacío, poco a poco, cada vez más cansado, más
triste, más apático, más deprimido. Hasta que perdió incluso el color de la
piel y del cabello.
«No quiero ver a ningún
médico», me decía siempre.
Intenté dejarle. Muchas veces
intenté dejarle. Sabía lo que le estaba haciendo… pero no pude. No podía
apartarme de él. Le consumí, y después, cuando el satur vino a llevarse las
sobras, me enfrenté a él. Y antes de que el satur y el que yo era entonces
acabáramos con nuestra vida mutuamente, le miré una sola vez.
Alex estaba dormido, o tal vez
inconsciente. Sobre su pecho latía un pólipo rojizo. Una vez hube acabado con
el satur, me arrastré, moribundo, y le abracé. Le dije que le amaba. Y traté de
devolverle todo lo que le había arrebatado antes de dejar de existir, antes de
volver a la oscuridad salpicada de estrellas que me vio nacer.
Pero no pude devolvérselo…
Le invadí. No sé ni cómo
ocurrió. De pronto abrí los ojos y todo era doloroso y terrible, y ni siquiera
sabía quién era.
Aquel Alex, cuyo amor acababa
de ser calificado como «un amor de mierda» había sabido siempre lo que estaba
pasando. Se había aferrado a mí. Se había entregado a mí. Aquello era un
milagro, un sacrificio, todo a la vez… y para Lot Anders, era «un amor de
mierda». Jodido imbécil.
—¿Por qué me haces esto?
—murmuré.
—Lo que has dicho no es verdad.
Lot se había aproximado. Su
bastón estaba junto a la televisión; lo agarré y lo coloqué contra mi rodilla,
amenazándole con partirlo.
—No te acerques más o te juro
que destruiré todo lo que te importa, cabrón.
Él frunció el ceño. Alzó las
manos en son de paz. Estaba serio, pálido, con la expresión tensa.
—Lo que has dicho no es cierto,
Alex. —Su voz era suave, ya no había burla en sus palabras—. Sólo eres un niño…
Hizo ademán de avanzar otra
vez, con una mano extendida hacia mí. Yo volví a amenazarle con el bastón.
Aquello parecía funcionar, porque cada vez que lo hacía, sus ojos volaban hacia
mi rodilla y se le dilataban las pupilas.
—He dicho que no te acerques.
No soy ningún niño. ¡Y no me llamo Alex! ¿Sabes cuál es mi nombre? ¿No vas a
preguntarme cuál es mi nombre esta vez, Elliot?
A Lot se le habían acabado las
ganas de reír.
—No lo hagas. Así no…
Su rostro no reflejaba
sufrimiento alguno, pero tenía fuego en los ojos. Me daba igual. Su rabia era
la sangre de su dolor, eso creía, eso esperaba… y pensaba devolverle todo el
daño que me había hecho, gota a gota.
—¡Athaliah! —exclamé. Él apretó
los dientes—. Mi nombre es Athaliah y soy una rémora. Y aun así, valgo más que
tú, hijo de la gran puta. No eres más que un cobarde y un mentiroso. No te
mereces ni un solo minuto de los que he perdido contigo. Sí, sí hay alguien que
me necesita. Tú. Pero te vas a joder. Yo no te necesito a ti, y tú siempre lo
has sabido. Por eso has trabajado tan duro para hacerte necesario, para hacerme
creer que lo eras.
—Mira, vete a la mierda —me
espetó, siseando. Estaba envenenándose, y yo me alegraba—. ¿De verdad es eso lo
que crees?
—¡Que te jodan!
—Has sido mi llave para la
liberación. Has sido mi inspiración para dar el paso. Pero eso a ti te ha
importado siempre un comino y a mí me da igual que no te importe. Si tenemos
una relación perfecta es por todas las cosas que no nos importan. ¿Quieres
mandarlo todo al infierno? ¿Estás seguro de eso, Athaliah?
Fue la primera vez que me llamó
por mi nombre. Y fue casi tan doloroso como lo que había dicho sobre Alex… solo
que esta vez, por otros motivos.
—Cállate de una vez. No sabes
nada. Lo juzgas todo y no sabes nada.
Arrojé el bastón a sus pies y
me fui a la habitación. Cerré de un portazo. Todo estaba lleno de él. Elliot
Salamander estaba por todas partes: su ropa, sus cigarros, su olor, sus ojos
mirándome en un recuerdo cercano, serios, transparentes…
Agarré la cámara de fotos, metí
unas mudas de ropa en una mochila, con los dedos temblorosos, y salí hecho una
furia.
Lot Anders no dijo una palabra.
No se movió. Me siguió con la mirada mientras me dirigía a la puerta del
apartamento con pasos rápidos y nerviosos. Yo no le miré a él. Tampoco me
despedí, aunque dejé la puerta abierta al salir.
No pensé en Mara ni en la
Organización mientras caminaba por las calles desiertas. Si me cruzaba con
alguno de ellos en aquel momento, me sentía muy capaz de estrangularles con mis
propias manos.
Amaneció, y yo estaba parado en
la boca del metro, esperando. El sol salió, rojo como una gota de sangre. Hizo
que me escocieran los ojos, llenos de lágrimas. Me las limpié con furia.
Lot Anders no vino. No salió de
casa. No me siguió, no me llamó al móvil.
Recordé las palabras de Liam
aquella noche: ¿Por qué no somos capaces de expresarnos con honestidad con
quienes más queremos? ¿Por qué es tan complicado a veces comunicarse? ¿Por qué
nos protegemos cuando nos sentimos vulnerables, por qué a veces actuamos de
forma contraria a como desearíamos hacerlo?
Comprendí entonces, de golpe,
todo aquello de los muros inexplicables, de las barreras infranqueables. Un
frío espantoso se instaló en mi corazón.
Y así, desolado, tomé el primer
metro y me marché, rumbo a ninguna parte.
.
. .
Escena 20, toma cuarta
En el piso de Alexander
Seighin, Elliot Salamander estaba mirando a través de la celosía, con la vista
fija en la calle por la que había desaparecido Athaliah. La salamandra estaba
de pie en el alfeizar. Se acercó a él. Lot le rascó la cabeza con un dedo, pero
cuando ella intentó trepar bajo su manga, la apartó.
—Ahora no —susurró—. No es buen
momento.
«Es el peor, en realidad», se
dijo.
Encendió un cigarrillo y dejó
que el humo nublara sus frustraciones.
¡Hola!
ResponderEliminarEn verdad no sé expresar lo que me gusta esta historia. Me hizo mucha gracia la curiosidad simplona de Alex, tal vez porque es un poco mi estilo, preguntas directas y queriendo saberlo todo :p
Y cada vez tengo más preguntas que me imagino que se contestarán conforme avanza la historia, pero hasta el momento no logro cuadrar a Alex, Lot y Liam juntos, al menos no en un final feliz para los 3. Lo que me hace pensar que habrá al menos un sacrificado y me inclino por Liam, aunque eso me entristece. Ahora si logro ver algo más que frivolidad entre Lot y Alex, se necesitan en muchos sentidos, no solo es sobrevivencia, ambos tuvieron amores idealizados y ambos están frustrados por ello. Tambien veo que Lot es en verdad un incapacitado emocional -.-
Me pregunto ¿qué clase de mentiroso es Liam? no es como Lot que es como Juanito y el Lobo, ves mentiras en todo lo que dice (creo que esa es su fortaleza, ¿no? Ja ja). Liam es como un profeta, sueles creer todo lo que dice, eso es más peligroso. Me lo pregunto porque no he encontrado falsedades en él.
En fin, muchas gracias. Saludos.
¡Hola, Jennifer!
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y dejar un comentario. Nos encanta ver vuestras reacciones y reflexiones en cada capítulo, la verdad es que soléis captar muy bien a los personajes. A Liam le iremos conociendo un poco mejor en las próximas entregas y descubriremos sus falsedades... si es que las tiene (jejejejejeeeee...) En cuanto a Lot y Alex/Athaliah, hasta ahora su relación ha estado marcada por la codependencia y las manipulaciones de Lot, pero después de lo sucedido, si la relación sobrevive seguramente los términos cambiarán.
Un abrazo! Nos vemos pronto!
La relación sobrevivirá... no puedo estar totalmente segura, porque si algo me gusta del libro es que es impredecible. Pero la trama es sobre Alex y Lot. Por más que me duela porque Liam simplemente me encanta; Lot y Liam son *.* aún así lo tengo casi asumido. No importa por donde lo lleven, yo me dejaré llevar. El trabajo es genial!
EliminarGracias Hendelei, eres de lo mejor que hay en la Web. Me encantan tus historias. May
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